
Historias del Zanate
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Mi
amigo Luis
Para empezar, debo decirles que Luis es un acechador de primera.
Cuando lo conocí, estaba en la recepción de una empresa importante a nivel nacional en México, dedicada a la venta al detalle de todo tipo de artículos domésticos. Yo estaba buscando información, junto con varias otras personas que habían sido atraídas por un gran anuncio en la
fachada "Por apertura de nueva sucursal solicitamos personal para todas las áreas".
Luis era recepcionista y encargado del checador de tarjetas de los empleados; una persona joven, pulcra, encantadora y educada.
Cuando lo conocí estaba dando información a una linda muchacha con un vestido corto y floreado. Pero no solo daba información, estaba coqueteando con ella. Modulaba la voz como los locutores, parecía saborear las palabras, sonreía y parpadeaba con lentitud. Se estaba extendiendo mucho con su conversación coquetoinformativa, cuando
me desesperé. -"Disculpa, ¿Puedes informarme, por favor...?".
-"Permíteme ¿Si?, en un segundo te atiendo. Primero las damas ¿no?" Contestó con una encantadora sonrisa, sin permitir que yo terminara de hablar.
Así lo conocí. Me dieron empleo en el depto. de Display. Después nos llevamos bien Luis y yo. Me enseñó y le enseñé poemas y canciones en la
guitarra.
Solíamos hacer la representación del primer día en que nos conocimos y nos moríamos de risa alterando y
exagerando nuestros mutuos defectos y poniendo variantes de "cómo debería haber sido". El decía
que yo debía haber hecho un escándalo y debía haberle exigido atención amenazándolo con ir con el gerente. Yo le contestaba que bastaba con que me hubiera puesto senos postizos y unas grandes pestañas.
Platicábamos mucho acerca de muchos temas. Su tema predilecto era "Cómo seducir a las personas con éxito". Era una autoridad en la materia. Los hombres lo adoraban y las mujeres caían bajo su hechizo con demasiada frecuencia. Era de estatura media, fornido, más bien feo, pero eso no parecía importar a las chicas y, para envidia de muchos mejor dotados, conquistaba rápida y
contundentemente a casi cualquier mujer que osara atravesar su camino "Nomás te faltan las perras", le decía yo y él contestaba gruñendo: ¡grrrr!
Sus otros temas de conversación eran –en orden de importancia-, las mujeres, la superación personal, la religión, los ovnis, la literatura y los misterios del pasado. Se burlaba de los homosexuales, pero le gustaba platicar con ellos.
Yo lo dejaba hablar hasta que se cansaba. Me divertía. Tenía miles de anécdotas y daba un sinfín de "tips" para "ganarse la simpatía de los hombres y el cuerpo de las mujeres", cosas que no puedo repetir aquí porque son ofensivas y chocantes, pero muy efectivas al ponerlos en práctica. Una frase típicamente "luisesca" era: "Si quieres que las mujeres se vuelvan locas por ti, trata a las putas
como princesas y a las princesas como putas". Su "harén" incluía un número siempre cambiante de mujeres jóvenes, viejas, solteras y casadas.
Una cosa curiosa es que había estudiado en el seminario para sacerdote, pero se había arrepentido a la hora de optar
definitivamente por ese camino. Yo le decía entonces "Con esa decisión, tú y muchas niñas y damas buenas se salvaron del
infierno, hermano".
Una cosa que solía decirme a veces, al escucharme comentar mis ideas y ver algunas reacciones mías de
desapego hacia ideas, cosas y personas, era: "Tú eres de otro planeta, compadre". Yo me quedaba callado y cambiaba de conversación, porque a veces también a mí me venía esa idea a la mente, pero la rechazaba como "absurda".
Luis solía portar una pequeña "maletita", en donde traía
artículos "de primera necesidad", como loción, peine, pañuelo, toalla de mano, preservativos, una camisa, pasta de dientes y cepillo. La camisa era para cambiarse cuando las chicas se la manchaban con labial.
