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José Luis Mejías
Directorio

Voy a relatar algunas de las impresiones vividas tras cinco semanas y media en Baback, un pueblo de la sabana del Sahel (lo que allí llaman "la brousse"), en Senegal, ese país a menudo conocido por albergar en su capital la meta del Rally París-Dakar. Pero pasa tan tan rápido que apenas da tiempo a conocer a sus habitantes ni a su interesante cultura, ni ellos a conocernos a nosotros.
Michel Interesado en conocer ese continente desconocido, lejos del turismo, un sacerdote senegalés, Michel, hizo expresión de auténtica hospitalidad acogiéndome en Baback , Senegal. "Tu peut rester tout le temps que tu veux. Il n'y a pas de probleme" (Te puedes quedar todo el tiempo que quieras. No pasa nada). Hay que decir que no me conocía de nada. Así que hice las maletas y me fui.Senegal es el primer país del África subsahariana al que se llega desde Europa.

Por ésta razón, y gracias a que durante la época colonial, Dakar fue el centro administrativo del África Occidental Francesa, el país goza de un cierto superior desarrollo en comparación con sus vecinos del África Occidental. Esto se traduce en una pequeña industria, y en la paz. Cuenta con 8,5 millones de habitantes, el 95 % musulmanes, y de habla nacional wolof y francés.

El desarrollo nunca consumado

Pero no por eso dejó de impresionarme el atraso abismal en términos de desarrollo que se contempla nada más aterrizar. Las infraestructuras que disfrutamos en el norte brillan por su ausencia. El aspecto en la ciudad es desolador, acostumbrados a nuestro confort: coches destartalados, calles sucias, casas de bloques de cemento con tejados de chapa, mercados callejeros de todo tipo de artículos de segunda mano, etc. Todo parece ser reutilizado. En cambio, su situación es mejor que la del campo. Allí por lo menos cuentan con hospitales, escuelas, agua , luz y comida todos los días. Eso no existe por lo general en las zonas rurales, donde el gobierno abandona literalmente a la población campesina. Realmente, el subdesarrollo de África es inimaginable.

Fue allí donde me di cuenta de lo compleja que ha llegado a ser una sociedad como la nuestra, que ha gozado de una evolución ininterrumpida desde la época helenística. El progreso al que se ha llegado, y del que en nuestra vida cotidiana apenas nos damos cuenta, es maravilloso. Es decir, allí no hay democracia real, ni derechos humanos, ni el orden en la sociedad que conocemos; ni si quiera industria. No se acostumbra uno a vivir en la ausencia de objetos tan cotidianos como vasos, sillas, Campo de mijo
lámparas, ceniceros o libros.

Y es normal, porque a África no se le ha permitido industrializarse; aún más, desde el siglo XVI ha sufrido un continuo ultraje, sea por parte de los traficantes de esclavos, las potencias coloniales o por sus propios grupos de poder interesados.

Baback, pueblo con mayoría de la etnia serer

Volviendo al relato del viaje, me adentré en la sabana hasta llegar a Baback. El entorno natural está salpicado de acacias y baobabs que surgen de un mar de tierra muy arenosa.
Un pequeño baobab Realmente yo me sorprendí de que en aquel aparente desierto pudieran cultivar algo. Pero se trataba del mes de julio, en el final de la época seca y comienzo de las lluvias que durarán tres meses ... si lo quiere el cielo. Tras estás lluvias toda la vegetación surge por doquier en una "primavera" exuberante. Durante estos tres meses, con el gran sol naciente rojo del alba, todos los varones del pueblo (incluidos los niños a partir de los 9 años) marchan al campo a arar, sembrar o recoger forraje para el ganado. El cultivo de secano omnipresente es el mijo, aunque también se cultiva el cacahuete y la judía.

Los campos son extensos y las lluvias exigen hacer las labores a su tiempo. Con el caballo o el burro como tiro, Jean Marie con su hermano pequeño recorren los surcos pacientemente. A mediodía el sol cae de lleno y castiga: es tiempo para almorzar el cous-cous de mijo o el arroz con pescado que las mujeres han preparado.
Tras una pequeña siesta, y quizá un té con los amigos, vuelven a la labor. Aparte de la agricultura, todas las familias tienen algo de ganado menor, que les sirve de garantía en época de dificultades o para agasajar a los invitados en las fiestas especiales, como en las bodas, donde se bailan danzas serer o wolof al ritmo trepidante del tam-tam. Me sentí completamente acogido por sus habitantes. Como se recibe a un íntimo amigo. Y no sólo por los jóvenes, que tanto abundan (el 50% de sus 3.000 habitantes tienen menos de 15 años), sino por cada una de las familias que me invitaban a quedarme cuando pasaba a saludar. Repetidamente me ofrecían lo mejor que tenían para beber o comer, me enseñaban las fotos de la familia y amigos, e insistían en que me quedara a cenar. "Il faut passer tout la journée" (Debes quedarte todo el día). Guardo muchísimas muestras de cariño desinteresado.

