Visión Femenina de la Octava Asamblea del Consejo Ecuménico de las Iglesias

1. Tejiendo retazos de una experiencia

El título de esta colaboración es ciertamente ambiguo. Evidentemente cualquier visión que ofrezca sobre la Octava Asamblea del Consejo Ecuménico de las Iglesias (CEI) será una visión "femenina", desde mi condición y experiencia de mujer... Intuyo que se me propone abordar bajo este epígrafe la cuestión de la mujer en el contexto ecuménico actual, marcado últimamente por el gran acontecimiento que supone la celebración de la Octava Asamblea. Dentro del programa de la Asamblea se incluyó una sesión Plenaria, que tuvo lugar el 7 de diciembre, para examinar las implicaciones del Decenio Ecuménico de Solidaridad de las Iglesias con las Mujeres [1988–1998]. En los días precedentes, mil mujeres y treinta hombres venidos de todos los rincones de la oikumene, celebramos durante cuatro días —del 27 al 30 de Noviembre— el Festival de clausura del Decenio, con el tema Imaginemos el futuro más allá de 1998. Juntos dimos forma definitiva al documento «Carta a la Octava Asamblea del Consejo Ecuménico de las Iglesias de las Mujeres y los Hombres Participantes en el Festival del Decenio Ecuménico de Solidaridad de las Iglesias con las Mujeres. De la Solidaridad a la Responsabilidad». La Carta se presentó en la Plenaria del Decenio «para invitar a las Iglesias participantes en esta Asamblea del Jubileo a unirse a nosotras y renovar nuestro compromiso en favor de una auténtica comunidad cristiana basada en el Evangelio» y para tratar «de dar vida a la afirmación bíblica de que hemos sido creados, hombre y mujer, a imagen de Dios [Gn 1,27] y a la visión bautismal según la cual «ya no hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay varón ni mujer porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» [Gal 3,28]. Sus desafíos pretenden ser un estímulo para que las Iglesias miembros del CEI acepten la visión de «una comunidad humana donde se valore la participación de todos y cada uno, donde nadie sea excluido por razones de sexo, edad, religión o práctica cultural, donde se celebre la diversidad como don de Dios al mundo». Y su compromiso «a cumplir la misión de Dios y a construir un mundo donde todo el pueblo de Dios pueda tener vida en abundancia, compartir equitativamente los recursos, vivir en armonía con la creación y reconocernos unos a otros como creados a imagen de Dios».

Voy a ofrecer algunos apuntes en torno a un tema excesivamente amplio, complejo y apasionante. Son retazos de una experiencia que quieren ser una invitación a la reflexión sobre una cuestión decisiva para en el futuro inmediato del Movimiento Ecuménico y de la Iglesia.

2. Mantener viva la visión de los comienzos

Cincuenta años después de la fundación del Consejo Ecuménico de las Iglesias, la lectura del solemne «Mensaje de Amsterdam» nos recuerda que en aquella primera Asamblea, junto a la firme decisión de «permanecer juntos» se dio el compromiso con una visión de la Iglesia como «voz de los que no tienen voz, y un hogar acogedor para todos» que es clave para comprender la trayectoria del CEI y la permanencia de aquella alianza, a pesar de las vicisitudes de estos años. Con ese compromiso y con esa visión el CEI ha caminado durante medio siglo hacia la unidad visible de las Iglesias. La oración, el culto, y el estudio bíblico conjuntos; el diálogo doctrinal y el testimonio común en la proclamación del Evangelio y en el ministerio de la misericordia que Cristo encomendó a su Iglesia, han caracterizado la actividad del Consejo hasta el punto de que «ha llegado a ser fuente de esperanza para muchas personas y comunidades: para los desarraigados y las víctimas de la discriminación y la opresión racial, para los que luchan por la justicia y la dignidad humana, para las mujeres y todos los marginados de la Iglesia y la sociedad». Su existencia «ha favorecido el surgimiento de redes solidarias ecuménicas en todas partes, cambiando la comprensión de lo que significa ser Iglesia en el mundo». Hoy es un organismo verdaderamente mundial —con 338 miembros, dos tercios de los cuales son Iglesias del Tercer Mundo— que «ha propiciado el testimonio y el servicio común de las Iglesias» y ha tratado de cumplir en fidelidad a la visión de Amsterdam, «la misión de defender la causa de la justicia y la dignidad humana» y «de discernir y ejercer tanto el ministerio sacerdotal de reconciliación como el ministerio profético del conflicto liberador». Pero Amsterdam se celebró hace medio siglo. Las circunstancias han cambiado y cabe preguntarse —y así lo hizo el Secretario General ante la Asamblea— «¿Tenemos hoy, en una situación muy distinta, una visión ecuménica que pueda orientarnos y que sea suficientemente convincente para inspirar a la próxima generación? ¿Cómo podemos dar cuenta en este nuevo contexto de la esperanza común que nos habita?».

3. El Movimiento Ecuménico en una encrucijada

Durante la Octava Asamblea, y a pesar de los temores de una retirada en bloque de las Iglesias Ortodoxas del Consejo, comprobamos que el pacto de Amsterdam continúa vigente. En palabras de K. Raiser, «hay una conciencia cada vez mayor de que todas las Iglesias, a pesar de lo que aún las separa, pertenecen a la única familia ampliada de los hijos de Dios». Además, «el ecumenismo local está floreciente en muchos lugares» y que «animados procesos de renovación y de crecimiento de la vida y del testimonio cristianos tienen lugar fuera de la comunidad del CEI». A pesar de todo ello, la situación ecuménica actual fue definida como difícil, un momento de dudas y de incertidumbre o incluso crítica. El movimiento ecuménico está en una encrucijada en la que las diferentes concepciones del ecumenismo y las dificultades para ver con claridad el camino a seguir; los sentimientos de frustración porque la búsqueda de la unidad visible en la Iglesia aún no ha abierto el camino hacia una verdadera koinonía; las divergencias en la forma de concebir la misión en un mundo de pluralidad religiosa y cultural; y los efectos del rápido proceso de globalización sobre la vida de las comunidades humanas, que ponen en tela de juicio el pensamiento y la acción social ecuménicos, son algunas de las causas de este momento de crisis que no se limita al ámbito ecuménico. «El fin del milenio que se acerca refuerza la impresión de que esta incertidumbre en relación con el ecumenismo es parte de un proceso más profundo de transición que apunta a una nueva época histórica muy diferente...». Y «muchas Iglesias, bajo la presión de problemas internos y externos, se están replegando tras las líneas defensivas confesionales e institucionales. La colaboración ecuménica con otras Iglesias sigue siendo, a menudo, formal, dando lugar rara vez a un encuentro vital».

El propio CEI es fuertemente cuestionado, y muchos consideran «que plantea aún más problemas y presiones de los que las Iglesias ya tienen, imponiendo posiciones y orientaciones programáticas que están en contradicción con sus tradiciones eclesiales». Raiser admitió que la concepción cel CEI como comunidad de Iglesias está siendo puesta «a prueba gravemente por conflictos en torno a cuestiones morales, especialmente en cuanto a la sexualidad humana, y debido a desafíos teológicos y eclesiológicos que se han planteado durante el Decenio Ecuménico de Solidaridad de las Iglesias con las Mujeres». Desgraciadamente, y después de diez años de intenso trabajo durante el Decenio, la cuestión de la mujer está en el centro de la controversia ecuménica, y de forma todavía más aguda. En su informe, el moderador, Aram I, Catholicós de Cilicia, afirmó: «A menudo las cuestiones relativas a las mujeres han sido causa de división y han amenazado incluso con desgarrar el movimiento ecuménico y separar a las Iglesias. Demasiado a menudo, cuando las mujeres levantan sus voces se considera que son discutidoras o que piden una representación simbólica en los puestos de poder. Una lectura de la participación femenina en la Iglesia revela en realidad que las mujeres reclaman una Iglesia más abierta y una comunidad participativa y sin exclusiones».

4. Ponerse en camino y abrir el espacio ecuménico: hacia una visión inclusiva

A la luz de lo que acabamos de ver, es evidente que el movimiento ecuménico, y particularmente el CEI, necesitan una nueva visión para afrontar con energía los retos actuales. Una visión que oriente las formas de actuar de las comunidades cristianas, que ayude a identificar las contradicciones del presente y libere energías para la transformación en la dirección de una vivencia más auténtica del Evangelio. Una visión que permita ofrecer resistencia al fatalismo y que aliente la fragilidad humana con el soplo divino del Espíritu. En este sentido, y frente a una concepción excesivamente formal e institucional del Consejo, Konrad Raiser propuso dos nociones para contribuir a entender adecuadamente qué es y qué debe ser el Consejo como una comunidad de Iglesias dentro del movimiento ecuménico. Esta visión dinámica, "inclusiva" y permeable, creo que es un marco adecuado para avanzar en la cuestión de la mujer en el contexto ecuménico.