En una ocasión ví en la librería de aquella tienda un libro que me llamó fuertemente la atención: "Viaje a Ixtlán" de CC.
Me entró una urgencia tremenda por tener aquel libro, era casi principio de quincena y no tenía ni un centavo extra.
Le comenté mi dilema a Luis y el me dijo: "No sé quien es ese señor Castaneda, pero si a tí te interesa tanto su
libro, también me interesa a mí. Te presto el dinero si me prestas el libro... antes de que tú lo leas".
Me quedé pensando un rato y luego le dije: "Ok, si tú,
personalmente, vas y lo compras. Luego me das el ticket y te lo pago cuando me lo entregues, después de que lo hallas terminado de leer".
Aceptó inmediatamente.
El libro ejerció una extraña y morbosa fascinación en mi amigo Luis.
Prácticamente lo devoró. Luego no dejaba de preguntarme si yo era un brujo o pretendía serlo.
Después me acosaba para que "lo iniciara en la brujería o lo presentara con alguien que pudiera hacerlo". "No le tengo miedo ni al
diablo", decía.
Por más que argumenté que yo no era hechicero, ni brujo, ni aprendíz de
brujo, ni un maestro de nada y que estas cosas no eran lo que se creía y que no se trataba de ritos ni conjuros y que no se podían obtener ventajas ni
influencia sobre la gente con brebajes o drogas, ni sabía yo como obtener
"virilidad extraordinaria" o "poderes hipnóticos con las mujeres", etc. El insistió en su acoso, hasta que yo le prometí que le enseñaría –como una iniciación al conocimiento tolteca- "a volar en sueños" (en realidad no sé porqué, pero así le dije). Creí que se iba a burlar de mí y que se negaría. Aceptó encantado. Pero insistía en que le contara al mismo tiempo acerca de mis experiencias con los S.I., que en esa época
comenzaban a importunarme. Escuchaba fascinado y sonriendo de vez en cuando.
Me confesó en una ocasión que él quería "conseguirse un aliado". O por lo menos que yo lo "recomendara" con "mis aliados". Me dio
risa, pero se lo prometí y le conseguí unas copias de libros en los que CC hablaba de cómo se trataba y cómo se conseguían los "aliados".
Le sugerí algunos métodos de relajación, dormir en una hamaca y seguir algunos pasos para "salir del cuerpo mientras se duerme".
Durante una semana no pasó nada, aparte de una experiencia que le metió un poco de miedo: Por
momentos, su hamaca se mecía de noche, sin mediar viento ni alguna otra cosa lógica. "Eso es algo normal
para quienes acostumbran dormir en hamaca. Yo no le doy importancia, no te preocupes por eso", le dije.
- "O qué... ¿Ya te entró el miedo?", lo reté, con la esperanza de que aquí se terminara "mi asesoría" y mi compromiso con él. No iba a darse por vencido tan fácil.
- Ya sabes, compadre. ¡No le temo ni al diablo!, me contestó con una gran sonrisa.
Una noche, al "salir de mi cuerpo", ví a Luis agazapado y temeroso, fuera de la ventana de mi cuarto. Estaba desnudo y tenía cara de susto. Yo me sentía flotar en el aire, por encima de la cama, casi llegando al techo, felíz. Yo le sonreía y le decía
'con el pensamiento': "Ven, compadre, ¡vamos a volar!". El temblaba de pies a cabeza, cerraba fuertemente los ojos y luego los abría. Se agarraba con fuerza a los barrotes de la gran ventana sin cristales que casi llegaba al piso. Parecía a punto de llorar.
No insistí, me dí vuelta y me lancé a través del techo de la casa, salí a la noche llena de poder, un fuerte impulso me llevó a un viaje increíble por regiones conocidas y
desconocidas, hasta que perdí la noción de todo.
Era fin de semana y no vería a mi amigo hasta el lunes siguiente.
Así que cuando desperté me centré en el vuelo y el viaje y dejé en segundo término mi "encuentro con Luis en mi sueño". Luego lo olvidé por completo.
