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Thursday, 09-Apr-98 12:15:06
200.16.5.196 writes: Debo decir que las gentiles palabras congratulatorias del Doctor y filósofo Ramón Abarca para con mi persona han sido excesivas. En todo caso lo que necesita la Filosofía en nuestro país no es sólo héroes de la razón sino también mártires de la sensibilidad. La valentía y el coraje para decir las cosas tal como son -o al menos como nos parece que son-, sin inhibiciones, sin eufemismos, sin temor y sin prejuicios (aunque hieran las susceptibilidades de los aludidos) son sólo elementos motrices para impulsar una dinámica auténtica de pensamiento filosófico creativo y efervescente. Pero no pueden sostenerse por sí solos; requieren el esfuerzo paciente y concienzudo que sólo proporciona una meditación prolongada, vasta y profunda sobre los problemas más radicales de nuestra compleja y heterogénea realidad en sus diversas facetas constitutivas: política, social, económica, cultural, religiosa, etc., desde una visión de la experiencia humana en su totalidad.
Creo que mi Message ocasionó -dada su breve extensión y su
lenguaje más sugestivo que preciso- una confusión que deseo
aclarar para evitar posteriores confusiones. En ningún momento creo
haber insinuado que el quehacer de un filósofo consista en el prurito
snobista de descubrir cosas o presentar novedades que pertenecen al ámbito
científico. Creo que cuando en Filosofía se habla de "modas de
pensamiento" se hace un uso impropio y superficial del término
Filosofía, porque al hablar de ciertas orientaciones filósoficas en
boga en contraposición a otras que no lo están, se crea la falsa imagen
de la Filosofía como un asunto contingente, proteico, antojadizo.
Me es absolutamente imposible compartir esta idea tergiversante de
la esencia de la "disciplina philosophica". La Filosofía o es una
permanente disposición humana o del espíritu hacia la búsqueda sincera
de la Verdad -de lo verdadero, de lo que es tal como es- con todos los
riesgos reales que dicha búsqueda implica, o en su defecto, puede
tornarse una mera recolección de proposiciones (oraciones, enunciados)
útiles para entablar juegos (análisis) lingüísticos combinatorios
que satisfagan vanas curiosidades del ego. No me cabe duda que
cualquier persona auténtica consigo misma desestimará esta segunda
(pseudo) concepción de la filosofía por ser ella infiel al espíritu
vivo de la misma.
Si la Filosofía tiene algún papel que pueda reclamar para sí con
sentido plenamente radical es el que tiene que ver con su tarea de dar
cuenta de por qué la realidad, el mundo, la vida o las cosas -valgan,
de manera muy general, estas expresiones como sinónimas- son como son,
si deberían seguir siendo así o deberían sufrir ciertas reformas para
que los seres humanos vivan mejor según su propia dignidad y condición.
La Filosofía (entendida como una capacidad crítica y reflexiva universal,
i.e. para cualquier mente humana) o para mejor decir la filosofía (que
cada uno adopta en la praxis diaria) no tiene sentido alguno -si es que
alguno ha de tener- si no se alimenta de las exigencias propias de la
vida en general y de la experiencia humana en particular.
Como acabo de decir, entiendo la FILOSOFIA de dos maneras distintas:
desde una perspectiva universal (global) y desde una perspectiva particular
(local). Por un lado, la FILOSOFIA con mayúsculas es la capacidad crítica
reflexiva universal (superando así los estrechos límites geográficos
de una mitad del orbe) y, por otra parte, la filosofía con minúsculas
es la forma de vida que uno ha adoptado, según su particular Weltanschaaung
(concepción o visión del mundo),
sus convicciones y creencias personales y las propias de la tradición
histórico-cultural en la que inevitablemente se halla inserto.
Lo peor que le puede ocurrir a un filósofo es ir la esencia de
su espíritu. Pero, ¿en qué consiste la esencia del espíritu filosófico?
Tal esencia -si cabe usar aún un término tan cargado de metafísica, y
creemos que sí a pesar de todo- consiste, como ya hemos dicho, en una
permanente disposición humana a la comprensión de la diversidad en
la unidad de la humanidad como formas múltiples en que se manifiesta
la unidad de la Verdad, como experiencias únicas del Todo.
En tal sentido, el filósofo auténtico jamás podrá tener como un
asunto propio de su profesión el buscar su valor en la celebración unánime
de la exterioridad de sus títulos, grados o distinciones académicas.
