El Ecumenismo a la hora de Harare

Quizá el acontecimiento ecuménico más importante a lo largo del año 1998 haya sido la celebración de la Octava Asamblea del Consejo Ecuménico de las Iglesias en Harare (Zimbabwe), del 3 al 14 de diciembre, de la que vamos a dar, juntamente con otros colaboradores de este número de Pastoral Ecuménica, una información a modo de estudio.

La temática de la Asamblea, que fue extraordinariamente variada, estuvo pilotada por las cuatro «Unidades de trabajo» del CEI: 1ª. Unidad y renovación; 2ª. La Iglesia en misión: salud, educación y testimonio; 3ª. Justicia, paz y defensa de la creación (ecología); 4ª. Compartir y servir (dimensión social del ecumenismo).

Todo ello encuadrado dentro de las tres áreas de acción del movimiento ecuménico: ecumenismo espiritual; doctrinal y pastoral.

La dimensión espiritual de la Asamblea ya va referenciada, aunque brevemente, en la presentación de este número de la Revista. En este apartado me voy a referir a la dimensión pastoral y principalmente a la doctrinal.

Y, en la imposibilidad de abarcar las distintas intervenciones que en este sentido se escucharon, me limito a hacer referencias a las dos principales: la del Secretario General del CEI, Dr. Konrad Raiser y, principalmente, a la del Moderador General de la Asamblea, S.S. Arán I, Catholicós de los armenios de Cilicia.

1. Emplazamiento cronológico de la Asamblea

La última de las Asambleas se celebró en Canberra en 1991. Entre esa fecha y 1998, con los múltiples cambios sociales y políticos ocurridos en el mundo, también han tenido lugar numerosos sucesos atañentes al mundo religioso y, en concreto, al ecuménico. «Hemos sido testigos del colapso de las ideologías, decía Aram I, al mismo tiempo que muchas barreras han sido destruidas y que el apartheid prácticamente ha desaparecido. Sin embargo, el fin de la Guerra Fría no nos ha introducido en una nueva era de justicia, de paz y de reconciliación... Estos cambios rápidos y radicales así como la aparición de nuevas y complejas realidades, han tenido repercusiones directas en la vida y el testimonio de las Iglesias, en el Movimiento Ecuménico y en la labor del CEI».

En efecto, entre Canberra y Harare ha tenido lugar grandes acontecimientos ecuménicos, como la celebración de las Asambleas ecuménicas europeas de Basilea [1989], a la que siguió la caída del muro de Berlín, y la de Graz, en Austria en 1997; la Asamblea Mundial de Evangelización en Brasil [1996]; la Conferencia de Lambeth [1998], que reunió a 900 obispos anglicanos de todo el mundo; la Conferencia de «Fe y Constitución» en Santiago de Compostela [1993]; la publicación del «Directorio Ecuménico» por parte del Pontificio Consejo para la promoción de la unidad de los cristianos; la publicación por el organismo romano citado de un texto sobre «La dimensión ecuménica en la formación de los agentes de pastoral»; otro texto sobre «Formación Ecuménica» elaborado conjuntamente por el Grupo Mixto de Trabajo Iglesia católica–Consejo Ecuménico de las Iglesias; los escritos ecuménicos de mayor rango dentro de la Iglesia católica debidos al Papa Juan Pablo II; como son la Exhortación apostólica «Tertio Millennio Adveniente» ; y la Encíclica «Ut unum sint».

Y entre los avances ecuménicos hay que destacar la firma en Roma por el Papa de los acuerdos con Karekín I, Catholicós de todos los armenios en 1996, y con Aram I, Catholicós de la iglesia de Cilicia. A estos hay que añadir el Acuerdo de Leunberg entre varias Iglesias protestantes del norte de Europa y, por último, la Declaración Conjunta de la Federación Luterana Mundial y del Pontificio Consejo para la unidad de los cristianos sobre la doctrina de la justificación, presentada en la Sala de prensa de la Santa Sede por el cardenal Edward I. Cassidy el 28 de junio de 1998.

Es claro que esta lista de sucesos importantes en el terreno del acercamiento ecuménico no es exhaustiva, pero nos hace formar clara conciencia de que el movimiento ecuménico se halla en ebullición. En la fecha de entre ambas Asambleas, por lo que al CEI se refiere, hay que decir que ha estado marcado por una serie de importantes realizaciones programáticas, por un considerable aumento del número de sus Iglesias miembros, por una grave inestabilidad financiera que le obligó a reducir su plantilla y los numerosos desafíos que le han planteado no solamente la sociedad sino también las Iglesias.

2. Reestructuración del Consejo

Todo ello ha hecho reflexionar profundamente a los directivos del Consejo, obligándoles a pensar en cambios importantes en la estructura del mismo. Este proceso de cambio fue pilotado por un texto, apuntado en 1989 con el título de «Hacia un nuevo entendimiento y una visión comunes del CEI», el cual inmediatamente después de su propuesta se convirtió rápidamente en la principal iniciativa del período que estamos analizando, que acaparó la mayor parte de las preocupaciones y de las actividades del CEI en dicho período, conduciéndole a dos amplios procesos de reestructuración interna y de establecimiento de prioridades programáticas, con el asombro y el rechazo de muchos de los que lo contemplaban, tanto dentro como fuera del CEI.

Con esta ocasión el CEI fue sometido a una reestructuración de sus unidades programáticas, pasando de tres a cuatro según la indicación que hicimos más arriba, con un claro, y para muchos, triste desajuste, entre la triple acción operativa del CEI, iniciada ya casi en los mismos orígenes del movimiento ecuménico en Edimburgo [1910], aceptada posteriormente en Amsterdam [1948] y ratificada en Nueva Delhi [1961], para dar lugar al organigrama cuatripartito, expuesto al principio, con la consiguiente pérdida de relevancia para «Fe y Constitución» en favor de la dimensión socio–política del CEI, restando con ello importancia a lo que, para ortodoxos, y también para católicos, constituye la finalidad principal del CEI: llegar a la unidad en los principios fundamentales de la doctrina.

Este empeño que a lo largo de las últimas Asambleas del CEI ya fue fuertemente criticado, principalmente por las Iglesias ortodoxas, ha sido también la manzana de discordia de la Asamblea de Harare, como apareció en los momentos finales de la Plenaria del último día de la Asamblea, a través de las intervenciones del ortodoxo y del P. Tillard, eminente teólogo católico perteneciente al Comité de «Fe y Constitución».

