CONCILIO Y CRISIS
Comentario sobre el
declino de la religión en España y en el
mundo
Conforme afirmó el filósofo Jean Guitton, amigo íntimo de Paulo VI, y uno de los observadores
de aquel Concilio, “el Vaticano II introdujo en la Iglesia el método y la
doctrina del Modernismo, que había sido condenado por el Papa S. Pío X, en
1907” (Jean Guitton, Portrait du père Lagrange, Éd. Robert
Laffont, Paris, 1992, p.55-56). |
Abajo: Comentando la noticia del declino da religión en España, (1952
había 98% de católicos; 2002, sólo 18,5% y etc.).
COMENTÁRIO
“Lo que exige que
hablemos sin demora es, antes de todo, que los promotores del error ya no deben
ser buscados entre los enemigos declarados de la Iglesia; sino, lo que es para
deplorar y temer mucho, se ocultan en el su propio seno, haciéndose así tanto
más nocivos cuanto menos percibidos”. (S. Pío X, Encíclica
Pascendi Dominici Gregis, 08/09/1907, condenando la herejía del
Modernismo).
La crisis que asola a la Iglesia en
estos tiempos nuestros llegó a los diarios. Casi diariamente
nos llegan trágicas noticias, avalando
la fe y la moral católica: obispos y sacerdotes que,
respetuosa y piadosamente, visitan templos de
Buda o de Shiva, y oran delante de esos ídolos;
párroco que recomienda a los parroquianos a
asistir a la “representación da Cena” en iglesia
luterana, en lugar del Santo Sacrificio de
la Misa; escándalos provocados por el homosexualismo,
largamente difundido en los medios religiosos,
y hasta defendido por muchos del clero; y ...
etc., etc., infelizmente, muchos
etcs.
Que a Iglesia de hoy pasa por una
crisis grave y profunda, no hay quien dude, de la cual, la
noticia citada, es solamente un reflejo!
Lo que la estadística presenta da
situación actual de la Iglesia y de la práctica de la religión en
España, refleja la situación de los
demás países (ex-católicos) del mundo. ¡En toda parte
se
ve a la Iglesia, como Cristo,
crucificada, pareciendo agonizar!
¿Y por qué?.. ¿Quién la persigue? ¿A
que “Saulo” de hoy, Cristo preguntaría: “¿por qué me
persigues?”
¿Quiénes serían sus verdugos
actuales que la dejan disolverse en tan trágica y dolorosa agonía?
¿Serían sus enemigos externos?...
Pero, ¿quiénes serían ellos hoy? ¿Dónde se encuentran?...
¿Dónde están sus arenas, sus campos
de concentración, sus Sibérias o sus paredones?
¡No! ¡La actual crisis, no es
causada por enemigos externos de la Iglesia! Es la Historia, desde
el Imperio Romano al Imperio Comunista,
que nos prueba lo contrario. ¡Las persecuciones,
cuando son externas, siempre fueron mucho
claras, abiertas, distinguiéndose nítidamente los
perseguidores de los perseguidos! ¡Y en esas ocasiones
la Iglesia, cuanto más perseguida,
más se fortalecía!.. ¡Entre tanto, hoy, ella, crucificada, parece
desfallecer!
Como no vemos persecuciones movidas
por enemigos externos de la Iglesia, obviamente
concluimos que la actual crisis sólo puede
haber sido provocada por enemigos internos, como
ya alertaba el Santo Padre S. Pío X, a
través de la Encíclica Pascendi Dominici Gregis, en el longincuo 1907.
Y, como la crisis de hoy es real,
profunda y grave, su causa también debe ser real, profunda
y grave, pues, el efecto es siempre
proporcional a la causa.
¿Y qué ocurrió de ‘real, profundo y
grave’ en la reciente historia de la Iglesia, sino el Concilio Vaticano II?
¡Concilio que, a través de un
lenguaje pastoral, introdujo tan profundas
mudanzas en la Iglesia,
contrariando la doctrina de siempre por ella
defendida y enseñada, y que, desde entonces,
las estadísticas sólo registran
acentuado una caída de las “cosas” de la religión católica en todo el mundo!
¿Y por qué el Concilio Vaticano II está en la raíz de esa tremenda
crisis?
Simplemente porque,
conforme afirmó el filósofo Jean Guitton,
amigo íntimo de Paulo VI, y uno de los observadores de aquel Concilio, “el Vaticano II
introdujo en la Iglesia el método y la doctrina del Modernismo, que havia sido
condenado por el Papa S. Pío X, en 1907” (Jean Guitton, Portrait du
père Lagrange, Éd. Robert Laffont, Paris, 1992, p.55-56).
