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(... Ipar se halla naufragado en el Mar de las Tomentas tras varias peripecias, camino de las Islas Malditas de Ys, en busca de una misteriosa dama que se le aparece en sueños llamada Dahut. Cuando está a punto de morir deshidratado, un ser marino le rescata y le arrastra a las profundidades...)
EL GRAN AZUL
Es extraño. Un intenso dolor golpea entre las sienes al Mercenario cuando éste despierta. No sabe cuánto tiempo ha permanecido dormido pero se le antojan días. Sus ojos se abren a una realidad muy distinta de la que esperaba. Yace sobre un gigantesco vivalvo mullido de algas y a su alrededor, como queriendo adornar tan extraño aposento, se reparten por doquier corales y peces de mil colores.
- ¿Dónde estoy? ¿Es que estoy muerto?
Una voz femenina acude a responderle.
- Tranquilízate... Estás en el reino del Gran Azul.
Ipar no da crédito a lo que ve. Pese a que está completamente rodeado de agua puede respirar con normalidad y quien le habla no es más que una criatura mitad pez mitad mujer. Por un instante el guerrero cree que la cordura le va a abandonar. Cuando intenta incorporarse repara en su desnudez.
- Mis ropas! Mis armas!
La sirena, de suaves rasgos y dulce voz, apoya su delicada mano sobre el hombro de Ipar a fín de que vuelva a acostarse.
- No temais... Mi nombre es Cel. Estabais a punto de morir cuando os traje a nuestro reino. Ahora necesitais tranquilizaros y reponer vuestras energías. En ese arcón encontrareis vuestras pertenencias.
Pero Ipar no puede acostarse. La incoherencia de la situación se rebela contra su voluntad. Se levanta y tras abrir el cercano arcón - seguramente extraído de algún naufragio precedente - procede a vestirse con la tranquilidad de la espada y su coraza de cuero endurecido. La sirena le mira tranquila mientras que, en contraste con la torpeza del humano en el líquido medio, se desplaza de un coletazo hasta él.
- Sois tan distintos los terrestres! Teneis dos apéndices en vez de uno... Y no podeis respirar en el Gran Azul si no es por medio de magia. Háblame de tu mundo, humano.
- Os sorprenderíaís si os hablase de mi mundo. Mas no quiero ser vuestro prisionero.
- No sois prisionero, terrestre. Sois libre de partir cuando querais. De todas formas creo que como juguete perdeis mucho el encanto.
Ipar mira a la hermosa criatura llamada Cel. Ciertamente su mundo y el suyo son diametralmente opuestos. El de él está teñido de guerras y muertes, el de ella rezuma una tranquilidad ya casi olvidada para él.
- Mi nombre es Ipar, soy Mercenario.
- ¿Mercenario? - La Sirena le mira sin comprender.
- Sí. Vendo mis servicios a los nobles que pueden pagarlos para que diriman sus guerras.
Cel le observa escandalizada.
- ¿Matais a la gente por dinero?
- Os mentiría si os dijese que no. Pero es así. No tengo otro medio de vida para subsistir. Sólo conozco el arte de la guerra.
Al Mercenario le gustaría explicar sus años felices en el Condado. cuando era ajeno a todo. Cuando el dolor no trazó sus sangrantes heridas en el alma. De cómo tras el asedio y la muerte de los suyos le recogieron unos mercenarios que le enseñaron a ganarse la vida... Pero eso no tiene ningún sentido. Ya nada tiene sentido.
- La guerra no es un arte. Es una maldición. El Gran Azul casi perece por las guerras...
- ¿Perece?
Cel mira a Ipar con sus ojos azul verdosos y cogiéndole de la mano nada hacia otras estancias.
- Nuestro reino, El Gran Azul, está regido por la Tríada. Es el órgano supremo. Ellos son justos y saben lo que hay que hacer porque todo está escrito en las cábalas de Astarg. Pero constantemente la tranquilidad se viene rota por los Saguelarts, los monstruos de los abismos. son seres sanguinarios que codician aquello que no es suyo.
- Saguelarts? Tríada?...- Ipar sigue a duras penas a la Sirena por el intrincado castillo de corales, cruzando dependencias custodiadas por otras criaturas semejantes.
- Las cábalas no dicen cómo repeler a los Saguelarts, no sabemos luchar. Cuando la marea está en su apogeo, surgen de los abismos para arrasar nuestros cultivos de algas y sembar el caos en nuestro reino.
Ambos llegan ante una estancia con aspecto más orgulloso. Es el salón de la Tríada, tres sirénidos, viejos como los océanos, que observan al recién llegado sin ocultar cierto desprecio en sus miradas. El situado a la izquierda habla.
- Terrestre. Las cábalas no anunciaron vuestra llegada y vuestra estancia aquí está vetada. Ningún exterior puede conocer nuestro reino. Sereis expulsado a los abismos de los Saguelarts y que ellos hagan su justicia.
Cel se adelanta.
- Poderosa Tríada. Soy Cel, la que trajo al terrestre. El es Ipar y es guerrero, conoce el arte de la guerra y puede ayudarnos en nuestro eterno problema contra los Saguelarts.
La Tríada murmura entre sí. Tras un paréntesis los sirenidos hablan.
- Cómo puede ayudarnos un exterior?.
- Cómo sabemos que no nos traicionará?.
- Ningún exterior es de fiar, las cábalas lo dicen.
El Mercenario sabe lo que se juega. Decide apostar el todo por el todo. Muerto o no, sueño o pesadilla, el destino de Ipar depende de su experiencia.
- Os ayudaré con los Saguelarts si me ayudais a encontrar Ys.
- No estais en posición de pedir nada.
- Mi vida no vale nada si no tengo la promesa de que me dejareis marchar. Cel me dijo que no era prisionero.
- Cel no es la Tríada.
- Entonces qué más me da que me arrojeis a los abismos... Si no tengo esa promesa no moveré un dedo.
La Tríada sisea entre ellos mientras que Ipar aguarda con el alma en un puño. Tras breves deliveraciones habla la tercera y última criatura.
- De acuerdo. Os enseñaremos el camino hacia Ys si nos ayudais contra esos diablos de los abismos. No nos traicionais os arrepentireis.
- Tengo vuestra palabra y vosotros teneis la mía. Trataré de ayudaros como mejor pueda a defenderos de esos seres.
¿Qué son los Saguelarts? ¿Cumplirá la Tríada su promesa? ¿Que más misterios oculta el Mar de las Tormentas.