3. Hacia una koinonía más plena y más visible

No obstante esa seria grieta, que ya había aparecido en conferencias anteriores, pero que en ésta, por las circunstancias antedichas, parecía ser provocada, sin duda con buenas intenciones, por los principales líderes del CEI, éstos manifestaron claramente que el ecumenismo caminaba hacia una koinonía «más plena y más visible». Así lo afirmaba Aram I:

«La búsqueda de una unidad más plena y más visible sigue siendo una de las preocupaciones centrales del Movimiento Ecuménico y uno de los principales objetivos del CEI. En Canberra la Asamblea adoptó una declaración, en la que se definía la unidad de la Iglesia como koinonía que es don y vocación de Dios y se consideraba a la Iglesia como anticipo de esa koinonía con Dios y con el prójimo».

Y refiriéndose a la V Conferencia de «Fe y Constitución» en Santiago de Compostela [1993], dijo que en ella «se analizó el significado y las consecuencias de la koinonía para la vida y la labor de la Iglesia, centrando su atención en «la koinonía en la fe, en la vida y en el testimonio».

La Conferencia, en la que participaron personas de todos los continentes y de todas las tradiciones eclesiásticas, y que había sido preparada en una serie de consultas regionales sobre el tema, examinó asimismo posibles medidas encaminadas a hacer visible esa koinonía en la vida de la Iglesia y precisó las consecuencias teológicas y prácticas de una vida en comunión.

4. Compromisos socio–políticos del CEI

Ya desde sus orígenes el CEI ha prestado gran atención a la problemática social, en la que estuvo totalmente volcada la Comisión de «Vida y Acción», desde sus orígenes en 1910. En Harare, el moderador General justificó lo que para muchos parece una preocupación excesiva del CEI sobre la problemática social y política, diciendo al respecto:

«Como afirmó la V Conferencia de Fe y Constitución (celebrada en Santiago de Compostela), no puede haber ningún proyecto auténtico de unidad de la Iglesia, que no tome en serio el compromiso de la Iglesia con las luchas del mundo».

Y descendiendo a detalles concretos de este compromiso añadió:

«Fe y Constitución, conjuntamente con la Unidad III, ha estudiado, en el proceso de estudio sobre Eclesiología y Ética, las consecuencias de la koinonía para el compromiso en cuestiones de ética social. Personalmente creo que este compromiso es intrínseco a la vida de la Iglesia. Aplicar nuestra fe a cuestiones esenciales, que se plantean a la humanidad y al mundo de hoy no es una cuestión más, de la que, porque así les parezca bien, pueden ocuparse las Iglesias, sino una cuestión de fidelidad al Evangelio. Y cuando Cristo nos llama a ser uno, está también invitándonos a un compromiso común con las cuestiones éticas, sociales y económicas de hoy».

El ponente se da cuenta de que ese compromiso común puede suscitar tensiones y herir susceptibilidades entre las Iglesias, y poner a prueba su determinación de «permanecer juntas». Todo ello implica la necesidad de vivir una espiritualidad ecuménica que, para serlo en realidad, no puede dejar de ser costosa.

5. Formación ecuménica

La formación ecuménica a todos los niveles dentro del pueblo de Dios ha sido insistentemente propugnada por la Iglesia católica, tal como aparece en dos de sus documentos claves en la problemática del ecumenismo: el «Directorio para la aplicación de los principios y normas sobre el ecumenismo» de 1993, y en el texto sobre «La dimensión ecuménica en la formación de quienes trabajan en el ministerio pastoral».

Una de las principales tareas inacabadas del movimiento ecuménico es la de la formación ecuménica de todo el pueblo de Dios. También el CEI ha hecho serios esfuerzos en difundir la conciencia de la necesidad de una formación ecuménica, no sólo para los pastores, sino para todos los fieles, los unos y los otros obligados a mantener en sus actividades actitudes abiertas, comprensivas y ecuménicas.

Uno de los documentos clave fue el texto publicado en 1993 por la Comisión conjunta Iglesia católica–CEI, con el título de «Formación Ecuménica. Reflexiones y sugerencias».

6. El ecumenismo y el proselitismo son incompatibles

Es un axioma evidente la relación que existe entre misión y unidad, entre misión y evangelización, entre testimonio y ecumenismo. Este nació, como se dijo en Edimburgo, como una exigencia de la evangelización. Exigencia que no ha perdido su actualidad en las postrimerías del siglo XXI. Pero una cosa bien clara es la distinción que existe entre testimonio y evangelización por un lado y proselitismo por otro. Proselitismo y evangelización no pueden coexistir, ya que el primero «no sólo es un contratestimonio sino la negación de unas convicciones teológicas y misionológicas profundas».

Este es un tema de suma actualidad. Todos sabemos que la tirantez de relaciones entre las Iglesias de Occidente y las Ortodoxas, que formaban parte de la antigua URSS, han empeorado considerablemente a raíz de la caída del muro de Berlín, llegando a constituir un problema ecuménico verdaderamente fuerte que no llega a resolverse con la reciente modificación de la Ley de Libertad Religiosa elaborada por el Parlamento ruso y aprobada por el Gobierno.

En distintas ocasiones altas jerarquías y representantes del Patriarcado de Moscú han acusado a las Iglesias protestantes y, sobre todo a la católica, de practicar dentro de sus fronteras un proselitismo innoble, confundiéndolo con el realizado por las sectas. Los problemas se agrandaron a causa de la cuestión de las Iglesias católicas de rito oriental, tema que ha sido constantemente controvertido.

Por tanto, una preocupación ecuménica fundamental en nuestros días es la de ver los modos de conciliar las tensiones intereclesiales mediante un conocimiento mutuo más profundo. Por otro lado, el hecho de un proselitismo innoble provocado en todas las partes del mundo religioso por la invasión de las llamadas «sectas y/o nuevos movimientos religiosos» es una de las cuestiones más preocupantes para todas las Iglesias y Confesiones cristianas.

El Comité Mixto de trabajo CEI–Iglesia católica inició en 1991 un estudio serio sobre esta cuestión, la cual recibió un fuerte impulso en la Conferencia Mundial de Misión y Evangelización, celebrada en Salvador (Brasil) en 1996 y que desembocó en la formulación de una declaración titulada «Hacia un testimonio común: llamamiento a adoptar relaciones responsables en la misión y a renunciar al proselitismo».

7. Pluralismo religioso. Un nuevo reto a las Iglesias

Todos sabemos que el mundo pluralista es un hecho. Siempre lo ha sido, pero esta situación nunca ha estado tan acentuado como en el momento presente. Hemos de tener en cuenta que muchos de los vecinos, que viven a nuestro lado, son miembros de otras religiones. La situación del mundo actual, con sus problemas humanos y sociales, convierte los caminos del mundo en un intercambio de rutas por las que constantemente se están entrecruzando los hombres.