En primer lugar, sugirió recuperar la idea de "peregrinación":

«teniendo en cuenta la tentación de protegerse de forma defensiva y exclusiva, el movimiento ecuménico necesita recuperar el sentido de pueblo peregrino de Dios, de Iglesias juntas en el camino, dispuestas a trascender los límites de su historia y de su tradición, escuchando juntas la voz del pastor, reconociéndose unas a otras y resonando unas en otras, revitalizadas por el mismo Espíritu. El CMI como comunidad de Iglesias es el espacio en que ese encuentro arriesgado puede tener lugar, en el que puede construirse la confianza y crecer la comunidad».

Y aquí tenemos la segunda noción, el Consejo como «espacio ecuménico». Esta visión ha jugado un importante papel en la Asamblea como un nuevo marco conceptual en el que comprender el Consejo como un ámbito que escape a la concepción institucional que tanta aversión causa en muchas Iglesias. «Más que nunca antes —dijo Raiser— necesitamos que el CEI sea un espacio ecuménico abierto, aunque rodeado por la fidelidad de Dios y protegido por el vínculo de la paz, un espacio de aceptación y de comprensión mutua, así como de interpelación y de corrección recíprocas». A medida que las Iglesias buscan a Dios en Cristo, descubren la comunidad que constituyen, que no es simplemente el resultado de un acto de voluntarismo o de un acuerdo institucional, y que tiene su centro en Jesucristo. El CEI podría definirse como una «comunidad de Iglesias misionera, diaconal y moral» cuya importancia radica en que «abre un espacio en que la reconciliación y la responsabilidad mutua pueden tener lugar» y donde las Iglesias pueden «aprender unas de otras y consultarse unas a otras inspirándose en Jesucristo nuestro Señor, para discernir el testimonio que están llamadas a dar el mundo en su nombre». Y «si la unidad de la Iglesia debe servir a la unidad de la humanidad, debe ofrecer espacio tanto para la amplia variedad de formas, como para las diferencias e incluso los conflictos... La unidad de la Iglesia debe ser de una índole tal que permita un amplio espacio para la diversidad y para la confrontación abierta de intereses y convicciones diferentes».

Este espacio de gracia no puede permanecer clausurado en los límites de la comunidad cristiana, porque su tarea y su vocación es el Reino de Dios, que los supera. Es necesario que «se abra a las preocupaciones del mundo», porque la comunidad de Iglesias del CEI no es un fin en sí misma, está destinada "a servir como signo e instrumento de la misión de Dios en el mundo». En una inspirada expresión de Peter Lodberg, el Consejo debe ser "un santuario en un mundo dividido ... un lugar que ofrece refugio para el forastero y hospitalidad a los que no tienen hogar». K. Raiser completó su visión del Consejo como «santuario espiritual» citando a L. Mudge:

«Las Iglesias pueden y deben ofrecer una especie de espacio metafórico en el mundo para aquellos —creyentes y no creyentes— que están convencidos de que la sociedad humana puede superar su violencia original, su resentimiento y su desconfianza permanentes, y llegar a hacer realidad su vocación verdadera de ser la comunidad amada que describen los textos bíblicos. Las Iglesias existen para mantener abierto un espacio social en el que las estructuras y prácticas vigentes de la sociedad quedan al descubierto y en el que las relaciones en la comunidad humana pueden articularse nuevamente» .

En la Asamblea se realizan las características del CMI como "peregrinación" y «espacio ecuménico» de una forma privilegiada. El contacto vital puede desencadenar transformaciones imprevisibles. Es un espacio de encuentro personal, una ocasión única de expresar la búsqueda de la unidad visible. Durante meses, los delegados y visitantes se preparan para ponerse en camino y escuchar lo que el Espíritu tiene que decir a la comunidad ecuménica. Y en todas las Asambleas se han lanzado nuevos e interpelantes desafíos. Konrad Raiser, en un artículo que se incluía entre los materiales preparatorios para la Asamblea, señaló tres características que hacían de ella un encuentro sin precedentes: su celebración en África, el hecho de que se trata de la Asamblea del Jubileo, y la coincidencia con la clausura de Decenio Ecuménico de Solidaridad de las Iglesias con las Mujeres [1988–1998].

4. Los desafíos de la Octava Asamblea del CEI

4.1. Estar atentos a lo que Dios nos dice hoy por medio de África...

En el Culto de Apertura de la Asamblea, Eunice Santana, presidenta del CEI por la región del Caribe, comenzó el Sermón celebrando la proclamación de Jesús del «año de gracia» e invitó al auditorio a dejarse conmover por esas palabras «inspiradas e inspiradoras» que «resumen el propósito y la voluntad de Dios» y que suponen un desafío radical a la luz de la realidad africana:

«¡Qué hermosas son estas palabras del Evangelio que acabamos de escuchar! (...) ¡Cuán hermoso y significativo es escucharlas aquí, en Madre África, donde adquieren un ritmo y un sabor únicos; en esa Madre África tan fácilmente olvidada e ignorada por los poderosos cuando les conviene, tan desconocida por muchos, tan explotada y pisoteada por otros, pero también tan querida por tantos de nosotros!».

No ha sido casual el hecho de que hace cuatro años el Consejo aceptara la invitación de las Iglesias de Zimbabue —y no la de las Iglesias de los Países Bajos— para celebrar su Jubileo, «porque es en África donde se manifiesta con mayor claridad el desorden actual del sistema mundial, y la marginación y fragmentación de sociedades enteras». Para Konrad Raiser celebrar la Asamblea allí era una señal de que «el cincuentenario del CEI no debía ser sólo una ocasión para mirar atrás, sino una oportunidad de discernir los desafíos actuales con que se enfrenta el Movimiento Ecuménico y de mirar hacia delante...Y no hay duda de que el futuro del Cristianismo y del Movimiento Ecuménico se forjará en regiones como África y América Latina más que en las regiones septentrionales del cristianismo histórico». El contexto africano obliga a plantearse con toda crudeza las cuestiones decisivas para la mayoría de la humanidad en el siglo XXI: la crisis de la deuda, la guerra, la violencia y los conflictos étnicos, la situación de las personas desarraigadas, la problemática que viven los niños y los jóvenes, los efectos de la mundialización en la economía, la cultura y el medio ambiente, y la discriminación de la mujer en la sociedad y en la Iglesia. En este sentido, indicó Raiser, «la decisión de celebrar la Octava Asamblea en Harare, fue una expresión de nuestra determinación a no cejar en nuestra solidaridad con las Iglesias y la población africana en su búsqueda de nuevos cimientos en los que sea posible afirmar su identidad y reconstruir formas viables de vida comunitaria. Nuestra Asamblea aquí en Harare deberá estar muy atenta a lo que Dios nos dice hoy por medio de África».

El Consejo Ecuménico trata así de emular el ejemplo de Jesús, el Cristo, cuyo modo de actuar, en palabras de Eunice Santana, nos revela a Dios como «práctica de vida, afirmación de vida». Jesús «se enfrenta a los sistemas de muerte y hace posible la gestación de proyectos de vida en medio de una sociedad plagada de injusticias; ... en la cual la explotación, la marginación, la opresión religiosa, política y social y la pobreza constituía el día a día para las grandes mayorías del pueblo». Su misión «integrada e integral», «incluye la salud, la restauración de la comunidad, la liberación de todo tipo de prisión y opresión, y la proclamación abierta, clara, diáfana, firme, que procura transformar a las personas y a cualquier orden injusto establecido». Ante la alarmante situación mundial de «millones de personas ...condenadas a condiciones de vida, que más que de vida se asemejan a condiciones de muerte», Eunice Santana desafió a las Iglesias y al Consejo a sumar su esfuerzo a los de aquellos que no se resignan al fatalismo:

«Globalizar la solidaridad se ha convertido en la consigna de miles de personas que rehúsan a aceptar que hemos llegado al final de la historia y que con valor han asumido el libreto histórico que otros les quieren imponer».

El ministerio de las Iglesias, que brota de Jesucristo y conduce a él, no puede ser otro que el de «la práctica de la unidad y la solidaridad, de facilitar la organización, la reconciliación y la restauración del pueblo, de juntar y poner a disposición de los demás los recursos que tenemos, de ser canales para la salvación, para la reintegración a la comunidad de los excluidos, la liberación de todo tipo de opresión y prisión».

