La reina Anne gobernaba el reino sola, el rey William murió hace dos inviernos debido a las fiebres. Al no tener descendencia, la reina Anne estuvo obligada a coger las riendas del mando. Su gobierno era recto, pero no inflexible, sus órdenes eran acatadas por todos, aunque existían voces que se alzaban contra ella pues no consideraban que una mujer fuera capaz de gobernar todo un reino. La primavera se acercaba, Vilaland empezó a vestirse con sus mejores galas, las gentes decoraban las calles con guirnaldas, los chiquillos correteaban por doquier, sus risas, sus cantos inundaban cada rincón de este maravilloso pueblo. Sus gentes amables donde las haya, campechanas, hospitalarias, siempre dispuestas a ayudar, estaban muy orgullosas de su torneo. Además este año contaba con la participación de los mejores caballeros del ejército del reino, estaban casi todos: Sir Andrew, famoso por su armadura negra y sus habilidades con la maza; Sir Orlando, experto espadachín y favorito de las damas. Incluso habían venido de otros reinos, pues ganar en Vilaland no sólo daba una buena bolsa de oro, sino también un gran prestigio en todo el mundo conocido. Leonard decidió participar, pues sus conciudadanos habían proclamado a los cuatro vientos sus magníficas habilidades. No quería defraudarles pues incluso le había llegado una invitación para participar. Cuando Leonard llegó a Vilaland, lo primero que hizo fue inscribirse en el concurso de arco, luego tras buscar en un par de tabernas, por fin consiguió una habitación donde descansar hasta el torneo. A Leonard le encantaba aquél jolgorio, fuera donde fuera siempre había alguien dispuesto a invitar a una jarra de cerveza, otros cantaban y reían. Todo era diversión, alegría, era una auténtica fiesta. Por fin el gran día llegó, el torneo daba comienzo con una demostración de la habilidad en la montura dada por los jinetes de la escuela de caballería, grandes piruetas, habilidades y giros sobre los caballos hacían las delicias de los niños, y de los no tan niños. A continuación llegaba el plato fuerte, los caballeros debían retarse hasta que sólo uno de ellos quedara, éste como ganador se llevaría el gran premio: una bolsa inmensa de monedas de oro. Los caballeros fueron luchando, hasta que por fin, en la gran final Sir Andrew y Sir Orlando tenía que dilucidar el campeón. La lucha fue muy igualada, los dos eran grandes luchadores. Sir Andrew lucía su armadura negra y con su gran maza daba bandazos al aire avisando del peligro que suponía acercarse. Sir Orlando, por contra, llevaba una armadura y un escudo dorados, lucían al sol, imponente, impoluto, inmaculado; las mujeres veían en él al más grande paladín de todos los tiempos. La lucha empezó con Sir Andrew golpeando una y otra vez el escudo de Sir Orlando, pero éste lo tenía fuertemente sujeto. El sudor cegaba a Sir Andrew, estaba agotándose y no lograba nada de nada. Esta pequeña indecisión en Sir Andrew, fue aprovechada por Sir Orlando para lanzarle un espadazo, Sir Andrew fue cogido por sorpresa y cayó al suelo. Sir Orlando se bajó del caballo, mirando a Sir Andrew proclamó a los cuatro vientos: "¿Te rindes?". Sir Andrew se levantó de un salto, se quitó el yelmo y la armadura, y replicó: "Jamás, lucharemos hasta el final". Los dos contendientes estaban ahora vestidos únicamente con la cota de malla, la libertad de movimientos era primordial. El sonido del entrechocar de las armas con los escudos era ensordecedor, continuamente las armas gritaban una contra la otra, los escudos estaban quedando inservibles. Por fin Sir Andrew pudo golpear con su maza en el cuerpo de Sir Orlando, el cuerpo de éste quedo un momento al descubierto, Sir Andrew no perdonó. Su maza golpeó el pecho de Sir Orlando haciendo que perdiera el conocimiento. Sir Andrew había ganado. Después le tocaba el turno a los arqueros, Leonard