Es de todos conocida la frase de que este fenómeno, antes remoto y alejado, ha convertido al mundo en una «aldea global», que pone en constante contacto a miembros de distintas religiones en los trabajos, en el estudio, en las empresas mundiales o sencillamente en la vida cotidiana.

La reacción de los cristianos ante este fenómeno, suficientemente estudiado tanto por la Iglesia católica como por el CEI, ha sido y es distinta según las diversas circunstancias. Para algunas Iglesias el pluralismo religioso es un fenómeno relativamente nuevo. Otras, para las que la coexistencia religiosa ha sido una realidad durante siglos, sufren en la actualidad fuertes tensiones interreligiosas por esta causa.

Este tema, no suficientemente abordado hasta el momento presente ni por la Iglesia católica ni por el CEI, debe ser objeto de una preocupación prioritaria tanto por unos como por otros. Es y continuará siéndolo, al menos en los próximos treinta años, uno de los problemas más fuertes que tienen que abordar las Iglesias y que debieran hacerlo conjuntamente y no sólo por separado.

Así lo manifestaba Aram I en Harare:

«En un mundo, en que la cultura tecnológica y la mundialización propician la deshumanización, en un mundo en que nuevas ideologías de secularización niegan la presencia de la realidad última y promueven valores materialistas y consumistas, la Iglesia en colaboración con otras religiones, está llamada a reformar, renovar, reorientar la sociedad, fortaleciendo su fundamento sagrado. En las sociedades pluralistas de hoy tenemos una responsabilidad compartida con nuestros vecinos para un futuro común».

«¿Cómo ayudar a los cristianos a que se enteren de las tradiciones religiosas de sus vecinos con una actitud de respeto y apertura? ¿De qué recursos se dispone para mejorar las relaciones interreligiosas?».

Pensamiento que rima con el del Secretario General del CEI, Dr. Konrad Raiser, que en su intervención en Harare formuló una visión nueva para el movimiento ecuménico, al final de la cual se dice:

«Aspiramos a una cultura del diálogo y de la solidaridad, a compartir la vida con los extranjeros y a buscar el encuentro con los creyentes de otras religiones».

8. El siglo XX, ya a punto de terminar, está marcado con la cultura de la violencia

He ahí otro tema, en el que riman en consonante las preocupaciones de todas las Iglesias. La descripción que de este problema hizo el Moderador General es verdaderamente exacta y consonantada con el modo de pensar de la Iglesia católica:

«Pese al final de la Guerra Fría, la guerra misma no ha desaparecido. Las guerras tradicionales entre Estados, como fuente principal de inestabilidad mundial, han sido sustituidas, en gran manera, por guerras de larga duración y baja intensidad dentro de los propios Estados. Estos conflictos violentos se basan a menudo en enconadas divisiones étnicas y religiosas.

La violencia se ha trasladado también del campo de batalla a nuestras calles, a nuestras comunidades, a nuestros hogares y a nuestras familias. La violencia no es nada nuevo para la humanidad. Lo que es nuevo en nuestro siglo es su naturaleza y su amplitud. Los pueblos sufren en todo el mundo por causa de la violencia estructural. La imagen de la violencia impregna todos los sectores de la vida, incluida la creación. El uso de la violencia se ha incrustado en la cultura mundial. El siglo XX está marcado por esta "cultura de la violencia". Los pueblos se mantienen unidos, por encima de barreras étnicas y sociales, más por el temor y por su experiencia común de la violencia que por sus esperanzas y aspiraciones comunes».

Y añade:

«La respuesta de las Iglesias a la violencia ha estado presente en el CEI desde sus comienzos. Ya lo evidenció la Asamblea inaugural del Consejo Ecuménico en Amsterdam [1948]: "La guerra como método de resolver las disputas es incompatible con las enseñanzas y el ejemplo de nuestro Señor Jesucristo. El papel que desempeña la guerra en nuestra vida internacional actual es un pecado contra Dios y una degradación del hombre».

El Consejo Ecuménico se ha preocupado frecuentemente de este problema para cuya solución apela a la necesidad de obrar conjuntamente todos los cristianos. Ya en 1994 elaboró un «Programa para superar la violencia», cuya finalidad primordial era cuestionar la cultura mundial de la violencia y transformarla en una cultura de paz.

He ahí un tema en el que machaconamente ha insistido el papa Juan Pablo II en numerosas ocasiones y muy en concreto en la Exhortación pastoral apostólica postsinodal del Sínodo de Obispos de América:

«Hoy en América, como en otras partes del mundo, parece perfilarse un modelo de sociedad en la que dominan los poderosos, marginando e incluso eliminando a los débiles. Pienso ahora en los niños no nacidos, víctimas indefensas del aborto; en los ancianos y enfermos incurables, objeto a veces de la eutanasia; y en tantos otros marginados por el consumismo y el materialismo...

Semejante modelo de sociedad se caracteriza por la cultura de la muerte y, por tanto, en contraste con el mensaje evangélico. Ante esta desoladora realidad, la Comunidad eclesial trata de comprometerse cada vez más en defender la cultura de la vida».

9. Relaciones del CEI con la Iglesia católica

Se habló ampliamente del tema en las intervenciones de los líderes de la Asamblea. La Iglesia católica, a pesar de haber sido repetidamente invitada nunca ha formado parte del CEI. Quizá el momento de mayor aproximación entre ambas entidades tuvo lugar con ocasión de la Asamblea de Upsala en 1968. No obstante, las relaciones entre ambos grupos religiosos han ido creciendo con el paso del tiempo. Y en la actualidad éstas son verdaderamente estrechas como puede aparecer a través de los siguientes datos, presentados de una manera esquemática:

Teniendo todo esto en cuenta no es de extrañar que en Harare se haya hablado con gozo de estas buenas relaciones y se haya fomentado una mayor colaboración en el mutuo y único compromiso ecuménico que puede y debe haber entre todos los seguidores del Señor Jesucristo.

Se ha hablado elogiosamente de determinados documentos emanados directamente del Papa, y de los organismos oficiales de la Iglesia católica para la promoción de la unidad. Entre estos textos autorizados, que patentizan el compromiso ecuménico de la Iglesia católica a través de sus fieles, se hallan algunos muy importantes que han aparecido en el período entre las Asambleas de Canberra y de Harare, como son el «Directorio para la aplicación de los principios y normas del Ecumenismo» [1993] y el titulado «La dimensión ecuménica en la formación de quienes trabajan en el ministerio pastoral» [1997].