Se pregunta: ¿cómo el Modernismo, “introducido en la Iglesia por el Vaticano
II”, puede haber causado crisis tan profunda que viene devastando a la
Iglesia hace 40 años?
Simplemente porque el virus de la
herejía del Modernismo, que, según S. Pío X, reúne todas las herejías, quiso
adaptar (“aggiornare”) la verdad de la Iglesia, instituida por Nuestro Señor
Jesucristo, a la mentira del mundo moderno.
¡Así, los secuaces del Modernismo se
aprovecharon del Concilio Vaticano II para transformar la Iglesia, de molde, en
moldeable, y lo moldeable, el mundo moderno, en molde; o sea, el Vaticano II
quiso presentar la enseñanza de Cristo, eterno, infinito y santo, moldeada por
el mundo moderno, mutable, finito y ateo!... De esa forma, como popularmente
decimos, “dio en lo que dio”: en España, por ejemplo, el porcentaje de
católicos que era de 95% en 1960, fue reducido a 18,5% en 2002, cuarenta años
después de aquel Concilio! Y así es en el resto del mundo, con pequeñas
variaciones.
Juan XXIII, autor de la encíclica “Mater et Magistra”, ya en el discurso
de apertura del Concilio Vaticano II, además de indicar la necesidad del
“aggiornamento” de la Iglesia al mundo moderno, acentuó aún que ¡aquel Concilio
no iría a condenar nada ni a nadie!
Ahora bien, ¿qué “Mater” indicaría y aconsejaría a los
hijos un “aggiornamento” a un mundo moderno, laico y ateo, sin mostrarles y
condenar los peligros y las celadas que ese mismo mundo les prepara?
¿Y qué “Magister” soltaría sus discípulos por la “selva salvaje, áspera y
fuerte” del mundo moderno, sin iluminarlos y determinar el verdadero y único
camino para atravesarla?
Pues, como Iglesia siempre enseñó,
¡sólo hay un camino, sólo hay una verdad, sólo hay una puerta, y bien estrecha,
que nos conduce a Dios!
Pues fue exactamente lo que hicieron
los modernistas, que se apoderaron del Vaticano II:
“introdujeron en la Iglesia el método y la doctrina del modernismo,
condenado por S. Pío X”, resumido en las “opiniones” heréticas de la Nueva Teología, condenada por Pío XII en
1950, a través de la encíclica “Humani Generis”. Así, tais “opiniones”
heréticas de los “Adams”, de los “de Lubacs”, de los Chenus”, de los “Congars”,
de los “Kungs”, de los “Rhaners”, y de los “etc.”, triunfaron en aquel
Concilio, vuelto, como afirmó Paulo VI, hacia el Hombre.
Y con la Nueva Teología, se implantó
el Ecumenismo, eliminándose a la vez el concepto de siempre de la Iglesia:
“UNAM, SANCTAM, CATHOLICAM ET APOSTHOLICAM ECCLESIAM”, rebajada, entonces, por
ellos, a la categoría de las demás sectas y religiones heréticas que, a pesar
de repudiar al propio Dios, o la Trinidad de Dios, o Cristo y la Iglesia,
también llevan a la salvación, según la doctrina herética del Modernismo. Si es
así, entonces, ¿por qué ser católico?
Y no piensen que el Ecumenismo del
Vaticano II exige la conversión de los no católicos a la Iglesia católica...
¡Por el contrario! El Ecumenismo es totalmente adverso no sólo a las
conversiones, sino también a la idea de enseñarse la verdad de la Iglesia a los
no católicos, es decir, el proselitismo, como dicen, contrariando frontalmente
las palabras de Nuestro Señor Jesucristo que ordenó a los apóstoles: “Id, pues,
y enseñad a todos los pueblos, bautizándolos...” (Mt. 28, 19). Los modernistas, que tanto
exaltan la Palabra, repudian descaradamente a palabra de Cristo, substituyendo
el caritativo y sabio enseñad, por
el mágico e igualitario dialogad, a
veces acompañado del traidor ¡“aprended”!...
Sin embargo, Cristo dice claramente “Id
y enseñad”, y no ¡“Id y dialogad” o “Id y aprended”!
Además de eso, el Concilio Vaticano
II exaltó al Hombre, conforme el propio Papa Paulo VI afirmó en el discurso de
clausura de aquel gran Sínodo: “Nos también, Nos más que todos, nos tenemos el culto del
Hombre” (7/12/65).
