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Expediente X

          A propósito de apuntes

   Entre las armas que utiliza el estudiante para sobrevivir a la Jungla de la Universidad destacan por su relativa utilidad esas hojas teñidas por líneas de tinta azul y garabatos más o menos ordenados que responden al nombre de apuntes.

   ¿Dónde encontrarlos? Se hacinan en esos barracones de cartón que paseamos bajo el sobaco y que adornamos con mayor o menor fortuna. Allí, clasificados por materias, esperan pacientemente a que el dueño los libere para desperdigarlos por la mesa y los castigue engordándolos bajo el peso de su bolígrafo o portaminas. Son hojas sacrificadas, sabedoras de su importancia académica, guardianes custodios de un saber memorístico que se imparte (o reparte) a granel en clase día tras día.

   A pesar de todo, fieles como la muerte, siguen ahí aunque corran las convocatorias. Diarios de la rutina, los márgenes limpian de telarañas tu memoria recordándote qué narices hiciste en aquella clase de MOF, o el resultado final de la Pelotilla confeccionada en Estructura. Te muestran la jugarreta de aquel puñetero boli bic que decidió hacer huelga en medio de la txapa de Mercantil, o los borrones continuos que aquel sustituto de Estadística provocó cuando no daba pie con bola en la pizarra preso del nerviosismo al ver la masificación en el aula.

   No todos son tuyos; el indicador por excelencia de las piras es el número de hojas fotocopiadas que de mala manera recolectaste por ahí. Aunque también habría que mencionar las avalanchas de apuntes extras y ejercicios de libro que el Delegado recoge para distribuir a un razonable precio entre los demandantes de conocimientos.

   ¿Apuntes? Los hay para todos los gustos:

   - Toscos: Hojas arrugadas en las esquinas. Borrones a diestro y siniestro. Gráficos de líneas ondulantes y puntos gordos. El tamaño del folio es más bien irregular; lo mismo da que sean de Dina 4 que cuadriculados, y fijo que falta alguna hoja. Casi todos los apuntes toscos huelen a queso rancio o a sardinas en aceite; la prueba la encontraremos en las migas dispersas aquí y allá o el lamparón o picota que la merienda del otro día dejó como recuerdo. Panacea de los estudios bacteriológicos.

   - Artísticos: Lo importante no son los párrafos, ni tan siquiera los diagramas o gráficos. Resaltan por su belleza las estilizadas formas plasmadas por la subjetividad del autor en los márgenes de las hojas. No son obras hijas bastardas del aburrimiento; las caprichosas formas representadas van más allá del conocimiento meramente intelectual. Los motivos van desde líneas geométricas que rompen las leyes de la Física, hasta estudios anatómicos en detalle.

   - Ludópatas: Estas hojas son casinos andantes que alivian el peso de las materias y nos trasladan a un mundo de recreo virtual. Tres en raya, los barquitos, unir los puntos...y todo ese catálogo de juegos que se amparan en las clases tediosas. A destacar los Torneos Interfilas, peligrosos juegos en los que se pone a prueba la agudeza visual y de oído del profesor.

   - Cum Laude: Tarde o temprano recurrimos a ellos. Inexplicablemente viene todo, absolutamente todo, lo que dijo el de Política cuando empezó a desvariar sobre la Metafísica de la Economía. Lo más asombroso de todo es su pulcritud, la simetría de líneas y párrafos, la belleza de sus dibujos, el correcto uso de la ortografía...Su dueño es ese elemento al que sólo dirigimos la palabra cuando tenemos el agua al cuello y que se esconde en la primera fila haga frío o calor. Rizan el rizo cuando están pasados a máquina.

   - Polacos / Arqueológicos: Cuatro de cada tres palabras parecen escritas en bable. Se asemejan a esos textos del Siglo de la Patata en que los monjes transcribían las claves para encontrar el Santo Grial en tierras de los infieles. Pasamos más tiempo intentando descifrarlos que copiándolos y no porque su dueño sea uno de los de Erasmus, sino porque no hay persona humana que los entienda. Su número es directamente proporcional a la dificultad de la materia y a la velocidad con la que habla el profesor.

   - Patológicos: Pertenecen a ese muchachillo de mirada siniestra y andares de Nosferatu cuyos escasos amigos desaparecen inexplicablemente de un día para otro. En sus hojas, y a boli rojo, vienen representadas carnicerías que dejarían al vecino favorito de Elm Street relegado a un Jardín de Infancia. ¿Traumas en la niñez? Nadie puede decirlo a ciencia cierta pero por si acaso abstenerse personas impresionables o con problemas cardiológicos.

   - Ecologistas: Sus dueños son personas concienciadas con el Medio Ambiente. La prueba es ese papel marroncillo denominado “reciclado” con el que atiborran sus carpetas. Ambas caras son aprovechadas y no ocasionan ese mareo para el tío/a que las tenga que fotocopiar. De vez en cuando es gratificante encontrarnos motivos revindicativos tales como llamar a Chirac y a Juppé hijos de las cuatro letras.

   - Enfermos: Se podrían relacionar con los artísticos si no fuera por lo monotemáticos que resultan. El léxico utilizado no ha variado excesivamente con el paso de las generaciones y los motivos plasmados siguen siendo más o menos los mismos. “Golden´ricastás”, “Te voy a hacer un traje de saliva” y otras leyendas semejantes acompañados por gotitas, presumiblemente de babas, son sus notas características.

   - Soñadores: Mirar lo que escriben es como abrir una puerta a otra dimensión. Son impredecibles y no pierden el tiempo tratando de digerir vía boli la perotada contínua. En su mente fraguan mundos inéditos de etérea realidad que difícilmente se pueden transcribir a un simple folio. Hay quien dice que aúllan a la Luna su rabia trasnochada ante una sociedad que no les comprende y les tilda precisamente de eso, de soñadores.

   - Otros: A gusto del consumidor, y es que entre siete mil estudiantes tú ya me contarás si no hay dónde elegir...

   Nos acordaremos de ellos antes de Navidad o allá a finales de Mayo, cuando veamos que esto no está tan claro o aquí falta aquello. Lo veremos en las colas de las fotocopiadoras que aguardan frotándose las manos en los alrededores de la Facultad. Será allí, imperio acaparador de nuestros ahorros, donde desesperadamente rezaremos por digerirlo todo con la misma facilidad que el monstruo que duplica las hojas.

   ¿Y qué? Lo que realmente importa es su utilidad a la hora de solucionarnos la papeleta el día del examen. Nos exigirán horas y horas de atención sobre una incómoda silla, donde las letras formarán palabras y las palabras frases que se convertirán en párrafos y párrafos. Es el sino del estudiante, una labor de transcripción en clases atiborradas de gente donde premia quien vomite en una hoja de examen lo que nuestros apuntes recogieron con estoicismo.

   Sería bueno preguntarnos alguna vez si mientras copiamos realmente nos enteramos de qué narices nos hablan, o mejor aún, si copiar en una hoja es el camino a atesorar un conocimiento de mayor calidad. Más que nada por un poco de dignidad personal.

                                                                                                                            ©Ipar

Itzuli