Pero el peso de nuestro pecado, de nuestras prácticas opresivas que han cristalizado en tradiciones humanas, demasiado humanas, y en mentalidades y formas de ver al otro que lo deforman y le impiden crecer y desarrollarse en plenitud, inhabilitan a veces a los cristianos para encarnar el ministerio liberador de Jesucristo. La situación de África es un ejemplo de ello. Después de una intensa explotación, se desangra abandonada a su suerte, ignorada por sus colonizadores cristianos y por el mercado mundial mientras se debate en una profunda crisis de identidad. Al final de su intervención en la Plenaria Africana, Mercy A. Oduyoye recordó la consideración de África como un «continente femenino» que Mazrui describe como «el continente hembra: pasiva, paciente, penetrable». Un paralelismo que permite a otro autor, Idowu, comparar lo que las naciones poderosas esperan de África con lo que la mayoría de las sociedades esperan de las mujeres: «Cuando se comporta debidamente y acepta una posición inferior, obtiene la benevolencia que reclama su pobreza, y ella se muestra por eso profunda y humildemente agradecida. Si por alguna razón se propone ser enérgica y reclamar algún trato de igualdad, suscita reprobación, es vituperada; es perseguida abiertamente o por medios indirectos; se la obliga a estar en conflicto consigo misma...».

Frente a esta situación, África debe reaccionar, enfrentarse a la imagen negativa de sí misma que ha interiorizado aceptando tácita y acríticamente la mirada de sus colonizadores, y recuperar sus valores y su historia para poder contribuir a la comunidad mundial: "Igual que las mujeres protestan contra esos estereotipos, así África debe rechazar esa tipología femenina. Hemos contribuido a cambiar el mundo. Hemos participado en la evangelización de África, desde los orígenes mismos del cristianismo tanto como durante los siglos posteriores. Nuestro deber es señalar nuestra contribución para ayudar a la posteridad a cultivar su autoestima».

Como muchas mujeres en todo el mundo, África sufre violencia por su situación de debilidad. Pero de todas las violencias que la atraviesan, probablemente la peor de todas es la de la invisibilidad. Con gran lucidez puso de manifiesto Kosuke Koyama en su intervención en la sesión plenaria sobre el tema de la Asamblea, la relación estrecha que existe entre invisibilidad y violencia: «en nuestro mundo los gobernantes tratan de hacer invisibles "al extranjero, al huérfano y a la viuda" ... y "al hambriento, al sediento, al forastero, al desnudo, al enfermo, al que está en la cárcel [Mt, 25,31–46]. Esto es violencia. El Evangelio insiste en la visibilidad: los cuerpos demacrados de los niños famélicos deben seguir siendo visibles para el mundo. Existe una relación entre invisibilidad y violencia. Las personas, a causa de la dignidad de la imagen de Dios que hay en ellas, tienen que permanecer visibles (...) el Movimiento Ecuménico busca la unidad visible de las Iglesias. ¿No era Dios visible en Jesucristo? [Jn 1,18 14,9]. El Evangelio ve el misterio de la salvación en lo que se ve. Las religiones parecen ensalzar lo invisible y despreciar lo que se ve. Pero es el Evangelio del "oír, ver y tocar" el que puede alimentar la esperanza que no decepciona». Y este es precisamente el espíritu de un Decenio que ha intentado visibilizar los dones y las contribuciones de las mujeres a la Iglesia y a la sociedad, tanto en la espiritualidad, la vida comunitaria y la teología, como en su trabajo en favor de la justicia, la paz y la integridad de la creación. Un Decenio que ha tratado también de romper el silencio sobre las realidades que oprimen a las mujeres en todo el mundo.

4.2. El despertar de la hijas de Abraham

Eunice Santana subrayó en su sermón un hecho del que, a pesar de las continuas declaraciones e informes de Naciones Unidas, nos cuesta tomar conciencia. En el alarmante escenario de crecimiento global de la pobreza, «la mujeres constituyen la mayoría entre el enorme grupo de las personas excluidas del disfrute de los derechos humanos, inclusive del derecho a la vida. Ellas, junto a sus hijas e hijos, son las más pobres entre los pobres». El relato bíblico sobre Jesús curando a una mujer encorvada durante dieciocho años sirvió a la pastora puertorriqueña para iluminar la situación actual. Jesús llamó a la mujer atrayéndola hacia sí, y colocándola en el centro de la sinagoga la hizo "visible". Allí la tocó y la sanó en Sábado sin mencionar la palabra pecado. Las implicaciones de esta curación de Jesús son trascendentales. A Jesús no le pasó desapercibido el dolor de esta mujer y decidió actuar, a pesar de todas las barreras impuestas por los prejuicios religiosos y sociales de su tiempo, para restablecer su salud física y curar su humanidad herida, reconociendo su condición de hija de Abraham.

Hace diez años, el CEI decidió dar un paso importante en favor de las mujeres en una cultura que, dos mil años después de Jesucristo, todavía discrimina y muchas veces desprecia a la mujer como algo natural. Si bien ya desde sus inicios estuvo presente la preocupación por la situación de las mujeres —que le ha acompañado a lo largo de toda su trayectoria—, en Enero de 1987 el Comité Central del Consejo aprueba el lanzamiento del Decenio Ecuménico de Solidaridad de las Iglesias con las mujeres 1988–1998, el programa más ambicioso en relación a la mujer hasta el momento. Sus objetivos eran facilitar a las mujeres los medios necesarios para impugnar las estructuras de opresión; reafirmar sus contribuciones a sus Iglesias y comunidades; dar a conocer su compromiso en las luchas por la justicia, la paz y la integridad de la creación; ayudar a las Iglesias a liberarse del racismo, el sexismo, el clasismo y la discriminación, y alentar a las Iglesias a que adopten medidas de solidaridad con las mujeres. El Decenio ha brindado a las Iglesias la oportunidad de ser solidarias con las mujeres tanto en la Iglesia como en la sociedad, y las ha alentado a construir una comunidad reconciliada de hombres y mujeres donde estas sean impulsadas a participar plenamente en la misión y puedan vivir una vida libre de violencia, no restringida por tradiciones culturales que las deprecian y por expectativas en cuanto a los roles de cada género a menudo impuestas. Se pretendía proveer a las Iglesias de un tiempo para que revisaran sus estructuras, sus enseñanzas y sus prácticas, con el objetivo de alcanzar la participación plena de las mujeres.

Aunque arrancó con gran entusiasmo en todo el mundo, la esperanza gradualmente se convirtió en frustración a medida que las mujeres se fueron dando cuenta de que el Decenio de Solidaridad de las Iglesias se estaba transformando en un Decenio de solidaridad de las mujeres con otras mujeres y con las Iglesias. El programa Cartas Vivas de visitas de equipos ecuménicos a cada una de las Iglesias miembros del CEI se propuso «ofrecer de nuevo el Decenio a las Iglesias» y conocer la situación de las mujeres en los contextos locales. Y para detectar tanto los signos de la resurrección de las mujeres, la vida en el huerto, como las piedras que impiden que ésta se produzca, tales como: la crisis económica mundial, el racismo y la xenofobia, la violencia contra las mujeres y los obstáculos para su plena participación en la vida de la Iglesia, entre los que constataron ciertas formas de entender la familia, la teología y las interpretaciones opresivas de la Biblia, las actitudes negativas hacia la sexualidad y el cuerpo de las mujeres, una relación acrítica entre el Evangelio y las culturas, y los conflictos entre las propias mujeres. El programa de las Cartas Vivas finalizó en Octubre de 1996. Para entonces, 75 equipos, en los que participaron más de 200 hombre y mujeres de todas las regiones y denominaciones, habían visitado 330 Iglesias, 68 Consejos Nacionales de Iglesias y aproximadamente 650 grupos y organizaciones de mujeres. Pero a pesar de los ingentes esfuerzos, en su Informe a la Octava Asamblea, el Moderador se lamentó de que «las Iglesias no hayan respondido tanto como se esperaba» a los objetivos del Decenio y planteó serios interrogantes a las Iglesias miembros:

«Las mujeres vieron en el Decenio un espacio en el que las Iglesias podrían acoger favorablemente las contribuciones y los dones de la mujer. Ahora bien, ¿han atendido realmente las Iglesias a esta aspiración? El CEI ha dedicado cuantiosos recursos humanos y financieros al proyecto del Decenio. ¿Cuál ha sido su valor para las Iglesias y para el Movimiento Ecuménico? Pese a los logros del Decenio y del Movimiento Ecuménico, las mujeres no han sido todavía plenamente aceptadas e integradas en el trabajo y en la vida de las Iglesias. Lo que ha logrado el Decenio es sólo el comienzo de un largo proceso».

