La postguerra 
26 de enero de 1939: Poco después de la ocupación franquista de Barcelona, los vecinos -aquellos que no se ven obligados a huir- asaltan algunos almacenes de víveres para apaciguar el hambre. Diariamente, los sacos de harina y de azúcar, los depósitos de aceite y otros comestibles van desapareciendo de los centros de aprovisionamiento.

A pesar de las mejoras que el proceso colectivizador había introducido en algunas empresas, el retorno de los propietarios supone la depuración, el despido o la denuncia de muchos trabajadores. En Can Rivière, una comisión investiga y depura a los obreros sospechosos de sindicalismo o de actitudes poco serviles.

Incluso intelectuales -algunos de ellos católicos como Xavier Benguerel-, que no tienen ningún delito de sangre pero que están marcados por su catalanismo, huyen del país. Algunas personas denuncian a sus propios vecinos.

La gente comprometida con la República marcha al exilio para huir de las represalias; otras personas se esconden y muchas son recluidas en una parte del conjunto de la fábrica de cáñamo, ahora convertida en prisión y vigilada desde garitas; concretamente se trata del edificio ubicado entre las c/Llacuna, Llull y Enna; la entrada era por Enna. En el interior hay las cabinas a través de las cuales los familiares pueden comunicarse con los presos, entre los cuales no sólo hay políticos, milicianos o soldados republicanos, sino también gente famosa del mundo del espectáculo o de la cultura, e incluso médicos.

Entre 1939 y 1942, unas 11 mil personas se apilan de mala manera y malviven durmiendo sin mantas y comiendo pieles de haba y pan negro; los que tienen más suerte reciben paquetes de comida de la familia. Los domingos hay misa obligatoria en el patio y los presos se distraen montando una especie de "varietés" entre ellos.

El primer director de la prisión es un alcohólico y drogadicto que, cuando se halla bajo la influencia del alcohol, se dedica a pegar a los presos. Aparte, hay los maltratos y, en el peor de los casos, se llevan a prisioneros. Sucede a media noche: camiones militares llegan a la prisión. Dentro, alguien lee los nombres de unos prisioneros y añaden "con todo", refiriéndose a que se lleven las pertenencias. Ya no regresan. Con frecuencia los conducen al Campo de la Bota para fusilarlos.

En la Rambla, el antiguo cine Rívoli hace las funciones de comedor público del Auxilio Social. Pero así y todo, el hambre y la tuberculosis se va extendiendo.

La postguerra inicia también en Poblenou un largo período caracterizado por la falta de libertades y por la práctica de la represión. El nuevo régimen totalitario aporta tiempos de oscuridad en todos los campos. A pesar de todo, desde la clandestinidad la CNT-FAI reconstruye una red de resistencia. Realizan pintadas con alquitrán en algunas paredes. La organización cuenta con unos 1200 afiliados en el barrio, en base a lo que se cotizaba: una peseta al mes en 1941.

También sacaban fondos de la venta de las publicaciones "Solidaridad obrera" o "Ruta", que corrían por la ciudad dentro de las sacas de las películas. La venta de los diarios y el cobro de los carnets de afiliación se hacía en algunos bares, especialmente en tres: uno de la c/Catalunya; otro situado frente al antiguo final del autobús "la Catalana", delante de la Alianza Vieja; y un tercero en el barrio de la Plata: el bar Valero, en la esquina de las c/Wad Ras-Badajoz. Un domingo de 1946 diversas personas anarcosindicalistas son detenidas.
Serán necesarios muchos años para que los ideales que hicieron vibrar Poblenou reencuentren de nuevo la luz.
 



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