CATAMARCA

 

 

(ITINERARIO DE UNA PROVINCIA DEL VIEJO PAÍS INTERIOR)

SU SER HISTÓRICO

La gestión del ser histórico catamarqueño comienza cuando los capitanes y soldados españoles salidos del Perú, se dieron a la empresa de afirmar el dominio hispánico en la región del Tucumán. Ese esfuerzo se canalizó a través de dos corrientes: la que venía desde el alto Perú, ilustrada por los nombres de Diego de Almagro, Diego de Rojas y Juan Núñez del Prado; y el impulso-civilizador que hizo pie en Chile, materializado por jefes como Francisco de Aguirre y Juan Pérez de Zurita. A este le cupo la gloria de fundar la primera ciudad en junio de 1558, a la que bautizó con el exótico nombre de Londres de Nueva Inglaterra, como testimonio de homenaje a la regia consorte de Felipe II, la inglesa María Tudor.
El asentamiento de Londres en el corazón de la comarca Calchaquí, efímero por las discordias entre españoles fue solamente el primer hito de un largo proceso que culminaría recién pasado más de un siglo y que registra en su haber cinco fundaciones colocadas bajo la advocación de San Juán Bautista. Empero, las denominaciones oficiales no lograron borrar aquel nombre primero que le impusiera el andaluz Pérez de Zurita. El último de esos conatos por fundar ciudades en el hostil solar de los calchaquíes fue el realizado por el nieto del fundador de Córdoba, general Jerónimo Luis de Cabrera el 15 de setiembre de 1633 y que tuvo por sitio el paraje de Pomán, en la falda occidental del Ambato. El historiador P. Antonio Larrouy, la calificó con propiedad como "Ciudad de papel", pues su existencia consistió solamente en los registros de las actas capitulares. Sus vecinos nominales nunca ce afincaron en ella: preferían vivir en La Rioja o en el Valle de Catamarca, donde estaban a cubierto de las asechanzas de los nativos. Esos temores no eran infundados. Lo documenta un hecho trágico que tiñó de rojo la crónica lugareña. Desde 1630 hasta 1666 se produjeron diversos alzamientos que movilizaron en pie de guerra a miles de naturales con las secuelas de depredaciones, crímenes y salteamientos, ocasionando dura faena militar a los vecinos de todo el Tucumán. Finalmente, hubo que optar por una solución cruel pero inevitable: el desarraigo masivo de las tribus de los Quilmes y Acalianes, señalados como los más indómitos.
Mientras estos avatares ocurrían en el Oeste, la zona del valle prosperaba. En ella los colonos, cada vez más numerosos, cultivaban sus viñas, chacras y algodonales. Esto convenció a los gobernadores Peredo y Garro sobre la conveniencia de traer la ciudad de Londres a esta comarca pacífica. Así lo acordó el Rey. Y el prestigio de la ejecutoria correspondió al Gobernador Fernando Mendoza Mate de Luna, quien el 5 de julio de 1683, plantó el Rollo de la Justicia en el sitio por él escogido, destinado a cobijar a la actual ciudad de Catamarca. Su verdadera constitución demoró todavía algunos años. El vecindario se mostró renuente para dejar sus viejos solares ubicados en la zona de las Chacras, sobre la margen izquierda del Río del Valle. La concreción efectiva de la idea de Mate de Luna estuvo a cargo del Teniente de Gobernador Bartolomé de Castro, a partir de 1693.
La vida de la nueva ciudad y su jurisdicción puede ser reconstruida merced a las constancias explícitas de las actas capitulares, que junto con otras probanzas dan la idea cierta de las circunstancias sociales, económicas, culturales y religiosas de la etapa colonial.
En lo político, la creación del Virreinato del Río de la Plata, y la adopción del régimen de Intendencias asignó a Catamarca el rango de Subintendencia, subordinada a Salta. Dicha función (incluía los cargos de Comandante de Armas y Tesorero de la Real Hacienda) fue desempeñada durante treinta años por Francisco de Acuña, español recién llegado que entronca por vínculo de matrimonio con un viejo linaje de la colonia, los Vera y Aragón.