5. Un Decenio generador de dignidad y justicia

5.1. El Festival de Decenio: «Imaginemos el futuro más allá de 1998»

En los días previos a la Octava Asamblea del CEI, el Festival del Decenio Ecuménico de Solidaridad de las Iglesias con las Mujeres [1988–1998] clausuró un década apasionante. Durante cuatro días —del 27 al 30 de Noviembre— celebramos nuestros dones a las Iglesias y nuestra diversidad; dimos gracias por los lazos de amistad creados durante el Decenio y los descubrimientos que ha aportado a la Iglesia y a las mujeres; escuchamos juntos la Palabra de Dios en los estudios bíblicos; asistimos a varias Plenarias para conocer de primera mano la situación de las mujeres africanas, evaluar del Decenio, y debatir el documento que sería presentado a la Octava Asamblea en la sesión Plenaria sobre el Decenio que iba a tener lugar el 7 de Diciembre. En el Belvedere Teacher´s College comprobamos algo que pocos días después dijo Aram I ante la Asamblea, que «las mujeres de todo el mundo han tomado el Decenio como una oportunidad para organizarse relacionándose entre sí ecuménicamente dentro de los países y por encima de las fronteras. Hay muchos ejemplos de este sentido creciente de solidaridad mundial entre las mujeres», y que «ha habido en este tiempo algunas importantes señales de acciones visibles de solidaridad de las Iglesias... su papel precursor en la exigencia de cambios, la participación creciente de las mujeres en todas las esferas y niveles de la vida eclesial y comunitaria —incluida la responsabilidad decisoria—, la reactivación de las asociaciones femeninas para tratar cuestiones relativas a la justicia social y económica, la creciente protesta por la violencia contra las mujeres y la aparición de iniciativas y acciones similares en muchas Iglesias y sociedades, son ciertamente, todas ellas, expresiones concretas de la repercusión del Decenio en la vida y el testimonio de las Iglesias».

Pero durante el Festival también escuchamos el llanto de nuestras hermanas en una sesión dedicada a la violencia contra las mujeres en las Iglesias, que comenzó constatando una triste realidad: «Nos dijeron que existe la violencia, pero no en nuestros círculos, no en las Iglesias ni en los hogares cristianos. Y casi nos lo creímos. Pero entonces empezamos a escuchar, a ver otra cara de la Iglesia. Oímos cosas que no queríamos creer. Y lo que oímos era difícil de soportar. Ahora sabemos que la violencia contra las mujeres también existe aquí, en las Iglesias, en los hogares cristianos. Ahora sabemos que hay una violencia, a veces justificada o ignorada, dentro de nuestros propios muros». Al final de la sesión, Konrad Raiser se dirigió a todos los participantes del Festival y afirmó: «Las voces de todas las mujeres han sido oídas en las Iglesias: ésta es la mayor realización del Decenio. Ahora, las cosas ya no serán más igual, porque se ha escuchado una voz que ya no va a callar. El compromiso de solidaridad con las mujeres es ya algo central en el movimiento o ecuménico, porque la contribución de las mujeres es decisiva para la visión ecuménica del siglo XXI». Respecto a la violencia reconoció «que es una expresión de la cultura masculina que ha sido permitida también por nuestras Iglesias durante demasiado tiempo. Y no sólo la violencia contra las mujeres sino también el enfoque violento para resolver conflictos, la violencia contra todos aquellos que son más débiles, y la violencia los niños. Muchos de nosotros hemos crecido en ese tipo de cultura. (...) hoy quiero aceptar personalmente el compromiso de trabajar por una cultura genuina de la no violencia».

En la plenaria sobre las Mujeres Africanas, las mujeres de Sudán nos recordaron a las occidentales a través del testimonio de su lucha por la supervivencia, que está todo por hacer:

«Os traigo los saludos de Sudán. Saludos del país más grande de África, con la guerra más larga de África. Al llegar al final del milenio, nosotras, mujeres de Sudán, nos preguntamos: ¿Alguien nos oye? ¿Nos oís vosotros? Creemos que también hemos sido creadas a imagen de Dios. Pero, ¿reconocéis la imagen de Dios en nosotras? Cuarenta y dos años desde la independencia, han sido cuarenta y dos años de guerra civil, de sufrimiento, de muerte para nuestros niños. Estamos al final del milenio. Vamos a pasar a uno nuevo y nuestros hijos no tienen escuelas, están militarizados. Como africanas creemos que ellos son nuestra herencia para el futuro. Si no tienen educación hoy, ¿cómo podrán ser personas responsables el día de mañana? Si esos mismos niños que son nuestra herencia se están muriendo y los estamos enterrando, ¿quiénes nos van a enterrar mañana a nosotras? Os preguntamos a vosotros, hermanos y hermanas del Movimiento Ecuménico: ¿Oís nuestros dolores y nuestro sufrimiento? Los sudaneses estamos presentes en toda África como refugiados. También están los desplazados internamente y los que buscan asilo. Queremos saber si la paz en Sudán es algo excesivo, algo que no se puede lograr. Sudán es un país muy pobre, no producimos armas, pero la guerra se ha mantenido durante cuarenta años. Las mujeres de Sudán nos preguntamos: ¿De dónde viene el dinero para mantener esa guerra? ¿De dónde vienen las armas?».

La lucha por la liberación de la mujer no habrá cumplido su objetivo hasta lograr oportunidades de vida digna para todas las mujeres y otras «no personas» del planeta. Su opresión está interrelacionada con nuestra opulencia, así lo denunciaron con claridad las mujeres del Congo:

«En este fin de Decenio, en esta época de Iglesias solidarias con las mujeres, tenemos que ser coherentes con nosotras mismas, con las declaraciones que caracterizan el Decenio, sobre la eliminación de toda clase de violencia y de discriminación. Como primer punto, queremos denunciar la fabricación y venta de armas que destruyen miles de vidas humanas en el mundo. En segundo lugar, denunciamos la violencia hipócrita de las grandes potencias que suscitan guerras en África para luego venir con ayuda humanitaria envenenada. Las ayudas, la mejor ayuda humanitaria que nos pueden hacer es dejar de fabricar armas. En tercer lugar, denunciamos la ingenuidad de los jefes africanos que aceptan la manipulación de las grandes potencias».

Otros frutos del Decenio han sido romper con una cultura del silencio que estaba muy arraigada en las Iglesias, y reconocer la necesidad de una espiritualidad de «no resignarse», siguiendo el ejemplo de nuestras antepasadas entre las que se encuentra la viuda "impertinente" del Evangelio. Al final del Festival, Aruna Gnanadason (India), Coordinadora de la Oficina de la Mujer del CEI en Ginebra, expresó algunas de las preocupaciones que estaban en el ambiente ante el futuro:

«Las mujeres están en el centro de controversia de las Iglesias, pero esto no es lo que nosotras queremos. El Decenio ha brindado espacios para que planteen sus cuestiones y ha buscado también que se reconozca la pluralidad de sus preocupaciones, porque no siempre estamos de acuerdo entre nosotras. Ahora, ante un futuro sin Decenio ¿qué pasará? ¿respirarán de alivio las Iglesias porque las mujeres van a dejar de hablar? Muchas han reducido su soporte económico a los proyectos de mujeres, por eso pido a las Iglesias que sigan apoyando a las mujeres».

El Decenio es un ejemplo de los dones y estímulos que puede ofrecer el Movimiento Ecuménico a la Iglesia católica. Más de cuarenta católicas procedentes de los cinco continentes participamos en el Festival y redactamos una declaración pidiendo que nuestra Iglesia acogiera el documento final del Festival y se embarcara en un proceso similar. Durante la Octava Asamblea entregamos el texto a la Delegación Vaticana.

El libro del Génesis nos dice que al principio de la creación, «el aliento de Dios se cernía sobre las aguas...». Una vasija africana ocupó el centro del escenario durante todo el Festival, y junto con el agua fue su símbolo central. En ella vertimos el primer día agua hasta rebosar procedente de nuestras regiones para significar nuestros dones a la Iglesia, y más tarde las lágrimas de las mujeres de todo el mundo... «El vaso, la vasija representan —en la simbología arcaica y tradicional— el depósito de la vida, el lugar donde se produce la mezcla de las fuerzas del mundo en el que tienen lugar las maravillas, y en ese sentido expresan o significan el útero, la matriz femenina, el lugar donde se realiza la regeneración». La vasija, que representa el útero «como manifestación y agente de la fecundidad y regeneración espiritual y humana», y el agua —símbolo de la Vida de Dios, que fluye vivificadora y refrescante que fluye sin cesar «abriendo nuevos senderos, limpiando, sanando, conectando, alimentando las raíces de nuestros sueños para que nunca se sequen»—, simbolizan el anhelo de las mujeres los hombres que participaron en el Festival y su compromiso con la creación de «una Iglesia renovada y una comunidad de fe transformada por el Espíritu Santo».

