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Comunión en la mano
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La
Vida Religiosa como Aventura
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Noli me tangere y
Comunión en la mano (en base al
Magisterio de la Iglesia) · No niego que el tema me preocupa, que he leído mucho y he reflexionado reiteradamente sobre el mismo. Voy a ocuparme de él con respeto y seriedad, tratando, en cuanto me sea posible, de esclarecerlo. · Quiero partir de un principio, que ya señalaba Pablo VI: que "es un hecho muy grave introducir la división precisamente en el Sacramento de la Unidad", y es evidente que esa división existe cuando al recibir la Sagrada Forma, unos lo hacen comulgando en la boca, y recibiéndola directamente del sacerdote, y otros recogiéndola antes en la mano. · También quiero dejar constancia de que, totalmente de acuerdo con lo que escribe Michael Davies, "no juzgo ni en público ni en privado a quienes reciben la Sagrada Comunión en la mano, pues ello no denota necesariamente irreverencia. Lo que no quiere decir que ( por las razones que luego se expondrán, añado) no debamos hacer lo posible para que vuelvan a la práctica tradicional, aumentando de este modo la reverencia a nuestro Rey". (A privilege of the ordained. Edit. The Neuman Press. 1990). · Hay que hacer, con el fin señalado, algunas observaciones. Son éstas: Que la comunión en la mano se introduce en una época de crisis profunda de la Iglesia. Esta crisis se produce a raíz del Concilio Vaticano II, y en el curso de la misma se recrudece e intensifica un proceso, a la vez, de secularización y de desacralización, que afecta al Santísimo Sacramento del Altar. Ha habido un desplazamiento del Sagrario en las iglesias; se ha retirado el comulgatorio, teniendo los fieles que comulgar de pie; prima sobre el altar para el sacrificio la mesa para el banquete eucarístico; la palabra Eucaristía ha borrado, en la práctica, la frase tradicional de Santo Sacrificio de la Misa, olvidando que si hay Eucaristía es porque la ha hecho posible la actualización incruenta, por su valor intemporal, del Sacrificio de Jesús en el Calvario; no se enseña al pueblo que Eucaristía quiere decir acción de gracias, solamente, y la Misa, sin dejar de serlo, es infinitamente más que una acción de gracias; en el momento solemne de la consagración son muchos los que permanecen de pie, con olvido de que "nunca es más grande el hombre que cuando (ante Dios) está de rodillas", y que, como recuerda San Pablo, "in nomine Iesu omne genu flectabitur caelestium, terrestrium et infernorum" (Flp. 2.10) (al nombre de Jesús, doblase toda rodilla en el cielo, en la tierra y en el infierno), y en la consagración no se trata solo de invocar su nombre, sino de su presencia real; se ha suprimido por muchos sacerdotes oficiantes el lavado de las manos y la purificación y no se protegen las sagradas formas, con la bandeja, al dar la comunión a los fieles tal y como se dispuso en el año 1929; se ha dejado correr la noticia inexacta de que el Concilio autorizó no sólo la Comunión en la mano, sino la posibilidad -que ya es un hecho jurídicamente reconocido- de su distribución por los laicos; se ha dejado circular el punto de vista de algunos sedicentes teólogos para los cuales la presencia real de Cristo desaparece después de la Comunión, por lo que las formas sobrantes pueden -ya para ordinario- echarse a las gallinas, como ocurrió en la diócesis de Leiría, y tuvo, con pena, que denunciar el Obispo de la Diócesis; y en fin, ha disminuido notablemente el culto eucarístico, fuera de la Misa. · En la Instrucción Memoriale Domini, de 28 de mayo de 1969, que procede de la Sagrada Congregación para el Culto Divino (Acta Apostólica Sedis, del día 29, Tomo 61, Pág. 541 a 549), Pablo VI decía que: "este modo de distribuir la Sagrada Comunión (en la boca), considerado en su conjunto el estado actual de la Iglesia, debe ser conservado"; y ello porque se asienta en una