El lunes encontré a un Luis inusualmente pensativo e inquieto, cuando siempre era alegre y dicharachero.
Nomás nos encontramos solos, me llamó aparte y, con voz baja pero con sentido de urgencia, molesto y con ojos asustados, me comentó algo similar a lo siguiente:
"Compadre ¿Qué crees que me pasó?... Estoy asustado.
Me acosté en la hamaca, como siempre. Luego, sentí que me iba a un abismo. Me dejé llevar y de repente ¡Estaba flotando en el aire!
¡Exquisito! Luego me entró una gran ansiedad, me puse todo tieso y algo se me fue encima. Algo oscuro, peludo y horrible, áspero y que lastimaba el cuerpo. Luché con eso y grité como loco sin emitir sonidos. Me tocó con manos o extremidades de fuego y me aterrorizó más allá de todo límite. ¡Soy un puto miedoso compadre! ¡Un pinche
puto miedoso, nomás!. Pero eso no es todo, compadre. Ya no quiero saber nada de tus cosas, amigo. No te me acerques, apártate de mi".
Entonces me pidió que lo acompañara a los baños para hombres.
Esperaba una broma tipo luisesca, pero no fue así. Me sorprendió.
Se quitó lentamente la camisa y me mostró. Tenía varios moretones en el pecho, brazo y espalda. Algunas parecían "pezuñas" de
chivo, otras parecían huellas de perro. Muy extravagante todo aquello.
"Ya quemé la hamaca y unas copias del libro que tenía ahí. Llevé al sacerdote para que rezara y echara agua bendita. Mi familia está aterrorizada, amigo ¿Era el diablo, verdad? No tengo valor para eso ¿Cómo soportas tú esas chingaderas? ¡Puta madre! Déjalo compadre, antes de que pierdas tu alma ¿Así te iniciaron a tí? ¡Eso está de la chingada!
¿Qué ganas con esa mierda? ¡Dime, dime!... Seguramente tienes más valor que yo. No, no, lo que pasa es que no eres de este planeta. ¡No vuelvas a hablarme nunca de esto!. Por favor... dile a tus pinches aliados que me dejen en paz".
Lo único que pude contestarle fue. "No tengo aliados. Son cosas de tu mente, Luis. ¿Porqué los acechadores le temen tanto al lado izquierdo?
¿Porqué a mí me da miedo la gente?."
"¿Tienes algún amuleto que darme? ¿Tienes algo que pueda tomar que me quite el miedo? ¿Qué hago?", me preguntó con un rostro anhelante.
"Llénate con joyas de plata, eso funciona a veces", le contesté.
El se me quedó viendo con odio, mientras se acomodaba la camisa.
"¡Tu no eres como Don Juan! ¡Ni siquiera eres como Carlos!", me gritó. Luego se fue y dejó de hablarme por meses.
Después, cuando se le pasó el susto, seguimos platicando de muchos temas, menos de Castaneda, ni de nada
extravagante.
Luego me salí de la empresa y dejé de verlo por unos cinco años.
Ayer lo encontré en la calle y lo saludé con una sonrisa. Vestía impecablemente un conjunto azul claro y zapatos blancos, con el pelo lacio peinado hacia atrás y llevaba una gruesa cadena, un gran anillo y una esclava de plata.
Me sonrió, inclinó el rostro, abrazó por el talle a la frondosa muchacha que tenía a su lado y subió a un taxi compacto.
Me quedé pensando por unos minutos mientras caminaba entre la gente ¿De dónde se me hacía ese rostro tan conocido? [Tengo una memoria de mosquito, amigos. P.e., hace mucho me lié a golpes con un camarada y
a la semana fui muy sonriente a saludarlo de mano. Cuando me mandó al caraxo recordé que estábamos peleados ¡Ja!].
Luego recordé la experiencia relacionada con Luisillo, la recapitulé y escribí esto que ahora ustedes leen aquí.
Somos seres impecables.
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