Efectivamente. La Revista Pastoral Ecuménica, a lo largo de los 16 años de su existencia, ha alcanzado la meta de sus 50 números. Dato digno de ser tenido en cuenta y que merece unos momentos de reflexión.
A través de esos años ha cumplido el objetivo, que se propuso como meta al iniciar su andadura: ser testigo y vocero de los principales acontecimientos ecuménicos que se encontrara a lo largo de su existencia y, sobre todo, subrayar los cambios que el ecumenismo iba ofreciendo a través de su andadura, con una marcada atención al ecumenismo en España.
Echó a andar el año 1984, sabedora de que lo hacía en «tiempos recios» robando a la santa castellana la famosa expresión con que ella describía los suyos.
Ciertamente, «tiempos difíciles» para el ecumenismo eran los del año 1984, no ya según los agoreros de turno sino conforme al pensar de los observadores imparciales de los problemas eclesiales. Es claro que el ecumenismo era una gozosa realidad. Había logrado ya por aquellas fechas avances importantes. Las Iglesias se conocían mejor. Habían desaparecido muchos recelos mutuos y caído numerosas barreras separacionales. Se había eliminado serios obstáculos que parecían insalvables. Nos sentíamos más cerca los unos de los otros, pero al mismo tiempo surgían inesperadas dificultades. No pocos ecumenistas se preguntaban con inquietud: ¿A dónde nos dirigimos? ¿Hacia dónde nos encaminamos?
Me gusta comparar la marcha del ecumenismo a las olas del mar, con avances y retroceso continuos, con su baile de bajamar y altamar. Los dos fenómenos se daban en el ecumenismo en aquel entonces, que la misma revista describía al hacer su presentación: «La meta, que se consideraba como un proyecto común, por los años de la Asamblea de Upsala [1968]: "unidad externa y orgánica", de algún tiempo a esta parte empezó a ser cuestionada desde distintos frentes, llegando algunos a contentarse con una mera federación de Iglesias unidas en la acción. Del anhelo de trabajar por unirse las Iglesias, se pasó al menguado propósito de considerarse unidas en el trabajo. Del esfuerzo por llegar a la unidad en la fe y no sólo en el testimonio se pasó al empeño de reconocerse tal como son en la actualidad, para alcanzar más eficiencia en la acción. Del objetivo de la unidad en el ser se había retrocedido al medrado deseo de la unidad en el obrar».
Evidentemente que los diálogos teológicos continuaban en aquel entonces y habían alcanzado avances notables. Estaba reciente el «Documento de Lima» [1982] sobre la trilogía sacramental del Bautismo, la Eucaristía y el Ministerio. Documento elaborado por el Grupo Mixto de trabajo Iglesia católica–Consejo Ecuménico de las Iglesias, que tuvo un gran eco y muy positivo en todo el mundo y que fue ampliamente estudiado por muy notables teólogos españoles, cuyos trabajos fueron publicados en la revista de Salamanca «Diálogo Ecuménico» [1983].
Los diálogos teológicos en algunos temas, como es el caso del Documento de Lima, habían alcanzado cotas sumamente gratificantes, pero en otros, los logros obtenidos entraban en el capítulo de las decepciones.
Acababa de cerrarse el año dedicado a Lutero [1983], con motivo del centenario del reformador alemán. Con esta ocasión se celebraron a nivel mundial numerosos actos ecuménicos. Hubo gestos hermosos, como el del Papa orando y predicando en un templo luterano o la Carta que con este motivo escribió sobre Lutero. Hubo declaraciones espléndidas sobre dicho suceso, como la que hizo en primavera de aquel año el Grupo Mixto luterano–católico. En Salamanca se celebró el III Congreso luterano–católico convocado por los Centros Ecuménicos luterano de Estrasburgo y católico de Salamanca, en el que intervinieron con espléndidos aportes la flor de los teólogos de ambas Confesiones, españoles todos ellos por lo que a los católicos se refiere.
Hubo declaraciones brillantes, como la que hizo en primavera de aquel año el Grupo Mixto luterano–católico, pero al mismo tiempo, en las conversaciones entre teólogos de ambas Iglesias se pudo constatar, como ocurrió en el mismo Congreso de Salamanca, que las posiciones, que ya se consideraban conjuntamente adquiridas en el terreno de la soteriología, volvían a convertirse en campo de discusión intereclesial.
Por consiguiente, a la hora del nacimiento de nuestra revista el movimiento ecuménico daba señales de cansancio. Es cierto que no faltaban reuniones y congresos, pero, a decir verdad, las Iglesias sentían otras preocupaciones. Las organizaciones ecuménicas se hallaban en crisis. Las editoriales no se atrevían a publicar libros ecuménicos porque no tenía salida en el mercado.
El Consejo Ecuménico, que había despertado tanto entusiasmo, después de no pocos logros se encontraba cuestionado por sus mismas Iglesias miembros. Las esperanzas que suscitó el Vaticano II con sus proyectos de reforma en parte se habían desvanecido.
Por lo que a España se refiere, era evidente que el ecumenismo tropezaba con dificultades especiales de todos conocidas. No era tomado en consideración. No se le creía necesario. Más bien se le temía, porque, rompiendo el conformismo, obliga a una actitud de constante autocrítica. Se le otorgaba el último puesto en la pastoral de la Iglesia, siendo así que el Papa Juan Pablo II reiteradamente había dicho que debe ocupar un lugar privilegiado en las tareas eclesiales.
Ante esta situación Pastoral Ecuménica, recién nacida, se atrevía a decir: «Es cierto que el movimiento ecuménico se halla en una fase difícil, pero también lo es que se trata de un movimiento irreversible. Las Iglesias han sentido la alegría de la mutua aproximación. Han saboreado el gozo de compartir juntas y no renunciarán a la santa tentación de acelerar la marcha para caminar hacia la unidad plena. Está por medio su propia vocación, la oración de Jesús en favor de la unidad y la acción del Espíritu Santo».
La revista señalaba las zonas más necesitadas de la pastoral ecuménica y se sentía segura, ya en sus mismos comienzos, porque comulgaba con los mismos deseos de otras dos revistas anteriormente aparecidas en el cielo de España: dos en Salamanca; «Diálogo Ecuménico» y «Renovación Ecuménica», además de los boletines informativos, tanto de la Comisión episcopal de Relaciones Interconfesionales, como de algunos Centros Ecuménicos del país.
Tres años antes, septiembre de 1980, se había celebrado un gran Congreso entre especialistas luteranos y católicos de España con ocasión del 450 aniversario de la entrega al emperador Calos V en la Dieta de Augsburgo de la famosa «Confesión Augustana». El Congreso, verdaderamente importante, fue organizado por el Centro luterano de Estrasburgo y por parte católica la Comisión Episcopal de Relaciones Interconfesiales y el Centro Ecuménico de Salamanca.
En un clima de sincera fraternidad, el Congreso marcó una meta muy importante en el ambiente internacional y nacional. La revista «Diálogo Ecuménico» le dedicó un número monográfico.
Ya en su primer número nuestra revista manifestaba claramente su finalidad: «Atentos a los signos de los tiempos y aceptando con los documentos conciliares que el ecumenismo es uno de ellos, se han de tener en cuenta las zonas más necesitadas de su penetración y los campos que reclaman una acción más urgente. El último Informe del Grupo Mixto de trabajo Iglesia católica–CEI señala los siguientes: la colaboración en el campo teológico de cara a la unidad de la Iglesia, la cooperación en los problemas sociales y la formación ecuménica, la cual debe extenderse a todos los niveles del pueblo de Dios. La preocupación ecuménica debe impregnar todos los ámbitos de la pastoral de la Iglesia, para que la fe de los católicos se halle a la altura exigida por los avances ya realizados en el camino de la unidad.
No ya sólo los programas de formación de los alumnos de los seminarios y centros religiosos, como lo exige la normativa de la Iglesia a través del decreto «Unitatis redintegratio» y del Directorio Ecuménico, sino también la catequesis y la pastoral, en todas sus vertientes, deben incluir en el orden del día de sus iniciativas el tema ecuménico, ya que la formación ecuménica de los cristianos es parte integral de su vivencia de la fe».
La revista, además, si bien abierta a toda clase de lectores, señalaba claramente cuáles eran sus destinatarios preferidos: centros de formación eclesiástica, casas de religiosos, sobre todo los que tienen tareas docentes, alumnos de los seminarios, universitarios y militantes de grupos apostólicos, catequistas y formadores en la fe, seglares con responsabilidades eclesiales y, principalmente, sacerdotes y pastores de cualquier Confesión cristiana.
Y ya desde el principio se presentaba con las secciones que actualmente tiene, a las que posteriormente se añadieron otras dos: Movimiento interreligioso (dedicada a las religiones no cristianas y a las sectas/nuevos movimientos religiosos) e Internet.