tradición antiquísima y venerable, (y) en el uso tradicional de muchos siglos, sino, principalmente , porque significa la reverencia de los fieles cristianos a la Eucaristía. (Acta Apostólica Sedis, del día 29). · En la Carta Apostólica Dominicae Cenae, de 24 de febrero de 1980 Juan Pablo II manifestó que "el tocar las sagradas especies y su distribución con las propias manos es un privilegio de los ordenados". · Las afirmaciones categóricas que acabamos de reproducir están en consonancia con lo que el Concilio de Trento acordó el 11 de octubre de 1551: "Siempre ha sido costumbre de la Iglesia de Dios, en la comunión sacramental, que los laicos tomen la comunión de manos del sacerdote, costumbre que con razón y justicia debe mantenerse por proceder de la Tradicción Apostólica". (sesión XIII, c.8) · En esta línea se pronunció mucho antes el Concilio de Rouen, celebrado en el año 878, en los siguientes términos: "a ningún laico, hombre o mujer, sea dada la Eucaristía en la mano, sino en la boca". · Santo Tomás de Aquino, refiriéndose a la misma cuestión, dijo en la Summa Theologiae (III, c.82 a 3) que a causa de la reverencia a este Sacramento ninguna cosa entre en contacto con Ella (la Eucaristía) a no ser que esté consagrada. Por eso, las manos del sacerdote se consagran. De aquí, que no sea lícito a otros tocarla, salvo caso de necesidad. · (El caso de necesidad se produce cuando teniendo formas consagradas a nuestra disposición, no hay posibilidad de conseguir un sacerdote que pueda administrarla. Yo mismo, durante nuestra guerra, en zona roja, he procedido así. En tal caso es ineludible, como sostiene Dietrich von Hildebrand, tocar la Sagrada Hostia, pero no hay ninguna razón para depositarla en la mano. (Maryfaihful, marzo-abril 1985). Es curioso, y permite intuir el no fácil y unánime proceso permisivo de la Comunión en la mano, que Juan Pablo II, en el Sermón en el Santuario del Santísimo nombre de María, dijera, el 1 de marzo de 1989: "una vez más os advierto que está prohibida la Comunión en la mano en mi diócesis. Aquí solo permitiré la Comunión en la lengua y de rodillas". · Sabido es, por otra parte, que Juan Pablo II, durante su visita a Francia en 1980, se negó a dar la Comunión en la mano nada menos que a la esposa de Giscard d´Estaing, entonces presidente de la República, y que en Fulda (Alemania), durante su visita a este país, que duró del 15 al 19 de noviembre de 1980, dijo que no estaba de acuerdo con la autorización dada para comulgar en la mano. · La Madre Teresa de Calcuta, cuyas virtudes son bien conocidas de todos, no proclamada santa todavía, pero ciertamente muerta en olor de santidad, aseguró , según puede leerse en algunas revistas, que suelen citarse por quienes se han ocupado del tema, que "el peor mal que existe en el mundo de hoy es la comunión en la mano". (The Wanderer, de 23 de marzo de 1989 y Fátima Crusader, del tercer trimestre de 1989). · Ahora bien, si todo ello es así, tendremos que preguntarnos: ¿por qué y cómo se ha introducido la comunión en la mano? Me creo en el deber de dar contestación a esta pregunta a fin de que quienes creen en que Cristo está presente de forma real en la Eucaristía tomen la decisión de recibir en la lengua o en la mano la Sagrada Forma. · Primer argumento de apoyo de la comunión en la mano: Se trata de volver a la costumbre de los primeros cristianos, a un rito antiguo que cayó en desuso. · El argumento tiene atractivo, pero no es convincente, y no lo es porque así como hay una evolución homogénea de los dogmas, hay también, aunque a otra escala, una evolución homogénea de la Liturgia, de acuerdo con la lex credendi. Cuando esta evolución es homogénea, y no heterogénea (que no sería evolución perfectiva, sino ruptura), el hecho de que se pasara de comulgar en la mano a comulgar en la lengua fue fruto de la evolución homogénea y perfectiva. · En este sentido, el arzobispo de Buenos Aires, cardenal Antonio Quarracino, recibió en julio de 1996 una carta en que se le recordaba que Pío XII había prevenido "contra estos saltos anacrónicos descalificándolos como una especie de arqueología vacía". · Pío XII, en efecto, reprobó severamente la temeraria osadía de quienes hacen renacer ritos ya desusados y que no están de acuerdo con las leyes y rúbricas vigentes. · Aunque "la liturgia de los tiempos pasados merece ser venerada sin ninguna duda, como uso antiguo, no ha de ser considerado más apto y mejor ya en sí mismo".