Los años de la guerra 
Durante los dos primeros días después del estallido, las tiendas no despachan comestibles por el ambiente de miedo que reina. Unas semanas después aparecen las libretas de racionamiento y las largas colas.

Pasados unos días, el Comité de Milicias Antifascistas, que ocupan el Ateneo Colón, inician la persecución de vecinos sospechosos de facciosos o simplemente por ser creyentes o conservadores. A quienes les descubren según qué les destrozan la casa, se los llevan a prisión y, en algunos casos, se les fusila. En el Ateneo, en diciembre es juzgado y condenado el obispo Irurita.


Durante los primeros días de la guerra fueron organizadas improvisadamente columnas milicianas -formadas por voluntarios civiles de los diferentes partidos y sindicatos, en los que se diluían unidades militares regulares-, cuyo  objetivo era avanzar hacia Aragón y conquistar los territorios que habían caído a manos de los insurrectos.


La CNT-FAI se lanza a una intensa campaña de colectivizaciones. Las empresas quedan bajo el control de un comité obrero, casi siempre sin ninguna coordinación racional con el resto del sistema productivo. La moral de los obreros era alta en estos primeros tiempos y procuraban que funcionasen la mayor parte de fábricas y talleres.


En algunos casos la autogestión obrera resulta exitosa. Es el caso de la fábrica metalúrgica Can Rivière: En una asamblea general celebrada en el cine Catalunya del barrio una mañana de domingo de septiembre de 1936, se aprueba la incautación de la fábrica. Los dueños habían huido. A lo largo de la guerra, en la fábrica se trabajan muchas horas pero el sueldo es justo, se hacen innovaciones y se moderniza la maquinaria. No todo es armonía: hay reacciones diferentes según los sectores de trabajadores, entre los de las fábricas -más radicales- y los de los despachos -más moderados-, así como enfrentamientos entre los diferentes sindicatos, sobre todo motivados por la progresiva intervención de la CNT en la vida de la empresa. En Can Ribera y en Can Ponsa también se trabaja de valiente y se monta nueva maquinaria.

En 1937, las materias primas escasean y ello se hace notar en algunas fábricas del ramo del agua. A pesar de que se limita el horario de producción a 24 horas semanales, llega un momento en el que ya no se puede pagar a los obreros. Entonces se les aconseja buscar empleo en industrias de guerra.

El hambre y el frío se apoderan de la ciudad. No hay combustible y el pan se obtiene después de largos ratos de cola.

Los sucesos de mayo de 1937, cuando los estalinistas del PSU se enfrentaron a muerte contra los comunistas antiestalinistas del POUM y los anarquistas de la CNT, no tienen trascendencia en Poblenou ya que éstos últimos dominan el barrio.

Por el hecho de haber tantas fábricas, sobre todo fundiciones, Poblenou se convierte en zona de industria de guerra. Destacan las fábricas metalúrgicas de Can Girona, Can Torras, Can Ribera, Can Soldevilla y los Talleres Oliva Artès.  


Los franquistas pronto se dan cuenta. Los primeros bombardeos sobre Poblenou vienen por mar; el buque de guerra "Canarias", produce los primeros muertos entre los vecinos, concretamente el 29 de marzo de 1937, en la c/dels Pellaires. Los aéreos vinieron después y se incrementaron a partir de noviembre de 1938. En los peores momentos, dos o tres aviones sobrevuelan la zona hasta cuatro veces en una misma noche.

Can Rivière y Can Girona también son castigadas, así como las viviendas de los alrededores, como las de la Francia Chica donde uno de los bombardeos ocasiona muchos muertos.


En la c/Wad-Ras, frente a la Alianza Vieja, una bomba destruye dos bloques de edificios. En uno de los bajos se halla la horchatería el Tío Ché. Sus propietarios, que se encuentran almorzando, salvan milagrosamente la vida.

Las baterías antiaéreas están emplazadas en la Torre de las Aguas de Macosa y en la playa de la Mar Bella. Para proteger a la población de las bombas de los aeroplanos se construyen en toda Barcelona refugios subterráneos. En Poblenou, las mismas fábricas metalúrgicas edifican refugios, exceptuando Can Girona que aprovecha la Torre de las Aguas como refugio. Bajo algunas calles, los vecinos también se dan prisa en construirlos.

El colegio de las franciscanas en la Rambla es convertido en un banco de sangre y hospital. Se precisan camas, colchones y muebles...
 

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