Pero particulares elogios mereció la encíclica «Ut unum sint» de Juan Pablo II, que recalca el «compromiso irrevocable» de la Iglesia católica en el movimiento ecuménico, «como parte orgánica de su vida y de su trabajo». Lo cual es considerado como un auténtico hito en la historia reciente del movimiento ecuménico. Invita a la prosecución del diálogo intercristiano, que no puede concebirse nada más que como «un diálogo de conciencias» y un «diálogo de conversión».

Aram I, en su bellísimo discurso, alabó fuertemente el gesto verdaderamente espectacular en que el Papa, en un momento crucial de la encíclica y teniendo en cuenta que «el ministerio de unidad del Obispo de Roma... constituye una dificultad para la mayoría de los cristianos», invita a «los responsables eclesiales y a los teólogos a un paciente diálogo para hallar nuevo modo para el ejercicio de este ministerio necesario».

«Aunque estos documentos, subrayaba el Moderador General, conciernen a la vida ecuménica interna de la Iglesia católica, su impacto potencial trasciende a la misma. Son fuentes de inspiración para toda la comunidad ecuménica». Y termina sus elogios a la actitud ecuménica de la Iglesia católica diciendo: «la comprensión ecuménica y el compromiso de la Iglesia católica es, en general, coherente con las presentes afirmaciones actuales de las Iglesias miembros del CEI y del CEI mismo».

Destaca, asimismo, la estrecha colaboración que la Iglesia y el CEI mantienen a través de las tareas comunes del Grupo Mixto de trabajo en el que han hecho ya juntos una larga andadura y se hallan en el momento actual ante un camino más amplio y prometedor.

Es cierto que quedan cuestiones pendientes que hay que tratar con mayor profundidad, como son las referentes a la autoridad en la Iglesia, las relaciones entre la Iglesia local y universal, para cuya plena solución es menester, decía, una mayor compenetración entre ambos organismos.

10. Relaciones del CEI con la Iglesia ortodoxa

La Iglesia ortodoxa siempre ha estado comprometida con el movimiento ecuménico. Su historial en este sentido es impresionante. Ya a comienzos del siglo, que en la actualidad está expirando, en 1902, el Patriarca Joaquín III de Constantinopla dirigía a toda la ortodoxia una encíclica invitando a la intensificación de relaciones entre todas las Iglesias cristianas. En 1920 el Patriarcado también dirige a todas las Iglesias una carta con vistas a la formación de una «liga de Iglesias».

Ya constituido el CEI en su tercera Asamblea general, celebrada en Nueva Delhi en 1961, fue la ortodoxia la que consiguió introducir una modificación en el texto constitucional del Consejo, para que apareciera en él la base cristológica y trinitaria, en conformidad con la Sagrada Escritura.

La presencia ortodoxa en las Asambleas del CEI ha sido siempre sumamente activa y eficiente, defendiendo en ellas posturas teológicas y pastorales que no rimaban con las que proponía el mundo protestante. Esto es notorio para cualquier participante en dichas jornadas. Hubiese necesitado en esos momentos la presencia activa de la Iglesia católica, que en dichos temas rimaba en consonante con su modo de pensar.

En esta falta de sintonía entre las dos grandes denominaciones integradoras del CEI, protestantes y ortodoxos, el Moderador General reconocía la parte de culpa correspondiente a las Iglesias protestantes con esta auténtica descripción de la situación actual:

«Las Iglesias ortodoxas han desempeñado un papel importante en la formación y expansión del CEI. Han apartado contribuciones notables al pensamiento y la espiritualidad ecuménicas; pero no se han integrado plenamente en todos los aspectos de la vida y el testimonio del Consejo. Este planteamiento, que ha llegado a ser una característica permanente de las relaciones entre los cristianos ortodoxos y el CEI, se debió primeramente a unas tendencias y prácticas del CEI, que no eran compatibles con la tradición ortodoxa; segundo, a la situación minoritaria de las Iglesias ortodoxas en el CEI, que se refleja claramente en la composición de los órganos rectores y en los procesos decisorios; y tercero a la idiosincrasia y tipo de actividades del CEI, que han seguido siendo protestantes y occidentales pese a la presencia ortodoxa y a la participación de Iglesias de diferentes regiones. Estos factores y preocupaciones crearon un distanciamiento entre las Iglesias ortodoxas y el CEI, que se expresaron en determinados modos de protesta, conocidos con el nombre de «Declaraciones ortodoxas», hechas con ocasión de los principales temas del programa o en ocasiones especiales. Y, aunque se han respetado la especificidad de la teología y la espiritualidad ortodoxas, se ha hecho muy poco caso por favorecer su interacción creadora con la teología protestante, que continúa dominando el lenguaje teológico, el pensamiento y la metodología del Consejo».

Toda esa serie de dificultades fueron tremendamente agrandadas con ocasión de la caída del comunismo y la reaparición de Estados independientes de lo que antes se consideraba la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, los cuales dieron lugar a la apertura de las fronteras y a los contactos interreligiosos, dentro de la propia geografía, entre las Iglesias tradicionales, y sobre todo, por la irrupción en los mismos de numerosas sectas y nuevos movimientos religiosos, creando en los países anteriormente bajo la garra del comunismo, un clima de desconcierto y de nerviosismo. Dentro de esos países se dieron reacciones muy fuertes, no solamente contra movimientos sectarios, sino contra otras Iglesias miembros del CEI que hacían acto de presencia dentro de las fronteras de la antigua URSS, y principalmente contra la Iglesia católica, más en concreto contra la de rito oriental.

Situaciones de este tipo provocaron la salida del CEI por las Iglesias de Georgia y de la antigua Yugoslavia y posteriormente, ya finalizada la Asamblea de Harare, si bien temporalmente, por el Patriarcado de Moscú, llegándose a considerar al CEI dentro de dichas Iglesias como «un movimiento occidental, protestante y liberal, muy alejado de las auténticas raíces de la ortodoxia».