Dichos reconocimientos públicos -si son merecidos- cumplen
efectivamente un rol social pero no añaden en realidad ninguna
nota esencial a lo constitutivo del espíritu filosófico: el vivir
como manifestación única del Todo (de la Trascendencia, del Absoluto,
del Ser, de la Verdad, de Dios, en la terminología de otros pensadores).
Le doy toda la razón al Amigo Abarca cuando señala como tarea
primordial del filósofo el descubrimiento de su "razón de ser" y la
insistencia de él en que todos los demás también hagan cosa semejante.
Sin una vida digna, con honor, con valores y principios morales sólidos,
¿qué sentido podría tener elaborar las concepciones teoréticas formalmente
más bellas y mejor construidas? La investigación académica tiene su
real sentido cuando tiene como base una auténtica búsqueda de la
verdad y tal búsqueda sólo es posible cuando existe de antemano
(a priori) una actitud leal por el respeto a las cosas en sí mismas.
Una "filosofía" que no depone sus bajos sentimientos y sus intereses
personales está incapacitada para encontrar lo que más anhela encontrar:
la Verdad Pura y en su Totalidad. Quien no se desapega del Ego para
sumergirse en la Totalidad (que supera cualquier suma de egos posible),
no es capaz de ser filósofo en su época, en la historia que le toca
vivir.
Es totalmente cierto que el filósofo no es ningún mago ni
hechicero ni inventor ni tampoco un fabricante de maravillas o milagros.
Pero tal
vez su única magia -si podemos usar este nombre- sea la de darse
cuenta precisamente que su poder reside en el esclarecimiento lúcido
de la totalidad de sus posibilidades virtuales y reales. Es en el
conocimiento riguroso de las funciones, alcances y límites de cada
una de las facultades del hombre (razón, sensibilidad, voluntad, etc.)
donde comienza a operar la honestidad del verdadero filósofo.
Se ha dicho con mucha frecuencia que todo gran pensador es hijo
de su tiempo. Pero, ¿qué quiere decir exactamente esta expresión tan
mentada y sin embargo pocas veces meditada? El hombre-filósofo nace
en un determinado tiempo y en un determinado espacio: ambos factores
tienen que dar necesariamente, como soportes del existente, un giro
especial de partida a sus investigaciones. Como hombre de su tiempo,
el filósofo no puede desvincular su reflexión de las inquietudes,
de los problemas y las preocupaciones que su época (i.e. la sociedad
en que vive) le plantea como exigencias que demandan una comprensión,
una explicación, una interpretación racional que "de cuenta" de
por qué las cosas ocurren tal como ocurren. Si, por ejemplo, existen
agudos malestares sociales, y el filósofo tiene, además de una capacidad
esclarecedora, una auténtica sensibilidad social procurará diagnosticar
las causas de dichos males a fin de mejorar el funcionamiento de la
sociedad toda y, con la misma, realzar a su debido nivel la condición
humana en su conjunto.
Ningún hombre -auténtico o no- puede sustraerse a la concreticidad
de su momento y lugar histórico. Hacerlo sería ignorar el contexto vital
que le sirve de punto de partida al filósofo para elaborar su posterior
reflexión sobre la universalidad conceptual de los fenómenos extraídos
de la pulpa misma de la realidad cotidiana.
Creo que es muy propio de esta nuestra época contemporánea (¿"postmoderna"?),
rica en reinvidicaciones de diversos grupos humanos, caracterizada por
el desencanto frente a las verdades eternas, escéptica y carente de
certezas absolutas el enfatizar los derechos individuales del hombre.
Sin embargo, esta merecida búsqueda por el reconocimiento de las
prerrogativas de ciertos grupos humanos, no puede perfeccionarse en
cuanto tal si no va de la mano con la otra cara de la moneda. Esta
búsqueda debe aceptar en su seno la necesaria obligatoriedad de los
compromisos a que somete cualquier forma de reconocimiento solicitada.
Sin asumir a plena conciencia y con entereza moral suficiente los
riesgos que implica cualquier búsqueda por la Verdad Total no cabe
hablar de esfuerzo filosófico genuino. Si a tales derechos del
individuo singular no van unidos deberes del hombre como miembro de
una comunidad política mayor a su propia individualidad y sujeta a ciertos
fines en cuanto organismo social, no puede realizarse el
fortalecimiento de ninguna tradición cultural, requisito indispensable
para el crecimiento total, para la madurez plena del individuo humano.
