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Historias del Zanate

 

El vocho rojo

Tenía una nissan azul, modelo 90, de transmisiòn manual. Una vieja camionetita destartalada a la que habíamos bautizado como "Susanita". No tenía ventanas, el asiento era casi puro resorte con algunos trozos de piel y hulespuma. No tenía luces traseras,solo los faros delanteros que apuntaban a donde se les daba la gana.
Solíamos utilizar un pedazo de triplay y una toalla doblada como asiento, con la finalidad de que los resortes no nos "pellizcaran" las nachas.

Susanita había perdido casi todo, menos la capacidad de correr. Para echarla a andar, bastaba con introducir cualquier llave en el sitio del encendido (tambien cualquier desarmador plano servìa) y dejarse ir en bajada, en segunda (los que han manejado en condiciones precarias deben conocer el procedimiento).

En aquellos tiempos, mi familia vivía en un sitio muy empinado. Era muy fácil arrancar a Susanita... si ella quería. Porque parecía una persona viva a la que había que caer bien para que te dejara conducirla sin problemas. Cuando te aceptaba, corría y corría
kilómetros y kilómetros, hasta llegar a destino, sin calentarse ni dar ningún problema, ronroneando con su motorcito japonés, de día o de noche, por caminos pavimentados o por terracerías infames, cargada o descargada. Siempre llegaba.

La gente solía asombrarse de que aquella "marmaja con llantas" caminara.
A mi familia no le hacía gracia subirse a ella... les daba un poco de pena subir a esa cosa tan destartalada y fea, pero en caso de urgencia... lo aceptaban.

En una ocasión, a mi cuñado y a mi hermana mayor les apremiaba el tiempo, porque era casi media noche, no encontraban taxi y debían llegar cuanto antes a la estación de autobuses para partir fuera de la ciudad. Me pidieron que los llevara en la Susanita como último recurso. Yo accedí un poco de mala gana, tenía sueño y estaba cansado, pero no dije nada. Les debía favores.

La Susanita estaba como siempre, estacionada trompa arriba en una pequeña cuesta empinada (un poco más empinada que la calle principal) de la pequeña glorieta que esta en la puerta de aquella casa.
Todo estaba tranquilo, no había ninguna persona, animal o vehículo alrededor (Lo chequé para dejarme ir de reversa, agarrar la bajada principal y echar a andar a Susanita sin darle el llavazo del encendido; tal era mi costumbre).

[Aquí debo aclarar que siempre checo obsesivamente las cosas al conducir, debido a que he presenciado gran cantidad de accidentes a lo largo de mi vida. No había, hasta entonces, sufrido en carne propia ninguno].

[No sé porqué tengo la impresión, cuando voy a conducir, que hay un niño acostado bajo las llantas traseras. Es una idea estúpida pero así lo siento; así que siempre doy vuelta a lo que voy a conducir y me asomo bajo la suspensión para checar que no este "ese niño" bajo
las llantas].

Me llamó un poco la atención que todo estuviera en silencio, que no sonaran aparatos electrónicos, que no circulara ningún auto, que no ladrara ningún perro, etc. Pero no le di mayor importancia. Es muy tarde, pensé.

Mi cuñado subió las maletas atrás y se subió a la caja. Mi hermana y yo nos metimos a la caseta. Vi por los retrovisores, metí la llave, pisé el freno y el clutch, quité el freno de mano, volví a checar por el retrovisor, mi cuñado pegó en los costados de la caja con la mano abierta "pam pam, pam pam" para darme a entender que todo estaba en órden... y que me dejo ir en reversa, viendo hacia atrás, curvando un poco el volante a la izquierda para quedar enfilado hacia abajo cuando se terminara el impulso de la Susi.

Nos llevamos una sorpresa...

A mitad del viaje, antes que diera tiempo siquiera de que se terminara el impulso que nos llevaba hacia atrás, sentimos un fuerte encontronazo en la parte trasera de la camioneta ¡Pam!. Las maletas rodaron hacia el extremo de la caja, mi cuñado cayó de lado, mi hermana se golpeo la parte trasera de la cabeza. Yo estaba... que no sabía donde meterme de pena y de verguenza. "Ya le pegué a algún carro, por buey", pensaba. "Ya lastimé a alguien" "Que desgracia".

Me quedé un rato, respirando tranquilamente para relajarme, con la frente reclinada sobre las manos y el volante, triste.
Respiré hondo, puse el freno de mano y me salí a "Dar la cara y hacerme responsable" a "tratar de arreglar el asunto con el otro conductor, como un hombre".

Mi hermana y mi cuñado estaban parados a unos tres metros, sin moverse y sin decir nada, observando.

Había un volkswaguen rojo oscuro, con vidrios polarizados, atravesado completamente en la defensa trasera de la Susanita, un poco levantado por el golpe. Parecía que no había nadie adentro, pero no se veía, porque los vidrios oscurecidos lo impedían "¿Y si
se desmayó el conductor?" "¡Me lleva... a ver si no lo maté!". Corrí al volante, arranqué a la Susi y la volví a subir a su sitio. Luego me bajé rápido. Mi cuñado y mi hermana seguían parados sin decir nada.

