
Historias del Zanate
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Burbujas rojas
Estimados hermanos:
Esto es algo que sucedió en la vigilia, pero a estas alturas ya no estoy seguro de los límites.
Es junio de 1979.
Vivimos junto con mis padres y mis tres hermanas en el nacimiento de un grupo de cerros acomodados en forma de herradura, con su parte más elevada al centro y las puntas desvanecidas apuntando hacia el sur, una al lado este y otro al oeste de la casa. Los cerros más altos nos quedan a la espalda, a partir de ahí el terreno comienza a bajar, hasta un valle que se junta con el mar en una bahía espectacular. Es un lugar soleado y hermoso que siempre he disfrutado.
Son las 9 o 10 de la noche. Se escucha una suave y tupida llovizna, sopla una muy leve brisa fresca, en el cielo azul profundo, se ve un alto y tupido techo de nubes que se desplaza lentamente hacia el este. Se alcanzan a apreciar algunas estrellas aisladas aquí y allá por entre girones de nubes desgarradas. Es extraño y hermoso, el cielo y las nubes tienen un increíble matiz de azules que van desde
el casi-negro, hasta un azul vivo.
Estoy despidiéndome de mis amigos. Estamos cansados de platicar tontería y media dentro de un cuartito sin puertas ni ventanas de uno de ellos, que está en construcción.
Camino tranquilamente unos metros, disfrutando de la noche. Entro a mi casa. Saco el manojo de llaves y cierro la entrada. Yo soy el encargado de cerrar todo con llave, porque siempre soy el último en acostarse.
Entro en la casa inferior de dos niveles y, al intentar cerrar la puerta, una rama de un mango enano me lo impide. Salto para apartar la rama y me meto rápidamente, cerrando la puerta de metal tras de
mí. ¿Ví una especie de resplandor entre las hojas de mango? Quizá sí quizá no. Probablemente algún reflejo de las luces de la casa.
Ceno, veo un poco de televisión, leo un poco y luego el sueño comienza a ganarme. Deben ser ya las 11 o cerca de las 12. No lo sé con exactitud. No me preocupo por checar el reloj. Sigue cayendo una llovizna finita.
Salgo y cierro con llave la puerta metálica, camino hacia la escalera que conduce al nivel de arriba, donde estan las recámaras.
Cuando voy subiendo las escaleras recuerdo la luz roja que ví entre las hojas del mango. Desde ahí no puedo ver nada, así que me salgo al patio de la casa de arriba, que es tel techo de concreto de la casa de abajo, me pongo la mano derecha sobre los ojos a modo de visera para evitar que el agua me lastime los ojos y volteo a ver hacia arriba ¡En la madre!
Exactamente arriba de mi cabeza, muy alta en el cielo y de buen tamaño, se ve una burbuja de luz rojo-naranja, similar las luces traseras de los autos cuando frenan. Está quieta, pero en unos momentos comienza una extraña "danza". Sube rápidamente y en línea recta hasta
atravesar las nubes, luego regresa a su posición original.
Entonces comienzo a gritar a todo pulmón ¡Salgan todos! ¡Rápido! ¡Salgan
todos! ¡Hay una luz muy bonita en el cielo! ¡Rápído, antes que se vaya! ¡Salgan todos a ver esto!
Mi idea era que salieran todos los vecinos, mis tres hermanas y mis padres. Pero solo salieron mis tres hermanas, medio
dormidas, después de unos segundos y restregandose los ojos.
Estábamos viendo la danza de aquella luz en silencio y sin decir palabra, mis dos hermanas mayores y yo, cuando salió la menor y preguntó ¿Dónde está la luz? ¡Allá arriba, allá arriba!, respondimos en coro y llenos de excitación. ¿Cuántas son? Preguntó de nuevo mi hermana menor ¡Una, tonta! ¡Deja de hacer preguntas! ¡Obsérvala
bien, antes que se vaya!
Entonces ella dijo "No, son dos" y señaló hacia nuestras
espaldas.Efectivamente, sobre la vertical de los cerros que nos quedaban a la espalda, el oeste, había otra burbuja igual, pero estaba quieta, mientras la otra se movía cadenciosamente hacia arriba y hacia abajo.
