El yo pluralizado: la triste realidad de nuestro estado
psicológico
Samael Aun Weor, La Ciencia de los Hijos del Sol (1968)
Los autores que afirman la existencia de un ego o yo permanente
e inmutable son equivocados sinceros de muy buenas intenciones. Es urgente
saber que dentro de nuestros cuerpos lunares animales, tenemos un yo pluralizado.
Cada sensación, cada emoción, cada pensamiento,
cada sentimiento, pasión, odio, violencia, celos, ira, codicia,
lujuria, envidia, orgullo, pereza, gula, etc., están constituidos
por pequeños yoes, que de ninguna manera se hayan ligados entre
sí ni coordinados de modo alguno. No existe, no hay, un yo integro,
unitotal, sino una multitud de mezquinos, gritones y pendencieros yoes
que riñen entre sí, que pelean por la supremacía.
A los monjes del monasterio del Monte Athos les encanta
hacerse conscientes de todos estos pequeños yoes, aprenderlos a
manejar, pasarlos de un centro a otro, etc.. Los monjes se arrodillan y
elevando sus brazos con los codos doblados dicen "Ego" en voz alta y prolongando
el sonido, mientras a la vez procuran localizar el punto de su organismo
donde resuena la palabra ego. El propósito de este ejercicio es
sentir el yo, pasarlo de un centro a otro a voluntad.
Los yoes que tenemos metidos dentro de los cuerpos lunares
son verdaderos demonios creados por nosotros mismos. Tal yo sigue automáticamente
a tal otro yo y algunos aparecen acompañados de otros, pero no existe
orden en todo esto, no hay verdadera unidad en esto, solo existen asociaciones
accidentales, pequeños grupos que se asocian en forma inconsciente
y subjetiva.
Cada uno de estos pequeños yoes sólo representa
una ínfima parte de la totalidad de nuestras funciones, pero cree
equivocadamente ser siempre el todo. Cuando el animal intelectual equivocadamente
llamado hombre dice yo tiene la impresión de que habla de él
en su totalidad, pero en realidad sólo es uno de los pequeños
yoes de la legión el que habla.
El yo que hoy está jurando fidelidad ante el ara
de la gnosis cree ser el todo, el único, el hombre completo, pero
es sólo uno de tantos yoes de la legión. Cuando dicho yo
cae de su puesto de mando, otro yo que es enemigo de la gnosis ocupa el
lugar, y entonces el sujeto que parecía muy entusiasmado por la
gnosis resulta entonces convertido en un enemigo, atacando a nuestro movimiento,
a nuestra doctrina.
El yo que hoy está jurando amor eterno a una mujer
tiene la impresión de ser el único, el amo, el hombre, y
dice: "yo te adoro", "yo te amo", "yo doy la vida por ti", etc.; pero cuando
ese yo enamorado es desplazado por otro yo de su puesto de mando entonces
vemos que al sujeto retirándose de la mujer, enamorado de otra,
etc..
Todos esos pequeños yoes son verdaderos demonios
que viven dentro de los cuerpos lunares. Todos estos pequeños yoes
se fabrican en los cinco cilindros de la máquina; esos cinco cilindros
son pensamiento, emoción, movimiento, instinto y sexo. Ya en nuestro
pasado mensaje de Navidad hablamos muy ampliamente de los cinco centros
de la máquina orgánica.
Es lamentable que por falta de sabiduría los seres
humanos estén fabricando en los cinco cilindros de la máquina
innumerables demonios que roban parte de nuestra conciencia y de nuestra
vida. Es también muy cierto y fuera de toda duda que a veces se
meten dentro de los cuerpos lunares algunos demonios o yoes ajenos, creados
por otras personas. Esos yoes ajenos se roban parte de nuestra conciencia,
se acomodan en cualquiera de nuestros cinco cilindros de la máquina
y se convierten por tal motivo en parte de nuestro ego.
Realmente el animal intelectual no tiene verdadera individualidad,
no tiene un centro de gravedad permanente ni verdadero sentido de responsabilidad
moral. Lo único de valor, lo único importante que tenemos
dentro de nuestros cuerpos lunares es el buddhata, la sagrada esencia,
el material psíquico que desgraciadamente es malgastado por las
distintas entidades que en su conjunto constituyen el ego, el yo pluralizado.
Muchas escuelas pseudo ocultistas dividen al yo en dos.
Aseguran enfáticamente que tenemos un yo superior, divino, inmortal,
y creen que dicho yo superior o ego divino debe controlar totalmente al
yo inferior. Este concepto es totalmente falso, porque superior o inferior
son dos aspectos de una misma cosa. Al yo le encanta dividirse entre superior
e inferior; al yo le gusta pensar que una parte de si mismo es divina,
inmortal; al yo le gusta que lo alaben, que le rindan culto, que lo pongan
en los altares, que lo divinicen.
Realmente, no existe tal yo superior, tal ego divino.
