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* Jean-François Lyotard (1924 - 1998) *
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Esbozo biográfico
Por Numa Tortolero
Jean-François Lyotard nació en Marsella, Francia, en 1924 en el seno de una familia humilde. Realizó estudios en la Sorbona en los turbulentos años de la posguerra, y estableció estrecha amistad con Francois Chatelet, Gilles Deleuze y el novelista Michel Butor.
En 1950, se marchó con su esposa e hijo a enseñar filosofía en un liceo en Constantine, en el estado oriental de Argelia, ocupado por Francia, aparentemente creyendo que ahí podría vivir en tranquilidad, alejado del ruido de la gran ciudad. En vez de eso, Lyotard quedó sensiblemente marcado con la ocupación; se convirtió en uno sus críticos más radicales, y se involucró como activista político en la Guerra de Independencia Argelina.
Allí entabló amistad con el historiador Pierre Sourys, quien más tarde, en 1955, le instó a embarcarse en lo que el propio Lyotard llamó, en Derive a partir de Marx y Freud (1973), ese barco de locos conocido como Socialisme ou Barbarie. Entre los acompañantes de esta embarcación se encontraban Cornelius Castoriadis, el filósofo político Claude Lefort y el psicoanalista Jean Laplanche. A diferencia del barco de locos que Foucault describió en su Historia de la Locura, naufragando por las tranquilas aguas de la Europa nórdica, Socialisme ou Barbarie navegó por aguas turbulentas.
Muchos de los viajeros de esta pequeña embarcación habían estado involucrados en la IV Internacional Trotskista, pero la crítica que ellos desarrollaron se aplicaba al Trosquismo y al Stalinismo. La Unión Soviética no podía mantenerse como un estado de obreros, degenerados o cualquier cosa por el estilo, y el Marxismo mismo se había convertido en una fuerza opresiva encarnada en un Partido que podía aplastar toda oposición simplemente porque estaba en posesión de la Verdad y podía decir la Verdad de la Historia.
Aunque Lyotard rompió con Socialisme ou Barbarie en 1963, sus las actividades con este grupo esbozaron los puntos de vista políticos que le motivarían a unirse al Movimiento del 22 de marzo en 1968, cuando trabajaba en el ojo del huracán, la Universidad de Nanterre, y para soportar la plétora de `minorías' procreadas por Mayo del 68.
En realidad, y para ser más preciso, Socialisme ou Barbarie confirmó los puntos de vista que Lyotard ya se había formado. Lyotard no abordó el barco de locos con las manos vacías, y su equipaje contenía los recuerdos de Constantine, de todo un pueblo que había sido ofendido y humillado. Los dos años que pasó ahí antes de la explosión de la guerra de Argelina fueron, como escribió en 1989, el momento de su despertar político.
Lyotard fue el principal interlocutor de la sección Argeliana de Socialisme ou Barbarie. El aporte de Lyotard a la causa Argelina era crítico y muy claro. No hablaba a nadie en particular ni se identificaba con el nacionalismo de otros. La burocracia monolítica del FLN y su auto proclamado monopolio sobre la verdad confirmaban que la independencia no conduciría al socialismo.
Una de las ideas que despertó la guerra Argelina en el pensamiento de Lyotard, era que la guerra mundial había conducido a la muerte de cierta idea de política, o la convicción de que la elección entre un vago reformismo, un Stalinismo piadoso, y un fútil gauchismo, no ofrecía solución política ni escape.
En restrospectiva, los artículos de Argelia parecen anticipar preocupaciones posteriores de Lyotard, tal como podemos comprobar en su obra La Diferencia. ¿Puede haber un mejor ejemplo de un diferendo, o una disputa en la cual las partes involucradas hablan lenguajes tan radicalmente heterogéneos que no puede haber acuerdo y por lo tanto ninguna solución justa, que Argelia? ¿Cuál legislador francés y en cuál corte legal podría deshacerse la equivocación y la injusticia que había ocurrido cuando se proclamaba que Argelia era parte de Francia y que no existía en sí misma? ¿Y qué mejor ejemplo que el horror de Argelia de la necesidad de anamnesis, la necesidad de no olvidar lo inmemorable de aquello que no puede ser hablado. Auschwitz es el último inmemorable de Lyotard - lo indecible que no debe ser olvidado - pero `Argelia' también es el nombre de un olvido que comenzaba cuando la guerra todavía estaba ocurriendo, una guerra sin nombre.
