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Odio
la abadía.
La
odio desde el mismo día en que entré aquí, cuando
Boris me recibió con una sonrisa... Maldito sea ése día,
maldito sea ése bastardo y maldito sea Kai. A él es al que
más odio. Le dieron todos los privilegios que debían ser
para Tala y, por si fuera poco, lo pusieron en su misma habitación...
¡Maldición!
¡Eso debe ser! ¡Estoy maldito! ¡Nadie puede tener una
suerte tan perra como la mía!
Odio
a Boris, a Kai, a la abadía y, en especial, odio las noches. Desde
que Kai llegó, el maldito bastardo de Boris me cambió de
habitación, una que está al mismísimo lado de la de
Tala... y Kai. Para peor, la cama de ésa basura está pegada
a la pared en donde está mi cama. Lo hicieron a propósito,
lo sé, el muy maldito de Boris lo planeó todo, y así
resultó.
Cada
noche me pasaba horas pensando que Tala estaba separado de mí sólo
por una pared. Quería ir con él y hacerlo mío, pero
no, tenía que estar Kai allí, y tenían que poner guardias
en mi puerta... Maldito seas Boris, ¿¡en qué mierda
estabas pensando, bastardo!? ¿En que eso me haría mejorar
en los entrenamientos? Sí, así fue, sólo lo hice para
que Kai se diera cuenta que no era el rey del mundo, y que no podía
tener a quien quisiera. ¿Quería torturarme más de
lo que me ha torturado? Pues lo logró, y cómo lo odio por
eso...
Escuché
cómo Kai hacía suyo a Tala. Y no sólo una vez, sino
todas las noches en las que estuvo aquí. Maldito sea, me quitó
lo más especial que tenía en esta vida de mierda, mi único
motivo para no romper un adorno de cristal en una mesa e incrustársela
en el cuello a Boris. O a mí mismo. Ver mi sangre correr por las
paredes es el recuerdo más frecuente desde que llegué aquí,
tal vez porque lo he visto más veces de las que puedo recordar.
Todo
gracias a Boris.
Ya
ni recuerdo cómo era mi padre, pero el que me hayan traído
aquí no fue un gran cambio. Cuando lo descubrieron, y descubrieron
lo que hacía conmigo, lo enviaron a la cárcel. Todavía
debe estar allí, si es que no lo mató otro convicto. Me da
igual. Sé que si no termino como él, caeré muy cerca.
Boris me lo recuerda cada vez que me ordena ir a su habitación.
Ése
maldito ha estado usando mi cuerpo para su placer. Fue él quien
me hizo gozar con el dolor, tanto el que sufría yo como el que yo
hacía sufrir a otros. No podía ser de otra forma, excepto
que quisiera volverme loco. Entonces me llevarían a otra parte de
la abadía, y no sé lo que harían conmigo. O tal vez
sí lo sé y no quiero recordar todo lo que me dijo Boris,
todo lo que me haría su le decía algo a alguien.
No
sé si Voltaire sabe, o siquiera sospecha. Lo más seguro es
que no le importe. Siempre y cuando les recordemos a todos quiénes
somos, los métodos que usamos no importan, siempre y cuando logremos
nuestro fin. Y si para eso tienen que torturarme, que así sea. Boris
ya me acostumbró a eso.
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Pero
por más que los vigilé sin que se dieran cuenta, jamás
los pesqué siquiera mirándose. Tal vez lo hacían a
escondidas, y no sólo en las noches, ni siquiera los que hemos estado
años aquí podemos recordar todos los pasillos y pasadizos
secretos que hay en la abadía. Pero Boris sí. Lo demostró
más de una vez, cuando yo vagaba en las noches para no escuchar
a Kai con Tala. Me tomaba del cuello, me tapaba la boca y me llevaba a
su habitación. Aprendí a no forcejear, eso lo excitaba más
y actuaba con más violencia.
Una
vez me quebró un brazo y estuve una semana en coma, por los golpes.