Lo único que tenemos dentro de los cuerpos lunares es la esencia
y la legión del yo. Eso es todo. Atman, el ser, nada tiene que ver
con ningún tipo de yo. El ser es el ser y está más
allá de cualquier tipo de yo. Nuestro real ser es impersonal, cósmico,
inefable, terriblemente divino.
Desgraciadamente, el animal intelectual no puede encarnar
a su real ser (Atman-Buddhi-Manas) porque tiene únicamente cuerpos
lunares y estos últimos no resistirían el tremendo voltaje
eléctrico de nuestro verdadero ser. Entonces, moriríamos.
Los demonios que habitan dentro de los cuerpos lunares
no están presos dentro de dichos cuerpos animales. Normalmente entran
y salen, y viajan a distintos lugares o ambulan subconscientes por las
distintas regiones de la naturaleza. Después de la muerte, el yo
pluralizado continúa entre los cuerpos lunares, proyectándose
desde ellos a cualquier lugar de la naturaleza.
Los médium del espiritismo prestan sus materias
o vehículos físicos a esos yoes de los muertos. Tales yoes,
aunque den prueba de su identidad, aunque demuestren ser el verdadero muerto
invocado, no son el real ser del fallecido. El karma de los médium
en sus vidas posteriores es la epilepsia. Todo sujeto epiléptico
en su pasada vida fue médium espiritista.
No todas las entidades que constituyen el ego retornan
a este mundo para reincorporarse o renacer en un nuevo organismo. Algunas
de esas entidades o pequeños yoes suelen separarse del grupo para
ingresar a los mundos internos de la naturaleza o reino mineral sumergido.
Otras de esas entidades gozan reincorporándose en organismos del
reino animal inferior, como caballos, burros o perros.
Los maestros de la logia blanca suelen ayudar a algunos
muertos distinguidos que se hayan sacrificado por la humanidad. Cuando
nosotros nos propusimos investigar a Pancho Villa, el gran héroe
de la revolución mexicana, lo hallamos en los mundos infiernos obsesionado
todavía con la idea de matar, amenazando con su pistola a todos
los habitantes del submundo. Sin embargo, este Pancho Villa del reino mineral
sumergido no es todo. Lo mejor de Pancho Villa vive en el mundo molecular.
Ciertamente, no ha alcanzado la liberación intermedia que permite
a algunos desencarnados gozar unas vacaciones en los distintos reinos moleculares
y electrónicos de la naturaleza, pero permanece en el umbral, aguardando
la oportunidad para entrar a una nueva matriz.
Eso que se reincorpora de aquel que fue Pancho Villa no
será jamás el Pancho Villa de los mundos infiernos, el terrible
asesino, sino lo mejor del general, aquellos valores que se sacrificaron
por la humanidad, aquellos valores que dieron su sangre por la libertad
de un pueblo oprimido. El desencarnado general, mejor dijéramos,
los valores realmente útiles del general, retornarán, se
reincorporarán y la gran ley le pagará su sacrificio llevándole
hasta la primera magistratura de la nación.
Hemos citado al general Pancho Villa a modo ilustrativo
para nuestros lectores. Este hombre recibió especial ayuda debido
al gran sacrificio por la humanidad. Sin embargo, existen en el mundo muchas
personas que no podrían recibir esta ayuda, porque si se les quitase
todo lo que tienen de animal y criminal no quedaría nada. Esa clase
de bestias humanas deben entrar en las involuciones de los mundos infiernos
de la naturaleza.
Cierto iniciado sufría lo indecible porque en los
mundos infiernos fracasaba en todas las pruebas de castidad, a pesar de
que en el mundo físico había alcanzado la perfecta castidad.
Aquel iniciado se mortificaba, clamaba y suplicaba, pidiendo ayuda superior
a su propia madre Kundalini. Su madre divina le ayudó. Ella, la
serpiente ígnea de nuestros mágicos poderes rogó por
él, por su hijo, y éste fue llamado a juicio ante los tribunales
del karma. Los terribles señores del karma le juzgaron y condenaron
al abismo, a las tinieblas exteriores donde sólo se oye el llanto
y el crujir de dientes.
El iniciado, lleno de infinito terror, escuchó
la espantosa sentencia. El verdugo cósmico levantó la espada
y la dirigió amenazante contra el espantoso hermano, pero sintió
éste que algo se movía en su interior y asombrado vio salir
de sus cuerpos lunares a un yo fornicario, una entidad que había
sido creada por él mismo en antiguas reencarnaciones. La perversa
entidad fornicaria ingresó a la involución de los mundos
infiernos y el iniciado se vio entonces libre de esas internas bestialidades
que tanto le atormentaban.
Realmente, el ego es una suma de entidades distintas,
diferentes. No existe un yo permanente e inmutable. Lo único que
existe dentro de nuestros cuerpos lunares es el yo pluralizado, una legión
de diablos.