Escribiendo sobre la Francia de 1960, Lyotard subrayaba que cierta idea de política había muerto: hablar de democratización del régimen, o de necesidad de un gran partido socialista unificado, era tan fútil como insignificante. Él regresó al mismo tema en 1983 cuando un interlocutor para el gobierno de Mitterrand invitaba a los `intelectuales' a tomar parte en el gran debate sobre cómo Francia tiene que cambiar con el fin de modernizarse. Para Lyotard, la respuesta estaba en el abandono de tales historias sobre modernización, y la noción asociada del `intelectual' que cuenta grandes narraciones en nombre de valores universales. Pensaba que otras formas de asociación y sociabilidad tenían que encontrarse para desatar el potencial humano y la creatividad que estaba enjaulada y frustrada, pero no extinguida.
La experiencia política condujo a Lyotard a volver la mirada hacia el arte y la estética. Durante los años 50 y 60, el marxismo francés se había mostrado no sólo dogmático en sus doctrinas, en su economicismo exacerbado, en su descalificación de la superestructura social, sino también se mostraba renuente frente al arte y las cuestiones estéticas. Para Lyotard, este rechazo de la estética no era sino el testimonio del desprecio de las masas y la sospecha en las formas que caracteriza y sostiene a toda clase dirigente, y también el uso político de la idea de eficacia para influir sobre esas mismas masas, para educarlas. Lyotard más bien veía en el arte esas otras formas de sociabilidad que podrían conducir a una liberación del poder humano represado:
No era Lyotard el único en constatar la relevancia del arte y la estética para la elaboración de conceptos críticos más discriminantes. Había otros autores cercanos a Lyotard en estas consideraciones. Teodoro Adorno, por ejemplo, tenía la idea de que el arte, al mostrar las cosas de otra manera, al transgredir la concepción cotidiana del tiempo y del espacio, nos hacía ver que la realidad podía ser de otra manera. El arte cumple así una función crítica fundamental, sería el ámbito último desde donde es posible una crítica a la lógica tolerante en apariencia, pero opresiva en realidad, de la sociedad tecnológica avanzada. El arte representa precisamente lo que el orden no es, representa lo inexistente y lo irreal, o mejor dicho, el poder de lo existente de llegar a ser otra cosa, algo distinto de lo que es. En una época donde la técnica, la pretender garantizar una liberación del hombre, nos termina conduciendo más bien a fraudulentas formas de totalitarismo y de conformismo, especialmente con la contribución de los medios de comunicación masivos, el arte nos indica la posibilidad de desmontar el engranaje.
Pero los puntos de vista de Adorno y Lyotard respecto al arte, no se identifican completamente sino que divergen en un punto, porque para Adorno el poder del arte radica en su negatividad: muestra aquello de más que no está en la cosa y la niega. Para Lyotard en cambio el lugar que ocupa la obra no es esencialmente crítico: el poder de la obra de arte no es su negatividad sino su carácter afirmativo y no crítico. El arte no sigue el mismo movimiento de la reflexión filosofía, no anda en busca de una verdad que se imponga como negación de algo que cuestiona, tal como es descrito por el pensamiento dialéctico de Hegel. Tal sería el movimiento de la razón, el mismo movimiento del poder. Lo que nos muestra precisamente el arte es que hay ser sin negación, que una intensidad afectiva no necesita de su negación para darse. Hay un arte que no es más que el efecto de un estallido emocional, de una pulsión, el lugar de una afirmación que le da existencia a la obra.
Lyotard es perfectamente consciente de esta diferencia entre su concepción del arte y la de Adorno. De hecho, se ocupó de ello en su artículo de Dispositivos Pulsionales "Adorno Come Diávolo". Porque como veremos, el pensamiento de Lyotard se mueve en el ámbito de un tiempo donde el pensamiento de Hegel es objeto de cuestionamiento. En lo que respecta a la fundamentación del valor político del arte, Lyotard toma la experiencia psicoanalítica como la mejor alternativa, pero si urgamos más, encontraremos que es el texto nitzscheano lo que, bajo la máscara psicoanalítica, está dirigiendo la escena.
Lyotard fue también profesor de filosofía en Brasil y en California antes de regresar a la Universidad de París. Llegó a ser profesor agregado en filosofía en 1958 y obtuvo su doctorado en letras en 1971.
Después de diez años de enseñar filosofía en escuelas secundarias, veinte años de enseñanza e investigación en alta educación (Sorbona, Nanterre, CNRS, Vincennes), y doce años de trabajo teórico y práctico dedicado al grupo Socialisme ou barbarie, luego para Pouvoir ouvrier, enseñó filosofía en la Universidad de Paris-VIII (Vincennes, Saint-Denis).
Fue professor emeritus del Collège International de Philosophie, proffesor emeritus en la Universidad de París, y fue durante varios años Profesor en la Universidad de California, Irvine. Jean-François Lyotard paso desde esa posición a la Emory University en Atlanta, donde fue Profesor de Francés y de Filosofía.
Lyotard murió de cáncer en París el 21 de Abril de 1998.