11. Radiografía y diagnóstico del ecumenismo actual

a. La Asamblea analizó la situación del ecumenismo actual. Y oye que se la dice por altas jerarquías del CEI: «El ecumenismo actual está en crisis. Estamos presenciando una notable explosión de ecumenismo popular en diferentes formas y en diversas partes del mundo. Hay un ecumenismo de doble vía, como lo notamos los simples observadores en Harare, como lo habíamos comprobado anteriormente en los encuentros europeos de Basilea y de Graz. Gran parte de nuestros interlocutores están decepcionados con las expresiones institucionales del movimiento ecuménico. La gente, principalmente los jóvenes, no quieren ser prisioneros de estructuras. Quieren ir más allá de los sistemas y de las metodologías, los procedimientos y los programas establecidos. Anhelan aires frescos para respirar y espacios más amplio para vivir... Están creando nuevos contextos y oportunidades de acercamiento... para ellos, a menos que las Iglesias recuperen el movimiento ecuménico y reformen claramente su visión, haciéndolo congruente con la vida de los pueblos, el movimiento ecuménico puede perder su vitalidad y la conciencia de su objetivo».

b. Y el ponente, en apoyo de su teoría, adujo una serie de razonamientos fuertes y sumamente válidos. En primer lugar, han cambiado las prioridades ecuménicas. En sus años de formación, dijo, aunque esto no sea totalmente cierto, ya que en sus mismos orígenes surgieron dos movimientos paralelos bautizados con los nombres de «Fe y Constitución» y «Vida y Acción», en sus años de formación lo que preocupaba principalmente al CEI eran las cuestiones teológicas y doctrinales. Hoy nos encontramos ante dos realidades básicas: en primer lugar, las cuestiones relativas a la unidad y las que conciernen a la sociedad ya no pueden tratarse por separado. En segundo lugar, es muy probable que las cuestiones éticas y morales adquieran una importancia creciente en el diálogo ecuménico de los próximos años.

Por ello las Iglesias deben prepararse y desarrollar metodologías para tratar estos problemas desde una perspectiva realista y pastoral y, evidentemente, con une espíritu ecuménico, «respetando los valores culturales y las convicciones de los otros».

c. Por otra parte nos encontramos ante una nueva situación eclesial. En muchos lugares y dentro de muchas familias confesionales la influencia de las Iglesias en la sociedad está disminuyendo aceleradamente. Aparecen nuevas formas de espiritualidad. Las grandes religiones tradicionales invaden las áreas del cristianismo occidental. El pluralismo interreligioso es una realidad retadora a las Iglesias, las cuales deben hallar en sí mismas y en común respuestas acertadas a estos retos. En África y en Asia, y también en Latinoamérica, reverdecen las religiones indígenas, que ejercen un gran influjo en los cristianos de aquellas áreas geográficas, porque descubren en ellas su fe cristiana dentro de sus propias culturas. Por otro lado, aparecen cismas y rompimientos al interior de diversas comunidades religiosas.

d. La mundialización que están viviendo los pueblos y sus gentes ejerce un profundo influjo en las características del movimiento ecuménico y de sus metodologías, así como en la teología, la espiritualidad y el quehacer evangelizador de las Iglesias. La mundialización nos ha hecho entrar en un mundo multicultural y multireligioso. Este es uno de los problemas más fuertes a que se halla retado el cristianismo y que debiéramos afrontar los cristianos todos juntos.

Y en lugar de percibir en nuestro derredor un movimiento ecuménico más compacto, vemos que cada vez se vuelve más «policéntrico, más polifacético y disperso».

12. ¿Hacia un Ecumenismo nuevo?

Después de esta descripción que, aunque parezca un tanto apocalíptica, tiene grandes dosis de realismo, la Asamblea de Harare lanzó la pregunta: ¿Hacia un Ecumenismo nuevo?

La pregunta se justifica diciendo: «El movimiento ecuménico no puede pretender que tiene respuestas a todas las inquietudes del momento ni soluciones para todos los problemas. Tiene que reconocer sus limitaciones». Viene a continuación un consejo ciertamente adecuado y siempre oportuno: «Ahora más que nunca el movimiento ecuménico es el contexto adecuado en el que las Iglesias están llamadas a responder juntas a estas nuevas inquietudes y situaciones orando juntas, testimoniando juntas, sirviendo juntas y trabajando por la unidad visible».

Y se añade: «El contexto y la imagen del ecumenismo están cambiando, igual que la naturaleza misma y el alcance de la visión ecuménica. El movimiento ecuménico necesita por consiguiente un nuevo entendimiento y una nueva expresión de sí mismo, así como un sentido claro de orientación, cuando avanzamos hacia el próximo milenio».

13. Reestructuración del Consejo

Las premisas anteriormente enunciadas llevan a la conclusión de que es menester proceder a la reestructuración del mismo Consejo Ecuménico. Esto no es ninguna novedad para los que han seguido con cierto detenimiento los pasos del CEI en los últimos años, sobre todo desde que lo viene pilotando el actual Secretario General, Dr. Konrad Raiser. Por eso, no puede llamar la atención este propósito claro de los actuales dirigentes del alto organismo ecuménico. Ya iniciaron estas propuestas en 1989 con la presentación de un programa, que llevaba por título «Hacia un entendimiento y una visión comunes del CEI». Programa que en gran parte acaparó las preocupaciones y, por tanto, las actividades del CEI. La primera reestructuración tuvo lugar en 1991, cambiando la estructura tripartita de las Unidades del CEI en otra cuadriforme, ganando con ello importancia la dimensión socio–política del CEI con la consiguiente pérdida de la dedicación a lo que muchos y durante mucho tiempo han considerado tarea primordial del gran organismo ecuménico: la promoción de la unidad de los cristianos principalmente en el terreno de la fe, y ganando espacio en el campo de las actividades las dedicadas a las tareas encomendadas, ya desde Edimburgo, al movimiento «Vida y Acción». Problema que ha sido objeto de frecuentes protestas, y que lo fueron también en Harare, sobre todo por el delegado ortodoxo ruso, P. Vesevelod, y por el teólogo católico de «Fe y Constitución», P. Tillard.

14. El Consejo Ecuménico se examina

El hecho de hallarse en las cercanías del próximo milenio y en el momento de la celebración del 50 aniversario de la fundación del CEI, invita al mismo a un serio examen de conciencia. En este autoexamen, el CEI, junto con actitudes negativas, encuentra muchas cosas positivas, que el Moderador General describe diciendo: «Durante 50 años hemos navegado juntos en la nave ecuménica. Hemos atravesado muchas tormentas. Hemos experimentado períodos de guerras calientes y ‘frías’. El conflicto y el temor, la incertidumbre y las tensiones han sido parte de nuestro lote común. Ninguna de estas pruebas tuvo bastante fuerza para desviar el navío ecuménico de su rumbo. Hemos avanzado juntos. Nuestra travesía ha sido un camino de mártires. Muchos pueblos, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, han sacrificado sus vidas por causas que han pasado a formar parte de la visión ecuménica. En esta peregrinación cada generación ha hablado su propio idioma, ha planteado sus desafíos y ha formulado su propia comprensión de la visión ecuménica.

Y se pregunta: ¿hemos sido fieles a la visión expuesta en el Mensaje de la primera Asamblea del CEI? Al mirar hacia atrás tenemos muchos motivos tanto de satisfacción como de arrepentimiento. El Jubileo del Consejo es una ocasión para el examen de conciencia».