El documento de Lima
Uno de los principales avances del ecumenismo en la década de los ochenta fue la publicación del Documento de Lima, aparecido en enero de 1982, y llamado así por la ciudad en que se gestó, y también conocido por "BEM", siglas de los sacramentos del Bautismo, Eucaristía y Ministerio.
El Documento fue objeto de largos años de estudio y no fruto de la improvisación. Y es lógico que así haya sido pues su contenido se refiere a los puntos cruciales del diálogo teológico. El proceso de su estudio se remonta a la primera reunión de Fe y Constitución en Lausana, en 1927; por consiguiente, bastantes años antes de la aparición del Consejo Ecuménico de las Iglesias y fue ampliamente estudiado en la Asamblea de Nairobi [1975] de dicho Consejo Ecuménico.
La Asamblea de Vancouver [1983] le dio el espaldarazo oficial mediante la celebración de la liturgia eucarística conforme al ritual de Lima y rogó nuevamente a todas las Iglesias miembros del CEI que lo estudiaran, con el fin de preparar un a reunión de Fe y Constitución, que pudiera ser definitiva, en el año 1987. Y presenta al BEM como «un maravilloso instrumento para ayudar a las Iglesias en la prosecución del diálogo de cara a la unidad».
«El éxito mayor o menor que pueda tener el Documento, decía Pastoral Ecuménica, depende de la recepción que del mismo hagan las distintas Iglesias cristianas, no solamente a escala de jerarquías sino a nivel de todo el pueblo de Dios. Se impone, por tanto, una catequesis de todos los creyentes sobre este particular». Así lo recomendaba el CEI a las Iglesias al enviarlas el texto: «Como signo de compromiso ecuménico, las Iglesias son invitadas a hacer posible el más amplio compromiso del pueblo de Dios, a todos los niveles de la vida de la Iglesia, en el proceso espiritual de la recepción de este texto».
A su vez el Secretariado Romano para la Unidad cursó la misma recomendación a todas las Conferencias Episcopales de la Iglesia católica, para que las Iglesias locales tomasen el texto en seria consideración.
Por lo que a España se refiere la comisión episcopal de Relaciones Interconfesionales rogó a las Facultades de Teología el estudio del Documento y el envío de las observaciones que estimaran pertinentes. Organizó, además, junto con las Iglesias ortodoxas, la IERE y la IEE, las I Jornadas Nacionales de Teología y Pastoral del Ecumenismo para estudiar de una manera conjunta el BEM y sacar del mismo las pertinentes aplicaciones pastorales.
A su vez las Facultades de Teología de Barcelona, la Pontificia de Salamanca, más las Facultades de Comillas y Granada comprometieron a sus teólogos en el mismo empeño.
El Centro Ecuménico "Misioneras de la Unidad" dedicó al tema un cursillo especializado de doce clases por los profesores Larrabe, Gesteira y Losada, cuyos textos fueron publicados en la revista, a los que se añadieron otros dos, uno del pastor Humberto Capó (IEE), y otro del Metropolita Emilianos Timiadis, representante del Patriarcado de Constantinopla en el Consejo Ecuménico de las Iglesias.
La problemática del BEM es extraordinariamente importante para el acercamiento intereclesial, pero se da la triste realidad de que todavía no se ha reconocido mutuamente la validez del bautismo entre las Iglesias que en España están comprometidas en la labor ecuménica; y con respecto al problema de la Eucaristía no se han dado pasos verdaderamente importantes en el terreno de la intercomunión y la problemática del ministerio ha sido notablemente oscurecida con el problema de la ordenación de mujeres para el ministerio presbiteral y episcopal.
El Documento de Lima, llamado a producir efectos positivos y duraderos en el terreno de la unidad cristiana, después de las primeras llamaradas, pronto cayó en el olvido.
El ecumenismo cumple veinte años
La referencia va dirigida al ecumenismo dentro de la Iglesia católica, ya que se cumplían veinte años después de que el decreto «Unitatis redintegratio» (UR) fuera firmado, ya al final del concilio Vaticano II. Pastoral Ecuménica no podía dejar pasar este acontecimiento sin hablar de él. Al mismo se le dedicó gran parte de los tres números de aquel año 1985.
«El ecumenismo dentro de la Iglesia católica es todavía joven. Veinte años, si bien es mucho en la vida de un individuo, es poco dentro de la historia de la Iglesia. Sin embargo de ser joven se le ha exigido mucho, nada menos que un milagro: el de la unidad».
Aunque no puede decirse que, después de 20 años, el decreto UR haya alcanzado todos los objetivos, que se propuso en el momento de su publicación, es cierto, no obstante, que después de su aparición, un espíritu nuevo sopla en todos los horizontes de la Iglesia, no sólo por lo que se refiere a las relaciones interconfesionales, sino también por lo que respecta al interior de la comunidad eclesial.
Por de pronto se ha ido abriendo paso la convicción de que no es una tarea reservada a un número determinado de personas, que se sienten vocacionadas a la promoción de sus objetivos, sino que es, como el mismo decreto dice [n. 5] «empeño obligado en la vivencia espiritual y en las tareas pastorales de todo el pueblo de Dios». No es una asignatura especial que deban aprender los estudiosos, ni un sector concreto de la pastoral de la Iglesia reservado a los especialistas, sino que, como repetidas veces ha dicho Juan Pablo II, es un estilo del que deben estar impregnados todos los estudios teológicos y una metodología, con la que se debe contar en todos los campos del quehacer eclesial.
Como muy bien decía un especialista en la materia, L. Sartori, «el decreto UR hay que situarlo en el centro del Concilio, pues es la hermenéutica más apropiada para la justa interpretación de la "Lumen gentium"».
De hecho los dos principios clave que impostan la nueva metodología teológica son también puntales básicos para la cimentación de la tarea ecuménica. Tales son la distinción entre el depósito de la fe y el modo de expresar la doctrina y el principio de la jerarquía de verdades.
Del primero hablaba Juan XXIII en la misma sesión de la inauguración conciliar: «Porque una cosa es el depósito de la fe, o sea, las verdades que se contienen en nuestra venerada doctrina y otra el modo como se enuncian esas verdades, aunque ciertamente conservando el mismo sentido y la misma sentencia».
Y a ese mismo principio se refería sin duda Juan Pablo II en el bellísimo discurso que pronunció en Constantinopla ante el Patriarca Dimitrios cuando intencionadamente se preguntaba a qué nivel se hallan los desacuerdos entre las Iglesias. ¿Están a nivel de fe o a nivel de la expresión teológica? Distinción entre esos diversos planos que es obligado hacer para adentrarse sin riesgo por el difícil camino del diálogo teológico. El Papa dijo en aquella ocasión ante los ortodoxos que «debemos superar los desacuerdos que todavía existen, si no a nivel de fe, al menos al nivel de la formulación teológica».
Los nuevos principios han generado nuevas actitudes, nuevos estilos en la praxis de la vida cristiana, con una marcada tendencia hacia una concentración en lo esencial de la fe prescindiendo de adherencias innecesarias para la misma. Y bien puede decirse que del nuevo estilo de vivir la realidad eclesial han brotado las nuevas relaciones intereclesiales. La cara de nuestra Iglesia es muy distinta de la que tenía hace solamente treinta años. Distintos son también sus comportamientos y sus actitudes, por haber variado el modo de contemplar los mismos eternos e invariables fundamentos de la fe.
Quizá sea la dimensión relacional del ecumenismo en donde aparezca más claramente la importancia del cambio experimentado. En España, antes del Concilio la palabra «ecumenismo» era prácticamente una cosa inédita. Cierto que existían algunos pioneros del mismo, que desbrozaban el terreno en un ambiente de recelo y hasta de hostilidad. Los pasos dados son verdaderamente considerables, tanto a nivel de Iglesia nacional como a escala de Iglesia local.
Y, para saborear el gusto de esta contemplación, la revista presenta dos observatorios: uno a nivel internacional con los densos artículos del P. Stefano Schmidt, miembro del dicasterio romano para la unidad, del P. M. Lanne, de Chevetogne y del P. Enrique Llamas. Y para conocer los avances producidos en España, la revista ofrece la plataforma de los organismos oficiales y oficiosos, como el Secretariado Nacional de Ecumenismo, el Comité Cristiano Interconfesional (CCI), y las aportaciones de los centros ecuménicos existentes en nuestro suelo, como el de Barcelona, Málaga, Salamanca, Valencia y Madrid, más los aportes de las Iglesias ortodoxas, la de la IERE y la IEE.