Mientras me acercaba de nuevo al vocho me dí cuenta de que no ladraban los perros, ni había salido la gente a ver, ni había tránsito de ninguna especie.
Luego también me quedé petrificado... ¡El vocho rojo no tenía un solo rasguño!, se veía intacto. Mi hermana tenía cara de miedo y no se movía para nada. Mi cuñado comenzó a dar vueltas y vueltas al vehículo, asombrado y divertido, tocando aquí y allá y diciéndome en
voz baja y con un matiz de urgencia, excitado "¡Cuñado, que suerte, no le pasó nada! ¡Cómo es posible! ¿Puedes creerlo? ¡No mames, guey!
¡Tirate a perder, cabrón, antes que venga el dueño!" "Pero... no le pasó nada... carajo".

Me asomé al auto, no había nadie adentro. No era un auto que conociera (conocía a los autos de todos los de ahí, llevaba años viviendo en ese sitio). "Quizá sea un visitante", pensé. Pero ¿Porqué no tiene señas del golpe? ¡Fue muy duro!. "Quizá nunca sucedió, fue una alucinación. No estaba antes. Yo no lo ví".
Pregunté a mi cuñado y me dijo que el "tampoco lo había visto, que solo había reparado en él al momento del golpe, que si había problema y había alguien dentro, él tenía la culpa por atravesarse imprudentemente", que no me preocupara, que el me servía de testigo.
Mi hermana no me respondió, ni dijo nada, ni se movió de donde estaba.

Lo toqué, era bastante sólido y normal. Había incluso tierra que había soltado la Susanita al momento del impacto, pero no tenía huellas de nada, estaba impecable la pintura, ni rayas tenía siquiera el maldito compacto.

Yo todavía no conocía a Castaneda. Pero mi hermana estaba al tanto de que me sucedían cosas raras que yo les comentaba de vez en cuando y de las que habían sido ocasionales testigos. Ella tenía miedo, mi cuñado estaba asombrado y divertido.

Finalmente, después de esperar como media hora a que subiera un taxi para que los llevara, me entró un coraje, una molestia, un "encabronamiento" singular contra aquel auto que había malogrado el viaje de la Susana. Me valió madres todo. Fui a la Susi, la arranqué, evadí como pude al "auto del diablo" como lo llamó en voz baja mi pensativa hermana, y los llevé a la estación de autobuses
para que no perdieran sus boletos. Apenas si llegamos a tiempo.

Al regresar a mi casa, el auto rojo todavía estaba ahí. Volví a darle vueltas y a revisarlo. Todo estaba impecable. Abrí la puerta de aquel auto, que –descubrí entonces- estaba sin llave... y me dio miedo el interior. Todo oscuro y cubierto de terciopelo negro. Cerré cuidadosamente la portezuela. Me quedé unos segundos escudriñando los alrededores –por si alguien me había visto- , pero todo estaba en silencio, sin un alma. Así que volví a la camioneta.

Lo esquivé como pude, estacioné a la Susanita en su lugar y me fui a dormir. No se lo platiqué a nadie, para no preocuparlos.
Temprano, a la mañana siguiente me asomé para ver a aquel auto extraño, pero no había nada, ni siquiera estaba la tierrita del golpe.
En los días siguientes me dediqué a indagar sobre aquel misterioso auto, pero nadie me dio datos, nadie lo había visto, nadie sabía nada.

A esas alturas yo había aprendido a no dar mucha importancia a estas cosas y a tomarlas con cierta filosofía valemadrezca (Muchas cosas extravagantes me habían sucedido ya y cuando trataba de explicarlas
me daba de topes contra las piedras. También estaba harto de las burlas de los compañeros de la escuela y de los adultos. Ya no quería ver sonrisitas burlonas ni cejas levantadas, tampoco quería escuchar palabras como "de cual fumaste, amigo" "presta pa'andar iguales ¿no?").

[Nunca me gustaron las drogas, ni el alcohol, ni siquiera el cigarro. Primero porque me quitan el control del cuerpo, y despuès porque me debilitan y sacuden mucho mi punto de encaje; ambas situaciones son odiosas a muerte para mí.
En realidad nunca necesitè nada artificial, mi vida era extravagante de por sì y sentìa que si le añadìa presiòn con drogas o cosas por el estilo, iba a "reventar" definitiamente.
Lo único que me gusta ahora y que disfruto de vez en cuando es de la cerveza fría, pero en aquellos tiempos ni eso me gustaba].

Ahora sé que la vigilia y los sueños se solapan a veces. Entonces todo puede pasar, no importa si estas solo o acompañado. También sé que no puedes convencer a nadie de que lo que ves o experimentas es cierto sin no lo experimentan contigo (a veces ni eso basta). Y no es la lógica o los buenos deseos de nuestros semejantes lo que brinda alivio o explicación. Pero eso ustedes ya lo saben.

 

 

 


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