Y en este autoexamen, el CEI halla fallos y, sobre todo, muchos logros y satisfacciones:

a. El CEI ha ofrecido a las Iglesias la oportunidad de superar sus divisiones nacionales, étnicas, culturales, teológicas y políticas y crear entre ellas un espíritu de comunidad, en el que permaneciendo fieles a sus propias identidades, pudieran realizarse en un avance común hacia una unidad más plena.

b. En este ambiente del CEI las Iglesias han experimentado lo mucho que les une y, a pesar de las diferencias, han vivido los gozos de una unidad, que, aunque imperfecta, ya es una gozosa realidad.

c. Las Iglesias han aprendido a reflexionar y actuar juntas, a orar y a compartir, mediante el continuo crecimiento del espíritu ecuménico y en un anhelo de crecer juntas hasta alcanzar la unidad plena y visible.

15. ¿Cuál es su futuro?

Y, al final se hace la pregunta crucial: ¿hacia dónde nos dirigimos? Es el mismo interrogante que se plantea Juan Pablo II al comienzo del capítulo tercero de su encíclica ecuménica, donde lo formula diciendo: «¿Quanta est nobis vía? ¿Qué camino nos queda por andar?».

Y volviendo al concepto que el ecumenismo tenía de sí mismo en sus orígenes, dice: «El CEI es un instrumento, no un fin en sí mismo. Sirve a las Iglesias en su quehacer común de crecer juntas en obediencia al mandato de Jesucristo. Desde sus mismos comienzos, el CEI se definió como «un consejo de Iglesias, y no el Consejo de la Iglesia única indivisa», que representa «una solución de emergencia, una etapa del camino». Eso sigue siendo así. La peregrinación ecuménica continúa con todos sus avances y retrocesos, logros y fracasos. Continúa con fe, esperanza y visión renovadas. Es irrevocable e irresistible. No puede exponerse a riesgo de callejones sin salida o destinos desconocidos. Su vida y su testimonio están condicionados y guiados por la visión ecuménica».

Termina diciendo: «Por lo tanto es de vital importancia que nos detengamos en el camino, en cada uno de los indicadores de ese camino, para discernir la buena dirección en la que avanzar en seguridad».

Aram I cierra su bella y profunda reflexión con unas palabras antológicas: «Las Iglesias no pueden refugiarse ya en sus propias confesiones y vivir voluntariamente aisladas. Deben convivir; de otro modo no tiene sentido su existencia. Deben interactuar, de otro modo no podrán actuar debidamente. Deben compartir sus experiencias y recursos; de otro modo no pueden crecer. Los acuerdos sobre declaraciones doctrinales no llevarán a las Iglesias a la unidad plena y visible ni al testimonio creíble; tanto sólo serán una ayuda ‘en el camino’.

Bajo el imperativo ecuménico, las Iglesias deben crecer juntas de modo responsable. Crecer juntas es, sin duda, un proceso costoso. Requiere conversión, renovación y transformación. El ecumenismo no es ya una dimensión, una función de la Iglesia. Es esencialmente una señal de lo que significa ser Iglesia, porque afirma la unidad de la Iglesia y la sirve. El ecumenismo no es ya una cuestión de opción, sino la manera de responder al llamamiento de Dios. Así pues, ser Iglesia significa ser ecuménicos, es decir, estar embarcados en una travesía común. El signo de la nave ecuménica es la cruz. Estamos llamados a ser uno bajo la cruz de Cristo».

16. Hacia una solución de la problemática institucional del CEI

Conocedor y responsable en gran parte de esta problemática, el CEI la ha afrontado decididamente en la Asamblea. Las Iglesias referentes de estas situaciones son, aunque por distintos motivos, la Iglesia ortodoxa y la Iglesia católica. La ortodoxia ha pedido claramente el cambio de estructuras del CEI. Las razones que apunta son las siguientes: se siente encerrada en una situación minoritaria por razones estructurales. Siendo al menos una tercera parte de las Iglesias con que cuenta el CEI, sin embargo, tiene una influencia limitada en las orientaciones programáticas y en los órganos rectores del mismo. Pone en tela de juicio el reglamento de los debates y el proceso de la toma de decisiones, basados en el modelo parlamentario de mayoría de votos.

Teniendo en cuenta que las cuestiones que afectan a la comprensión eclesiológica que una Iglesia tiene de sí, no pueden ni deben decidirse por mayoría de votos, el Consejo ya habrá determinado que esta problemática pudiera abordarse en una sesión deliberativa sin procederse a votación.

Por otro lado, los ortodoxos cuestionan su pertenencia a una organización, cuyo programa responde a preocupaciones que frecuentemente son ajenas a las de la ortodoxia. Algunos han aducido incluso el hecho de que la Iglesia católica, sin asumir las responsabilidades de miembro del CEI, tiene mayores posibilidades de participación en el mismo como asociada especial en una serie de actividades del CEI, a las que anteriormente hicimos alusión.

Esto ha hecho que el mismo Consejo, convencido de que debe hacerlo, proponga el cambio de estructura de su funcionamiento. Se crea una Comisión Teológica Mixta para examinar los cambios institucionales necesarios con el fin de lograr una forma aceptable para la ortodoxia.

Y, por lo que a la Iglesia católica se refiere y teniendo en cuenta, como anteriormente se indicó, las muchas modalidades de participación que ésta tiene en las actividades ecuménicas junto con el CEI, se estudian las posibilidades y los modos para que la Iglesia católica, sin ser propiamente miembro del CEI, colabore, junto a él, en un mayor abanico de actividades ecuménicas, estableciendo, para ello un «foro» ecuménico, cuyas características todavía sin perfilar, han sido propuestas para un estudio serio y profundo en los próximos años.

De todo ello habló ampliamente, en su discurso de clausura, el Secretario General, Konrad Raiser, quien ya desde los inicios de su mandato está decidido a abrir lo que él llama «el espacio ecuménico», acogiendo en ese espacio o «foro ecuménico», a un número de Iglesias, que no quieren hallarse encorsetadas dentro de las estructuras actuales del CEI. Las fronteras de ese «foro», al que el ecumenismo parece caminar, están descritas en las siguientes palabras del Secretario General:

«El foro estará abierto a todos los organismos y organizaciones que comparten la confesión de fe en Jesucristo como Señor y Salvador, según las Escrituras, y que tratan de ser obedientes al mandato de Dios. Su objetivo sería crear un espacio, en que pueda tener lugar un auténtico intercambio acerca de los desafíos con que se enfrenta el movimiento ecuménico, y en el que puedan concebirse otras formas de colaboración. El foro no deberá ser otra institución con estructuras burocráticas y administrativas. No se prevé como un marco, en el que se tomen decisiones o se aprueben resoluciones. Su objetivo es constituir una red de relaciones, que trascienda las limitaciones de los mecanismos actualmente vigentes. El CEI participará en el ‘foro’ con otras entidades sin reivindicar ningún lugar de privilegio».