El Sínodo de la Unidad
Así titulaba Pastoral Ecuménica al Sínodo de Obispos celebrado en Roma en 1985 al que dedicó su número 6: «El que acaba de terminar ha sido un Sínodo verdaderamente extraordinario, no sólo desde el punto de la terminología jurídica a la que se conformaba, sino también por su significación, por los temas en él abordados y, sobre todo, por el clima de equilibrio que en él se ha respirado. Sin duda que ha cumplido perfectamente la finalidad por la que el Papa le había convocado: celebrar, verificar el concilio Vaticano II y promover el conocimiento y la aplicación del mismo».
Se podría presentar un florilegio de frases laudatorias del Sínodo y también otro de posturas menos elogiosas. Cada uno se ha asomado al Sínodo desde su propia existencialidad y a través de sus gafas lo ha leído.
Pienso que, lo mismo que lo fue el Concilio, del cual esta reunión pretendía ser una réplica, una prolongación y un intento de cumplimiento, éste ha sido «el Sínodo de la Unidad», como alguien lo ha llamado. Por él han desfilado grandes principios, que tienen numerosas y fuertes connotaciones ecuménicas. Quizá la idea central del Sínodo haya sido la de la «Iglesia–comunión»; ministerio de comunión con Dios y de comunión entre los hombres. Comunión espiritual, pero también jerárquicamente comunión abierta a todos los creyentes, comunión ecuménica.
Siguiendo las ideas maestras del Vaticano II, se ha profundizado, sin que se haya intentado agotar el tema, en la relación que debe existir entre el Primado del Papa y el Colegio de los Obispos. En este punto extraordinariamente delicado, pero muy necesitado de clarificación, no se ha llegado a una toma de posturas concretas que se puedan traducir en innovaciones en la disciplina canónica, sino que ha sido relanzado hacia un estudio más profundo en el futuro.
Se ha apuntado el interesantísimo tema de la autonomía de las Iglesias locales, así como el del estatuto teológico de las Conferencias Episcopales. La cuestión de la corresponsabilidad y su correspondiente la de la subsidiaridad, que afloraron en el Vaticano II, volvieron a ser cuestionadas en el Sínodo, sin que en este caso tampoco se llegara a conclusiones concretas. Simplemente se remozó su estudio y se le lanzó hacia futuras investigaciones.
Una de las ideas más atrevidas fue la propuesta por el Cardenal Hermaniuk, de los ucranianos, que, inspirándose en la tradición sinodal de los orientales, pidió que el Sínodo se convirtiera en institución permanente en la Iglesia; que no sea simplemente una asamblea deliberativa y transitoria, sino que el sínodo actual eligiese un número determinado de Obispos, quince a veinte, que permanecieran habitualmente en Roma y que fueran los verdaderos asesores y coolegisladores con el papa y bajo su autoridad, dejando a la Curia romana unas funciones puramente ejecutivas, si bien importantes.
Se estudiaron otras varias cuestiones, y de mucha monta, con una fuerte carga ecuménica. Pero, además, el ecumenismo afloró en no pocas intervenciones de los Padres sinodales, y muy particularmente en la actuación, sin duda notable, del Cardenal Willebrands y en la «Relación final». El Sínodo bien puede considerarse como un tratado completo de teología, metodología y pastoral ecuménicas.
Otro aspecto no desdeñable de la ecumenicidad del Sínodo fue el impacto causado en los observadores de las otras Iglesias, como lo hicieron constar en el Comunicado que le dirigieron. En su texto los observadores se congratulan por el subrayado que el Sínodo hizo del Vaticano II, principalmente en la dimensión ecuménica del mismo. Añaden que el ecumenismo es una parte esencial del camino que hay que recorrer. Y lanzan una proposición, que en algunos ambientes parecía demasiado atrevida, por excesivamente optimista, pero que compartimos plenamente: «A pesar de las diferencias doctrinales que aún existen, algunas cuestiones que, en otro tiempo nos dividían con el paso del tiempo se ven bajo una perspectiva diferente, de tal manera que ya no son cuestiones de división eclesial».
Terminan dirigiéndose a los padres sinodales: «Con vosotros en el Sínodo hemos pedido en la presencia de Dios que se nos conceda el camino hacia la unidad y la comunión que están cimentadas en la verdad y en el amor, y que podamos participar unidos en el misterio de la salvación».
Los lectores de Pastoral Ecuménica fueron suficientemente informados sobre los contenidos y anécdotas de este Sínodo de Obispos mediante el artículo publicado en la misma por el Delegado de Ecumenismo de Zaragoza, Octavio López Melús, que tuvo la fortuna de asistir al mismo.
¡Y, sin embargo, se mueve!
¿Se mueve o está estancado? Afrontar este serio problema se dedicó el n. 9 de la revista, en el que se podía leer: «El movimiento ecuménico avanza. Esto es a todas luces evidente. Entre escollos y dificultades, es cierto, pero se halla en un continuo progreso. A nivel local cada día son más fuertes los vínculos y las relaciones que se establecen entre las Confesiones cristianas. Incluso la misma sensación de fatiga y cansancio, que a veces se advierte, es un claro síntoma de que el ecumenismo, lejos de aparecer como solamente propiciado por tiempos especiales dentro del calendario eclesial, ha entrado en las vías de la normalidad y de lo cotidiano. Lo cual no es una derrota sino un triunfo».
A nivel teológico el avance del diálogo es impetuoso y, en ocasiones, comprometido, porque no sigue al mismo ritmo el avance del pueblo Dios. Textos y más textos de no desdeñable importancia aparecen por todos los derroteros del pensar cristiano y en ellos se dan «acuerdos sustanciales», si bien también aparecen más claras las líneas fundamentales de la separación.
Por no enumerar sino los más recientes y más conocidos habremos de citar una vez más al famoso Documento de Lima, del que ya nos ocupamos en las páginas de la revista. Más recientemente apareció un documento de singular importancia por el contenido de sus afirmaciones y por el prestigio de sus formuladores, teólogo francófonos, belgas, suizos y franceses, católicos, luteranos y reformados, si bien el grupo no está oficialmente convocado por las Iglesias sino que está formado por teólogos vocacionados al ecumenismo. Es el llamado «Grupo de Dombes». El documento al que nos referimos lleva por título «El ministerio de comunión en la Iglesia universal».
«¿Por qué, pues, se pregunta un autor, a pesar de esta simbiosis cada día más intensa a nivel local, de estas convergencias tan profundas a nivel teológico, sin hablar de los encuentros oficiales entre los responsables de las grandes Confesiones, existe el sentimiento de que el movimiento ecuménico está estancado o se encuentra en un bache?».
Entre los escollos más notables que en el momento actual tiene que superar se halla, por lo que a las relaciones entre católicos y anglicanos se refiere, el tema de la ordenación de mujeres. Ahí está amenazante e hiriente, hasta el punto de que para un auténtico ecumenista pueda constituir una verdadera espina, que no le deje reposar.
Así lo afirmaba el Dr. Satherwaite, Obispo anglicano de Gibraltar, en una recepción ofrecida en la residencia del embajador británico en Madrid.
Al preguntarle por el tema, dijo con tonos verdaderamente patéticos, que ésta era una cuestión muy difícil y lo es, sobre todo, para la misma Iglesia anglicana. Por un lado ve claramente que, si acepta plenamente el acceso de las mujeres al ministerio, se aleja quizá para mucho tiempo de la Iglesia católica y de las Iglesias ortodoxas; el diálogo ecuménico, que se presenta tan prometedor, quedaría probablemente truncado para un lapso de tiempo demasiado largo para lo que puedan esperar las necesidades del mundo, que está reclamando urgentemente la unión de todos los cristianos. Y, por otra parte, si no admite la ordenación, automáticamente se aleja de aquellas Iglesias, miembros de la Comunión anglicana que ya han admitido el ministerio de la mujer. La Iglesia de Inglaterra en estos momentos, decía, se halla clavada en la cruz que forman estas dos líneas de pensamiento. Además, dentro de su mismo seno hay quienes amenazan con salirse de ella si confiere el ministerio femenino, mientras que otros presentan la misma amenaza en caso de que no esté dispuesta a hacerlo. ¿Cómo proceder? He aquí la pregunta que en estos momentos angustia a la Iglesia de Inglaterra, dijo.
El ecumenismo camina entre dificultades y peligros. Por eso tiene que avanzar con prudencia. Y muchos confunden la marcha prudente con el inmovilismo. Es cierto que a veces aparecen síntomas de recesión. Da la sensación de batirse en retirada o al menos de replegarse a las bases que ya había dejado atrás.