(Mediator Dei et hominum, 20 de noviembre de 1947, nº 17). · En Memoriale Domini, ya citado, se explica perfectamente la evolución homogénea y perfectiva de la liturgia con respecto a la Eucaristía. Allí se dice: "después de estudiar a fondo la verdad del misterio eucarístico, su eficacia y la presencia de Cristo, bajo el impulso, ya de la reverencia hacia este Santísimo Sacramento, ya de la humildad con que debe ser recibido, se introdujo la costumbre de que el ministro, por sí mismo, depositase en la lengua de los que recibían la Comunión una partícula del pan consagrado". Hay otra consideración importante a que alude Pablo VI en la Instrucción que tenemos a la vista, y es el conjunto de "peligros que se teme puedan surgir del nuevo modo de administrar la Sagrada Comunión, a saber, que se llegue a una menor reverencia hacia el Augusto Sacramento del Altar, o a la profanación del mismo Sacramento, o a la adulteración de la recta doctrina". · Segundo argumento con que se defiende la comunión en la mano: Tan digna como la mano es la lengua, y si el Noli me tangere ( Juan 20,17) es absoluto no se podría comulgar de ninguna manera. · También el argumento que ahora vamos a apostillar puede producir impresión en algunos. Pero el Noli me tangere no se opone al accipite, comedite et bibite (Mt. 26,27) de Jesús en la última Cena. El Noli me tangere se dirige a la Magdalena (que es, en definitiva, un seglar) y el accipite, comedite et bibite", llevó consigo el "haced esto en memoria mía", que es tanto como la rdenación sacerdotal de los Apóstoles, a los que encomienda la consagración del pan y del vino. Por ello, no se trata de una cuestión de dignidad, en la que se contraponen o igualan la lengua y la mano, sino de la distinción cualitativa y esencial entre las manos ungidas del sacerdote que actúa "in persona Christi", y que ha recibido el sacramento del orden -que imprime carácter- (sacerdocio ministerial) y las manos de los fieles, no ungidas, y que, salvo en caso de necesidad, como se ha dicho, no están facultadas para tocar la Eucaristía. · La distinción entre el sacrum y el profanum es fundamental para un católico. No es lo mismo el pan ordinario, y aún bendito, y el pan eucarístico. No puede confundirse al hortelano con Jesucristo. No puede equipararse María Magdalena, que escucha el Noli me tangere, con Santo Tomás, al que Cristo le dice: "affer manum tuam et mitte in latus meum" (Jn. 20,27). · Tercer argumento en que se apoya la comunión en la mano: El ecumenismo, que pretende la unión de los cristianos, para evitar el escándalo que ello produce exige limar diferencias, porque ello puede conducir a la unidad tan anhelada y querida por Cristo para que el mundo crea. (Jn. 17,23). · El argumento, aunque puede seducir a los ingenuos, se destruye fácilmente, porque la unidad de los cristianos ha de hacerse en torno a la Verdad revelada y, por tanto, en torno al dogma. De no ser así no se trataría de conseguir la unidad, sino del logro de un pacto o compromiso, que es lo que pretende el irenismo o falso ecumenismo (la paz que da el mundo, y no la paz que da Cristo como el Verdadero -Jn. 5,20-). El auténtico ecumenismo parte de dos parábolas; la de la oveja perdida, a la que se busca para traerla al rebaño que abandonó, y la del Padre que espera lleno de esperanza al hijo pródigo, oteando el horizonte y rezando por él. · Pensar que admitiendo la comunión en la mano se camina hacia la unidad no sólo es un error, como la experiencia ha demostrado, sino un método pastoral peligroso para la