ERGUN, EL TRAIDOR

ace doce lunas que mi pueblo renegó de mí. Soy Ergun el  traidor. Sé que llegarán aquí pronto y no voy a huir. Les espero con tranquilidad. Cuando me vean, cuando me encuentren, moriré. Así lo deseo.

Giarun y yo entramos juntos en la bruma de la Cueva. Fuimos a escoger nuestro destino, eramos unos niños y queríamos convertirnos en hombres. Entramos juntos para presentarnos ante el Dios del Bien y del Mal. Entramos juntos para no volver a ser nosotros nunca más. Entramos juntos, mi hermano y yo.

Vagamos por los intrincados laberintos de la Cueva sin saber muy bien lo que hacíamos, o hacia donde nos dirigíamos. Se supone que cada uno debía tomar su camino propio, pero Giarun y yo siempre, hasta entonces, tomamos las decisiones en común. Como el día en que nacimos, él me precedía y 
yo, incapaz de sustraerme a su fuerza, seguía mansamente sus pasos.

Nos cruzamos con algunos compañeros, pálidos de miedo, cansados de
buscarse a sí mismos. Supimos que estábamos cerca del Encuentro cuando vimos a Terglan derrotado en la lucha que todos debíamos afrontar, con la muerte en la cara. Cerca, Idden volvía, triunfador. En efecto, llegamos al lago donde habita el Dios, preguntándonos como sería un ser tan poderoso, impresionados por la solemnidad del momento y el silencio. Una luz tenue iluminaba nuestros pasos, marcándonos, ahora sí, el camino.

Cuando vi que el Dios era un anciano arrugado, prácticamente una ruina humana, sólo el codazo de Giarun contuvo mi risa, pero cuando el viejo 
alzó sus manos, pareció crecer, llenar el lago con su presencia. Nos señaló 
con dedos huesudos y de pronto algo estalló en mi cabeza. En unos segundos me sentí poderoso como el Dios, y a continuación sentí mi muerte, vi todo el Mal y todo el Bien, mis miedos se apoderaron de mi alma, el odio era muy poderoso y sentí una fuerte atracción hacia la sangre de mi hermano, necesitaba robarle la vida.

Cuando nos recuperamos, Giarun parecía diferente, y supongo que yo también. Puse en mi boca una sonrisa correspondiendo a la suya, pero él irradiaba luz y yo tuve que sujetarme para no matarle allí mismo.

Giarun no paró de hablar durante la vuelta, satisfecho porque los dos hubiéramos superado la prueba sin problemas. Al final de la Cueva nos esperaban nuestros padres, ansiosos. Terglan fue acogido con cariño y lástima, Idden, Giarun y yo, con gran satisfacción. Durante los días siguientes, los padres vigilaban nuestro comportamiento, pero yo siempre fingí muy bien. Una noche, cuando todos dormían, atravesé a mi hermano con mi espada de adulto y bebí su sangre con fruición. Luego huí, soy la deshonra de mi pueblo,
el Termonita que peor ha afrontado la prueba, porque me dejé poseer por la traición, por el Mal más absoluto.

Estoy cansado de huir. Anoche intenté volver a la Cueva en busca de un nuevo destino, pero sólo se abre a los que tienen el alma intacta, y la mía no lo es,  demasiada oscuridad. Estoy lo suficientemente cerca para que mi pueblo sepa que estoy aquí, y vengue la muerte de Giarun. Mañana,
pasado a más tardar, me encontrarán, y moriré, lo acepto y lo deseo.

S.

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