Las Iglesias han empezado a tener miedo de que el ecumenismo haga desdibujar los perfiles de identidad eclesial. Eso no solo decía el P. Duprey en una visita que hicimos al Secretariado Romano con ocasión de un Encuentro Interconfesional de Religiosas cerca de Ancona (Italia). Conocedor como pocos de la situación en que por entonces se hallaba el ecumenismo, nos dijo que, dado lo cerca que están las Iglesias por el diálogo ecuménico, han llegado a aproximaciones tales que les permiten contemplarse cara a cara. Se dan cuenta de que, para realizar nuevos avances, se necesita entrar por las veredas de la conversión, pero no sólo de la conversión individual, sino de la conversión eclesial. Ha llegado la hora de la renovación y de los cambios, y este paso, necesario para el ulterior progreso del ecumenismo, produce escalofríos en quienes lo han de promover. Las Iglesias dialogantes se hallan en esta situación y, por ello se sienten tentadas a recular. Los entendidos dicen que, si el movimiento ecuménico ha de emprender una nueva etapa hacia su meta final, debe encarar los temas más espinosos del camino dialogal. Ha de zambullirse con prudencia, paciencia y con una generosidad basada en la verdad, en el hondón de la problemática ministerial.
Ya el BEM hablaba de la necesidad de un ministerio de comunión. Todas las Iglesias, comprometidas en el diálogo, están de acuerdo en reconocer la necesidad de este ministerio de unidad a nivel de Iglesia universal. Las diferencias se dan todavía cuando se trata de matizar la naturaleza del mismo. Los documentos hablan de que este ministerio de unidad, a nivel de Iglesia universal, debe desarrollar al mismo tiempo una dimensión personal, colegial y comunitaria.
De entonces acá esta cuestión ha ido dando pasos adelante. El documento conjunto anglicano–católico sobre «La autoridad en la Iglesia» supone un paso muy importante en esta dirección. ¿No responde a este mismo deseo el grito patético de Juan Pablo II en la encíclica «Ut unum sint», cuando pide ayuda a católicos y cristianos de otras Confesiones para «encontrar caminos nuevos en el ejercicio del Primado de Pedro?».
¿De qué ecumenismo se trata?
Esa era la pregunta que la revista se hacía al llegar a su nº. 19. ¿De qué ecumenismo se trata? Y se respondía: «El ecumenismo continúa su marcha. Quizá haya cambiado de ritmo en su caminar, pero continúa andando. Cierto que hoy se extiende por todo el mundo una especie de niebla respecto al mismo. Al período de los grandes acontecimientos postconciliares, de euforia desbocada, de las aparatosas manifestaciones de abrazos y de saludos, ha sucedido un tiempo de prudente calma, de oculta labor, de trabajo resignado y escondido, de lenta profundización. Se cierran, al parecer, determinados horizontes, pero se abren nuevas pistas; el optimismo de los primeros días ha dado paso a la serena reflexión, al contraste de opiniones, al diálogo en profundidad.
No faltan quienes dicen que las Iglesias en la actualidad se hallan en un momento de búsqueda de la propia identidad confesional; que, después de unos avances claros y audaces en el terreno de los diálogos teológicos, reculan hacia "los cuarteles de invierno"; pero todo esto sin duda es para reponer fuerzas y lanzarse a nuevos avances en el momento oportuno. Porque también no pocos piensan que esto era totalmente necesario, ya que el movimiento ecuménico es víctima de sus propios éxitos».
Es evidente que esto ocurre en determinados ambientes de la Iglesia católica en la actualidad. El cuerpo de doctrina que Juan Pablo II ha producido respecto a la temática ecuménica durante los años de su pontificado es verdaderamente considerable. Repetidas veces ha dicho que el ecumenismo forma parte de su ministerio de Obispo de Roma. Y ha insistido en que el compromiso de la Iglesia católica en materia ecuménica es irreversible. También ha dicho que el ecumenismo es una marcha hacia adelante en dirección «al otro» y no una actitud de pasiva acogida del «otro». Y que es una de las actitudes pastorales más importantes de la Iglesia católica. En su viaje a los países nórdicos afirmó que es «una de las grandes gracias de Dios a la Iglesia en los tiempos presentes».
Por tanto, cabe preguntar a qué clase de ecumenismo se refiere la gente cuando habla de un cansancio del mismo o cuando denuncia que el pesimismo se extiende por los ambientes ecumenistas.
Me gusta definir al ecumenismo como «una marcha hacia la unidad por la oración, la conversión y el diálogo para la evangelización». Me parece que ésta es una definición integral, porque en ella aparece el objetivo del ecumenismo, que es la unidad plena; los medios para alcanzarla, que son la oración, la conversión y el diálogo y luego la finalidad del ecumenismo, que es la evangelización, ya que el ecumenismo no es un fin en sí mismo, sino un medio para conseguir la conversión del mundo. No es una meta sino una etapa en el camino de la conversión del mundo, como dijo Jesús: «Que todos sean uno para que el mundo crea» [Jn 17,21].
Es una marcha, que avanza por distintos frentes: Ecumenismo doctrinal, de los diálogos teológicos; ecumenismo práctico, el de la acción en común; ecumenismo de las visitas y de los encuentros; ecumenismo privado, llamado por los franceses «oecumenisme sauvage», y el ecumenismo institucional mediante el diálogo entre las Iglesias y las instituciones oficiales.
Contra este ecumenismo oficial es contra el que principalmente se lanzan los dardos de las críticas, por la lentitud de sus movimientos, pero es lógico que estos sean más lentos que los del ecumenismo particular, porque su peso y su responsabilidad son también más grandes. Pero, ¿quién duda que las Iglesias también han dado grandes pasos adelante en este terreno? Ahí están las numerosas declaraciones últimamente suscritas entre los más altos dignatarios de las mismas. El ecumenismo avanza, pero nadie sabe cuándo terminará su andadura. El ecumenismo, como sabiamente decía el P. Couturier, más que un problema es un misterio y solamente Dios sabe el momento en que llegará a la meta. A nosotros nos toca acariciarlo con nuestra oración, fomentarlo con nuestra mutua colaboración, animarlo con nuestro trabajo e iluminarlo con nuestra ilusión.
Ecumenismo 1991
Acababa de desaparecer el año 1991. En el primer número del año siguiente Pastoral Ecuménica comenzaba su «Presentación» diciendo: «Acaba de desaparecer el año 1991. Al finalizar el mismo se le hace un detallado examen sobre sus aportes en los terrenos más variados del ser y del quehacer humano. Es lógico someterle también a una crítica desde la óptica del ecumenismo.
Sobre este aspecto del año se han vertido las más diversas opiniones. Se ha hablado del «túnel del ecumenismo», del anquilosamiento, del embarrancamiento, del freno a la acción ecuménica, de desilusión, de desengaño.
Es cierto que en el año 1991 se han presenciado roces, malentendidos, luchas particularmente entre católicos de rito oriental y ortodoxos en distintos puntos de la geografía europea. Es verdad que han surgido nuevos contenciosos entre algunas de las Iglesias que hacen la andadura ecuménica. Es evidente, y bien que lo han aireado los medios de comunicación social, que se han dado serios debates al interior del reciente Sínodo de los Obispos de Europa, pero también es verdad que ha habido notables logros a lo largo de sus trescientos sesenta y cinco días.
El año 1991 estará para siempre vinculado a la VII Asamblea del CEI en Canberra (Australia). Tuvo lugar bajo el lema «Espíritu Santo ven y renueva toda la creación». Estuvieron representadas las entonces 317 Iglesias miembros del CEI, más un número elevado de observadores, delegados fraternos, auxiliares, etc. Cuatro mil personas en total.
El CEI no totaliza, pero sí canaliza las principales actividades ecuménicas, que tienen lugar fuera de la Iglesia católica. Y el principal exponente de dichas actividades son sus Asambleas generales, que constituyen su órganos legislativo, por ser representantes de todas las Iglesias miembros del mismo. Y son grandiosas manifestaciones de oración, reflexión, estudio, participación y decisión.
Dentro del contexto español también el año 1991 fue fecundo en realizaciones ecuménicas, entre las que destacan el I Congreso Iberoamericano sobre Ecumenismo, celebrado en el Monasterio de Guadalupe (Cáceres), del 20 al 26 de octubre y además el V Encuentro Ecuménico Europeo, que tuvo lugar en Santiago de Compostela del 13 al 17 de noviembre.
El Congreso de Guadalupe fue organizado por la Comisión Episcopal de Relaciones Interconfesionales de España y por el Departamento de Ecumenismo de la Conferencia Episcopal Iberoamericana (CELAM). Se desarrolló a nivel espiritual, vivencial y doctrinal. El Congreso reunió a todos los obispos de la Comisión española de relaciones interconfesionales, presidido por Mons. Torrella y a numerosos obispos y peritos de los países iberoamericanos.
Su tema fue «Nueva Evangelización y Ecumenismo». En él se estudiaron numerosos aspectos referentes a la nueva evangelización, sus exigencias, contenidos, sus agentes, sus problemas y dificultades. El ecumenismo fue ampliamente estudiado desde distintas vertientes, llegándose a clarificar los vínculos necesarios existentes entre el mismo y la evangelización en conformidad con la campaña a nivel mundial convocada por el Papa.