Luego, la burbuja que danzaba se quedó quieta. En ese preciso momento, la que estaba sobre los cerros se le acercó lentamente.
Cuando ambas estuvieron juntas, comenzaron de nuevo su danza, pero ahora sincronizadas. Luego de unos segundos de hacer esto, volvieron a quedarse quietas. Al final se fueron las dos lentamente hacia el noroeste, hasta que las perdimos de vista tras los cerros y las nubes.
Estábamos empapados, pero no quisimos perder detalle. Algo que me llamó la atención es que nadie, aparte de nosotros, parecía haber salido a ver nada. Mis padres nos dijeron luego que escucharon los gritos, pero que no quisieron salir a ver.
Nos metimos a dormir.
Lo más inquietante para mí fueron mis sentimientos ¡Eran objetos claramente extraños al mundo de todos los días! ¡De hecho no tenían nada que ver con nada conocido! ¡Eran hermosos y
poderosos, elegantes y completamente ajenos!
Me sentí una chinche ante aquella majestuosidad. Miles de preguntas surgieron en mi mente. ¿Qué chingaos era eso? Definitivamente eran algo vivo ¿Insectos, gusanos, amibas de otros mundos? Parecía una danza de apareamiento ¡Estaban vivas! Y parecían inteligentes ¡Que maravilla! Me quedó como residuo un anhelo extraño; la sensación de
algo que había perdido en algun sitio.
Mis hermanas me acosaban a preguntas y yo no tenía ninguna respuesta coherente. Al final les dije que al otro día les contestaba, que estaba muy cansado, que lo olvidaran y que volvieran a dormirse.
Entre quejas y protestas me obedecieron.
Tuve esa noche un "sueño" portentoso que después se repitió con múltiples variantes a lo largo de los años. El techo del cuarto donde dormía se "abrió" hacia un abismo vasto e infinito de estrellas en el que mi bello y enorme sistema planetario no era ni una mota de polvo. Ahí, multitud de formas extravagantes de luz viajaban de un lado a otro a distintas velocidades, como una especie
de desfile. Eran tantas y tan variadas que perdí la cuenta y la noción de todo. Me quedé solo con una sensación de maravilla y de vértigo y me envolví en una negrura sin fondo. Cuando desperté a la mañana siguiente, mi recuerdo estaba intacto.
Sucedió algo extraño con mis hermanas ¡Olvidaron todo!
Tuve que recordárselos. Cuando trajeron a su memoria el evento, volvieron a excitarse y a bombardearme con preguntas. Mi hermana menor me repetía "¿No me van a llevar, verdad? ¡Diles que no me lleven!..." Hasta que yo le aseguré que nunca pasaría eso.
Ahora ya hace muchos años de eso. Durante la reunión familiar navideña de este año que pasó, volví a
preguntarles a mis hermanas si recordaban las dos luces rojas que vimos.
Sí lo recuerdan, pero siempre lo olvidan, hasta que yo se los pregunto de nuevo. Su recuerdo de aquel suceso es cada vez más borroso en sus mentes, pero yo lo tengo bien clarito, porque fue lo que me motivó a buscar el lado mágico de las cosas, del mundo y de mí mismo.
Fui el blanco de las burlas de chicos y grandes cuando quise contárselos; eso me hundió en cierta desesperación y angustia. Ahora ya no importa. Cuando asumí que fue un hecho real, cuando sentí y comprendí que de algún modo tremendo y maravilloso, fue más real que la realidad, entonces comencé mi camino de regreso.
A partir de entonces he buscado por todos lados, dentro y fuera de mí, algo que anhelo y que perdí en no se dónde, no se cuando.
En ese trance, lo único que me brindó alivio fue la obra de Carlos Castaneda, sus brujas y el polvo de oro en las palabras inolvidables de ese ser a quien todos debemos casi la vida: Don Juan Matus.
Le debo tanto a esos pinches toltecas que solo puedo decirles gracias con mi propósito de seguir buscando mi origen, sin
descanso, hasta donde la fuerza de la vida me acompañe.
¡Somos seres mágicos!
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