6. La Plenaria sobre el "Decenio Ecuménico"

6.1. Algunos logros y desafíos del Decenio.

La ortodoxa norteamericana Despina M. Prassas, en la primera parte de la Plenaria —la Memoria—, señaló como «uno de los signos más esperanzadores ... el hecho de que algunas Iglesias reconocieran que la mayoría de los problemas relacionados con la cuestión de género o con las comunidades no son meramente asuntos de las mujeres sino que son responsabilidad de toda la Iglesia». En la segunda parte —el Presente— hubo cuatro exposiciones sobre los cuatro grandes temas del Decenio. En primer lugar, la reverenda congoleña Lala Biasima, en nombre de las mujeres africanas denunció los «sistemas económicos que favorecen el mercado, el dinero y el lucro en detrimento del ser humano y de su dignidad» y que sacrifican a pueblos enteros, y especialmente a mujeres y niños, «en el altar del lucro». Recordó lo que las Iglesias y las mujeres han hecho durante el Decenio para afrontar la difícil situación económica mundial gracias a la educación y a la concienciación de la mujer sobre su participación en la economía y a la identificación de estructuras sociales, leyes y tradiciones que impiden a la mujer participar en la vida económica. Y lanzó dos desafíos: las Iglesias deben exigir la condonación de la deuda y la reconversión de ese dinero en programas que tiendan a mejorar la calidad de vida de los pueblos; y los cristianos deben implicarse en la gestión de la oikumene, ya que su ausencia es una tácita aceptación de las ideologías que empobrecen a la mayoría de los seres humanos y los hace cómplices de un sistema injusto.

La Presentación sobre la violencia contra las mujeres estuvo a cargo de la Rev. Deenabandhu Manchala de la India, un país donde la violencia estructural de un sistema social donde se combinan las castas y el patriarcado, oprime especialmente a las mujeres y a los Dalits. Después de constatar «la práctica generalizada y el crecimiento de la violencia contra las mujeres en todo el mundo» como «una realidad aparentemente irreversible», hasta el punto de que las mismas víctimas la aceptan como algo inevitable, interpeló a la Asamblea: «¿Quiere la Iglesia seguir siendo guardiana de una cultura de la violencia o ser catalizadora de una cultura de la vida?» La opción por una cultura de la vida exige ineludiblemente dar algunos pasos hacia delante:

1º. Las Iglesias han de ser capaces de presentar alternativas en las formas y en las funciones, en una época en que la vida es negada, degradada y convertida en una carga para más de la mitad de la población del mundo. Superar la violencia desde el seno mismo de su estructura, en sus relaciones, su interpretación de la Biblia y su lenguaje es la tarea más urgente de la Iglesia.

2º. Al tiempo que afirman la necesidad de la inculturación, deben afirmar activamente el poder transformador del Evangelio como elemento que contrarresta y transforma todo lo injusto de una cultura. Las tradiciones culturales no pueden ser utilizada como una excusa para justificar la violencia contra las mujeres. La Iglesia debe dejar de patrocinar las culturas de los opresores y —obedeciendo al Dios de liberación— comenzar a hacer suyas las culturas y los anhelos de los oprimidos. La cultura es una realidad cambiante que puede ser transformada.

3º. La Iglesia debe mostrar su apoyo y participar activamente en los grupos ecuménicos de base que luchan por la justicia, la libertad y la vida. Si no lo hace, perderá la oportunidad de convertirse en aliada de las fuerzas de la vida.

A continuación, Mukami McCrum, en su presentación sobre el «Racismo contra las mujeres» interpeló especialmente a las mujeres, ya que «para el movimiento de mujeres, en un momento en el que se esperan muchos cambios mientras nos acercamos al milenio, una cosa permanece: el racismo y su capacidad de atravesar fronteras nacionales y geográficas, como un huracán, causando devastación, rompiendo y fragmentando cualquier forma de solidaridad entre las mujeres». Pero «el Decenio —dijo también— ha ayudado a abrir muchos ojos y no podemos volver al lugar oscuro y frío habitado por mujeres sin voz». Programas de las Iglesias como «Mujeres Víctimas del Racismo y SISTERS» nos recuerdan que se puede luchar contra «la forma más taimada y persistente de racismo, que es la «exclusión y la invisibilidad» de esas mujeres de todos los aspectos de la vida comunitaria de la Iglesia». También recordó a las Iglesias, y en particular a los hermanos y hermanas blancos, que existe un vínculo histórico entre racismo y explotación que debe ser reconocido:

«Hoy, las fuerzas políticas, sociales y económicas mundiales siguen explotando os países de mayoría negra, y a las mujeres se las considera simples artículos de compra y venta en el mercado. El racismo contribuye a la pobreza, dejando a mujeres y niños en la indigencia y haciéndolos así vulnerables a los criminales que los esclavizan y los venden a países en donde la xenofobia, combinada con leyes de inmigración hostiles y racistas, los enredan en una vida de prostitución y de violencia. El racismo y la trata de mujeres son violaciones graves de los derechos humanos».

El Metropolitano Ambrosius de Oulu (Finlandia), del Iglesia ortodoxa de Finlandia, realizó la presentación sobre «La participación de las mujeres en la vida de la Iglesia» en la que reconoció su importancia eclesiológica a pesar de las suspicacias despertadas en muchas Iglesias ante el programa y sus objetivos:

«Desde el punto de vista de las Iglesias, el Decenio Ecuménico de Solidaridad de las Iglesias con las Mujeres ha tenido gran importancia en el CEI y en sus Iglesias miembros. Nos ha ayudado a ver, de manera más crítica, algunas de las limitaciones de los procesos actuales de toma de decisiones, así como de las estructuras de poder en nuestras Iglesias y su falta de transparencia y de inclusividad. En muchos lugares, las mujeres siguen siendo invisibles e ignoradas, a pesar de que la comunidad de la Iglesia debería ser, siempre, la comunidad de mujeres y hombres. Las preocupaciones e intereses de las mujeres son de vital importancia para el fortalecimiento y el bienestar de la Iglesia en su totalidad. Por lo que respecta al futuro de nuestras Iglesias, soñamos y buscamos una comunidad que esté atenta y responda a las esperanzas, los sueños e incluso a las frustraciones de sus miembros. La Iglesia debe ser fuente de liberación para hombres y mujeres por igual porque todos hemos sido creados a imagen de Dios y estamos llamados a glorificar a Dios en su tarea de hacer de la Iglesia una comunidad. Estamos muy agradecidos por haber podido participar en diversas actividades del Decenio y en los equipos de visitas de mitad del Decenio. Estas actividades nos han permitido comprender el significado profundo y constructivo del Decenio. Al principio, algunas de las Iglesias más tradicionales manifestaron algunas dudas y reservas. Pero gradualmente, fuimos comprendiendo que el Decenio no era un movimiento feminista —aunque también esto es necesario— sino algo que atañe a toda la Iglesia, a su propia comprensión y naturaleza eclesial».

Finalmente, en la tercera parte, la Anticipación, Bertrice Wood, a modo de conclusión reconoció que «el Decenio ha resultado, en muchos aspectos, más de lo que preveíamos, pero mucho menos de lo que soñábamos, esperábamos y por lo cual habíamos orado». E hizo una invitación a las Iglesias a continuar con la inacabada tarea:

«Nos acercamos a la culminación del Decenio y al paso al siglo XXI con un llamamiento renovado a las Iglesias a que construyan a partir de los logros y el trabajo inacabado del Decenio. ...Todavía no hemos respondido fielmente al imperativo ético y teológico de la Iglesia de abrazar y facilitar la plena participación de todas las personas. Hemos iniciado el camino hacia la responsabilización de las mujeres para compartir la plenitud de sus dones y para permitir que la Iglesia se enriquezca con ellos; sin embargo, todavía nos queda mucho por recorrer».

6.2. El debate en torno al Decenio

Durante la sesión Plenaria sobre el documento «Hacia un Entendimiento y a una Visión Comunes», el 6 de diciembre, el Padre Alfeyev, de la Iglesia ortodoxa rusa, expresó el malestar de su Iglesia: «Si no hay cambios otras Iglesias ortodoxas se retirarán del CEI. No es una chantaje, sino una realidad dolorosa que no podemos sostener». A la preocupación porque la tradición ortodoxa está en minoría y siempre sale perjudicada por los sistemas de toma de decisión por votación, de todos conocida, el Padre Alfeyev añadió como dos problemas esenciales la ordenación de las mujeres y el uso del lenguaje inclusivo, cuestiones que difieren mucho de la tradición Ortodoxa y que el CEI adopta como modelo. Durante la discusión en la plenaria sobre el Decenio, el Padre Vsevolod Chaplin, de la Iglesia ortodoxa rusa, expresó su solidaridad con las mujeres, pero al mismo tiempo criticó fuertemente el uso de los problemas de las mujeres para apoyar una «teología feminista radical». El Padre Chaplin añadió: «la ordenación de las mujeres y el uso del lenguaje inclusivo, que veo como una blasfemia, son razones por las que la unidad no se podrá realizar. El CEI no debería presentar esos temas como agenda común para todos los cristianos del mundo». Acto seguido, varias mujeres reaccionaron, entre ellas la doctora Aboum, de la Iglesia anglicana de Kenia, que retó al Consejo a escuchar las preocupaciones y las esperanzas de las mujeres: «Esta no es una agenda impuesta por el CEI, detrás están las peticiones de muchas mujeres».

