Fe en las estrellas
Muchos se habrían desalentado por la lectura de carácter que Albrecht von Wallenstein recibió del astrónomo y matemático Kepler. Pero el desconocido joven oficial lo tomó como una predicción de triunfo militar y poder en el futuro.
Se piensa que la oposición de Mercurio a la conjunción de Saturno y Júpiter en el horóscopo de Wallenstein fue la causa de su vacilación durante una batalla crítica. |
En 1608, a los 25 años de edad, un oficial al servicio del rey de Bohemia recibió un horóscopo hecho por Johannes Kepler. Como la mayoría de sus contemporáneos, este joven creía que el carácter se regía por la posición de los planetas y las estrellas al memento de nacer y que los signos del zodiaco determinaban el destino de la vida. Como el oficial empleó a un intermediario para solicitar al famoso astrónomo y matemático, Kepler no conocía la identidad de la persona cuyo carácter se le pedía analizar. Y aun si la hubiera conocido, el nombre no le hubiera dicho nada. Para Albrecht von Wallenstein, la fama y la fortuna estaban aún distantes. Nacido a las 16:36 del 24 de septiembre de 1583, Wallenstein era Libra. Según la interpretación de Kepler, el sujeto del horóscopo era "despierto, vivaz, inquieto, curioso con todo tipo de novedad, no apto para el comportamiento ordinario de la humanidad, siempre en busca de formas extraordinarias". Decía menos de lo que pensaba o percibía y el taciturno individuo tenía un toque de melancolía o lo que el astrólogo describió como "una propensión a la alquimia, magia y hechizos, comunión con los espíritus, indiferencia hacia las convenciones humanas y hacia todas las religiones, para quien lo propuesto por Dios o el hombre es sospechoso o despreciable". Además, Kepler predijo que el sujeto tendría una existencia "inmisericorde, sin amor fraternal o matrimonial, preocupado solamente por sí mismo y sus deseos, severo con sus subordinados, parsimonioso, codicioso, engañoso, injusto en sus negocios, usualmente callado y a menudo impetuoso, beligerante y valiente". No era un perfil agradable. Pero Kepler ofreció esperanza al sujeto en su pronóstico: "Muchos de estos defectos desaparecerán con la madurez; una naturaleza tan poco común será capaz de obras importantes." Debido a su gran ambición y sed de poder, el individuo descrito haría muchos enemigos, pero derrotaría a casi todos. El joven Wallenstein quedó muy impresionado con el horóscopo de Kepler y lo Ilevó constantemente consigo, comparándolo con los eventos mayores de su vida. Nacido y educado como protestante, pero cínico converso al catolicismo a los 23 años, Wallenstein no tenía convicciones religiosas serias: su fe estaba en las estrellas. Durante toda su vida buscaría con frecuencia el consejo de astrólogos, tomando decisiones importantes sólo después de que le habían leído los astros.
Labrándose un nombre
Tres años después de convertirse al catolicismo, Wallenstein consiguió por mediación de su confesor jesuita una boda con una anciana viuda checa con enormes propiedades en Moravia, cuya conveniente muerte pocos años después permitió al joven oficial una vida cómoda y hacerse necesario para el rey Fernando II de Bohemia. Cuando Fernando pidió ayuda en 1617 para su guerra contra Venecia, Wallenstein entrenó a una tropa de 260 coraceros y mosqueteros con dinero de su propio bolsillo. Comandando a los coraceros a caballo, Wallenstein penetró la línea enemiga que sitiaba una fortaleza leal a Fernando, cuyos defensores estaban a punto de morir de hambre o rendirse. La infantería mantuvo abierta la brecha que la caballería había hecho y Wallenstein desplazó a los heridos y extenuados a un campamento. La fortaleza se salvó y Wallenstein se hizo de una reputación militar. El estallido de lo que se conoció como la Guerra de los Treinta Años ofreció a Wallenstein su siguiente oportunidad de lograr la gloria militar. Comenzó como una rebelión de los súbditos protestantes contra el católico Fernando, dramáticamente demostrada cuando los rebeldes arrojaron a dos gobernadores por las ventanas del palacio de Praga el 22 de mayo de 1618. Cayeron 15 m hasta una zanja: salvaron la vida, pero el atentado constituyó un desafío para Fernando. Wallenstein financió esta vez un regimiento de caballería al servicio del rey. Cuando se unieron a la rebelión los súbditos moravios del primo de Fernando, el emperador Matías del Sacro Imperio Romano, Wallenstein fue nombrado coronel del ejército austriaco y enviado contra el mismo pueblo de cuyas tierras hizo su fortuna. Tomó audazmente el tesoro de guerra de Moravia y lo entregó al emperador en Viena, un acto que los moravios consideraron como traición: confiscaron su propiedad y lo desterraron de su país, lo que no pareció molestar a Wallenstein. El comandante de 36 años aprendió con rapidez que no sólo la gloria, sino también la riqueza podía ganarse si se estaba en el bando vencedor. Wallenstein estaba a punto de convertirse en uno de los empresarios bélicos más grandes de todos los tiempos. No era tan ingenuo como para pensar que Fernando o Matías le reembolsarían el dinero que gastó entrenando tropas para su causa. Lo que esperó y obtuvo de ellos era todavía mucho más valioso: títulos, tierras y todas las prerrogativas que venían con ello.