«Esta nueva evangelización, a la que el papa nos convoca, se dice en el Comunicado final de Guadalupe, es inseparable de la tarea ecuménica, en la que nuestra Iglesia desde el Vaticano II se encuentra comprometida de una manera irreversible».
En Santiago de Compostela tuvo lugar el tercer acontecimiento de resonancia europea, el V encuentro Ecuménico de la Conferencia de Iglesias Europeas (KEK), que agrupa a denominaciones ortodoxas y protestantes de Europa, y del consejo de las Conferencias Episcopales de Europa (CCEE), de la Iglesia católica.
Fue presidido por el cardenal Martini, de Milán y el Dr. John Arnold, anglicano, en suplencia del otro Presidente, el Patriarca Alexis de Moscú, quien quizá no asistió al Encuentro en razón de los contenciosos surgidos por entonces entre la Iglesia católica y la ortodoxa.
Fue aquel un encuentro de gran relevancia, no sólo en los ambientes europeos sino a nivel mundial. Hay que alabar la calurosa acogida al Congreso por parte del entonces Arzobispo de Santiago, Rouco Varela y del Presidente de la Junta de Galicia, Fraga Iribarne.
El colectivo se manifestó rabiosamente en favor de la necesidad de la unidad de cara a la evangelización profunda de nuestro continente. Y se señalaron los principales enemigos con que contaba el ecumenismo en aquel entonces: la actual civilización secularizada, los egoísmos personales, nacionales y eclesiales, los fundamentalismos bíblicos y religiosos, los tradicionalismos a ultranza y los descarados proselitismos.
El cuarto suceso de aquel momento, también a nivel europeo, fue el Sínodo de Obispos del Continente, celebrado en Roma entre noviembre y diciembre del año anterior. También en este Sínodo jugó un papel muy importante el ecumenismo, en cuanto necesariamente vinculado al tema central del Sínodo, que era el de la nueva evangelización de Europa. Numerosos padres destacaron los lazos irrompibles existentes entre ecumenismo y evangelización. Pero, sobre todo, brindaron al escenario del Sínodo los litigios más fuertes existentes entre algunas Iglesias ortodoxas y la Iglesia católica, en concreto las de Ucrania y Rumania, las cuales oficialmente se hallaban ausentes del Sínodo, a pesar de la invitación que el papa les había dirigido. La dura intervención del representante del Patriarcado de Constantinopla, Metropolita Espyridon fue también fuertemente contestada por el cardenal Sodano, Secretario de Estado del Vaticano.
Como se ve el ecumenismo no ha estado metido en un invernadero. Fue tema de suma actualidad, aunque en no pocas ocasiones «patata caliente» en las relaciones intereclesiales. Pienso que fue extraordinariamente positivo que toda la problemática saliera al exterior, incluso en un ambiente polémico. Esto es preferible a que las cuestiones duerman arropadas por un receloso silencio.
La revista Pastoral Ecuménica acogió en sus espacios a numerosas de las conferencias de Guadalupe y de Santiago, así como alguna crónica pormenorizada del aspecto ecuménico del Sínodo de los Obispos europeos.
Peregrinos de la Unidad en Compostela
Ese era el título del editorial del nº. 30 de la revista, dedicado a la V Conferencia de «Fe y Constitución», celebrada en Santiago de Compostela los días 3–14 de agosto de 1993, que empieza con unas palabras tomadas del Mensaje final de dicho encuentro: «Nos vamos de Santiago enriquecidos por la renovación de nuestro compromiso y nuestro entusiasmo en favor de la causa ecuménica. Les decimos a las Iglesias: ¡No hay camino hacia atrás, ni respecto a la meta de la unidad visible ni respecto al único movimiento ecuménico, que conjunta la preocupación por la unidad eclesial con la inquietud por el compromiso en la solución de los problemas humanos!».
La última Conferencia de Fe y Constitución había tenido lugar el año 1963 en Montreal (Canadá). «De Montreal a Santiago han pasado treinta años, decía nuestra revista, De entonces acá han ocurrido muchas cosas. La Conferencia de Santiago ha tenido lugar en un mundo efervescente de cambios y en medio de un clima ecuménico en mutación. El entorno cambiante se caracteriza por el derrumbe de los sistemas socialistas del Este europeo y por la variación de las situaciones políticas opresoras en otras partes del mundo: Latinoamérica, África y Asia».
Al mismo tiempo se han agravado otros problemas anteriormente existentes: separación económica Norte–Sur; desintegración nacional, en que se hallan inmersos algunos países por causa de los nacionalismos exacerbados; crecimiento demográfico, junto con la escasez de recursos. Problemas de emigración. Uso y abuso de la ciencia y la tecnología con la manipulación de embriones humanos, y toda la problemática de las cuestiones bioéticas, etc.
Además, no solamente el mundo se halla en una situación de cambio, sino que éste plantea condicionamientos nuevos a la acción ecuménica, de tal manera que con toda razón se puede hablar de «una situación ecuménica en transformación», la cual desde Montreal aquí se caracteriza tanto por la continuidad como por el cambio. Ha habido una fuerte transformación en las relaciones entre muchas Iglesias, que han pasado del aislamiento al diálogo; la intensa participación de la Iglesia católica en los diálogos teológicos; las uniones verificadas entre varios grupos de Iglesias; los notables acercamientos entre otras, de modo que les permitan la intercomunión; el reconocimiento ya generalizado de una comunión intereclesial ya existente, aunque imperfecta, entre las Iglesias, etc.
Por otro lado han surgido problemas nuevos y nuevas dificultades en el peregrinar ecuménico. Se ha notado una disminución en el entusiasmo y en el compromiso respecto al objetivo de la unidad visible, hasta el punto de que hay no pocos que se sienten satisfechos con los logros alcanzados y desesperan de poder realizar nuevos avances.
Contenciosos surgidos con ocasión del acceso de la mujer al ministerio ordenado. Problemas aparecidos entre católicos y ortodoxos después de la caída del «telón de acero». Las relaciones intereclesiales y el diálogo ecuménico también se ven afectados por la crisis de autoridad actualmente existente, lo cual exige a las Iglesias reflexionar juntas sobre las fuentes de la autoridad, las estructuras de adopción de decisiones a nivel local y universal y los medios de ejercer el magisterio autorizado. Las dificultades creadas por los particularismos nacionalistas y las tendencias etnocéntricas en regiones como Ucrania y la antigua Yugoslavia, etc.
La necesidad de proclamar conjuntamente el Evangelio ante un mundo agnóstico, increyente y secularizado, todo ello está pidiendo a gritos la reconciliación intereclesial, llegando al discernimiento entre la unidad irrenunciable y la diversidad que pueda y deba darse entre las mismas. Unidad en la confesión de fe, auque pueda haber diversidad en sus expresiones. He aquí el reto con que se enfrentaba la Conferencia de Santiago.
Su tema era impresionante: «Hacia la koinonía en la fe, en la vida y en el testimonio». Como preparación para la conferencia de Santiago, España había celebrado sobre el mismo tema las IX jornadas Interconfesionales de Teología y Pastoral del Ecumenismo y el IV Encuentro Interconfesional de El Espinar. Teólogos de primera fila pasaron por el escenario de Santiago, de las distintas Confesiones: Pannenberg, E. Templeton, G. Khorr, Konrad Raiser, el Metropolita de las Américas, Jacobos, Aram Keshisian, Cassidy, Tillard. Todo el nº. 30 de la revista está ocupado por artículos de teólogos españoles que participaron en el encuentro: Carlos G. Cortés, José Hernández, A. Matabosch, más el argentino Scampini.
Pastoral Ecuménica se autoexamina
Lo hizo en su nº. 31, al cumplir los diez años de existencia. Se siente orgullosa por los numerosos y destacados teólogos que han pasado por sus páginas a lo largo de esta década. Y en la presentación del número afirmaba su propósito de seguir adelante en su información al pueblo de Dios que habla la lengua castellana: «No hay marcha atrás. ¿Cómo puede haberla, si el ecumenismo es parte del ser cristiano a partir de las rupturas. Comienza, por tanto, una nueva andadura. Comienza una nueva década asomándose al gran acontecimiento, que no sólo para la Iglesia católica sino para toda la cristiandad, ha supuesto la aparición del «Nuevo Directorio Ecuménico», cuya presentación hacen en este mismo número Mons. Fortino, Teófilo Moldovan y Pedro Langa.