Por otra parte, un párrafo de la Carta a la Octava Asamblea ya había roto el consenso en relación al documento durante el Festival. Algunas mujeres ortodoxas consideraron inaceptable la alusión a la «sexualidad humana en toda su diversidad» y afirmaron que no podían suscribirlo, ni siquiera cuando se explicó que el documento pretendía recoger todas las sensibilidades de los hombres y mujeres del Festival y expresaba las distintas sensibilidades de forma diferenciada. Las ortodoxas consideraron que no podían aceptar un documento que no expresara la posición de moral de su Iglesia respecto a la homosexualidad. Por ello, durante la Plenaria del Decenio, la Sra. Anne Glymn–McKoul, ortodoxa de Estados Unidos, expresó, en nombre de las delegadas ortodoxas, su identificación con muchos de los problemas tratados en el Festival, al mismo tiempo que su desacuerdo con el documento final, por «no representar el consensus de las participantes».

7. Las mujeres ortodoxas toman la palabra

A tenor de lo que acabamos de ver, puede dar la impresión de que las ortodoxas apenas han participado en el Decenio. Nada más lejos de la realidad. Aunque sus voces han comenzado a escucharse más tarde que las de los movimientos de mujeres en las Iglesias de la Reforma, también las mueres ortodoxas han roto el silencio durante el Decenio y han expresado su deseo de una comunidad cristiana donde puedan participar a todos los niveles para expresar su amor a la Iglesia y al Evangelio.

7.1. Participación en el movimiento ecuménico

El movimiento ecuménico ha dado la oportunidad a las mujeres ortodoxas y a otras mujeres cristianas, de descubrir que existen grandes diferencias entre ellas en su forma de pensar, que tienen grandes dificultades para comprender las preocupaciones de las otras, y que deseaban moverse en una búsqueda común pero a diferentes velocidades. El CEI ha organizado varios encuentros de mujeres ortodoxas para articular su experiencia. En 1976 en Agapia (Rumania) se produce la primera consulta sobre «Mujeres ortodoxas: su papel y participación en la Iglesia ortodoxa». En Pascua de 1988 comienza el Decenio ecuménico de las Iglesias en solidaridad con las mujeres, y en 1990 en Creta (Grecia), tiene lugar la segunda consulta de mujeres ortodoxas organizada por el CEI en torno a «La Iglesia y la Cultura». Entre 1992 y 1997, la Unidad II, la Oficina de Educación y el Instituto Ecuménico de Bossey, organizan tres seminarios para proporcionar un fórum en el que pueda producirse un diálogo constructivo entre las mujeres ortodoxas y sus hermanas de otras tradiciones dentro del movimiento ecuménico. A mitad del Decenio y en el marco del mismo tuvieron lugar dos consultas a mujeres ortodoxas bajo el título «Discernir los signos de los tiempos: Las mujeres en la vida de la Iglesia ortodoxa».

7.2. «Discernir los signos de los tiempos»: últimas declaraciones de las mujeres ortodoxas

En Octubre de 1996, sesenta y cinco mujeres —la mayoría delegadas por sus Iglesias— fueron invitadas por el CEI a participar en una consulta en Damasco (Siria), centrado en las preocupaciones de las mujeres ortodoxas de Oriente Medio, África y Asia. La declaración final subraya como aspectos positivos, entre otros, el descubrimiento de las gran variedad de formas en que las mujeres sirven a las Iglesias; su participación activa, a lo largo de la historia, en muchas formas de ministerio; la necesidad que la Iglesia tiene de su servicio y el hecho de que ellas, tanto como los hombres, merecen, junto al apoyo de los líderes de Iglesia, recibir la educación teológica y la formación espiritual adecuadas, y el reconocimiento y la bendición de su vocación; y la valoración del «ministerio de la esposa del sacerdote» como «equivalente al ministerio del sacerdote mismo». Junto a estos aspectos positivos, observaron con preocupación la necesidad de "relacionar más directamente nuestra teología con nuestra práctica eclesial»; el hecho de que «todavía existen algunas Iglesias que no han considerado las necesidades de sus miembros mujeres y por lo tanto, de la Iglesia en su conjunto»; la decepción profunda de muchas mujeres por no haber tenido la oportunidad de estudiar teología, lo que es un obstáculo para su trabajo dentro de la Iglesia; y las prácticas sacramentales «contrarias a nuestras afirmaciones teológicas sobre la dignidad de las mujeres» que «disminuyen la dignidad de la mujer», como «la privación de la Eucaristía durante la menstruación, que todavía existe en algunas de nuestras Iglesias». Las mujeres ortodoxas reunidas en Damasco constataron con tristeza «lo fácil que es olvidar la presencia de las mujeres» y no valorar su trabajo en el día a día de la Iglesia, y recordaron que injusticias sociales tales como "la pobreza, el analfabetismo y la invisibilidad afectan tanto las mujeres ortodoxas como a las mujeres en general, en nuestra parte del mundo». Reconocieron la importancia del ministerio de diaconisa «como una respuesta al Espíritu Santo ante las necesidades del tiempo presente», y afirmaron que «todavía están esperando la aplicación de la recomendación de la Consulta Inter–Ortodoxa de Rhodas [1988] sobre «El lugar de la mujer en la Iglesia ortodoxa», acerca de la revitalización de este ministerio ordenado».

Sus recomendaciones a los líderes de las Iglesias giraron en torno a los ministerios de las mujeres y participación en la vida de la Iglesia, incluyendo el restablecimiento del diaconado femenino, educación teológica, vida litúrgica, necesidad de espacios de encuentro y diálogo, y la necesidad de la toma de conciencia de las preocupaciones de las mujeres por parte de los clérigos y los líderes laicos varones. Sobre los ministerios y la participación: que nuestros líderes animen la participación de las mujeres el los procesos de toma de decisión de cada día en nuestras Iglesias locales; que los teólogos laicos (hombres y mujeres) dirijan estudios bíblicos en las Iglesias locales y colaboren en la educación en la fe de adultos; que se alienten los ministerios pastorales formales e informales de las mujeres, para atender a los que están solos espiritualmente, a los que tienen necesidades materiales, a los que han sufrido la pérdida de un ser querido, a las víctimas de abusos y violencia, etc.; que una mujer cualificada, canonista u consejera espiritual, se incluya como abogado en todos los tribunales de las Iglesias; que nuestros líderes eclesiales disciernan con espíritu orante y con valentía, la presencia del Espíritu Santo en los muchos lugares en los se necesita el ministerio del diaconado femenino y otras formas de ministerio.

En torno a la educación teológica y la vida litúrgica pidieron que se fomente el despertar de la conciencia teológica y espiritual entre las mujeres sobre su papel en la Iglesia, la familia y la sociedad a través de retiros espirituales, grupos de estudio, seminarios, conferencias y talleres; que las mujeres reciban apoyo espiritual y financiero para su educación teológica; que se creen más oportunidades informales para estudiar la teología de la Iglesia; que se realicen más investigaciones, conferencias y diálogos comunitarios sobre la Theotokos; que las prácticas sacramentales que disminuyen la dignidad de la mujer sean estudiadas en profundidad y cambiadas cuando sea necesario, en orden a reflejar una comprensión Ortodoxa más plena de la mujer. Sobre la necesidad de espacios de encuentro en los que edificar la comunidad piden que se provea un espacio en la vida de la Iglesia en el que las mujeres ortodoxas de Oriente y Occidente puedan encontrarse regularmente, y que tenga lugar un diálogo más frecuente, formal e informal, con la sociedad, prestando especial atención a las preocupaciones de la gente joven, para favorecer un testimonio y una atención pastoral más adecuada a las circunstancias actuales, al tiempo que se apoya a las mujeres ortodoxas que están comprometidas en diversas causas seculares; que se ofrezcan más oportunidades para el diálogo y las relaciones ecuménicas; y finalmente, que los clérigos y líderes laicos varones participen cada vez más en este tipo de encuentros, de forma que tomen conciencia de las preocupaciones de las mujeres.