 

LA REVOLUCIÓN DE MAYO Y CATAMARCA

La noticia de la Revolución de Mayo llegó a Catamarca un mes más tarde. Abocándose a las instrucciones recibidas, a través de las circulares de la Primera Junta, el Cabildo tomó las medidas conducentes a la elección del diputado catamarqueño. Hubo un intento de continuidad del viejo régimen gestado por el subintendente Francisco de Acuña, quien se hizo elegir para aquella función en el Cabildo Abierto reunido al efecto. Pero su persona no reunía las cualidades requeridas, entre otras la de ser nativo del lugar o arraigado con él, siempre que fuera americano de nacimiento, y "no desempeñar los primeros empleos". Fue preciso convocar un nuevo Cabildo Abierto, que consagró el nombre de José Antonio de Aguilera, nativo del lugar. El Cabildo, al comunicar a la Junta la designación del nombrado, destaca su idoneidad, ilustración y méritos adquiridos en servicio a la patria.
Corría el mes de agosto de 1810. Para ese entonces habíase producido el cambio de autoridades. Feliciano de la Mota Botello, comerciante santafecino avecinado en el medio, cuya vinculación con Mariano Moreno resulta notoria, recibió el nombramiento de Comandante de Armas y a su requerimiento obtuvo el despacho de Teniente Coronel del Ejército.

 

LA INDEPENDENCIA

Mota Botello y su sucesor Domingo Ortiz de Ocampo, designado luego Teniente de Gobernador por el Triunvirato, tomaron eficaces providencias para coadyudar al sostenimiento de la libertad recién lograda mediante la contribución de hombres, pertrechos y víveres para el Ejército del Norte. Esa preocupación de las autoridades encontró la comprensión y el calor patriótico del pueblo que, de distintos modos, acreditó su adhesión revolucionaria.
Un contingente de catamarqueños a las órdenes de Bernardino Ahumada y Barros participó en la batalla de Tucumán, recogiendo también los laureles del triunfo decisivo para la causa de Mayo. Belgrano habíale dicho al mencionado jefe: "Si los hijos de Catamarca quieren cubrirse de gloria y dar laureles a su provincia que vengan a unirse a los jujeños, salteños, tucumanos y santiagueños".
Gloria legítima de un pueblo, es asociarse a las grandes definiciones.

Cuando el Director Supremo convocó a las provincias para reunirse en Tucumán en un Congreso General Constituyente, Catamarca dio mandato al Presbítero Doctor Manuel Antonio de Azevedo y a Don José Antonio Olmos de Aguilera, quien, por impedimento de salud, traspasó su poder al Presbítero José Eusebio Colombres. Estos dos sacerdotes fueron facultados para concurrir a dicha asamblea, con el "objeto de establecer la forma de gobierno que sea más adaptable a estos países y la constitución bajo de la cual se ha de regir el cuerpo social de las provincias unidas..." y especialmente, para proclamar "la absoluta independencia de España y de sus Reyes...". Tales instrucciones se cumplieron; ambos fueron signatarios del acta de La Independencia.

 

LA AUTONOMÍA

Desde el punto de vista de la jurisdicción político-administrativa, la situación de Catamarca experimenta diversos cambios en la primera década de la Revolución. Subintendencia subordinada de Salta primero y tenencia de gobernación, dependiente de Tucumán después; su tranquilidad interior vióse afectada por un pleito hegemónico entre los caudillos de esas provincias: Güemes y Aráoz. Tal condición no dejaba de ser humano para sus hijos, en quienes comenzó a madurar la idea de la autonomía. Una carta de José Pío Cisneros al Gobernador de Córdoba, Juan Bautista Bustos, en abril de 1820, así lo denuncia. Pero de momento no le fue posible sustraerse a las presiones ejercidas por Aráoz, quien comprometió a la provincia en la formación de la República del Tucumán. Pero pronto la influencia de Aráoz declina, lo cual hizo que se robusteciera el proyecto de la Autonomía. La cuestión fue planteada por Eusebio Gregorio Ruzo, en ocasión de la Asamblea Electoral reunida para designar diputado al congreso convocado por Bustos desde Córdoba. Esto promovió el debate que el 25 de agosto de 1821 condujo a la declaración de la Autonomía provincial.