Rumores de Milenio
Llegaron a nuestra revista, la cual se hacía eco de ellos en su nº. 32, a mediados del año 1994. «El calendario nos dice que estamos agotando el segundo milenio y que se sienten ya cercanas las avanzadillas del tercero. Juan Pablo II, uno de los mejores oteadores de los signos de los tiempos, está alertado y preocupado. Hace ya tiempo que viene intentando convencer a los creyentes de la importancia que puede suponer este acontecimiento para la marcha de la cristiandad.
En efecto, el 10 de noviembre de ese mismo año publicaba su Carta apostólica «Tertio millennio adveniente», que revolucionó a la Iglesia católica poniéndola en marcha hacia el tercer milenio.
Pero ya antes en el mes de marzo enviaba a todos los 141 miembros del Colegio cardenalicio con el título «Reflexiones sobre el gran jubileo» un documento de 28 páginas, que la Secretaría de Estado transmitió a todos los cardenales con el fin de que reflexionaran sobre su contenido y aportaran las pertinentes respuestas al mismo en una reunión a la que les convocaba para los días 9 y 10 de mayo.
En el documento el Papa solicitaba la opinión de los cardenales sobre tres puntos muy concretos, entre otros: una reunión de las religiones monoteístas en el Sinaí; la canonización de cristianos no católicos o la inclusión de los mismos en el martirologio de la Iglesia católica; y la petición pública de perdón por las violaciones de los derechos humanos, que la Iglesia ha cometido a lo largo de su historia.
La impresión que este texto produjo en el mundo cristiano fue primero de desconcierto y luego de suma curiosidad. No hay que olvidar que hasta el Vaticano II se les llamaba simplemente "herejes" o "cismáticos", y ahora podrían ser considerados y vistos, no meramente como «hermanos separados», como les llamó el Concilio o simplemente como «hermanos cristianos» según la terminología actualmente existente en los ambientes ecuménicos, sino que podían ser tenidos como "santos", incluídos en el martirologio, a los que se pudiera acudir devocionalmente como se hace con los santos de la Iglesia católica.
La Carta invitaba a la autocrítica, al examen de conciencia y petición de perdón por los errores, la faltas cometidas por la Iglesia en el correr de los siglos, etc.
Observadores muy acreditados en el Vaticano, recogían la impresión que esta propuesta del Papa produjo en el Colegio cardenalicio: «Los cardenales rechazan la revisión y autocrítica de la historia de la Iglesia». Pensaron que «eso no era lo prioritario para este momento».
A pesar de todo, el pensamiento del Papa se ha ido cumpliendo a lo largo del sexenio que nos separa de aquel anuncio. La insistencia del Papa ha supera todas las dificultades, paso a paso, y sus pronósticos se han ido cumpliendo uno tras otro: los viajes a Israel y Egipto, al Sinaí y al Horeb, la solemne petición de perdón dentro d ela misma Basílica de san Pedro, etc. Sólo falta ver convertida en realidad la propuesta de un martirologio común, en que se pueda acoger, junto a personajes de la Iglesia católica a otros de las distintas Confesiones. Personas, contagiadas con el santo virus del ecumenismo, continúan a la expectativa de que este punto de las propuestas lanzadas por el papa en 1964 se convierta en realidad.
El 21 de noviembre de este mismo año 1964, se cumplían los treinta años del Decreto de Ecumenismo. La revista Pastoral Ecuménica lo saludó con gran cariño y le dedicó, además, dos importantes artículos, de Pedro Langa uno y de José Luis Díez el otro.
Por otro lado, en el bienio 94–95 el Papa fue generoso en la producción de documentos importantes en el terreno ecuménico. La ya mencionada Carta apostólica «Tertio millennio adveniente», y la encíclica «Ut unum sint», comentada en la revista por su director, más el precioso texto «Orientale lumen», que es como una caricia del Papa a las Iglesias de Oriente, texto comentado en la revista por Teófilo Moldovan, sacerdote la Iglesia ortodoxa de Rumania en España.
Perspectiva ecuménica del año 1996
Con ese título halagador se presentaba Pastoral Ecuménica al comienzo del año 1996. Hay ya muchas cosas programadas, por lo que el futuro ya se ha hecho noticia. Y presenta algunas.
Ginebra continúa la preparación de la Octava Asamblea del CEI, que tendrá lugar en 1998 en la nación africana de Zimbabwe. La primera que se celebró en aquel continente tuvo lugar en Nairobi [1975]. Las Iglesias europeas, agrupadas en torno a dos polos, la KEK y el CCEE dan los últimos retoques a la II Asamblea Ecuménica Europea, que tendrá lugar en Graz (Austria) en 1997 bajo el lema «Reconciliación, don de Dios y fuente de nueva vida».
Católicos y luteranos esperan ansiosamente el Documento conjunto sobre la justificación elaborado por el Comité Mixto para el Diálogo Teológico entre ambas Confesiones, que será el mejor exponente de los muchos e importantes pasos que, en el mutuo acercamiento, se han dado entre ambas Iglesias en los últimos años.
Hace a continuación memoria de los viajes del Papa programados para ese año: Eslovenia, Györ, cerca de Budapest, donde el Papa pensaba encontrarse con el Patriarca Alexis II de Moscú, entrevista que quedó frustrada por la negativa del patriarca, que no aceptó el encuentro con el Obispo de Roma. Quizá presionado por el ambiente de cierta hostilidad, que en aquel momento se detectaba entre la iglesia católica y la ortodoxa.
De Hungría el Papa se dirigió a Alemania, con ocasión de la celebración del 450 aniversario de la muerte de Lutero. La visita, no exenta de dificultades, contaba con la buena acogida en general del pueblo luterano, por lo que se esperaban de ella abundantes frutos.
En octubre se celebraba el 400 aniversario de la famosa unión de Brest–Litovsk, que sancionó el nacimiento de la Iglesia greco–católica de Ucrania. Acontecimiento que podía ser conflictivo, ya que las principales desavenencias actualmente existentes entre católicos y ortodoxos están provocadas por la reaparición de esta Iglesia de rito oriental así como la de sus hermanas las Iglesias de Rumania y de otros lugares.
Pero el gran acontecimiento que trae nerviosa a la Iglesia católica, aunque en él estén implicadas las otras Iglesias cristianas, más las religiones no cristianas, particularmente judíos y musulmanes, es la preparación del Jubileo, con la programación de actos en que todas ellas están implicadas.
Se fue el año 1996
Eso decía Pastoral Ecuménica en el último número correspondiente a ese año. Añadía: «Y desde el punto de vista ecuménico se fue sin hacer demasiado ruido. Ha sido un año tumultuoso en resonancias socio–políticas, pero corto en realizaciones ecuménicas». Y enumera algunas: «El mes de febrero se celebraba el 450 aniversario de la muerte de Lutero, con acontecimientos conmemorativos de la vida del reformador alemán que se han ido sucediendo a lo largo del año, pero sin demasiado entusiasmo, en distintas partes del mundo. En el Centro Ecuménico "Misioneras de la Unidad" se clausuró el curso 1995–1996 con una conferencia de Héctor Vall, rector del Colegio Oriental de Roma y profesor de Teología en la Gregoriana. El mismo Centro Ecuménico inició el curso con una semana de conferencias en las que se expusieron por personas competentes los pasos dados en el acercamiento luterano–católico, desde la época de la separación hasta el momento actual.
Las Iglesias evangélicas de Madrid se hicieron eco del acontecimiento mediante una serie de conferencias en el Seminario Evangélico Unido y una bella exposición bibliográfica sobre Lutero.
El mes de febrero nos sorprendió con la amenaza de ruptura de comunión entre el Patriarcado de Moscú y el de Constantinopla, por el problema de jurisdicción interpatriarcal. El desafecto fue ligero, pues meses después se volvió al intercambio de relaciones plenas y normales entre ambos Patriarcados.
A primeros del año las agencias de prensa lanzaban a los cuatro vientos la propuesta que había hecho el Secretario general del Consejo Ecuménico de las Iglesias, de celebrar un concilio cristiano universal con ocasión de la llegada del milenio. Pudo ser una respuesta a la atrevida iniciativa que hizo el Papa en la «Ut unum sint», pidiendo ayuda dentro de la Iglesia católica y de las otras Iglesias a que le «ayuden a buscar modos nuevos en el ejercicio del Primado de Pedro». Palabras verdaderamente impresionantes que, cuando leí por primera vez en la encíclica «Ut unum sint» me hiciera a llorar de agradecida emoción hacia el Santo Padre, que tuvo la osadía de lanzar semejante petición.