Dijeron que estaba en entrenamiento especial, y apenas salí, Boris
me usó de nuevo. Pero no usó ninguno de sus juguetes conmigo.
El oírme gritar por el dolor que sentía, no sólo el
de mi brazo roto, le bastó ésa vez. Esa única vez.
Cuando mi brazo volvió a estar sano, volvió a usar sus juguetes
conmigo.
Y
luego llegó Kai. Yo, que estaba a punto de hacer mío a Tala,
tuve que posponer mis planes. De nuevo. Boris me sonrió de la misma
manera que yo conocía, pero no me ordenó que fuera a su habitación.
Casi hubiera preferido que me volviera a romper el brazo. Escuché
cómo ése maldito perro bastardo de Kai se apoderaba de Tala,
y mi furia se elevó al máximo exponente.
Lo
mataría.
No
me importaba cómo, pero lo mataría.
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Cuando
Kai se fue, Tala y yo volvimos a la rutina de siempre. Pero había
algo diferente. Tala jamás había sido alguien hablador, pero
ahora se había vuelto prácticamente mudo. Hacía todo
como un autómata, como si lo que hubiera pasado con Kai jamás
hubiera sucedido. Me alegré, suponiendo que lo había olvidado,
o que lo odiaba tanto como yo. Y fue entonces cuando pensé en incluir
a Tala en mi plan para eliminar a ese perro bastardo. Lo haríamos
sufrir tal y como él nos hizo sufrir a nosotros. Sé que Kai
lo hizo a propósito, tal como lo hizo Boris. Lo sé.
La
noche en que me decidí hacerlo mío, no había guardias
en la puerta de mi habitación. Los pasillos estaban desiertos, pero
no paré a pensarlo. Tala sería mío al fin. Pero no
lo haría como Boris lo hacía conmigo, no. Lo haría
con suavidad, con ternura, aunque no me hubieran hablado ni demostrado
nada de eso. Tala era diferente, y no sólo por ser casi un Cyborg.
Su simple presencia me animaba, pero cuando ví su habitación
vacía me preocupé. Tala no salía de su habitación
en las noches, en especial después de la llegada de... ése
bastardo.
Lo
busqué por los pasillos, hasta les pregunté a Ian y a Spencer
si lo habían visto o si estaba con ellos. No lo creía, pero
era mejor eliminar todas las posibilidades. Ahora sí que me estaba
desesperando, y cuando Boris me tomó del cuello en un pasillo oscuro,
no lo pensé y lo golpeé, tal como él lo había
hecho conmigo infinidad de veces. Lo escuché caerse pesadamente,
yo jamás lo había golpeado, pero no pude disfrutar del placer
ce verlo caer cuan largo era.
Vi
a los guardias correr, y los seguí sin pensarlo. Tala estaba haciendo
algo, y no quería pensar qué. Cuando llegamos a la oficina
de Boris, creí oír un clic, y por un segundo me dije que
no, que no era así, que Tala jamás haría eso, él
no se deja llevar por las emociones, si es que las tenía. Él
debía ser mío, debía borrar sus noches con Kai de
su memoria, y luego mataríamos a ése perro bastardo. No,
no lo había oído.
Cuando
abrimos las puertas escuché el disparo. Vi el cuerpo de Tala chocar
contra la biblioteca de Boris, soltando la pistola, llenando los libros
con su sangre. Se deslizó hasta quedar sentado en el suelo, mientras
la sangre que manaba de su nuca empezaba a teñir el piso y sus ropas
de rojo. Su expresión era diferente, muy diferente a la habitual.
Estaba expresando dolor, pero no el dolor físico, sino otro, uno
más pronunciado e infinitamente más torturante.
