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      La
      guerra y la ilusión 
      de Tsef_Thaed
       
                 
      
      Iniciar el día para él era lo mismo de todos los
      días, sentir la luz del sol pegar en su rostro y retorcérselo hasta que
      abriera los ojos y decidiera moverse a una sombra cercana. Después se
      dedicaba a recordar cuando todo era más fácil, antes de la guerra,
      cerraba los ojos, recordaba a sus padres y se ponía a llorar. 
                 
      Después
      regresaba a dormir y dejaba que el tiempo pasara, hasta que abriera los
      ojos de nuevo y el día empezara cruelmente una vez más. 
                  
      El niño pasó dos años en la misma situación hasta que cumplió
      los 9 años. Abría y cerraba los ojos, dormía y dormía, rogando al
      cielo que le dejara soñar con el pasado, lágrima tras lágrima, se las
      bebía y volvía a llorar. Se sentó en una gran lata, ya vieja y oxidada,
      se limpió el rostro con unas cuantas lágrimas, sonrió y decidió que
      era hora de dejar de llorar. Se puso de píe e inició su camino. 
                  
      Sabía que debía de comer, pero hace dos años que no comía nada,
      había cambiado mucho después de la guerra, todo era más extraño,
      recordaba que antes comía mucho, jamón, salchicha, carne, frutas como
      manzanas y plátano, vasos de leche en la noche con galletitas para dormir
      mejor, papas fritas y hamburguesas más un juguetito por la cajita alegre,
      ¿O era feliz?, ya nada era feliz en este tiempo, pero el niño se
      dedicaba a sonreír. 
                  
      En la noche, a veces, cuándo esta era muy oscura, había luces que
      salían de la nada, explosiones de luz gigantescas que iluminaban todo
      alrededor, escuchaba gritos y lloriqueos que pronto se apagaban y se perdían,
      ya no volvía a escucharlos. Esto era cada vez que los destellos aparecían.
      No tenía ganas de llorar por las almas que se perdían, ya no, ahora sólo
      quería sonreír y estaba seguro que pronto encontraría un motivo que sólo
      le diera sonrisas. 
                  
      “Hola”, comentó el niño, una señora tirada volteó a mirarlo
      y le sonrió de vuelta. 
                 
      “Qué
      tal” 
                 
      “Usted...
      ¿Tiene hambre?” 
                 
      “Si,
      todos los días... las ratas son abundantes aquí, si quieres puedes
      quedarte conmigo, me ayudaría un poco de compañía”, la señora sonrió
      de nuevo, el niño tuvo un pequeño escalofrío al ver la sonrisa y se le
      erizó el pelo de la nuca. 
                 
      “Usted,
      ¿Tuvo hijos?” 
                 
      “Si, murieron hace un poco menos de un año” 
                 
      “¿Por
      qué?” 
                 
      “¿Qué
      se yo?, Tifoidea, Cáncer, Gripa... ¿Qué se yo?” 
                 
      “No es
      cierto, usted los mató y los devoró, eran dos, un niño y una niña” 
                 
      La señora
      dejó de sonreír y su rostro se congeló en una expresión asustada, miró
      a todas partes y una lágrima recorrió su mejilla. 
                 
      “¿Cómo...
      cómo...?” 
                 
      “Lo se,
      nada más”, el niño continuó caminando, disfrutó de la luz de sol y
      no le importó caminar entre los escombros, después de todo, sólo se vivía
      una vez. La señora sacó un cuchillo de carnicero escondido en su ropa,
      siguió al niño sigilosamente, tenía que saber. 
                  
      Encontró una cueva después de caminar una semana entera, ¿O había
      sido un año?, muchas veces había escuchado el grito repentino de algún
      animal o de algún humano en su camino. Algún asesino estaba despierto y
      estaba siguiéndolo, eso no le importó, tenía que seguir caminando. 
                 
      La cueva
      parecía habitada, se metió y llamó esperando encontrar a alguien. Por
      supuesto que lo iba a encontrar, el niño sabía. 
                  
      “Buen día”, llamó el Anciano, salió de una de las cámaras
      de la cueva, vestía bien, pantalón de vestir y camisa, no limpias pero
      bien arregladas. 
                 
      “Hola,
      Abuelo”, sonrió el niño. 
                 
      “¿Ah?,
      lo siento niño, todos estamos muy dolidos y lo qué quieras por la guerra,
      francamente no estoy en condiciones de cuidar a un chamaco tan tierno y
      adorable como tú, arréglatelas como puedas, vete pronto, que va a
      anochecer y es cuando se pone fea la cosa” 
                 
      “No, el
      camino me trajo aquí, ayúdame Abuelo a aprender, enséñame ¿Por qué
      ya no necesito comer?, ¿Por qué ya se las cosas de antemano?, siento una
      energía construyéndose en mi interior y no se que es, tengo la certeza
      de qué tu me puedes ayudar” 
                 
      El
      Anciano hizo una mueca, miró al niño, recogió uno de sus cuchillos,
      metió la mano a un agujero, sacó una rata y la partió a la mitad. 
                 