Con el culto del Hombre, la “Nueva religión ecuménica”, decurrente de
la “Nueva Teología” vuelta hacia el Hombre, necesitaba de un nuevo rito, bien
ecuménico, también vuelto hacia el Hombre. ¡Y así fue hecho! El Santo
Sacrificio de la Misa, renovación del Sacrificio del Calvario de forma no
cruenta, realizado por el sacerdote in
persona Christi, y sobre el altar, fue substituido por el “Novus Ordo” de
Paulo VI, más próximo a la “recordación de la Cena” luterana, realizado sobre
una mesa (también condenado por Pío XII en la encíclica “Mediator Dei”, §
55, en 1947), en que Cristo ofrece al
Padre, no más el Sacrificio de su vida, pero sí la endiosada Humanidad,
conforme afirmaba heréticamente el Padre Zundel, también muy estimado por Paulo
VI.
Y el culto dominical rápidamente se
transformó en una babel litúrgica, a la merced de la imaginación de cada
“presidente de la asamblea” (como denominan al ‘antiguo’ celebrante) y de cada
“animador de la asamblea de la comunidad”!... ¡Y cómo son imaginativos y
creativos los “animadores de asambleas litúrgicas”!... Algunos introducirán
canciones, objetos e inclusive ceremoniales de cultos hasta satanistas...
otros, la transformarán en un verdadero auditorio de TV, en festiva
“Misa-show”, (n. de la traducción: se habla de “Misotecas”) con las mismas
canciones, instrumentos y tinglados de los auditorios, acabando con la
sacralidad de aquel acto público del culto a Dios!... ¡Y todos baten palmas y
danzan!... ¡Que maravilla! ... ¡Que
piedad!...
Además, la necesidad de “animadores”
en las Misas del “Novus Ordo” de Paulo VI, muestra que ellas no tienen más
“anima” propia. Así, la “asamblea” no actúa y reacciona más como “pueblo”, sino
como “masa”, movida por estímulos externos. ¡Hay hasta sitios para
“animar” a tales “animadores”!.
Resultado: el Santo Sacrificio de la
Misa (expresión hoy anacrónica) perdió la unidad y la
sacralidad del culto a Dios. Se
volvió “la Misa del padre tal”... o de “tal animador”...
y la frecuencia a la Misa dominical
se derrumbó vertiginosamente.
¿Por qué ir a Misa... si todos
seremos salvos, sin importar el culto que se da?
¿Por qué no frecuentar asambleas de
“otras comunidades o confesiones religiosas”,
talvez hasta más “animadas”?
¡De esa forma, el actual “pueblo de
Dios” (ayuntamiento en que fue amalgamado el ‘antiguo’ Cuerpo Místico de
Cristo), lleva cuarenta años oyendo “que todos los caminos conducen al Padre”, no milita más, sino que peregrina como cucaracha tonta en este
movedizo y babélico “desierto ecuménico”, en que todas las religiones son
verdaderas, porque todos poseen la verdad, inclusive las más absurdas,
extravagantes o contradictorias!
Como “todos seremos salvos”, ya no
se habla tampoco de los DIEZ MANDAMENTOS, que son la Justicia de Dios. Parece
que el “pueblo de Dios”, en este período post-conciliar, está inmune a cometer
cualquier pecado. Parece que el pecado no existe más...ya que no se habla más
de él. Además, por lo que oímos, hoy no hay más “pecado individual”...sino sólo
de un vago “pecado colectivo”, que es
“NO REENCONTRARSE EN EL OTRO”!... ¡Pecado gravísimo, de lesa...
humanidad!
¡Y pensar que el Concilio introdujo
esas y otras modificaciones para “aggiornare” la Iglesia, haciéndola, así, más
atractiva para el “Hombre y la mujer” (¡sic!) modernos!... ¡En verdad, lo que
atrae a los hombres es Nuestro Señor Crucificado, como El mismo afirmó (Jn. 12,
32), y no el asentimiento a la mentalidad atea del mundo actual! ¡Lo que atrae
al “Hombre y a la mujer” de hoy, y de siempre, es la única verdad, revelada por
Dios y cumplida en Nuestro Señor Jesucristo, y no todas las mentiras inspiradas
por el “príncipe de este mundo” para destruir la Iglesia!