fe, porque los protestantes (no los ortodoxos) comulgan en la mano, porque no creen en la transubstanciación eucarística, y entienden que reciben pan y bebida comunes, aunque tengan para ellos una significación espiritual, mientras que los católicos la recibimos como Cuerpo y Sangre del Señor. · Al homologarnos litúrgicamente con los protestantes en la recepción eucarística -igualación con ellos, por nuestra parte, no de ellos con relación a nosotros- inducimos a la confusión a quienes nos observan, y puede conducir a quienes entre nosotros la practican a debilitar su fe en la presencia real de Jesús, bajo las especies de pan y de vino. · Conviene traer a colación, para que el comulgante católico lo tenga presente en el momento de acercarse a recibir la Eucaristía, que, como recuerdan quienes han escrito sobre ello, un dominico alemán, exclaustrado, Martín Bútzer, intervino personalmente en la modificación del Anglican Prayer Book, de 1549, que mantenía la tradición católica de la comunión en la lengua, consiguiendo modificarlo en 1552. Dijo Bútzer, a tal fin, que esta tradición católica obedecía "a dos supersticiones: en primer lugar el honor falso que pretenden tributar a este sacramento; y en segundo lugar a la perversa arrogancia de los sacerdotes que presumen tener mayor santidad que el Pueblo de Cristo, a causa del carisma de la consagración. (Por eso y para rechazar ) "toda superstición del Anticristo Romano debe ser retomada la simplicidad de Cristo, de los apóstoles, y de las antiguas Iglesias", poniendo la forma en la mano de los fieles. · No puede dudarse, tampoco, del propósito reiterado de la masonería -hoy exaltada por algunos prelados- de lograr este cambio en la recepción de la Eucaristía. En el famoso Masterplan, para la destrucción de la Iglesia, se decía: "hay que tomar la comunión en la mano", y Pablo Roca, ex canónigo de Perpignan, y grado 33 de la secta, pedía no sólo que "era preciso lograr que los fanáticos antropófagos comulgasen de pie, sino en la mano". · Dicho esto surge un interrogante lógico: ¿por qué, entonces, hoy son muchos los católicos que reciben la Sagrada Forma en la mano? Trataré seguidamente de explicarlo, lo que supone una previa composición de tiempo y de lugar. · La composición en el tiempo obliga a contemplar el estado de profunda crisis en la Iglesia, no iniciada, pero sí desencadenada y avasalladora, producida después del Concilio. En ese clima de crisis postconciliar, en el que algunos, como decía Pablo VI, pretendían una Iglesia diferente, la composición de lugar nos lleva a Holanda, país en el que, como sabemos, se aprobó, por su autoridad eclesiástica, el famoso Catecismo, que dio lugar, por sus definiciones entre heréticas y ambiguas, a una tensión poco grata con Roma, de la que aquí no me puedo ocupar. En un ambiente de rebeldía y desafío, algunos sacerdotes, en franca y retadora desobediencia a lo dispuesto sobre la liturgia de la Misa, comenzaron en Holanda, en 1955 a distribuir en la mano la Eucaristía. Esta práctica se extendió a otros países, como Alemania, Bélgica y Francia. Unos obispos mostraron su disconformidad con el cambio, realizado contra legem, pero sin resultado; otros, guardaron silencio cómplice, y otros, por último, no lo vieron con desagrado. · Esta situación de desobediencia fue denunciada, el 25 de mayo de 1967 por la Instrucción Eucharisticam Mysterium, al manifestar que "en algunos lugares, al menos desde hace dos o tres años, algunos sacerdotes, sin la debida autorización, ponen la Eucaristía en manos de los fieles, quienes, después, se dan la comunión a sí mismos", añadiéndose, en carta de 28 de octubre de 1968 a los presidentes de las Conferencias Episcopales, que "en diversas diócesis se ha concedido a los laicos la facultad de distribuir la Comunión". · Esta situación contra legem llegó a tener tal fuerza que se estimó, en Roma, aunque dolorosamente, que no tenía más solución que la búsqueda de una fórmula que la legalizase, ya que era imposible, en la