      “Tal
      vez tú ya no vuelvas a tener hambre, yo si me muero de esta, platiquemos,
      tú y yo” 
                  
      “¿Sabes leer y escribir?”, preguntó el Anciano de repente. 
                 
      “Si” 
                 
      “Bien,
      los necesitarás, es el poder de hoy en día o del futuro, no lo se, no he
      salido mucho y no necesito salir. En mis tiempos se devaluó el valor de
      un buen libro, todo cambió por la llamada cajita mágica, la televisión.
      Gran invento, si, para controlar a las masas, no tardará en regresar, tan
      pronto el humano quiera despertar de nuevo” 
                 
      “Tal
      vez... tal vez, sepa cambiar” 
                 
      “¿Eso
      te lo dice tú poder de saber las cosas?” 
                 
      El niño
      suspiró tristemente y bajó la cabeza. 
                 
      “¿Acaso
      tienes todas las respuestas?”, preguntó el niño, tratando de dar
      batalla, esperando lograr un poco de sabiduría y demostrar al Anciano que
      no era estúpido. 
                 
      “Tal
      vez alguien más, Yo no, sólo tengo una buena idea de lo que es el mundo,
      mis años me ayudan y no quieras hacerte el listo jovencito, por qué solo
      la vas a cagar y quedarás como el estúpido que no quieres ser” 
                 
      El niño
      se ruborizó y guardó silencio. 
                 
      “He
      hecho un juego llamado ajedrez con pedazos de hueso de rata y una que otra
      piedra, ven. Te enseñaré a jugar, el ajedrez te da una gran perspectiva
      de las cosas, ¿Sabes jugarlo?” 
                 
      El niño
      respondió que si, al menos pronto sabría jugarlo, estaba seguro de ello. 
                  
      El niño alzó el libro y se dedicó a leer, pronto se cansó su
      vista y decepcionado dejó el libro a un lado, movió las piernas
      jugueteando y pronto volvió a dormir. El Abuelo miró sonriendo al niño
      y el sentimiento de amor que había muerto en su interior volvió a nacer.
      ¿Cómo no era posible amar a este niño tan espontáneo y a la vez tan
      común antes de la guerra?, ¿Cómo no era posible no sentirse su abuelo? 
                  
      Un árbol fuera de la casa del anciano, casi muerto ya, con manchas
      groseras de verde y un hermoso tapizado café y tétrico. El niño se
      acercó a él, sintió un poco de energía provenir de él. 
                 
      El árbol
      le decía cosas, le pedía que lo dejara morir, ya no soportaba vivir más
      en un mundo donde no hubiera semejantes a él a su alrededor, extrañamente,
      después de decirle al niño su deseo, se cumplió y por fin, el triste árbol
      murió en paz. 
                  
      “Maté a un ser vivo el día de hoy”, gruñó el niño. 
                 
      “¿Qué
      sucedió?”, preguntó el Anciano interesado, bebiéndose una taza de
      algo, acabó su Ruy López con el caballo, el niño miraba atentamente el
      tablero y sonrió. 
                 
      “Hoy te
      voy a ganar otra vez, déjalo así” 
                 
      El
      Anciano sonrió cálidamente, dio un sorbo más a su bebida, sabía que el
      niño ganaría, aprendió rápido y su habilidad de saber de antemano las
      cosas no ayudaba mucho en su cruzada por ganar. 
                 
      “Cuéntame
      lo del árbol” 
                 
      “Me
      llamó, me dijo que deseaba morir y cumplí su deseo” 
                 
      “Si, es
      otro de tus dones, sirves como... no se como explicártelo, cumples el
      deseo, amplificas el deseo o el querer respecto algo” 
                 
      “¿Cómo
      lo sabes, Abuelito?” 
                 
      “Por qué
      he deseado que seas mi nieto y me lo has estado cumpliendo poco a poco”,
      sonrió el Abuelo, el niño le abrazó y se quedó dormido en su regazo. 
                  
      Al despertar, encontró la imagen borrosa de una niña pequeña, un
      fantasma. La miró atentamente y esta le miró de vuelta. La niña se llevó
      un dedo a la boca pidiendo silencio y urgió al niño para que le siguiera. 
                 