Gracias a la presencia de la Iglesia católica de Senegal, el pueblo disponía de ventajas como la presencia de un colegio católico (que funcionaba, por oposición a los escasos estatales), de un dispensario de medicina llevado por monjas indias enfermeras (dando servicio a toda una región) y de una población organizada. El estado se preocupa más de satisfacer los gastos suntuarios de los grupos de interés (y de sus... ¡32 ministros!), que de las verdaderas necesidades de los habitantes, la mayoría agricultores y ganaderos. Bajo el árbol, los adultos toman la palabra en la reunión de la comunidad, a la auténtica manera tradicional africana de democracia. No falta en ella la presencia del jefe, hombre de prudencia y sabiduría y, en este caso, también está el sacerdote Michel, auténtico promotor de desarrollo. Las mujeres forman una asociación que había solicitado un préstamo a Cáritas para comprar un molino y volver a prestar dinero entre las familias, entre otras actividades. Los jóvenes van casi todos al instituto de la capital provincial, Thies, y muchos toman parte de actividades extraescolares como la coral de la parroquia, el Tae-Kondo o la música folclórica (donde aprenden a cantar, bailar o la riquísima percusión). Pero después no hay salidas laborales estables.
Jean Marie me cuenta su sueño: llegar a obtener una ayuda estatal para abrir una escuela que enseñe la lectura Braille a personas ciegas. Pero la realidad es otra. La mayoría de las chicas trabajan en Thies o en Dakar de asistentas, y los chicos de albañiles. Aunque ambos trabajos están mal pagados, es un ingreso que necesita la numerosa familia (con una media de ocho hijos). Antes del trabajo

Una agricultura inestable

No habría que irse a la ciudad si el campo diera lo suficiente, me comentaban ellos. En el Sahel, esa franja al Sur del Sahara que recorre el continente de este a oeste, vive una desertificación pronunciada desde mediados de siglo. El paisaje de Baback era el inicio de la selva ecuatorial del sur del país, y ahora se parece cada vez mas al desierto (se estima que éste avanza de 10 a 15 km anuales). La alarma internacional saltó en 1973, cuando por la sequía perecieron 100.000 personas de hambre y la mortandad de ganado fue aún mayor. Esta sequía y desertificación están debidas a diversos factores: desforestación sin pausa desde el siglo pasado para fabricar carbón forestal -casi el exclusivo medio energético incluso en Dakar-, para alimento del ganado, para utilizar el terreno para cultivar cacahuete en monocultivo, para el mijo o el pasto, debido al aumento la población y del ganado, dejando la necesaria práctica del barbecho que hacía descansar la tierra.
Jugosos mangos
La desforestación fomenta la erosión del viento y, sobre todo, impide la formación de lluvias. Algunos autores afirman que la completa desaparición de la selva de Costa de Marfil y de Nigeria es uno de los factores que explican la falta de nubes en el Sahel que debían formarse allí.

El cacahuete fue el producto estrella de exportación bajo el dominio colonial francés y periodo postcolonial que enriqueció a los intermediarios europeos
y a los gobiernos africanos empobreciendo profundamente a generaciones de agricultores durante décadas. Los que aún lo producen siguen en esta situación. Por estas razones no llueve lo suficiente durante esos tres meses y la cosecha esperada no está asegurada.

El espíritu de los africanos

Lejos de lamentarse, los habitantes de Baback no perdían la entereza y dignidad. Tampoco la sonrisa (un visitante occidental comentó de los africanos que lo que más se ve en ellos son los dientes). Nunca encontré tantos hombres, tantas mujeres, niños y niñas, ancianos y ancianas, con tanta nobleza como allí. Las relaciones sociales están basadas en la solidaridad, en el respeto al otro. Su saludo no consiste sólo en un "¿cómo estás?". Consiste en una retahíla de preguntas y respuestas que se prolongan sobre la salud del otro, la de los suyos, su bienestar material, su estado de ánimo. Y no son mero protocolo. Son una manifestación de esa fraternidad. Se pasa mucho tiempo con los demás. La ayuda es constante y sincera. Sabes que nunca podrías quedarte en la miseria. Allí esta tu familia o tu vecino.

Esto es lo que más cautiva del Africa rural: una vida vivida de verdad. Se trabaja duro, se recibe poco, pero se sonríe mucho y se quiere mucho. Me siento afortunado de haber conocido un rincón de este inmenso continente, tan desafortunado pero tan maravilloso.

(Fotos de este reportaje)


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