práctica (como ha sucedido con la sotana y el hábito), la restauración de la quebrantada disciplina eclesial. (Permítame el lector que mutatis mutandi recuerde la frase de Adolfo Suárez en el Congreso de los Diputados: "hay que legalizar –sea bueno o malo- lo que está en la calle"). · En Memoriale Dei, Pablo VI se manifestaba preocupado por el tema, ya que se trataba de "una mutación en caso de tanta importancia. Por eso, con suma aprensión y temor, no resolvió el grave problema directamente, sino que quiso consultar a los obispos del orbe católico latino, formulándoles una serie de preguntas, de las que destaco la primera: "¿se ha de acoger el deseo de que, además del rito tradicional, se permita el rito de recibir la Sagrada Comunión en la mano?". Respondiendo a esta pregunta, hasta el 12 de marzo de 1969 se pronunciaron por el No 1233 obispos, por el Sí, sólo 597, por el placet iuxta modum, 315. Hubo, además, 21 votos nulos. · Estaba clarísima la oposición mayoritaria a la legalización del nuevo rito y así lo reconoce Memoriale Dei, añadiendo que "el cambio sería ofensivo, tanto para la sensibilidad como para la espiritualidad de estos mismos obispos y de la mayoría de los fieles" (nº 14). Pues bien, a pesar de la epidemia democrática de la época, la voluntad mayoritaria del episcopado no fue atendida. Es verdad que Memoriale Dei se decide a favor del rito tradicional, que "debe ser conservado", pues así "se garantiza, con mayor eficacia, la distribución de la Sagrada Comunión, y la reverencia, el decoro y la dignidad que conviene para alejar todo peligro de profanación de las especies eucarísticas, en las que, de manera singular, está presente todo y entero Cristo, y para tener, finalmente, con los mismos fragmentos del pan consagrado, el cuidado solícito que la Iglesia siempre tuvo con ellos". · Ello no impidió que en el mismo documento de la Sagrada Congregación para el Culto Divino se agregue -lo que parece una contradicción, opuesta al dictamen previo - que "ello no obstante, si en alguna parte el uso contrario, es decir, el de poner la Santa Comunión en las manos hubiera arraigado ya, la misma Sede Apostólica, con el fin de ayudar a las Conferencias Episcopales a cumplir su oficio pastoral, con frecuencia más difícil que nunca por la presente situación, confía a estas mismas Conferencias la carga y el oficio de sopesar las circunstancias peculiares, si las hay, con la condición, sin embargo, tanto de prevenir todo peligro de que penetren en los espíritus la falta de reverencia o las falsas opiniones sobre la Santísima Eucaristía". · La lectura atenta del texto de Memoriale Dei viene exigida para juzgar en conciencia el comportamiento de las Conferencias episcopales con respecto a la admisión del nuevo rito. Personalmente, entiendo -aunque mi opinión no lo es en exclusiva- que el requisito previo es el del arraigo en un país, o en algunas diócesis del mismo, de la comunión en la mano contra legem; uso contra legem que se pretende legalizar porque la autoridad eclesiástica confiesa que no la puede ejercer, para evitarlo. · Resulta evidente, pues, que la solicitud a Roma para que la comunión en la mano fuera permitida donde ese "uso arraigado" no existía era improcedente. · Tratando de ordenar rectamente tal uso (contra legem), las Conferencias episcopales de los países en los que el mismo uso hubiera arraigado (y solamente la de esos países, y no la de otros donde esa costumbre no sólo no había arraigado sino que ni siquiera existía), tendría que atenerse, según Memoriale Dei a lo siguiente: 1/ prudente examen (para comprobar el arraigo de la comunión en la mano); 2/ deliberación-votación secreta, con mayoría favorable de dos tercios; 3/ envío a la Santa Sede del texto de dichas deliberaciones; 4/ exposición precisa, adjunta a dicho texto, de los motivos que aconsejan admitir el nuevo rito; 5/ confirmación por la Santa Sede. · Por lo que hace referencia a España, es evidente, -y lo digo con el mismo respeto-, que el requisito