Al salir del fuerte y recorrer las callecitas de arena de la isla, entre
casas coloniales, parando en la iglesia de San Carlos Borromeo, en el
jardín público y en los restaurantes y terrazas al borde del mar, parece
difícil imaginar que un lugar tan acogedor fuera centro de tanto sufrimiento
en otros tiempos. Hoy en día, las casas antiguas están tan solicitadas
que sólo los senegaleses más ricos pueden permitirse vivir en Gorée. Ellos
y los artistas, especialmente pintores, se han refugiado en los pasadizos
y búnkers del antiguo castillo que se utilizó por última vez en la Segunda
Guerra Mundial. Desde lo alto del castillo, las vistas de la isla y de
Dakar, enfrente, parecen atenuar el dolor que guardan los museos. Pintores
y músicos se inspiran en la belleza de Gorée, en el ambiente cosmopolita
y abierto de sus habitantes, que saludan al visitante con una sonrisa,
siempre dispuestos a sentarse a charlar sobre la importancia del respeto,
la hospitalidad y la amistad. |