
Historias del Zanate
|
De
animalitos
EL GATO GRIS
La madre de mi madre se llamaba Beatriz, y era un ángel del señor,
más buena que el pan recién horneado. Me quería hasta el límite y yo
la adoraba. Era delgada, bajita, de un carácter sencillo y alegre.
Solía platicarme historias viejas, maravillosas e interminables que
contenían siempre algún trozo de vida o de muerte. También recitaba
poemas y tarareaba bajito indescifrables melodías. Pasé inolvidables
momentos sentado en el vuelo de sus grandes enaguas, muchas tardes y
noches bajo las estrellas.
La abuela Bety tenía un corazón de oro y daba todo lo que tenía a
cualquier cosa viva que se atravesara en su camino, fueran personas
o animales. Le encantaban los niños. Alimentaba a cuanto bicho vivo
se le atravesara, incluyendo plantas y mascotas callejeras o de los
vecinos. Cuando doña Beatriz se levantaba por las mañanas, nomás
salía al patio, un ejército de gatos comenzaba a seguirla maullando
detrás de sus amplias enaguas oaxaqueñas.
En una ocasión, cuando tenía unos doce años y me levanté muy
temprano para "saludar al sol", no me extrañó que un gran gato
gris con rayas oscuras estuviera sentado a unos cinco metros de la puerta.
No le presté mucha atención –"los gorrones de doña Bety",
pensé- y seguí con mis procedimientos. Cuando acabé, noté que el gato ya no
estaba en el mismo sitio. Ahora estaba muy atento, en posición de
cazador, agazapado, con los músculos tensos y la mirada fija, bajo
la gran jaula de pericos australianos de doña Bety. Los pajaritos
estaban más allá del alcance de aquel gato, sabía yo, pero eso a él
no parecía importarle. Lo observé con detenimiento para ver "qué
hacía aquel traidor".
Luego
me sorprendió... el gato comenzó a vibrar el cuerpo y la
garganta de un modo curioso y comenzó a imitar el canto de los
pajaritos. Me quedé boquiabierto. El canto del gato era raspocito,
pero se parecía mucho a los trinos de los pájaros.
Las aves callaron por un momento, se movieron como asustados y luego
siguieron con sus cosas, como si nada.
Luego el gato dio media vuelta y se fue.
La historia se las platiqué a varias personas, de varias edades,pero nadie me creyó.
¿Alguno de ustedes sabe algo al respecto? No creo que halla sido nada fuera de lo común, más bien me parece que desconocemos todos
los recursos que para cazar tienen los animales –incluso domésticos-
en nuestro propio mundo. Pero el que nadie –hasta el momento-
parezca haber sido testigo de algo igual, me dá un poquitito qué
pensar. Lo que aprendí con esto es a sentir que nunca podemos decir
con absoluta certeza que conocemos algo. No sabemos nada de la
mayoría de las cosas que hay a nuestro alrededor.
LOS PERROS
Este sí que tiene muy poco que ver con la vigilia y me sucedió hace
poco.
En una ocasión, los SI no me dejaban despertar a la vigilia.
Luchaba como demonio para volver a mi "sitio original" en que me
había acostado por primera vez y resultaba que no, o me lanzaban
como un cohete en cuanto cerraba los ojos y me despertaba en otro
sitio distinto (completamente confundido y descontrolado) o parecía
haberme despertado en mi sitio original y luego resultaba que no,
que todavía estaba dormido. Hasta llegué a pensar que quizá había
muerto mientras dormía.
Después de varios "rebotes", al fin creí estar en la vigilia.
Fui al
refrigerador, saqué un poco de agua y la tomé. Fui al baño. Luego me
pellizqué el brazo, me dí una cachetada y me dolió. (Cuando lidias
con los SI es muy fácil que "olvides" tus recursos para escapar
o
para verificar si estás o no dentro del mundo de todos los días).
Luego me lancé contra la pared y reboté estrepitosa y
dolorosamente, así que concluí que estaba completamente despierto.
Ni siquiera se me ocurrió señalar con el meñique o volar o recordar
los libros de Castaneda, aunque habitualmente lo hacía, dentro y
fuera del ensueño cada vez que algo raro me pasaba. Estaba confuso y
angustiado. Hasta pensé en hacer un alboroto para que la gente de la
casa se parara a ver y me confirmara si estaba yo ahí o no (cosas
absurdas así se me ocurren a veces).