previo del uso arraigado para solicitar de Roma la admisión del nuevo rito, que se practicaba contra legem, no existía; y no sólo no existía esa práctica como uso arraigado, sino que -al menos yo no tengo noticia en contrario- nadie en España comulgaba en la mano el 29 de mayo de 1969, fecha de Memoriale Dei. La Nota de la Comisión episcopal española de Liturgia manifestó, sin duda, por ello, el 6 de julio de 1969 que "el Santo Padre manda que se mantenga el rito tradicional". Por su parte, Félix Lasheras Bernal nos recuerda que el cardenal don Marcelo González y Martín manifestaba en el Boletín Eclesiástico de Toledo, el 28 de diciembre de 1973, que "la Santa Sede no ha concedido facultades para que los obispos españoles puedan autorizar la distribución de la Sagrada comunión en la mano" (Una Voce nº17). (1) · Quizá fuera la constancia de que el uso arraigado no existía el que impidió que en las reuniones celebradas durante varios años por la Conferencia Episcopal Española no se consiguieran, para pedir la autorización a Roma, los dos tercios de votos necesarios que a favor del nuevo rito exigía Memoriale Domini. Sólo en 1976, cuando la composición de la Conferencia y su orientación había cambiado radicalmente, por motivos de los que me he ocupado en otra parte, se logró la mayoría reforzada. Hecha la petición a la Santa Sede, fue concedida. · Esta concesión se hizo en consonancia con la Instrucción que acompaña a Memoriale Domini, para que "dentro del territorio de vuestra Conferencia Episcopal, cada obispo, según su prudencia y su conciencia, pueda autorizar en su diócesis la introducción del nuevo rito para distribuir la Comunión, con la condición de que se evite toda ocasión de sorpresa por parte de los fieles y peligro de irreverencia hacia la Eucaristía". · Para evitar este peligro, la comunión en la mano ha de hacerse así: 1/ extender la mano izquierda, en la que se deposita por el sacerdote la Sagrada Forma; 2/ tomarla con los dedos pulgar e índice de la mano derecha; 3/ sumirla en presencia del sacerdote y 4/ al igual que este debe hacerlo, purificar, como parece lógico, los dedos que han tocado la Hostia. · La práctica no sólo demuestra que este último requisito no se cumple en absoluto; que en la mayoría de los casos la Sagrada Forma se pone en la boca al salir de la fila de comulgantes y no en presencia del sacerdote; que no siempre se toma con los dedos pulgar e índice de la mano derecha, sino que -y lo he presenciado- con la mano izquierda se echa en la boca, dándose en ella una palmetada. · "El aumento de los sacrilegios a raíz de la Comunión en la mano ha sido, como se temía, enorme", leímos en Noli me tangere (Mensajeros de la vida; 2ª edición, Santander 1991). · Ya en 1980, y después de años de experiencia, Juan Pablo II se hacía eco en Dominicae Cenae de "las faltas deplorables de respeto hacia las Especies Eucarísticas, faltas que gravan la conciencia no sólo de las personas culpables de tal comportamiento, sino también de los pastores de la Iglesia que hayan sido menos vigilantes sobre la conducta de los fieles con respecto a la Eucaristía". · Con la práctica del nuevo rito, se ha hecho más frecuente que caigan las formas al suelo, al prescindirse de la bandeja protectora. Con disgusto y perplejidad he contemplando cómo el sacerdote recogía la forma y la devolvía al Copón, aunque -al no purificar- alguna partícula hubiera caído y fuera pisada por los comulgantes. Para evitarlo, en lo posible, algunos obispos y sacerdotes recurriendo a la comunión bajo las dos especies, al introducir la Sagrada Forma en el vino transubstanciado del cáliz, la ponen en la lengua del comulgante, pues en tal caso, dice la Instrucción que acompaña a Memoriale Domini, nunca está permitido depositar en la mano del fiel la hostia mojada en la sangre del Señor. · Es interesante y aleccionador, para formar la conciencia de los católicos, y demostrar que no estamos en camino erróneo, saber que concedida por Roma a la Confederación