UNA BLANCA COMPAÑÍA

ierto día que salí al patio de la escuela donde hago clases vi que unos niños jugaban con una gran cantidad de soldaditos de madera, perfectamente tallados y pintados pero ninguno tomaba a tres de ellos que por motivos que desconozco no estaban pintados y les faltaban algunas partes, seguramente por tanto jugar con ellos se habían deteriorado, inmediatamente me dieron ganas de contarles una historia que tal vez a ustedes también les pueda interesar y que habla de las cosas que dejamos de lado por algún defecto, y así lo hice, me senté en un gran neumático que adorna el centro del patio de la escuela y desde allí comencé a relatar esta historia.

Existió una vez en una casita en las afueras de tu ciudad, una bondadosa familia que vivía muy contenta y sin problemas, a pesar de no tener mucho dinero para vivir ni muchas cosas de que disfrutar. Sucedió que un día, el padre cuando regresaba del trabajo, se quedó mirando el escaparate de una gran tienda que quedaba de camino a la casa. Lo que tanto le llamó la atención fue una hermosa y delicada caja de tacitas que al sol parecían ser el objeto mas blanco que había de ver en su vida, en silencio el buen hombre comenzó a imaginar el rostro de su esposa al ver aquel tan delicado regalo entre sus manos y en un gesto de valentía frente a su pobreza entró en la tienda y con el sueldo que traía de tres días de trabajo, compró la caja que de inmediato fue envuelta en un hermoso papel de regalo blanco adornado con una delicada cinta roja.

Presurosamente encaminó por el viejo camino hacia la casita que a esa hora de la tarde ya había sido cubierta por el manto rojizo del atardecer.

Cuando caminaba el noble hombre soñaba despierto con la felicidad que le produciría el inesperado regalo que bajo su brazo se guardaba e inesperadamente y sin poder evitarlo, se tropezó con una piedra y por al aire se confundieron volando sus lentes, su gorra y la cajita de tacitas, la cual fue a parar muy lejos de él.

Sin mediar mucho tiempo el padre se puso de pié y fue a mirar lo que le había sucedido a la cajita y con alegría se dio cuenta que a ésta no le había
sucedido nada y quiso abrirla para mirar en su interior pero pensó que no sería conveniente romper el hermoso papel que con tanto tino adornaba la delicada cajita, y sin pensar mas siguió el camino a casa.

Cuando llegó a ésta y golpeó la puerta, lo primero que vio fue a su señora que con una sonrisa en la cara lo invitó a sentarse a la mesa para tomar la once con todos los suyos, él antes de saludarla, la miró a los ojos y le entregó la hermosa cajita, ella extrañada la tomo con desconcierto y comenzó a abrirla con un cuidado tremendo como si se tratase del tesoro mas preciado que hubiese llegado a sus manos, teniendo cuidado de ni siquiera arrugar el papel con el que estaba envuelto. Las caritas de los dos niños que estaban en la mesa se llenaron de impaciencia y sus ojos se posaron en el fabuloso misterio que ocultaba tan precioso regalo. La incertidumbre llegó a su fin cuando la bella dama exclamo:

-!Son tacitas de porcelana¡- y los niños corrieron a ver cómo eran, la esposa con los ojos enrojecidos al entender el  sacrificio que para ellos significaba tal gasto, abrazó a su marido con todas sus fuerzas y lentamente fue sacando de la mesa los viejos trastos de latón que utilizaban como tazas para comer.

Una a una las bellas y delicadas tacitas de porcelana fueron saliendo y deslumbrando a cada uno de los expectantes invitados a la mesa que se quedaron en silencio cuando de repente la madre se puso un tanto seria y tomó con cuidado a la última de las tacitas, la que estaba mas al fondo y cuando la sacó todos vieron con pena que a ésta le faltaba su orejita y que ésta estaba quebrada al fondo de la cajita. Sin decir nada sobre ella el padre recordó su tropiezo en el camino y se quedó un tanto triste.

La medre dejó la taza rota en lo alto de una de las repisas de la cocina, comenzó a servir el té y la leche a todos los miembros de su familia pero notó que el mas pequeño de sus hijos miraba con curiosidad el lugar donde había sido abandonada la tacita sin oreja y con dulzura le preguntó al pequeño cual era la razón que lo tenía tan distraído, y este respondió con seguridad.

- Mami, ¿me podrías regalar la tacita rota?, la madre que sabía que ella no iba a darle uso alguno al a taza sin oreja, le respondió que sí y se la entregó.

El niño la puso junto a su pan y pasó todo el resto de la once mirando aquel tan preciado regalo.

Cuando terminó la once el niño llevó su taza a su cuarto y depositó en ella sus objetos mas preciados: su colección de polcas, su bala de revolver que en el camino había encontrado, sus monedas de bronce que su abuelo le había regalado y el medallón que su madre la regaló al cumplir los siete años, y que contenía las fotografías de su papá y su mamá. Cada noche el niño tomaba su medallón, sus polcas y algún dinero que pudo haber reunido y lo depositaba en su pequeño centro de tesoros y cada vez que la veía se admiraba de la suerte de poder tener tan hermosa pieza de porcelana en su velador y así se quedaba dormido.

Hoy, las tazas ya no existen, la familia ya no vive en aquel lugar y los hijos ya se han transformado en padres y el mas pequeño de ellos llegó a ser profesor.

Al finalizar la historia me quedé mirando a los niños y vi con alegría como uno de ellos recogía cuidadosamente a los soldados de que les faltaban partes y con cariño los guardaba en su mochila.

Al llegar a casa le conté lo sucedido a mi mujer y antes de dormirnos y de apagar la luz, me saqué mi hermosa argolla de matrimonio, el reloj que me dio mi querido padre y lo puse en la hermosa tacita sin oreja que como aquel día sigue siendo para mí una blanca compañía.

FIN.

Cristian C.M.

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