La segunda consulta «Discernir los signos de los tiempos» tuvo lugar en Estambul [mayo 1997]. Asistieron al encuentro cerca de cincuenta mujeres que representaban las preocupaciones de las mujeres Ortodoxas de Europa Oriental y Occidental y de América del Norte y del Sur. Los participantes fueron acogidos calurosamente por el Patriarca ecuménico Bartolomeos I, Arzobispo de Constantinopla, y por Karekin II, el Patriarca armenio de Constantinopla, que en su alocución mencionó «que la Iglesia Ortodoxa Apostólica Armenia había tomado la incitativa de ordenar mujeres como diaconisas, un orden con el que se consagraba tanto a hombres como a mujeres, y que les capacitaba para desarrollar tareas similares». En esta consulta las mujeres ortodoxas expresaron su preocupación específica por la participación del laicado en la vida de la Iglesia en incidieron en la «necesidad de estimular en nuestro pueblo el deseo de desempeñar un papel activo en la vida de la Iglesia», que sólo podrá producirse si los cristianos ortodoxos toman conciencia de su «sacerdocio real», si se ofrece «apoyo y formación para jugar un papel más activo en los diversos ministerios», y «estimular el interés de un laicado que siente que ha sido excluido en el pasado» y que, por este motivo, en muchos casos «se ha integrado en organizaciones sociales, culturales y para–eclesiales».

Las recomendaciones de la declaración final de Estambul se refieren a la educación teológica y la vida litúrgica; los ministerios de las mujeres, el diaconado femenino y el ministerio de las esposas de los sacerdotes; la contribución de las mujeres a la vida espiritual de la Iglesia; los desafíos a la comunidad de vida, específicamente en las situaciones de crisis social, política y económica, y dado el crecimiento del fundamentalismo religioso y el sexismo; la necesidad de desarrollar programas para el crecimiento espiritual de la juventud; el papel del laicado en los procesos de toma de decisión; la necesidad de mejores oportunidades educativas, también para las mujeres, en un mundo que cambia a gran velocidad; el restablecimiento de la comunión entre las Iglesias ortodoxas y las Iglesias ortodoxas Orientales; y la necesidad de encuentros y conferencias de estas características.

En relación a la educación teológica recomendaron «como una prioridad el que la educación teológica de las mujeres sea facilitada a todos los niveles». Pero, además, las Iglesias deben «animar los esfuerzos actuales de las mujeres que se han comprometido en la edición de revistas, tanto académicas como para la comunidad», ya que «existe una necesidad real por parte de las mujeres de que se cree un fórum donde puedan reflexionar sobre sus experiencias y emprender investigaciones teológicas. Las mujeres necesitan publicaciones, seminarios de teología y otros eventos de los que puedan beneficiarse». Constataron la carencia y la necesidad de información, fuentes y materiales, especialmente en relación a cómo vivir la fe en la vida cotidiana y a las fuentes sobre las mujeres en la Tradición de la Iglesia. En ese sentido pidieron «traducciones actualizadas de los textos litúrgicos y patrísticos antiguos que tratan específicamente de la Theotokos y otras mujeres santas».

Otro propuesta fue «el establecimiento de un centro de documentación donde la investigación teológica, los escritos de las mujeres ortodoxas, y los documentos de encuentros como este pudieran ser accesibles para todos». De cara al futuro recomendaron «que las mujeres puedan estudiar teología e investigar en las instituciones teológicas» y que se estudiase en profundidad la ordenación de la mujer para el sacerdocio en el contexto de una conferencia Inter–Ortodoxa:

«Somos conscientes de que para algunos esta cuestión no es un tema a tratar y no debería ser discutida. Cualquier estudio o examen del asunto no presupone en ningún caso un compromiso de caminar en esa dirección. Esto simplemente proporcionaría la oportunidad a hombres y mujeres de examinar el tema con mayor profundidad desde la perspectiva teológica y espiritual».

8. Una nueva visión ecuménica

8.1. Declaraciones de la Asamblea sobre el tema de la mujer

El 14 de Diciembre, la Asamblea hizo pública una Declaración sobre los Derechos Humanos que constata que «la violencia contra las mujeres está aumentando en todo el mundo e incluye la discriminación, el acoso sexual, la mutilación genital y la violación», y llama «a las Iglesias a exigir a sus gobiernos que ratifiquen el protocolo opcional propuesto por la Convención de las Naciones Unidas para la eliminación de la discriminación contra las mujeres. El protocolo permitiría que las quejas de mujeres individuales acerca de la violación de sus derechos fueran recogidas». Por otra parte, el Comité de Examen II emitió un informe que incluye una «Respuesta a la Plenaria sobre el Decenio ecuménico de las Iglesias en solidaridad con las mujeres», en el que se afirma que el CEI ha comprendido claramente la exigencia de asumir su compromiso con los objetivos del Decenio en todas sus actividades y orientaciones, y reconoce que «para afianzar la solidaridad de las Iglesias con las mujeres, es obvio que el CEI y las Iglesias deberían participar en un proceso profundo de conversación, conversión, oración y acción con respecto a las cuestiones examinadas en el documento De la solidaridad a la responsabilidad y en la Plenaria sobre el Decenio». También presenta una serie de recomendaciones aprobadas por la Asamblea, que articulan la convicción de que «transformar a las Iglesias en verdaderas comunidades sin exclusiones debería ser una prioridad constante del CEI en el nuevo milenio»:

1ª. Al CEI, que prepare directrices sobre la conducta en las relaciones entre hombres y mujeres, que introduzcan el entendimiento de que cualquier forma de violencia contra la mujer es un pecado.

2ª. Que se inste a las Iglesias a que ofrezcan a las mujeres oportunidades de hablar claro en relación con los casos de violencia y de abuso, que permitan tanto a las víctimas como a los agresores experimentar el poder del perdón y la reconciliación. Se reconoce la necesidad del arrepentimiento por las acciones y las omisiones en relación con la inclusión de las mujeres, así como por la violencia de las que muchas han sido víctimas.

3ª. Que la Asamblea apoye la labor en curso del CEI para impugnar la legitimidad de la guerra, y recomiende la declaración del Comité Central de 1995 sobre la superación de la violencia, así como otras declaraciones del CEI, en particular por cuanto tales declaraciones tienen repercusión para las mujeres y los niños, víctimas inocentes de la guerra, de las situaciones de conflicto y de la violencia en el hogar.

4ª. Que inste a que se utilicen lenguajes y políticas que sean inclusivas, especialmente en relación con el sexo, la edad, la raza, el contexto cultural o la discapacidad, y que, en el marco de esas políticas, se apoye la inclusión de personas, sin discriminación, en los cargos de dirección a todos los niveles de la vida de las Iglesias, en consonancia con la comprensión eclesiológica que tienen las Iglesias de sí mismas.

5ª. Que el CEI abogue por medidas de condonación de la deuda y la utilización de los recursos economizados por este concepto para mejorar la calidad de vida, en particular de las mujeres, los jóvenes y los niños.

6ª. Que denuncie la explotación sexual de las mujeres y los niños con fines comerciales, como la esclavitud sexual, la prostitución, la pornografía, y toda clase de trata de mujeres y niños.

7ª. Que apoye la creación de estructuras y sistemas económicos justos en la Iglesia y en la sociedad a fin de que las personas, independientemente de su sexo, edad, raza, procedencia cultural o capacidad, puedan beneficiarse de la justicia, de la igualdad salarial, de sueldos que permitan vivir decorosa y dignamente, y prácticas laborales equitativas.

8ª. Que la Asamblea recomiende a las Iglesias miembros el estudio de la Convención de las Naciones Unidas sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer, el documento de las Naciones Unidas «Plataforma de Acción de Beijing», y el Decenio de las Naciones Unidas para la Erradicación de la Pobreza 1997–2007.

9ª. Que invite a las Iglesias miembros a buscar medios de tener siempre presentes los objetivos del Decenio.

8.2. Más allá de las declaraciones necesitamos convertirnos: Buscad a Dios con la alegría de la esperanza

Pero hay algo mucho más importante que cualquier declaración. No podemos olvidar que las Iglesias asistieron a la Asamblea para renovar su compromiso de permanecer juntas y para proclamar unidas el Jubileo. Y el mensaje del Jubileo es, ante todo, una llamada a la conversión, un mensaje de liberación y un proyecto de esperanza, «en medio de un mundo quebrantado e imperfecto, apunta a esferas en la que es necesaria la conversión, es un mensaje de liberación de cautiverios que aún nos retienen en nuestro camino ecuménico, y un proyecto de esperanza para la reconstrucción de la comunidad en la que se restaura el lugar que corresponde a los que ha sido marginados y excluidos».