En diciembre del mismo año el Arzobispo de Canterbury, Dr. Carey, visitaba al Papa en Roma. Sin duda que, por razón de la ordenación de mujeres admitida por la Iglesia de Inglaterra, la entrevista entre los altos dignatarios de ambas Iglesias no fue tan calurosa como las anteriormente celebradas. Quizá no le falta razón al cronista de «Ecclesia» en Roma cuando escribía: «La visita del primado de la Comunión anglicana al Vaticano no ha sido una desilusión, porque las expectativas eran escasas. Sin embargo, no ha sido una mera visita de cortesía, y el encuentro del Arzobispo con el Papa ha servido para evitar lo peor: Un retroceso. Proseguir el diálogo, pese a que el sacerdocio de las mujeres, aprobado por los anglicanos, ha reducido mucho el margen de maniobra de los teólogos». Y el Primado anglicano consideraba positivo el encuentro «porque se ha discutido abiertamente el tema de la ordenación de mujeres sin caer en polémicas y sin que se rompa el clima de fraternidad: Hermanos separados, sí, pero hermanos».
Después de Graz, ¿qué?
En esta bella ciudad de Austria, cerca de Viena, se dieron cita en el verano de 1997 cristianos de las diversas Iglesias de Europa comprometidas en trabajar y orar por la unión de todos en una sola Iglesia. Era la segunda de las grandes Asambleas convocadas por la Conferencia de Iglesias Europeas (KEK), protestantes y ortodoxas, y por el CCEE o Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa, de la Iglesia católica. La primera Asamblea tuvo lugar en Suiza en 1989, poco antes de la caída del muro de Berlín.
De entonces al momento que historiamos eran notables los logros que se habían conseguido en el camino hacia la unidad política de Europa, pero no tan seguros los que se habían dado respecto a la unidad religiosa. Con el fin de avanzar en este terreno se habían dado cita en Graz, autoridades y pueblos de las distintas Confesiones.
El tema de la Asamblea fue «Reconciliación: don de Dios y fuente de vida nueva». De 18 a 20.000 fueron los participantes, procedentes todos ellos de los países europeos. El encuentro se celebró en las tres dimensiones que proporcionan un buen escenario para el diálogo y la mutua comprensión. En primer lugar, los actos oracionales, ya que, como creyentes, los cristianos están convencidos, como lo proclama el "slogan" de la Conferencia, de que la reconciliación, en todos sus niveles, es un don de Dios, aunque tenga que apoyarse también en el esfuerzo de los hombres, a la dimensión oracional, se añadió la doctrinal y la vivencial, extraordinaria esta última.
De Graz se sacaron fuertes compromisos de cara al fomento del diálogo intercristiano y a la mutua colaboración. De todo ello habló el º. 42 de nuestra revista, con valiosas aportaciones, cada una subrayando aspectos distintos de la Asamblea, por parte de Javier Ansó, Héctor Vall, Eleuterio Fortino, José Hernández y María José Delgado.
Octava y última Asamblea del Consejo Ecuménico de las Iglesias
Quizá el acontecimiento ecuménico más importante del año 1998 haya sido la Octava Asamblea del CEI en Harare (Zimbabwe, del 13 al 14 de diciembre bajo el lema «Buscad a Dios con la alegría de la esperanza»).
La última de las Asambleas del CEI se había celebrado en Canberra en 1991. Entre esa fecha y la de 1998, con los múltiples cambios sociales y políticos habidos en el mundo, también hubo muchos de tipo religioso y, más en concreto, en el campo ecuménico. Así lo decía Aram I, Catholicós de los armenios de Cilicia y Moderador General de la Asamblea en su discurso de apertura. Entre Canberra y Harare ha habido grandes acontecimientos ecuménicos, como la Asamblea de Basilea y luego la de Graz en Austria; la Asamblea Mundial de Evangelización en Brasil; la Conferencia de Fe y Constitución en Santiago de Compostela, la publicación del Directorio Ecuménico de la Iglesia católica; la Conferencia de Lambeth del mundo anglicano [1998] que reunió a 800 obispos anglicanos de todo el mundo, la Carta apostólica del Papa «Tertio millennio adveniente» y la encíclica «Ut unum sint».
Y entre los avances ecuménicos hay que destacar la firma de los Acuerdos del papa con Karekín I, Catholicós de todos los armenios en 1996 y luego con Aram I, Catholicós de la iglesia de Cilicia, reconociendo las formulaciones teológicas de los concilios de Éfeso y Calcedonia. A estos hay que añadir el Acuerdo de Leunberg entre varias Iglesias protestantes del Norte de Europa y la Declaración de la Federación Luterana Mundial y el Pontificio Consejo para la Unidad, de la Iglesia católica, sobre la doctrina de la justificación por la fe.
Esta lista de acontecimientos ecuménicos no es exhaustiva, pero indica que el movimiento ecuménico está vivo. El Moderador General habló de la necesaria reestructuración del Consejo Ecuménico. Indicó que el ecumenismo camina hacia una mayor koinonía entre las Iglesias. Subrayó su permanente compromiso socio–político; su empeño en trabajar por una mejor formación ecuménica del pueblo de Dios. Afirmó solemnemente que el pluralismo religioso que va penetrando a marchas forzadas en todos los ámbitos de las Iglesias constituye un auténtico reto a la existencia de las mismas. Lamentó que el siglo XX haya estado dominado por la cultura de la violencia. Se alegró de las buenas relaciones que el CEI mantiene con la Iglesia católica y lamentó los choques frecuentes que sufre de parte de las ortodoxas, repartiendo las culpas de esta situación a partes iguales entre ambos polos.
Hizo una perfecta radiografía y un diagnóstico del ecumenismo actual, situándolo en un estado de crisis, por lo que apuntó la necesidad de caminar hacia un ecumenismo nuevo. «El contexto y la imagen del ecumenismo están cambiando, dijo. Necesita, por consiguiente, un nuevo entendimiento y una nueva expresión de sí mismo. Por ello el Consejo Ecuménico se está auto–examinando y se halla empeñado en una nueva reestructuración. Por tanto, el CEI se halla en un momento de autoexamen, busca nuevos horizontes y se prepara para unas nuevas estructuras».
En Harare hubo una presencia notable de mujeres, ya que en las mismas fechas y lugar se estaba celebrando el «Decenio de Solidaridad de las Iglesias con las mujeres».
A toda esta temática Pastoral Ecuménica dedicó su nº. 46, con aportaciones de Antoni Matabosch, Lucía Ramón Carbonell y José Hernández, y la correspondiente presentación del tema por el director de la revista.
¿Qué ha ocurrido en Bucarest?
Ese era el título de la autopresentación de la revista en su número 47. «Ha caído el muro», decía un comentarista con ocasión del viaje de Juan Pablo II a Rumania los días 7 al 9 de mayo de 1999, haciendo alusión a la caída del muro de Berlín y, con ella, a la entrada de libertades políticas y religiosas en los países en que carecían de ellas.
Un muro y no endeble es el que existía en las relaciones entre católicos y ortodoxos a alto nivel eclesial hasta la llegada del «suceso Bucarest», que ha dado un giro a la historia del diálogo entre las llamadas «Iglesias hermanas». El Patriarca de Rumania Tectist, junto con el presidente del país, rompieron ese muro al invitar a Juan Pablo II a visitarlo. Fue una experiencia inolvidable, que tuvo numerosas manifestaciones, pero que hemos de reducir a dos, apremiados por el espacio concedido a esta exposición.
En primer lugar, ver al Papa junto al Patriarca y al presidente de la nación rumana recorriendo una decena de kilómetros desde el aeropuerto hasta la sede patriarcal, en medio de una muchedumbre que gritaba incansablemente: ¡Viva el Papa, viva el Papa!, siendo ortodoxos la mayoría de los manifestantes. Y el segundo suceso tuvo lugar durante la celebración de la Eucaristía por el Papa en una de las grandes plazas de la ciudad, cuando la muchedumbre, también en su mayoría ortodoxa, comenzó a gritar, como suele hacerse en los campos de fútbol: ¡Unitate! ¡unitate! ¡unidad! ¡unidad! Y el Pontífice, volviéndose al Patriarca le dijo: «Mire lo que proclama la gente. ¡Que debemos unirnos!».
La prensa del país y todos los medios de comunicación social durante los dos días estuvieron totalmente comprometidos con el suceso. Suceso impresionante y comprometedor. La revista lo cuenta con detalle a través del cuadragésimo séptimo de sus números, con intervenciones de dos testigos presenciales del acontecimiento, entre ellos el director de la revista, autor de esta presentación–artículo, y de Teófilo Moldovan, sacerdote ortodoxo–rumano en España.
Punto final
Con mi intervención hemos llegado al punto final de esta etapa cincuentenaria de la revista. En este número hay colaboraciones muy interesantes sobre puntos notables del quehacer ecuménico. El Padre Pedro Langa presenta una visión panorámica de la ecumenicidad del Jubileo. Carmen Márquez, del Centro Ecuménico de Valencia, presenta dos aportes sobre las experiencias ecuménicas vividas en la Asamblea de Harare: «El ecumenismo a través de las mujeres», y se adentra en la exposición de uno de los temas más difíciles del ecumenismo: conceptos de unidad y modelos de unión en relación con la eclesiología.