había estado probando su arco y comprobando las distancias. Todos los arqueros, unos veinte, se pusieron en sus lugares, tenían que lanzar doce flechas, los cuatro primeros volverían a lanzar posteriormente para dilucidar quien sería el campeón. El premio era una flecha de oro. Leonard se preparó, cuando tocó el cuerno que indicaba el comienzo del concurso, empezó a lanzar y lanzar sus flechas, una y otra vez se clavaban cerca del centro de la diana. Sabía que podía ganar, quería ganar, se merecía ganar. Cuando por fin acabó la tirada, los jueces dieron los nombres de los finalistas: Leonard de Highmountains, James de Pirod, John de Travel y Armiens de Vilaland. La final estaba a punto de empezar, la reina Anne se colocó en su sitio, miraba con curiosidad a aquellos arqueros, pero a quien más miraba era sin duda a Leonard. En realidad apenas podía quitar sus ojos de aquél hombre, su cara era delicada pero firme, sus labios finos, sus ojos hermosos de un extraño color que cambiaba con la luz del sol, sus pelo largo le cubría las orejas, un pelo negro, brillante. Aquel hombre era un sueño. Leonard empezó a lanzar sus flechas, otra vez se clavaban muy cerca del centro. Los jueces dieron como ganador a Leonard de Highmountains, seguido de Armiens de Vilaland , James de Pirod y John de Travel. Leonard había ganado. Cuando se acercó a recibir el premio, la vio, la reina Anne era hermosa, sus ojos eran azules como el cielo, su piel blanca, suave, su pelo recogido era amarillo como el sol, su cara, sus gestos, todo en ella tenían un porte real, desde luego se notaba que era toda una reina. Ambos se quedaron unos segundos mirándose, pero fueron unos segundos intensos. Cuando la noche empezó a cubrir con su manto el campo, se encendió un gran fuego, y la cena se dispuso en unas grandes mesas, donde los invitados podrían comer cuanto quisieran, beber cuanto pudieran y reír cuanto aguantaran. La noche pasó entre cantos y risas. Al alba nadie quedaba ya en pie. Todos dormían donde habían caído, sobre la hierba, sobre la mesa, incluso unos apoyados en los otros. La reina se había retirado a sus aposentos, no sin antes haberse ganado la confianza y la admiración de la inmensa mayoría. Cuando el trasiego normal del mundo empezó, la reina llamó a sus consejeros pues quería que todos aquellos que habían tenido un papel importante en el torneo formaran parte de su ejército. Leonard fue llamado, junto a otros, en presencia de la reina Anne, quien les dijo que quería que entrasen a formar parte del ejército del reino. Todos aceptaron, nadie dudó, incluso Leonard sonrió. Leonard y la reina Anne empezaron a verse a escondidas, siempre que las obligaciones de uno y de otro no se lo impedía, ambos se declararon su amor. Pero Leonard avisó a la reina de que tenía un gran secreto que no podía contar a nadie, incluso ni siquiera a ella. Los consejeros de la reina intentaban que poco a poco fueran ellos quien mandasen en el reino, pero la reina se oponía una y otra vez. El momentos más tenso de este tira y afloja fue cuando las tropas del duque Carg atacaron a las del conde Just, los consejeros reales pidieron que fueran las tropas del reino y castigaran al duque Carg, pero la reina se opuso. Finalmente no hubo castigo ni siquiera una reprimenda por parte del reino. Así pues el conde Just empezó a instigar a las gentes de su reino contra la reina, diciéndoles incluso que tenía el apoyo de varios consejeros reales, cosa que era cierta. Las tensiones en la capital del reino, empezaron a ser insostenibles, unos y otros luchaban en cada reunión por imponer sus ideales, la reina Anne, apenas podía verse con Leonard. Pero las desgracias nunca vienen solas, cuando más opositores tenía la reina en su propio castillo, fue descubierta junto a Leonard en uno de sus encuentros. Todo aquel que estaba indeciso entre