El movimiento ecuménico, sin duda que se halla ante una encrucijada y el CEI ha presentado en Harare el diseño para el ecumenismo del siglo XXI.

II. Dimensión social del Ecumenismo

Como ya hemos apuntado anteriormente fue la dimensión socio–política la que se llevó la parte del león en la Asamblea de Harare, como había ya ocurrido en las Asambleas inmediatamente precedentes. Esta es la razón principal de las quejas lanzadas por los ortodoxos contra el CEI y las motivaciones principales de preocupación por parte de los católicos. Vamos a hacer una suscinta enumeración de algunos de los numerosos temas de los que se trató.

1. Respeto a la mujer

Acababa de celebrarse el Festival de la «Década Ecuménica de Solidaridad con las Mujeres». Se habló mucho de los frutos de la Década. El CEI a través de su Secretario General, Konrad Raiser, manifestó el compromiso del CEI con las mujeres: «Las voces de todas las mujeres han sido escuchadas y ésta será la realización verdadera».

Las mujeres presentaron en la Asamblea del CEI un documento de 6 páginas, en que se invita a la Asamblea a unirse a las mujeres y «renovar su compromiso por el nacimiento de una sociedad inclusiva». Hablan de programas de formación para las mujeres. Se trató de las demandas de las mujeres, de sus derechos desatendidos, de la la violencia a las mujeres en todos los sentidos, etc.

Estaba como visitante la teóloga feminista coreana, Chung Hyun Kyung, que intervino tan fuertemente en la Asamblea de Canberra al hablar de los espíritus, y cuya intervención fue fuertemente criticada por los ortodoxos. Había estado participando en el Decenio de la mujer y en su alocución no se volvía atrás de sus expresiones que tuvo en Canberra. Es profesora de ecumenismo en USA.

2. Declaración sobre la situación de Jerusalén

Fue un Comunicado extenso, de 13 páginas, en el que se reafirman las anteriores Declaraciones que el Consejo había hecho en otras ocasiones, en las que se expone el deseo de que Jerusalén recobre «su auténtico carácter universal y sea un lugar sagrado de reconciliación para la humanidad». En el cuadro del Derecho internacional hay varios textos de las Naciones Unidas en este sentido y también del CEI en diversas ocasiones. Jerusalén es ciudad santa para el judaísmo, el cristianismo y el islam.

3. Condena el reclutamiento de menores y su incorporación a los ejércitos

Hay más de 300.000 mil niños y niñas enrolados en los ejércitos nacionales de todas las partes del mundo.

«La participación de los niños en conflictos armados viola principios humanitarios fundamentales, expone a los niños al riesgo de lesiones y la muerte, y amenaza su bienestar físico, mental, emocional, espiritual y les empuja hacia una cultura de la violencia», contra la que han hablado en tantas ocasiones el CEI y el Papa.

Ya la primera Asamblea condenó la guerra, que contradice la voluntad de Dios. Y, por ello, rechaza insistentemente el uso de los niños en las acciones bélica. Son considerados como niños los menores de 18 años.

Sobre este tema publicaba un reportaje escalofriante el ABC del 26 de diciembre de 1998:

«Los bandidos mataron a mi madre y también a mis hermanos. Me trajeron a su campamento. Sí, yo estaba con los bandidos. Tenía un arma. El jefe me enseñó a usarla. Me golpearon. me dieron un arma para matar. Maté a personas y a soldados, pero no me gustó».

A Alfredo le secuestró la Resistencia Nacional en Mozambique, cuando apenas tenía doce años. El suyo es un ejemplo entre los más de trescientos mil niños y niñas, que a diario se juegan la vida en las trincheras de unos treinta conflictos bélicos todavía abiertos en todo el mundo.

Niños que, pese a las múltiples decisiones adoptadas por la ONU, que prohíbe el reclutamiento de menores, continúan siendo secuestrados en las escuelas, las plazas del mercado, las iglesias o mientras caminan por la calle. Son arrancados de sus familias, a las que probablemente no vuelvan a ver nunca. Eso, con suerte, ya que algunos son obligados a volver a su aldea para matar a algún conocido, desterrando así su posible regreso.

A la vista del Informe Mundial de la Asociación Americana para la defensa de los Derechos Humanos, se confirma que la edad media de reclutamiento son los 15 años, que muchos luchan con sólo los 10 años y que se empieza a verlos vestidos de soldados con menos de diez años.

4. El tema de la sexualidad se discutió ampliamente en uno de los "padares" o reuniones de grupo

Se habló mucho de esta cuestión, pero no a nivel de Asamblea, sino en uno de los «padares», habiendo manifestaciones en distinto sentido. Algún pastor que se confesaba «gay», sin que eso afectara a su pastorado, habló de las conveniencias de que las Iglesia se abrieron a esta realidad. Y afirmó que «era necesario que las Iglesias elaboraran una ‘teología de la homosexualidad’ y que escuchen a todas las personas, lo que incluye a gays y lesbianas, quienes también aman a Jesús».

5. Rechazo de la solicitud de membresía del Consejo para la Iglesia celestial de Cristo en Nigeria

El hecho es debido a que admite entre sus clérigos la poligamia. Los solicitantes dijeron al Comité examinador que, aunque en el pasado la Iglesia admitía a sacerdotes polígamos, en 1986, se había decidido que los nuevos pastores debían ser monógamos y que esta norma se estaba aplicando estrictamente a todos los postulantes para el ministerio.

El resultado de la votación fue 369 en contra; 234 a favor y 57 abstenciones. En la sesión de estudio se debatió el caso y se enfatizó que no solamente se trata de no aceptar la poligamia en el clérigo sino tampoco en el laicado, porque la poligamia y las influencias culturales siguen siendo un aspecto de debate en la vida del CEI.

En la última sesión abierta, un representante de la Iglesia ortodoxa rusa criticó fuertemente al CEI, por estas indecisiones y por otros motivos.

6. Apoyo a la paz en el Sudán

El Secretario del CEI y el moderador de la Asamblea, S.S. Aram I, escribieron una comunicación al Presidente del Sudán lamentando los hechos ocurridos en aquel país el 12 de diciembre, en el que se produjo un atentado en las cercanías de la catedral católica de Narus, sede del obispo Paride Tabán.

El obispo fue el predicador invitado durante una fiesta celebrativa de las Iglesias de Zimbabwe, en la que había hecho una llamada a la terminación de la guerra y apelado a la comunidad internacional para que influyera en la terminación de los conflictos de su país, como lo hace con otros del mundo.