 

GOBERNANTES PROGRESISTAS

Después de Caseros, un grupo de gobernantes patriotas le dieron a Catamarca estabilidad y progreso. Pedro Segura, que hace jurar la Constitución sancionada en Santa Fe; Sinforeano Lascano, que promulga la primera Constitución de la Provincia; General Octaviano Navarro, en cuyo gobierno se introduce la imprenta en Catamarca y Samuel Molina, que inaugura la actual Casa de Gobierno en 1859.
Esta era de progreso institucional y cultural, como de paz y concordia, se quebró después de la batalla de Pavón. Entre 1862 y 1868 se extiende un período sumamente turbulento (llamado "la noche de los siete años") en el que sin interrupción, se suceden las asonadas, la destitución y reposición de gobernadores, las intervenciones, las luchas armadas, y otras vicisitudes cívicas que mantienen a Catamarca en permanente zozobra.

 

FASTOS GLORIOSOS

Uno de los fastos lugareños destinados a alcanzar mayor proyección en el ámbito nacional, tanto por su valor intrínseco cuanto por el momento en que se produjo, consistió en la palabra elocuente de un joven religioso franciscano. Desde la iglesia matriz, Fray Mamerto Esquiú dijo su célebre sermón "Laetamur de gloria vestra" (nos alegramos de vuestra alegría), cuando el país procedía al juramento de la Constitución dictada en Santa Fe. Nunca un discurso tuvo tanta resonancia nacional. Un pueblo habituado al desorden y la anarquía tenía que empezar la experiencia difícil del acatamiento a la ley y entonces se produjo la palabra moderadora y sensata que convocaba a los espíritus a la paz, al orden. El impacto fue notable, y así lo señalaron figuras eminentes de la República, que comprendieron la ayuda que ello significaba para el afianzamiento de la organización nacional. La Constitución Política era sólo un punto de partida. Para configurar el cuadro de la Organización Nacional, hacíase menester darle a la Argentina las herramientas de la civilización y del progreso. Los catamarqueños comprendieron ese deber y no bien superados sus disturbios civiles plasmaron esa preocupación en la Ley de Educación Común, sancionada durante el gobierno de Francisco Ramón Galíndez en noviembre de 1871, la primera de su género en el país, hecho que fue saludado con alborozo por Nicolás Avellaneda, a la sazón Ministro de Instrucción Pública.

 

APORTE DE CATAMARCA A LA FORMACIÓN ESPIRITUAL DE I.A REPUBLICA

Este panorama del ser catamarqueño, se complementa cuando se estudia el aporte que ofreció a la República, desde el punto de vista espiritual y educacional. Arranca desde la colonia con la famosa escuela de los padres franciscanos, cuyas etapas mas brillantes coincide con el medio siglo transcurrido desde la Revolución de Mayo. En ella se formaron los dirigentes de varias provincias que actuaron como gobernadores, legisladores nacionales, obispos y sacerdotes.
Cuando el Estado asumió en forma decisiva la difusión de la instrucción pública, Catamarca no fue a la saga de la orientación impartida por presidentes y ministros. Y mas adelante, cuando la inmigración comenzó a sentar las bases de nuestra prosperidad económica y de nuestro crecimiento demográfico, bien puede decirse que Catamarca fue la Escuela de la Argentina, a través de sus maestros y profesores egresados de la Escuela de Paraná, de la Escuela Normal Provincial de Maestros creada en 1878 por Don Mardoqueo Molina, de la Escuela Normal de Niñas organizada ese mismo año por la educacionista norteamericana Clara J. Armstrong, de la Escuela Regional de Maestros fundada a comienzos de siglo, y finalmente, en los últimos 30 años, de los profesores egresados del Instituto Nacional del Profesorado, diseminados hoy por todo el país.

Cada pueblo tiene su signo particular. El pueblo catamarqueño posee en grado eminente una vocación espiritualista que si bien, no la realizado en orden a las conquistas materiales, puede ser considerada y valorada por quienes saben que la criatura humana tiene un destino mas alto que dominar la tierra y ponerla a sus servicios.