Quiero agregar algunas últimas ideas que expliquen un poco el
motivo del título de este mensaje. Cuando utilizo el substantivo INANIDAD
quiero referirme por un lado a la vacuidad o inexistencia de un quehacer
filósofico peruano que haga un uso efectivo de la tecnología, es decir,
que tenga como herramientas de su exposición y desarrollo a las computadoras.
Recordemos que con Internet se abrió ya una nueva posibilidad para el
uso de las máquinas electrónicas: la interactividad, es decir la
comunicación entre dos seres humanos mediada a través de computadoras
capaces de transmitir grandes volúmetes de información a grandes distancias
y en un tiempo muy corto.
Cuando utilice la expresión "quehacer filosófico virtual" quise
referirme en concreto a la labor que deberían desempeñar los filósofos
del futuro -de un futuro no muy lejano por cierto- para potenciar las
facultades cognoscitivas del ser humano. Soy un convencido en la perfectibilidad
de las capacidades humnanas y, como tal, apuesto por el hombre aun con
todas sus imperfecciones y limitaciones. Asimismo, además de una lectura
dividida en dos partes, es decir aquella que consideraba como miembros
de la interpretación al sustantivo INANIDAD y a la frase QUEHACER FILOSOFICO VIRTUAL,
en la que la inanidad servía para calificar una forma específica de
ejercer la actividad filosófica: la que tiene lugar a través del uso
reflexivo de las computadoras, cabe plantear una segunda lectura,
aquella que comprehende todo el título a manera de afirmación categórica.
En esta segunda lectura, hablar de INANIDAD DEL QUEHACER FILOSOFICO VIRTUAL,
equivale a establecer, tomando la acepción corriente del adjetivo "virtual",
el hecho de que todo quehacer filosófico que se mantenga sólo en su
posibilidad, en su mera potencialidad -por más rica que ella sea-
no puede significar otra cosa más que su inexistencia real o efectiva.
En el fondo, dicha afirmación categórica -deseo ser honesto con
mis lectores- es una profunda crítica al ensimismamiento teórico de la
mayoría de los filósofos peruanos posteriores a la década del 80, quienes
entregados a investigaciones extra-reales, extra-ordinarias, y olvidándose
de ideales para la acción social comprometida con su tiempo y con sus
propios problemas históricos, no han sabido -o no han querido por
indiferencia o insensibilidad- proponer teorías explicativas vivas,
frutos de la reflexión sentida y derivada de los pulsos epocales. Tales teorías, para ser teorías en sentido auténticamente humano,
permanencen en un estado de tensión continua, pugnando siempre por
aprehender conceptualmente y mantenerse al ritmo -en una aproximación total
imposible e infinita (asintótica)- de los diversos fenómenos históricos.
Sólo teorías de tal naturaleza pueden adquirir la capacidad y la
fuerza necesarias para sintetizar la realidad histórica y aspirar
así a la universalidad a partir de la unicidad de la particular experiencia
de un ser humano (en cuanto fuente permanente de problemas y cuestionamientos
en el hombre-filósofo).
Sin embargo, la mencionada unicidad de la experiencia
de un filósofo, para ser partícipe de lo universal, no puede dejar de
salir de sí mismo, de su propio ego filosófico, y en una tal búsqueda
sedienta de universalidad se enfrenta al hecho inevitable de su
confrontamiento -liberador de su ego filosófico- a la realidad del
Otro desde el suelo de una realidad histórica objetiva que no se
presenta de igual manera (uniformemente) para todos sus conciudadanos,
dadas las diferentes condiciones socio-económicas reales (no virtuales)
de los mismos. Y el filósofo, si es consecuente con la totalidad del
fenómeno o manifestación humana, comprende entonces -de ser el caso-
su particular posición privilegiada y su tarea en pro de los Otros,
sobre todo en defensa de los más desprotegidos social y económicamente.
El filósofo descubre así que tiene que cumplir un rol social eminente
frente a su sociedad y a sus conciudadanos; de lo contrario, su ser
filosófico vagaría solitario, inconexo en un desierto de sombras
sin rostro alguno.
Bhanzy P.D. Soy yo como joven estudiante -y practicante- de Filosofía quien me veo en la obligación moral de celebrar la actitud pronta, resuelta y constante del Amigo Abarca en este espacio público virtual de discusión filosófica que nos permite esta iniciativa brillante de la Red Filosófica Peruana, a la cual me siento orgulloso de pertenecer. Gracias al Amigo Abarca por el interés sincero demostrado en el diálogo franco y reiterado; gracias a los promotores de la Red Filosófica Peruana por brindarnos esta oportunidad real desde una dimensión virtual. |
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