Me senté de nuevo en el borde de la cama, entonces oí que ladraban
muchos perros afuera, así que me dio curiosidad y me levanté a ver
qué pasaba.
Estaba viendo por una rendija (la ventana estaba semi-cubierta con
tablas provisionales porque la casa estaba en construcción), cuando
escuché clarito que un perro decía "¡Ven, ven rápido!" y
luego una
voz de otro perro que contestaba en la lejanía: "¡Ya voy, ya voy,
ya
voy!". Me dio mucha risa, mi cuerpo comenzó a sacudirse y entonces
me di cuenta con un escalofrío que ¡Todavía estaba dormido! Pero era
tan graciosa la voz de los perros que mi cuerpo se carcajeaba ya sin
mi consentimiento... Entonces desperté totalmente a la vigilia, aun
riendo, en mi cama. Volví a ser el yo común de todos los días.
Señalé con el meñique, me quedé viendo fijo y las cosas reaccionaron
como siempre reaccionan en la vigilia, emitiendo un resplandor y
siendo invariables cuando las señalaba o difuminando su s bordes cuando me les quedaba viendo fijo.
Cantaban
los gallos, algunos autos arrancaban aquí y allá. En la
lejanía comenzaban a circular camiones de transporte urbano. No
ladraba ningún perro. Recuerdos desvaídos de "eventos con perros"
venían a mi mente como el oleaje del mar, sin llegar completamente
nunca. Me pregunté porqué en ocasiones los perros aullaban "con
cierta secuencia", "siguiendo un circuito bien claro" y
ladraban
furiosamente en serie creciente-decreciente mientras algo parecía
recorrer limpiamente un circuito tortuoso en los alrededores. "La
cosa" parecía bajar desde los cerros y desplazarse sin seguir la calle, como si volara a baja altura. Me dije a mí mismo que un buen
día me levantaría para ver si descubría de qué se trataba.
Ya no pude dormir, faltaba poco para que amaneciera, así que estuve
dándole vueltas al asunto una y otra vez. Era cómico y maravilloso y
tenebroso por donde quiera que lo viera. ¿Seré capaz de mantenerme
cuerdo si esto se intensifica?, me preguntaba. Luego me levanté
para "saludar al sol".
EL GATITO NEGRO
Acabo de recordar otro evento con la Susy.
Un día domingo me levanté muy temprano y fui a "calentar" el
motor
de la Susy para acarrear unas tablas y barrotes hacia un sitio
lejano unos diez kilómetros de la casa. El vehículo estaba en su
sitio, con el parabrisas y el techo húmedos por el rocío. La
saludé "Buenos días, chulada de vieja fea", me subí, la dejé
prendida un buen rato y le conté mi sueño de esa noche. Recuerdo que
le pregunté a la destartalada carcachita "¿Tú sueñas, mi amor?", y
luego pensé que me daría un buen susto si me dijera "¡Claro,
idiota!". Me dio risa. Luego le dije "¿Porqué no?, claro que
sueñas,
pero no sabes hablar todavía". Entonces le canté un pedazo de la
canción de Roberto Carlos que habla de una carcacha especial, la
apagué y me bajé. Luego fui unos dos metros frente a ella y me senté
encima de la madera "para acabar de despertarme", la verdad es
que
tenía flojera y era "mucha" madera la que había que subir a la
caja
de la Susana. Entonces algo pasó.
Un pequeño gatito negrísimo salió de debajo de la Susy. Era muy
pequeño, delgado, pero no recién nacido, con el pelo tupido y
brillante, con mirada dura y amarilla. Vino hacia mí directamente y
sin temor. Al llegar se restregó varias veces sobre mis piernas y
mis pies, se sentó a un lado, viendo a la calle, luego se me quedó
viendo a los ojos y maulló quedito, como pidiendo comida.
¿Tú quien eres, amigo? ¿Dónde está tu madre? ¿Tienes dueño? El
gatito se me quedó viendo con esa mirada de indiferencia que a veces
tienen los gatos para los ignorantes como yo y luego se dio vuelta,
se fue caminando y me ignoró completamente. "Pinche Susy –dije- Se
me hace que es tu hijo"... "Pórtate bien ¿ok? ¿No sabes que
tú eres
una camioneta? No te relaciones con gatos, búscate un buen
camionetón deportivo y a ver cuando pares una Nissan con llantas
anchas y quemacocos, de preferencia color vino con vivos dorados,
faros contra niebla, vidrios polarizados, escape cromado y un motor
chingón". La Susy me ignoró más gacho que el gato, solo se oía
el "tic" "tic" ocasional, del motor que se enfriaba.
