Las tropas cristianas mandadas por el Conde-Duque José Mari de Castilla – León habían recuperado la capital y se dirigían directamente hacia el centro neurálgico del lado morisco. Dentro de este bando, las divisiones de los territorios independentistas fueron acalladas de distinta manera: uno mediante el pago de tributo, el otro con la fuerza militar. Cuando el Comendador Don Alvarez-Cacos se enfrentó abiertamente con los altos mandos fue desterrado, el lado morisco y cristomorisco respiraron tranquilos; pues se trataba de uno de los más feroces guerreros del lado cristiano. Tras la reunión del Gran Consejo Cristiano, donde se reunían los tres grandes: el Rey Juanca I, el Conde – Duque José Mari y Monseñor Yayes Inquisidor Mayor del Reino; se llegó al acuerdo de atacar y conseguir, de una vez por todas, echar al moro infiel de este reino. Yasmina Al-Meidá se había retirado con su ejército y se dirigía a los dominios cristimoros, pues su enfrentamiento con el califa An-Guitá habían llegado a una situación insostenible. Las tropas cristianas asediaron la capital del califato. Los días fueron pasando, el hambre, las enfermedades, las ratas, la suciedad; fueron haciendo que los moriscos se rindieran. Todas, tarde o temprano, fueron saliendo de la ciudad, aunque la mayoría se refugiaron en el lado cristimoro, quienes tenían un tratado de no-agresión con los cristianos. Todos, menos uno: el califa. Gritaba y blasfemaba cada vez que alguien lo abandonaba a su suerte. Por fin, las tropas del Conde – Duque José Mari entraron en la ciudad. Ésta fue desmantelada, el esplendor morisco había finalizado. Aunque el Inquisidor Mayor Yayes quería juzgar y, si fuera posible, quemar al califa; el Rey Juanca I prefirió buscar una salida menos drástica. Dieron al califa una pequeña villa donde retirarse en sus últimos años. JL |