El investigador del mundo de las religiones José Demetrio Jiménez nos presenta otras caras de la divinidad, tal como las contemplan los pobladores de las zonas andinas. Manuel Alcalá bucea en la calidad ecuménica de la II Asamblea de Obispos de Europa. Y Pedro Langa se alegra, y razón tiene para hacerlo, de «la dimensión ecuménica del viaje papal a Tierra Santa», ya entrado el año presente.
Otros temas
Hay, además, otros números de la revista, cuyos textos no están referenciados, como el dedicado a la Séptima Asamblea del CEI de febrero de 1991, en Canberra (Australia), sobre el Espíritu Santo, con artículos de Vidal Regaliza, Héctor Vall, Antoni Matabosch, Julián García Hernando y María José Delgado, así como los referentes a la I Asamblea de la KEK y el CCEE, celebrada en Basilea en 1989, poco antes de la caída del «telón de acero», donde se presentan las conferencias de doce de sus participantes.
Otros números hacen alusión al diálogo interreligioso en España y se centran en este sentido en algunos de los Congresos entre cristianos y musulmanes, como los dos últimos tenidos en Córdoba, más el celebrado en Madrid con motivo de la inauguración de la Mezquita de la «M–30», y el que tuvo lugar en Alcalá de Henares en 1994 bajo el título «Tres religiones, un compromiso de paz».
Pastoral Ecuménica ha publicado amplias reseñas de cada uno de los XXIX Encuentros Interconfesionales e Internacionales de Religiosas, celebrados a lo largo de la geografía europea, y el Congreso sobre «Sectas y nuevos movimientos religiosos», organizado por la Comisión Episcopal de Relaciones Interconfesionales, con trabajos de investigación y exposición de expertos en la siempre difícil temática del sectarismo como Manuel Guerra, Atilano Alaiz, Francisco Azcona San Martín y Cándido Martín Estalayo.
El resto de sus páginas lo han ocupado, en su mayor parte, las secciones de Miscelánea, Documentos, Movimiento Ecuménico (con los apartados Ecumenismo en el mundo; Ortodoxia; y Ecumenismo en España) y Recensiones, a las que, últimamente, se han añadido Movimiento Interreligioso (con los apartados de Religiones No Cristianas y Sectas / Nuevos Movimientos Religiosos), los dos a cargo de Juan García Biedma, experto en esas materias y miembro de la Secretaría y Administración de la revista.
Pastoral Ecuménica pide perdón a sus lectores de los fallos en que haya caído y promete continuar su servicio en esta tarea formativa e informativa sobre uno de los problemas más importantes de la actualidad eclesial como es el ecumenismo, al que se suma también el otro diálogo, el interreligioso. Y les agradece su constancia y fidelidad y el apoyo material, sin los que no hubiera podido estar en la plaza pública con su opinión y su aportación al trabajo ecuménico.
Pastoral Ecuménica, en este número extraordinario quiere también dejar constancia de profundo agradecimiento por la generosa colaboración prestada con sus trabajos y su saber a un gran número de autores, amigos todos del Centro Ecuménico y del Instituto «Misioneras de la Unidad», en su mayoría profesores y/o especialistas en las materias tratadas, y que a continuación citamos por orden alfabético como reconocimiento. Sin sus aportaciones la revista no hubiese alcanzado los objetivos que se propuso:
ALAIZ, Atilano,
ÁLVAREZ GÓMEZ, Jesús,
ANSÓ, Javier,
ARJOMANDI, Farshad, (Bahá'í)
AZCONA SAN MARTÍN, Francisco,
BALAN, Ioanikie Père,
BECKER, Thierry,
BENDAMAN, Moshe, (Judío)
BESTARD, Joan,
BIANCHI, Enzo,
BORRMANS, Maurice,
BOSCH, Juan,
BOTAM, Joan,
BRIA, Ion,
BUENO DE LA FUENTE, Eloy:
CAPO, Humberto (Protestante),
CASES, José María,
CASTRO, Emilio (Protestante)
CATHERINE, Sor, Comunidad de Grandchamp,
CHARALAMBIDIS,
CIACANU, Eustoquia Madre,
CIBIOTEA, Daniel,
CONDREA, Corin–Nicolae:
CORTABARRÍA, Ángel,
COSMA FILOTEIA, Monahia,
DAUCOURT, G.,
DELGADO, María José,
DELIUS, Ramón,
DÍAZ PINEDA, Manuel,
DIEZ, José Luis,
DUPREY, Pierre,
EDDINE HAFFEZ, Salah, (Musulmán)
ETCHEGARAY, Roger,
FERNÁNDEZ ALONSO, E.,
FERNÁNDEZ–PACHECO SÁEZ, José Luis
FLOREZ, Gonzalo,
FORTINO, Eleuterio
FREYCHET, M.–BEHR-SIGEL, E.–THURIAN, Max, (Protestantes)
GALERIU, C.,
GARCÍA HERNANDO, Julián:
GARCÍA DE LEÁNIZ, Marta,
GARCÍA CORTES, Carlos,
GARCÍA-BAQUERO, Isabel,
GARCÍA PAREDES, José C.R.
GARCÍA BIEDMA, Juan,
GESTEIRA GARZA, Manuel,
GIL BARTOLOMÉ, Juan Carlos:
GNANADASON, Aruna,
GONZÁLEZ CANO, Piedad,
GONZÁLEZ DORADO, Antonio,
GONZÁLEZ HERRERO, Manuel
GONZÁLEZ BUENO, Manuel,
GOUTAGNY, P. André E.,
GRACIUN, Casiano,
GUERRA GÓMEZ, Manuel,
HERNÁNDEZ MARTÍNEZ, José María,
JARA VERA, Vicente:
JIMÉNEZ, José Demetrio:
KASSAPOVA, Suzana Sor,
KOLARIC, J.,
KYRILL, (Ortodoxo)
LACUNZA BALDA, Justo,
LANGA, Pedro,
LANNE, Emmanuel,
LARRABE, José Luis
LIMOURIS, G.,
LLAMAS, Enrique,
LÓPEZ MARTÍN, Julián
LOZANO BARRAGAN, Javier,
MÁRQUEZ BEÚNZA, Carmen
MARTÍN ESTALAYO, Cándido,
MARTÍN HERNÁNDEZ, Francisco,
MARTINI, Carlos María-ARNOLD, John,
MATABOCHS, Antoni,
MEYER, Sor Samuelle
MICHALON, Pierre:
MICHEL, Thomas,
MIRCEA, Alejandro,
MONJAS, Domiciano
MOLDOVAN, Teófilo, (Ortodoxo)
MONTANER PALAU, Juan
MUÑOZ LEÓN, Domingo
NESPOLI, Isabela
OLÁIZ, Miguel (Anglicano)
ORDÓÑEZ, Carmen,
PAPATHANASIOU, Christos (Ortodoxo)
PARDO, Carmina,
PAVAN, Mario,
PECKSTADT, Athenagoras (Ortodoxo)
PÉREZ SÁNCHEZ, Francisco
PERRÓN, Mariano,
PETEIRO, Antonio,
PINTASILGO, Mª. Lourdes,
PIÑERO CARRIÓN, J.M.,
POIANA, Eufrasia Madre (Ortodoxa)
RAMÓN CARBONELL, Lucía,
RAULO, Sylvia,
RENEDO, Victoriano,
RIAZA LÓPEZ, José Francisco,
RUIZ POVEDA, Luis, (Protestante)
RUNCIE, Robert, (Anglicano)
RUTH, Sor,
SAHAGUN LUCAS, Juan de,
SÁNCHEZ VAQUERO, José,
SCAMPINI, Jorge Alejandro,
SCHMIDT, S.,
SCHOENHERR, Annemarie,
SIRAT, Samuel,
SOR URSULA (Protestante)
STEEL, David,
STERNBERG, Sigmund,
TAIBO, Ramón, (Anglicano)
TELECHEA, Félix,
TERESA MARÍA, Sor,
TIMIADIS, Emilianos, (Ortodoxo)
TILLARD, J.M.R.,
TSIAMPARLIS, Dimitris (Ortodoxo)
USCATESCU, Jorge, (Ortodoxo)
VALL, Héctor,
VALLE, Sor Mariangela della,
VALMIGERE, Sor Jean–Maríe,
VAN PARIS, Michel,
VIDAL MANZANARES, César,
WEIZSACKER, Carl Fiedrich von,
WILLEBRANDS, Johannes,
ZABALA, Martín,
Un fraterno abrazo para todos y todas,
colaboradores y lectores.
Julián GARCÍA HERNANDO