El atentado fue una respuesta a la homilía del obispo: «Condenamos en todo caso este acto de violencia dirigido al parecer contra el obispo y piden que se tomen las medidas necesarias para asegurar la vida del Prelado».

7. Hermosa Declaración con ocasión de los 50 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos:

* frente a los nuevos desafíos

* mundialización y derechos humanos

* la indivisibilidad de los derechos humanos

* la politización de los mismos

* la universalidad de los derechos humanos

* Eliminación de la pena de muerte

* derechos humanos y consolidación de la paz

* la intolerancia religiosa

* la libertad religiosa como derecho humano

* libertad religiosa y proselitismo

* los derechos de la mujer

* los derechos de los desarraigados

* derechos de los discapacitados

* el racismo contra los derechos humanos

* salvaguarda de los derechos humanos para las generaciones futuras.

8. Década contra la violencia

A última hora se aprobó la creación de una «década contra la violencia», como se había celebrado la «Década de las Mujeres». La Década contra la violencia empezará en el año 2000. Esta es una parte de la amplísima temática tratada en Harare, en donde se hizo asimismo una fuerte campaña en pro del desarme y en favor de la condonación de la deuda externa de los países del Tercer Mundo, que si bien toda ella es importante, impidió que las cuestiones doctrinales fueran abordadas con el rigor y tranquilidad convenientes.

III. Impresiones de la Asamblea

La Asamblea puede tener distintas lecturas según el ángulo desde el que se la contemple: desde el punto de vista doctrinal o desde la vertiente social. Son niveles muy distintos y desde los cuales se afrontan los problemas desde diferentes criterios.

La parte oracional así como los círculos bíblicos estuvieron maravillosamente montados y escrupulosamente realizados. Y tuvieron el valioso efecto de crear un ambiente de fuerte espiritualidad y de mutua compenetración entre todos los cinco mil asistentes.

El clima relacional y el ambiente fraterno fue de gran altura y quizá, junto con el espiritual, los ámbitos que más proporcionaron el clima necesario para la incubación de decisiones ecuménicas.

La Asamblea se sintió desbordada y aturdida por los 610 «padares» (reuniones de grupos) en que se vio inmersa, con temáticas múltiples y variopintas que dispersaron a los participantes.

El aspecto más flojo fue precisamente al que se debería haber dado mayor importancia, el correspondiente a la temática doctrinal. Por eso fueron justas y plenamente razonadas las fuertes quejas que en la sesión plenaria del último día lanzó el P. Tillard, Vice–presidente de la Comisión de «Fe y Constitución», quien tuvo una intervención clara contra las tendencias actuales que atraen las preocupaciones del CEI. «Tengo miedo, dijo, de que se vacíe de lo principal por lo que nació, siendo menos exigentes en la confesión de fe de las Iglesias, que quieran entrar en él; lo que erosionaría la base doctrinal del mismo».

El tema fundamental de la «koinonía», en el que se había profundizado en la Conferencia de «Fe y Constitución» de Santiago de Compostela, y que luego fue asumido por la Asamblea de Canberra, no fue objeto de las reflexiones complementarias que tenía derecho a esperar.

Informes importantes sobre los programas que se deberían seguir en un próximo futuro, fueron presentados a última hora y a medio "pleno", con la consiguiente desgana y precipitación, porque el tiempo se les había ido de la mano, estudiando cuestiones morales y políticas, como la eutanasia, el aborto, la homosexualidad, por las que se inclinaban no pocos de los asambleístas.

En esa misma de privilegio se hallaba el resto de los temas que ya hemos examinado, como la condonación de la deuda externa, los niños soldados, la solidaridad con el Decenio de la Mujer, interesantes sin duda y necesarios, pero que no pueden tener el calado de los anteriormente mencionados y que, por razones de falta de tiempo quizá fueron un tanto preteridos.

Pensamos que eran totalmente justificados los motivos de desafecto de las Iglesias ortodoxas hacia el CEI, por aceptar propuestas importantes sin el conveniente estudio, en un ambiente de precipitación, como el tema de la sexualidad y otros.

Fue positivo el propósito de crear una Comisión para el diálogo directo con la ortodoxia y pongo en cuarentena la conveniencia de poner en marcha un «foro ecuménico», en el que cabrían un determinado número de Confesiones cristianas, desafectas quizá a la actual estructura del CEI, y en el que pudiera participar también la Iglesia católica.

El documento sobre estas cuestiones se aprobó a última hora y lleva por título «Hacia una comprensión y visión comunes del Consejo Ecuménico». No obstante sus fallos, a los que necesariamente está sometido todo intento humano, pienso que Harare ha sido un paso de Dios a través de las distintas Iglesias, empujándolas, como la misma Asamblea ha afirmado, «hacia la unidad plena».

El balance, por tanto, no es negativo, pero tampoco lo debidamente positivo que de ella se esperaba. No faltó la oración. Hubo ambiente de fiesta. Pero no el tiempo suficiente para el debido estudio de los problemas cruciales del ecumenismo actual.

Quizá se cacareó demasiado la actual crisis del ecumenismo, para sacar adelante el proyecto de una nueva remodelación del Consejo Ecuménico de las Iglesias (CEI).

¿Qué camino nos queda por recorrer para llegar a la meta?

Asumimos la frase de Juan Pablo II en la «Ut unum sint», presentada también por Aram I en su bella intervención en Harare. No podemos dar respuesta a esa pregunta. Todavía no se ha alcanzado la meta, pero, según se ha dicho insistentemente en Zimbabwe, continuamos en marcha.

En 1965 el entonces arzobispo de Madrid, Casimiro Morcillo, prologaba un maravilloso comentario al Decreto de Ecumenismo, recién salido del horno, debido al actual cardenal Javierre, profesor entonces de la Universidad de Salamanca y miembro de «Fe y Constitución», en el que decía:

«El autor nos hace leer entre líneas que en el diálogo ecuménico hay que entrar con esperanza y perseverar en él contra toda esperanza.

Son las tribus del Pueblo de Dios las que ahora quieren dialogar. Ha salido ya de Egipto, liberadas de la esclavitud de su silencio, de su recelo y de su recíproco desconocimiento y comienzan su larga y penosa peregrinación por el desierto en busca de la Tierra Prometida.

Mientras peregrinan tendrán ocasión de conocerse, de hablar unas con otras, de colaborar en tareas comunes, de ayudarse mutuamente. El Espíritu Santo, enviado por el Padre en nombre de Cristo, acompañará al Pueblo de Dios y le llevará a la verdad, que será la tierra de promisión de la unidad tan anhelada».

Julián GARCÍA HERNANDO