apoyar o no la insurrección dejó sus dudas, pues ya no se trataba de que si una mujer era capaz de gobernar o no, la cuestión era ahora si una mujer inmoral podía o no gobernar. La iglesia, que hasta ahora no se había pronunciado, se proclamó en contra de ella. El gran secreto de Leonard fue descubierto por los espías de los consejeros renegados, Leonard no era humano, era un elfo. Las leyendas más antiguas aún hablan de ellos, los elfos, seres magníficos, bellos, grandes luchadores especialmente en el manejo del arco. Muchas cosas se empezaban a explicar. Pero las leyendas también hablaban de cuando elfos y humanos convivían juntos y una gran batalla tuvo lugar entre ellos, los elfos murieron en masa, sólo unas decenas pudieron escapar a las montañas, cerca de Highmountains. La insurrección acabó con el reinado de Anne, que fue encarcelada por los delitos de traición a la corona. Leonard fue perseguido, atacado, apaleado, insultado, vejado, y finalmente expuesto en la plaza del pueblo, encadenado, para que todo aquel que quisiera le insultara, le golpeara o le lanzara verduras podridas. Pero a Leonard aún le quedaban amigos que lo liberaron una noche. Leonard tuvo que huir, escapó a las montañas, se refugió en ellas y esperó, esperó y esperó… Cuando las nieves del invierno se deshicieron, Leonard bajó al pueblo, a su pueblo, y buscó la ayuda de sus conciudadanos, de sus amigos. La mayoría de las puertas ni se abrieron, pero alguna que otra le escuchó, y le apoyó. Pudo reunir a un pequeño grupo de campesinos, herreros, mujeres y algún que otro muchacho, todos se fueron a las montañas, donde empezó a fraguarse un ejército. Leonard buscó por las montañas a los de su especie, sabía que si él había sobrevivido, otros deberían de haberlo hecho también. Por fin pudo encontrarlos, eran medio centenar de elfos, que se habían escondido en grutas cuyas entradas habían difuminado con el poder de su magia. Leonard se dirigió al centro del reino, atrayendo gentes de todos los lugares contrarios a los consejeros traidores, cuando llegó a las puertas de castillo contaba con casi doscientos hombres y mujeres dispuestos a asaltarlo y a rescatar a su reina. El asedio duró bastante tiempo, en el castillo estaban bien parapetados, tenían armas y comida en abundancia, pero por contra toda llamada de auxilio a otros señores vecinos fueron inútiles, nadie las contestó. Leonard y sus elfos, continuamente mandaban cientos y cientos de flechas, de noche o de día, siempre en distintos momentos, así nadie podía caminar tranquilamente por el patio del castillo. Leonard aprovechó el cansancio y la debilidad que produce el hambre para atacar, era de noche, las flechas incendiarias prendieron varios techos de paja, el fuego, el humo, el caos que se produjo en el interior de la fortaleza hizo más que cualquier ataque, que cualquier espada o que cualquier flecha. Todos intentaban salir como fuera, pisoteando, empujando, muchos murieron por sus propios compañeros, el pánico había hecho su trabajo, ahora le tocaba a Leonard. El ejercito de Leonard atacó con furia, las puertas del castillo fueron quemadas, y cuando eran sólo astillas chamuscadas, entraron. La lucha fue encarnizada, los muertos se contaban por miles, la sangre corría a raudales. Todo era muerte y desolación. Todo, todo no, cuando Leonard llegó a las mazmorras, liberó a todos los caballeros del ejercito real a quienes les dio una arma, entonces la lucha terminó. Leonard y la reina Anne se fundieron en un abrazo, y después en un beso que fue coreado por todos y cada uno de sus nuevos amigos y aliados. El reinado de Leonard y de Anne es recordado aún varios siglos después como uno de los momentos en la historia de esas tierras más esplendorosos y más fructíferos. Gracias a esos días hoy viven humanos y elfos como iguales en la tierra prometida. JL. |