Episcopal Argentina, en 1996, la autorización para la práctica de la comunión en la mano, el obispo de San Luis, monseñor Juan Rodolfo Laise, no la autorizó en su diócesis. La reacción, no demasiado amistosa de sus compañeros en el episcopado de la nación hermana, aconsejó al prelado consultar a Roma, y Roma, a través de la Congregación para el Culto y la Disciplina de los Sacramentos, contestó el 7 de octubre de 1996 a monseñor Laise: "Usted, decidiendo mantener inmutable la tradición de distribuir la Sagrada Comunión en la boca, ha obrado conforme al derecho y, por ende, no ha roto con la comunión eclesial; en verdad, su Excelencia no ha hecho más que cumplir con la obligación exigida por la Instrucción. `De modo Sanctam Comunionem ministrandi´ impuesta a cada obispo , de discernir sobre las consecuencias que una alternativa a la práctica eucarística vigente podría ocasionar en la vida sacramental de los fieles". · Me parece que con cuanto se acaba de exponer queda claro: 1/ que la comunión en la mano, practicada contra legem, fue autorizada para legalizar lo que se estimó por prudencia pastoral que era irreversible allí donde su "uso estuviera arraigado"; 2/ que lo que puede calificarse como indulto o dispensa y, por ello, de carácter excepcional, se practica hoy allí donde su uso no estaba arraigado, por la petición para implantarlo ex novo, de las Conferencias episcopales, que a veces, como dijo Pablo VI el 14 de octubre de 1968, alguna vez proceden por su cuenta más de lo justo; 3/ que aún concedida la autorización por Roma, ello no implica que el prelado de cada diócesis, que es el único facultado para autorizar en la suya la práctica de la comunión en la mano, no haga uso de ella y mantenga el rito tradicional; 4/ que la aceptación del nuevo rito es de la competencia exclusiva de cada obispo, que se deja a "su prudencia y conciencia" y no de la Conferencia Episcopal respectiva, y 5/ que, en conciencia, los obispos no pueden disculparse escudándose en la solicitud hecha a Roma por dicha Conferencia por ser esa solicitud tan sólo un requisito previo y necesario para tomar la decisión que "su prudencia y conciencia le aconsejen". · Me parece, por ello muy atinada y consecuente una de las conclusiones a que llega monseñor Laise en su libro: Comunión en la mano. Documentos e historia. (San Luis. Argentina 1997): "quien comulga en la boca sigue puntualmente no sólo la tradición recibida, sino la voluntad expresa de los últimos Papas. Quien comulga en la mano (allí donde su obispo lo autorice, previa la concesión por Roma de dicha posibilidad) no por esto peca ni comete un acto de desobediencia, pero elige una forma desaconsejada por los Papas, en sí menos reverente y más propensa (como se ha demostrado) a las profanaciones, y cuya concesión fue fruto de la política del hecho consumado". nota: · (1) A estas manifestaciones del cardenal primado se unió el arzobispo de Madrid, don Vicente Enrique y Tarancón, diciendo que ambos se hallaban de acuerdo y que no estaba autorizado a conceder permisos a sus sacerdotes para dar la comunión en la mano. Ello no obstante, el 10 de diciembre de 1973, el director del Secretariado de la Liturgia de la Diócesis madrileña, don Avelino Cayón Bañuelos, comunicó al Departamento de Pastoral del Colegio Nuestra Señora de Loreto, lo siguiente: "respecto a la comunión en la mano, el criterio en esta archidiócesis es de permisión, sin necesidad de autorización expresa allí donde dicha praxis se haya introducido". José Padrón y Antonio Badillo informaron así en Fuerza Nueva, de 23 de marzo de 1974 (nº 376), de cómo se administraba la comunión en el citado colegio. Decía así: "el sacerdote, de paisano y sin ornamento alguno, queda sentado detrás del altar; las niñas van pasando por delante del mismo, toman la sagrada forma, la sumergen en la Sangre del Señor y se la llevan a la boca. En el camino del cáliz a la boca, suele gotear al suelo, sin que nadie se moleste en recoger la Sangre de Cristo". B.P.L. |