"Estoy
perdiendo la razón", pensé. Hablo con animales raros y camionetas
promiscuas.
Comencé a subir la madera y perdí de vista al gatito. No me importó.
Subí a desayunar y a bañarme.
Cuando bajé de nuevo, el gatito salió de abajo y de atrás de la
camioneta, se echó y me dirigía una que otra mirada mientras se
lamía por turnos las patitas y las orejas. Entonces yo traté de
asustarlo, para que se fuera con su madre y no fuera a apachurrarlo
algún carro, o la misma Susy, pero ni se inmutó. Me acerqué
sigilosamente, cuando creí que estaba distraído para tratar de
agarrarlo y corrió debajo de la Susy. Lo busqué pero no lo encontré.
No sé porqué sentí cierta ansiedad. Tenía la impresión de que lo iba
a "apachurrar" cuando echara a andar la camioneta. Ni modo,
pensé,
el se lo buscó.
Fui con la Susy a llevar la carga y cuando regresé a la casa ¡El
pinche gatito volvió a salir de debajo de la Susy!. ¡Ah cabrón!,
dije. ¿Qué bromita es esta, he? Y corrí rápido tras el minino, pero
se volvió a escabullir rápidamente debajo de la camioneta. Lo busqué
con detenimiento, pero no pude encontrar nada en ningún recoveco de
la suspensión. El gatito negro me tenía intrigado. "Andale pues,
Susana, déjate de bromitas ¿ok? Me vale madres, dile a ese gato que
se vaya, no lo vayas a aplastar, tú no eres su madre", le dije
fuerte y me subí a bañar. Luego se me olvidó lo del gato.
Al medio día fui al mercado a comprar alimentos y estacioné a la
Susy cerca del sitio donde venden pescado fresco en la calle. El
pinche gato salió de debajo de la camioneta y se sentó a observar
cómo preparaban el pescado para mí. La vendedora pensó que el gato
era mío y le tiró unas tripitas. El gato olió las tripas, y luego
volvió a quedarse como estaba, ni siquiera las tocó. ¿Todavía no
come carne?, me preguntó la vendedora. No sé porqué le contesté que
no, que solo tomaba leche. Luego voltié a ver y me di cuenta de que
ya no estaba el gatito. ¡Que bueno que vine al mercado! Aquí ese
gatito no resistirá la tentación de quedarse, pensé aliviado.
Después de comprar algunas verduras, volvimos a casa.
Cuando bajaba la compra, me quedé a ver un momento, a ver si salía
el gatito, pero ahora no salió.
Tenía la costumbre de, en ocasiones, acostarme sobre la caseta de la
Susy por las tardes, para leer, para cantar con mi guitarra o para
ver las nubes o las estrellas cuando comenzaba a oscurecer. Eso fue
lo que hice esa tarde. Me quedé sobre la Susy hasta que estaba
bastante oscuro. Varias estrellas se movieron en distintas
direcciones. Ví tres estrellas fugaces.
Cuando bajé para subir a la casa a cenar, el gatito estaba ahí.
Echado, viendo hacia la calle, dándome la espalda, con la colita
enredada sobre sus patas, como suelen sentarse a veces los
gatos. "No ha comido en todo el día y lo más seguro es que esté
hambriento, aunque no parece tener hambre, quizá es demasiado
orgulloso como para admitirlo", pensé, voy a traerle un poco de
leche y la voy a dejar a su alcance cuando termine de cenar.
Bajé después con un poquito de leche en un envase de cartón que
corté especialmente para eso, pero el gatito no apareció por ningún
lado. Dejé el cartoncito bajo la Susy y me subí a ver la televisión.
Después me dormí.
Ni la leche ni el "cubito" de cartón estaban al otro día. Lo
cual no
me sorprendió.
Nunca más volví a ver a ese gatito negro y no sé porqué escribí esto
y tampoco porqué me están rodando las lágrimas ahora.
Es todo.
Somos seres impecables.
|