Más allá de los documentos y los compromisos institucionales, sólo la conversión incesante al camino de Jesucristo, que es nuestra vocación ecuménica, puede hacer visible la unidad plena por la que Él oró y que incluye como una de sus dimensiones la comunidad reconciliada de hombres y mujeres. A veces este camino hacia unidad parece imposible y exige desprendimiento de nuestros "cautiverios", porque ciertamente «los seguidores de Cristo pueden tener distintas opiniones y convicciones sobre algunas de las cuestiones que hoy se nos plantean», y así lo experimentamos durante la Asamblea, pero «con sinceridad y con devoción estamos llamados a poner nuestras opiniones y convicciones bajo la luz del Dios compasivo que abraza al mundo. Tanto en la teología como en el ministerio tenemos que desprendernos de nuestro calzado y hasta de nuestro hogar». A causa de la tensión que provoca la diferencia y la divergencia, surge la tentación de dar la espalda a las cuestiones espinosas. Pero cuando estas afectan a la vida de personas de carne y hueso, el ignorarlas es una forma sutil de despreciarlas. En este sentido, Kosuke Koyama llamó a la Asamblea a no ignorar y despreciar al otro diferente, como alguien que nada tiene que ver con nosotros: «Cada persona (...) es conocida por Dios como irremplazable e incomparable. Esta es la raíz del ecumenismo total de Dios. Pero cuando nuestros actos dicen «¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?» es mirar a los demás como basura. Y esto destruye el fundamento de la esperanza para el mundo. «Alegraos en la esperanza» equivale a «ama a tu prójimo como a ti mismo». Y si la esperanza no la experimentamos ahora, es posible que nunca la experimentemos en el futuro».

Las cristianos, tal y como señaló la teóloga brasileña Wanda Deifelt, cedemos con demasiada facilidad al simple instinto de conservación, al mantenimiento del statu quo, y «aceptamos los criterios de valor de este mundo. Y hace mucho que para nosotros ha pasado a un segundo plano la pasión por la justicia, la capacidad de aceptar riesgos. Nuestro deseo de establecer relaciones más justas ha sido domesticado». Necesitamos arrepentirnos «por la idea que nos hacemos de Dios. (...)de nuestros intentos de domesticar a Dios y de definir su grandeza con lo limitado de nuestro lenguaje y de nuestra experiencia», y hemos de confesar que «usamos el nombre de Dios para justificar asuntos demasiado humanos». Necesitamos arrepentirnos también «por la forma en la que percibimos a nuestros prójimo». Especialmente cuando la "diferencia" se convierte en legitimación para la subordinación, como ha sucedido en el caso de la diferencia sexual, racial..., etc:

«Dios creó al hombre y a la mujer a su imagen. Todos los seres humanos, cualesquiera que sean su clase, su raza, su casta, su género o su preferencia sexual, reflejan pues, la imagen divina. Y si nosotros nos miramos mutuamente a los ojos, podremos percibir en ellos un rasgo de lo divino. Cuando una relación humana se rompe, ya no podemos mirarnos cara a cara... O miramos desde arriba, en una posición de poder, o miramos desde abajo, sintiéndonos impotentes. Mirar a los ojos a otro ser humano es compartir el mismo espacio, situarse en una posición de igualdad. La metanoia es apertura a los otros. Y en ella lo extraño, lo no familiar, se pone bajo las alas protectoras de Dios, bajo la cruz de Cristo».

Frente a nuestra pretendida "limpieza", porque no hemos hecho nada malo, la teóloga latinoamericana invitó a las Iglesias a «ser proféticas y a ensuciarse las manos», porque a veces «no pecamos por lo que hemos hecho, sino por lo que hemos dejado de hacer»... "Ensuciémonos las manos tendiéndolas para agarrar la mano del otro, la mano que conmueve las bases de nuestras verdades y de nuestras seguridades. Sólo así podremos percibir que el otro no es sucio, sino santo a los ojos de Dios». Convertirse es mirar de frente al dolor, el sufrimiento y la muerte en este mundo y asumir nuestra parte de responsabilidad en él: «Volvernos a Dios, buscarlo, significa volvernos hacia la humanidad y reconocer los sufrimientos, los dolores y la muerte que caracterizan nuestros tiempos. La metanoia llena de lágrimas nuestros ojos. Y nosotros reconocemos lo frágil que es el ser humano y la necesidad que tiene de la gracia y del amor de Dios». Y de nuevo una mujer bíblica, María Magdalena, nos enseña el camino que conduce al Señor Resucitado y que pasa necesariamente por asumir el dolor de este mundo:

«Ver con los ojos llorosos por el llanto no es estar ausente del mundo. Como María Magdalena llorando junto al sepulcro: sus lágrimas la identificaban con aquél que había sido perseguido, con aquel que había muerto en la cruz. Llorar por y con los que sufren es ponernos a su lado y sufrir las consecuencias de su posición. Es anunciar, con Pablo, que no es la muerte lo que prevalece, sino la integridad de la creación de Dios, gracias a la resurrección».

8.3. El reto de actualizar la visión bíblica de una humanidad nueva

El Mensaje final de la Asamblea intenta contextualizar la visión y la esperanza del CEI para hoy. Traduciendo las imágenes bíblicas del reino de Dios, de un nuevo cielo y una nueva tierra, la reunión de todas las cosas en Cristo... e intenta explicarlas «a las generaciones actuales y futuras, a fin de que puedan responder a la vocación ecuménica con la misma convicción con la que lo hicieron las generaciones que nos prepararon el camino». En el Culto de Renovación del Compromiso con el que se celebró solemnemente el Jubileo del CEI el 13 de Diciembre de 1998 se leyó el hermoso texto que expresa la visión con la que las Iglesias miembros del Consejo se han comprometido en el umbral del siglo XXI:

«Anhelamos la unidad visible del cuerpo de Cristo, que afirma los dones de todos, jóvenes y ancianos, mujeres y hombres, laicos y ordenados. Tenemos esperanza en la curación de la comunidad humana, la plenitud de toda la creación de Dios. Creemos en el poder liberador del perdón, que transforma la hostilidad en amistad y rompe la espiral de la violencia. Aspiramos a una cultura del diálogo y de la solidaridad, a compartir la vida con los extranjeros y a buscar el encuentro con creyentes de otras religiones».

Como señala K. Raiser, el elemento central de esta visión «es la restauración o la construcción de comunidades humanas viables. En tiempos de creciente individualismo, fragmentación y exclusión ... puede parecer utópica, ya que es contraria a la imposición de otros valores y normas en un mundo globalizado. Está arraigada en la confianza de que existe una alternativa a la competencia sin límites, al crecimiento a cualquier costo, en lugar del crecimiento suficiente, al uso abusivo en lugar de la regeneración, al individualismo en lugar de la comunidad». Para poder convertirla en realidad las Iglesias han de «hacer manifiesta una nueva calidad de relaciones unas con otros que exprese y anticipe un nuevo orden, una nueva cultura». Sólo así podrán ser «un santuario para los que están perdidos y excluidos» y «auténticas comunidades de esperanza en un mundo que necesita firmes fundamentos».

9. A modo de conclusión: recordando a María de Betania

Las Iglesias han de acoger a las mujeres plenamente y en su integridad. Durante el Festival del Decenio K. Raiser reconoció que muchas veces las Iglesias han ofrecido resistencias en estos diez años para escuchar a las mujeres porque «las historias que tenían que contar eran muchas veces historias de dolor». Los dones de las mujeres son inseparables de su dolor e incluso de su fragilidad y su pecado: tan inseparables como la salvación y el amor de Dios que se nos ha revelado en la Cruz de Jesucristo. Una cruz que es a la vez signo de la vida y del poder mortal del pecado, capaz de generar tanto sufrimiento... No podemos amar a menos que estemos dispuestos a dejarnos amar. No podemos ofrecer hospitalidad a menos que también la aceptemos. Este es el reto principal de las Iglesias a la luz de sus dificultades para aceptar, valorar y bendecir los dones de las mujeres. En la Asamblea, Kosuke Koyama recordó la actitud de Jesús, capaz de dejarse amar y agasajar, ante el don de la mujer que le ungió con un caro perfume poco antes de su pasión, y la presentó como contraste a nuestro fariseísmo, que se pone en evidencia ante la dificultad para acoger los dones de los otros y aceptar su hospitalidad.

En un interesante artículo, la teóloga vasca María José Arana señala que cuando María la de Betania rompió el vaso de alabastro a los pies de Jesús, estaba efectuando un gesto simbólico y profético, «hoy podríamos retomar ese acto y cargarlo con una nueva significación (...) su "rompimiento" puede significar para nosotras la voluntad firme y decidida de acabar y destrozar un tipo, una imagen ya antigua de mujer expresada en el viejo adagio escolástico "tota mulier in utero" y promover un nuevo nacimiento, unas nuevas relaciones, dando a luz la Mujer Nueva, la Nueva Humanidad total, liberada y liberadora». «Romper el vaso no querría significar aquí la "aniquilación por desprecio del tesoro que representa", sino más bien, intentar que ese "tesoro" internamente elaborado y acumulado se derrame; que el perfume llene toda la "casa"». ¡Que el perfume de la vida de las mujeres derramada por la Iglesia inunde con su aroma precioso toda la "casa"! Que las Iglesias y todos nosotros, como Jesús, sepamos acogerlo y bendecirlo dejando a un lado los cálculos políticos de Judas...

 

Lucía RAMÓN CARBONELL