¡En la realidad, el Concilio
Vaticano II, que se presentó como pastoral y con la determinada y explícita
intención de no condenar nada y a nadie, al instituir casi todo lo que la
Iglesia había condenado en el pasado, acabó condenando sólo... a la Iglesia
Católica pré-conciliar!... que, aún, según los modernistas, “cometió muchos
pecados en el pasado”, por los cuales hoy, la “póst-conciliar pide humildemente
perdón”!...
Nuestro Señor nos dice que por los
frutos conocemos el árbol. Ahora bien, los frutos del Concilio están visibles y
nos son entregados diariamente, a la
puerta de nuestras casas, por los diarios. ¡Y qué frutos! ...
Frutos que el propio Papa Paulo VI
parece haber degustado el día 7 de diciembre de 1968
(tres años después de la clausura
del Concilio Vaticano II), al afirmar:
“La Iglesia se encuentra en una hora de preocupación, de autocrítica, se diría
casi de autodemolición. Es una transformación interior, aguda y compleja, que
nadie esperava después del Concilio” (Yves Chiron, Paul VI, le Pape
écartelé, Ed. Perrin, Paris, 1993, p. 288).
“Autodemolición”... de la
Iglesia!....expresión terrible y asustadora especialmente viniendo de quien la
dirigía. ¿Y qué providencias tomó Paulo VI para estancar aquel proceso de “autodestrucción”?
Cuatro años después, en junio de
1972, Paulo VI parece haber “visto y sentido” algo más de los frutos de aquel
Concilio, al afirmar:
“Por alguna fisura, el humo de Satanás está en
el templo de Dios: la duda, la incertidumbre, el cuestionamiento, la
preocupación, la insatisfacción, el afrontamiento surgieron. (...) Nos
pensábamos que el día siguiente del Concilio sería un día asoleado para la
Iglesia. Sin embargo, encontramos Nuevas
tempestades. Nos procuramos cavar nuevos
abismos en lugar de llenarlos. ¿Qué sucedió? Nos os confiaremos nuestro
pensamento: fue un poder contrario, del diabo, este ser misterioso, enemigo de
todos los hombres, cualquier cosa de sobrenatural, que vino a pudrir y secar
los frutos del Concilio ecuménico e impedir que la Iglesia brille en himnos de
alegría por haber descubierto su propia conciencia” (Y. Chiron, op. cit. p. 320). (En pasant:
¿desde cuándo la Iglesia perdiera “la conciencia”?).
¡En lugar del “aire fresco” en la
Iglesia, pretendido por Juan XXIII a través de la “ventana abierta” de aquel
renovador Concilio, acabó penetrando el “humo de Satanás en el templo de Dios”!
¿Y qué providencias tomó Paulo VI
para eliminar aquel humo infernal, que ya infestaba y oscurecía la Iglesia
siete años después de la clausura del Vaticano II? ¿Qué hizo para vedar aquella
“fisura” por la cual havia penetrado el “humo de Satanás en el templo de Dios”,
depósito de la fe, que como primer deber papal, Paulo VI debía cuidar y
defender?
Y, convengamos, el “humo” que Paulo
VI vio, y cuyo mal olor sintió en 1972, es casi
tenue neblina, si comparada con la
palpable, ‘oscura y profunda’ y densa tiniebla, que hoy
oscurece el templo de Dios!... ¿Qué
diría Pablo VI hoy?...
Sin embargo, en esta terrible crisis
de la fe y, consecuentemente de la moral, que golpea a la Iglesia en estos
tiempos, no debemos desesperarnos, sino seguir el consejo de S. Bernardo: “mira la estrella e invoca a María!”
¡Sí! miremos a María! Miremos a
Fátima! Allá en 1917, Nuestra Señora, previendo una fase de desolación para la
Iglesia, incluyendo hasta el martirio de Papa, de cardenales, de obispos, de
sacerdotes y de fieles (que, por lo demás, aún no ha ocurrido), nos pidió rezar
el rosario diariamente y hacer penitencia, consolándonos con la promesa: “Por fin, mi Inmaculado Corazón
triunfará”!
Además de eso, meditemos en las palabras
eternas de Nuestro Señor: “Nada temáis, pues estaré con vosotros hasta la
consumación de los siglos y las puertas del infierno, jamás prevalecerán contra
la Iglesia”.
¡Y el “humo
putrefacto de Satanás”, un día, expulsado del templo de Dios, dará lugar al blanco
y perfumado incenso! ¡Y la verdad, claramente separada de la mentira,
resplandecerá en todo el orbe! ¡Y en todas las Iglesias, sin “animadores”,
oiremos Nuevamente: “Introíbo ad altarem
Dei”!
¡Así sea!