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Me
quedé allí durante todo el tiempo que tardaron en llevarse
su cuerpo. No sé qué le dijeron a los demás, o si
les dijeron algo. No me abalancé sobre la camilla en donde se llevaban
en cuerpo de Tala sólo porque Boris me tomó del cuello. Pero
ésta vez lo hizo con más fuerza, podía sentir cómo
me ahogaba por falta de aire, pero no me soltó. Me llevó
a su habitación de nuevo, no podía creerlo, con todo lo que
había pasado yo apenas sí podía asimilar lo que había
pasado, y él aún podía excitarse.
No
pude reaccionar, por más que fue más brutal que nunca. Tres
veces pasé por ésa tortura, y tres veces deseé que
me matara de una vez, para poder ver a Tala en el infierno. Ni siquiera
cuando empecé a llorar se detuvo, desde que entré a la abadía
había aprendido que si lloraba sería peor, pero no lo fue,
tal vez porque estaba demasiado sorprendido por mis lágrimas.
Cuando
terminó al fin, no dejó que me vistiera. Se me echó
encima y no me soltó del madito collar que siempre me ponía
al cuello, que me ataba con una cadena a la cabecera de su cama. Se durmió
enseguida, pero yo no podía hacerlo. Tomé conciencia de lo
que había pasado, y me sentí más sucio que nunca.
Vejado por un maldito que gozaba con mi dolor, el mismo que me había
convertido en sadomasoquista, sin importarle la muerte de uno de los Bayluchadores
de la abadía. ¿Acaso tenía futuro así? No podía
hacer mío a Tala, ni siquiera decirle lo que sentía por él.
Kai ya no me importaba, sólo quería acabar con mi dolor de
una buena vez...
Sobre
la mesa de luz de Boris había un puñal. Lo usaba para rasgar
mi piel cuando... abusaba de mí. ¿Acaso nadie jamás
sospechó? ¿Nadie se dio cuenta? Ya no importaba, el daño
no podía ser remediado si seguía vivo, así que tomé
el puñal y lo acerqué a mi cuerpo.
¿Debía
ser en la garganta o en el pecho? En el pecho, así no fallaría
y dejaría de sufrir rápido. Pero tal vez no merecía
sufrir poco, sino mucho, mucho más de lo que un simple puñal
podía hacerle...
Boris
se movió y me dejó libre. Eso facilitó las cosas.
No se me ocurrió qué pasaría cuando encontraran un
cadáver, sólo sabía que debía hacerlo de una
vez. Tomé con fuerza el puñal, y mi brazo, el mismo que Boris
me había quebrado, se quejó, pero no debía soportarlo
por mucho más tiempo. Calculé bien el golpe, porque si fallaba
gritaría, y Boris no le permitiría seguir. Nunca me dejaba
ser libre... Hasta ésa noche.
Clavé
con toda mi fuerza el puñal en el pecho de Boris. Abrió los
ojos e intentó gritar, pero le puse una almohada en la cara hasta
que dejó de luchar. Abusar de mí tres veces seguidas lo había
dejado agotado, y eso era perfecto. No sé si lo había planeado
todo a nivel inconsciente, o si fue una improvisación. Pero le muerte
de Tala me había abierto los ojos. No dejaría que nadie me
llevara a ésos extremos jamás.
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Cuando
logré deshacerme del collar, me vestí y regresé a
mi habitación. Limpié mis huellas del puñal, no iba
a dejar que me encerraran como un bastardo que había sido mi padre.
No ví a ningún guardia, ya había retirado el cuerpo
de Tala y debían estar haciéndolo desaparecer. Nadie sospechó
nada, porque nadie sabía lo que hacía Boris conmigo. Y si
lo sabían, callaron hasta el final de sus días.
Ahora
sólo me faltaba hacer pagar a Kai por lo que nos había hecho...
a Tala y a mí.
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¿Creían
que terminaba? Yo también creía que sí, pero Brian
no se iba a quedar callado. Y mucho menos quieto. Ahora no sé si
continuarlo o seguir, pero el tiempo lo dirá. Es más oscuro
que el capítulo anterior, ya sé, pero creo que me está
gustando esto...
Chau
Nakoruru
Nakoruru
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