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La Soledad

Jhonny Halliday, famoso artista francés, llegó a Montevideo, Uruguay, en febrero de 1973 para realizar unos conciertos. Durante una conferencia de prensa, espontáneamente declaró: “Soy un hombre que se siente solo.” Se le preguntó que si aún entre aquellos numerosos periodistas se sentía solo, respondió lacónicamente: “Más solo que nunca.” El señor Halliday tenía un numeroso club de admiradores y sus concurridas presentaciones fueron exitosas, pero la soledad le devoraba.
Otro famoso artista, el cantante ciego, Ray Charles, fue allado por la policía en su apartamento, drogado y gritando con histeria: “Estoy terriblemente solo. ¡Ayúdenme!”
En su obra “Suecia, Infierno y Paraíso”, Enrico Altavilla muestra cómo aún en una sociedad altamente sofisticada, la gente vive oprimida por la soledad. Habla de un joven que, conduciendo su automóvil por el centro de Estocolmo a 120 Kilómetros por hora, se estrelló contra un muro. Milagrosamente, no murió. Posteriormente al ser interrogado por psicólogos, manifestó: “Me sentía solo.”
En “El Olor de la Guayaba”, libro testimonial escrito por Plinio Apuleyo, el Premio Nóbel de Literatura 1982, Gabriel García Márquez se confiesa tan solitario como los personajes de sus novelas.
Miles de millones de personas viven oprimidas por la soledad, aún cuando vivan y trabajen juntos en gigantescos complejos. Frecuentemente se encuentran en los ascensores y escaleras, pero no se cruzan miradas.
La excesiva preocupación por el interés propio y la apatía en cuanto a Dios han convertido a este mundo en un gran decierto espiritual. San Pablo escribió: “Todos buscan lo suyo propio.” (Filipenses 2:21)
El hombre intenta escapar de la soledad refugiándose en las multitudes, las fiestas, los viajes, el sexo, el alcohol, las drogas o en el suicidio. Vano intento de escapar de la soledad. ¿Será que no hay remedio para este terrible mal?
¡Sí! Hay remedio: en una relación personal con Cristo. El puede ser tu mejor amigo, que llenará tu vacío espiritual, que te brindará serenidad, armonía y una constante compañía íntima. El te dará propósito y plenitud de paz. Si te encuentras en medio de una multitud o en un desierto, rodeados por amigos o gente hostil, siempre podrás tener la seguridad de su auténtica compañia. Si El está contigo, nunca te derrotará la soledad.
Entonces ¿qué necesitas hacer para asegurarte de la compañía de Cristo? Por fe, invita a Cristo a entrar en tu vida, pídele que perdone tus pecados, y recibe Su regalo de paz y vida eterna. La soledad desaparecerá. Porque Jesucristo dijo: “La paz os dejo, Mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la dá.” (Juan 14:27) Así mismo te invita a abrirle las puertas de tu corazón. El te dice: “He aquí, Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye Mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.” (Apocalipsis 3:20)

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