      El niño
      se frotó los ojos y se levantó con cuidado de no despertar al Abuelo. Le
      acarició la mejilla, había un sentimiento en su interior de que algo
      estaba mal y al mismo de que todo estaba excelente, no sabía que era, ¿Tal
      vez... la niña?, la siguió. 
                  
      Los espectros de los niños inocentes bailaban alrededor, miraban
      al cielo y continuaban su danza como un ritual. Un campo de juegos que
      nunca existió apareció de la nada y los niños reían y cantaban, se
      aventaban agua que no estaba ahí para disminuir el calor y hacían
      guerras de bolas de nieve. 
                 
      El niño
      miraba asombrado al grupo de fantasmas, no sabía que decir o qué hacer.
      La niña fantasma que había ido por él en un principio se acercó a él
      y le habló sin palabras. 
                 
      El niño
      sonrió y les otorgó a los fantasmas su deseo, era hora de jugar en el
      gran parque del paraíso si es que existía. 
                 
      Los
      espectros desaparecieron poco a poco y el sentimiento de que algo estaba
      mal creció, al niño le molestaba no saber qué era, corrió hacia la
      cueva para preguntar a su Abuelo, el podría saber algo. 
                  
      Un pequeño río de sangre corría a las afueras, el niño estático
      tenía miedo de entrar y encontrar en la cueva lo que ya sabía que había
      adentro. Una mano fantasmal se posó en su hombro, miró hacia atrás y la
      sonrisa conocida de su Abuelo iluminó su rostro. 
                  
      Una señora limpió el cuchillo que acababa de utilizar con su
      lengua, mucha sangre, sangre deliciosa y que no debía ser desperdiciada.
      Dio un mordizco a un pedazo de carne cruda y siguió al niño. 
                  
      “¿Abuelito?, ¿Qué debo de hacer ahora?” 
                 
      “Encontrar
      al espíritu de la tierra y cumplir su deseo, para eso vives, eres la
      esperanza de la humanidad o del mundo, y si tenemos suerte, de ambos. Es
      hora de que la tierra decida, ya sabíamos... ya sabíamos que un día
      echaríamos a perder todo”, el Abuelo sonrió, “Fuiste un buen nieto,
      el que nunca tuve, es hora de irme” 
                 
      El niño
      asintió y miró a su Abuelo desaparecer. 
                  
      El niño caminó día y noche, buscando el espíritu de la tierra,
      pero nunca lo encontraba, sabía que estaba cerca, muy cerca y a la vez,
      muy lejos. Un paso adelante que el niño. La señora seguía fielmente a
      su objeto de estudio y pronto, a su presa. 
                  
      Se recostó y tocó el suelo con sus manos, trató de llamar al espíritu
      de la tierra, éste no respondió. Se sentó y se puso a pensar. Era
      posible que no existiera tal espíritu, sintió una punzada fuerte en su
      corazón al pensar tal cosa. Sonrió y tuvo una idea, tocó la tierra y su
      corazón al mismo tiempo y encontró que él mismo era el espíritu de la
      tierra. 
                  
      “Al fin nos volvemos a ver”, mencionó la señora contenta,
      cuchillo en mano y su sonrisa en especial tranquila. Un destello de luz
      oportuno, la señora trató de cubrirse pero su piel se quemó sin piedad,
      aún así conservaba las fuerzas para no soltar el cuchillo. 
                 
      Se acabó
      la luz de muerte y la señora con la piel quemada miró fijamente al niño. 
                 
      “Déjalo
      ser, es mi trabajo ahora”, comentó el niño, la señora le miró
      fijamente. 
                 
      “No
      podría vivir si haces algo al respecto, ¿Sabes?, estoy muy feliz así
      como estoy, eres tú quien debería dejarlo ser, déjame ser feliz arrastrándome
      como gusano por el mundo y recogiendo de este lo que me sirve y me plazca.
      ¿Quieres conocer el destello de mi cuchillo?, ¿Tan ansioso estás por
      morir de nuevo?” 
                 
      “Tú...
      ¿También mataste a mi Abuelito?” 
                 
      La señora
      sonrió tranquila, lamió el cuchillo levemente. Las lágrimas se
      acumularon en los ojos del niño, ¿Qué decisión debía tomar?, ¿Qué
      valía la pena en un mundo tan mierda dónde no puedes querer sin temer
      perder a quién quieres?, recordó la sonrisa de su Abuelo, lo deliciosa
      que solía ser la comida antes de la guerra, la mirada de la niña y los
      espectros jugando a que jugaban. Debía tomar una decisión. 
                 
      La señora
      alzó el cuchillo e inició su carrera, mientras que el niño alzaba una
      mano al cielo y rogaba que su decisión fuera la indicada. 
       
      
       
      Fest.
      24 de abril de 2000. 
        
                    
      
      
       
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