En la batalla de Lützen, Sajonia, los suecos perdieron a su comandante de caballería y a su rey Gustavo II Adolfo. Al desaprovechar esto, Wallenstein fue derrotado en su última batalla. Esto fue para él el principio del fín. |
Hacia la cumbre
En la Batalla de la Montaña Blanca de Praga, el 8 de noviembre de 1620, las fuerzas protestantes fueron derrotadas. Fernando, que mientras tanto fue electo como sucesor de Matías, nombró a Wallenstein gobernador militar de Bohemia y socio en un sindicato autorizado a emitir moneda en Bohemia, Moravia y Austria. Cuando la nueva moneda se redujo a la mitad y luego a un tercio de su valor original, Wallenstein comenzó a comprar las propiedades de los nobles protestantes ejecutados o deportados. En rápida sucesión, casó con la hija del más cercano consejero del emperador y se le nombró duque de Frisia. Era el hombre más rico del reino. Wallenstein parecía arrogante, siniestro y tiránico a sus conterfiporáneos, la misma imagen del ominoso horóscopo de Kepler. Era famoso por su orden: "Que el bruto sea ahorcado", impartida a la menor provocación y generalmente llevada a cabo por temerosos subordinados. Su mal humor era legendario. Se cuenta que, en una ocasión, atravesó con su espada a un oficial que trataba de entregarle un mensaje mientras sostenía una conversación con su arquitecto. Mientras, el aplastamiento de la rebelión en Bohemia no terminó la guerra, que entró en una nueva etapa en 1625 cuando el rey Christian IV de Dinamarca asumió el liderazgo de la causa protestante. Apoyado por los Países Bajos, Francia e Inglaterra, Christian esperaba expulsar del norte de Alemania a la Liga Católica de Fernando. El emperador supo a quién acudir. Wallenstein ofreció formar y apoyar una armada de 24 000 hombres. Sólo pidió a cambio permiso para cobrar impuestos y tributos de las tierras conquistadas. Como comandante en jefe de la armada imperial, Wallenstein marchó de victoria en victoria los siguientes tres años, forzando a los duques protestantes de Alemania a someterse, uno por uno, a Fernando.
Ante un desafío
Los triunfos militares de Wallenstein no fueron aceptados unánimemente por el bando católico. Por ejemplo, Maximiliano de Baviera envidiaba y temía la independencia que Fernando ganó por medio de su general. Poco después él y otros tantos líderes no tendrían ya ninguna cabida en la Liga Católica. Cuando Wallenstein se enteró de la disensión, forzó una confrontación. Si no se renovaba su mando de las fuerzas imperiales y no se le otorgaba un mandato para sofocar a la oposición con un ejército que sería el azote de Europa, renun- ciaría a servir a Fernando. A pesar de la furia de Maximiliano y otros líderes católicos, se salió con la suya y se le permitió aumentar el tamaño de su armada a 70 000 hombres. El general del emperador también fue investido con la autoridad para hacer cumplir un edicto de regresar a la Iglesia Católica toda propiedad eclesiástica tomada en tierras protestantes y de prohibir toda secta protestante excepto el luteranismo. El 22 de mayo de 1629 Christian firmó el Tratado de Lübeck, donde acordaba retirarse de los asuntos alemanes a cambio de recuperar tierras danesas conquistadas por Wallenstein y otros generales católicos. Entre los aliados católicos abandonados estaban los duques de Mecklenburg, cuyas tierras y títulos se otorgaron a Wallenstein. En la cúspide del poder, Wallenstein ya no se consideró servidor del emperador y siguió una política independiente.
Durante las fases iniciales de la Guerra de los Treinta Años, el triunfador fue el emperador Fernando II, gracias a la riqueza y habilidad de su comandante en jefe, Albrecht von Wallenstein |
La oposición cobra forma
Las campañas en Dinamarca mostraron por primera vez a Wallenstein la importancia del comercio marítimo y del poder naval y se autonombró jefe de una flota imperial que operó en el mar del Norte y el Báltico. Llegó a soñar con fundar en la posguerra una flota mercante que rivalizara con las de Inglaterra y los Países Bajos. Pero cuando fracasó su asedio del puerto báltico de Stralsund, tuvo que abandonar el plan. "Es necesario enseñar moral a los príncipes alemanes", proclamó una vez el arrogante general. "Sólo el emperador es el dueño de esta casa." El fracaso de Wallenstein en Stralsund estimuló a los líderes de la Liga Católica a derrocar al emperador, utilizando a Wallenstein como blanco aparente. En una reunión de la dieta electoral en Regensburg durante el verano de 1630, los príncipes exigieron que el emperador despidiera al general. Sus motivos de queja incluían el tamaño del ejército de Wallenstein, su práctica de mantenerlo confiscando provisiones de las tierras conquistadas, así fueran protestantes, católicas o neutrales, actos de venganza crueles y arbitrarios que seguramente acarrearían problemas posteriores, y su forma bárbara y poco cristiana de enriquecerse empobreciendo a los demás. Para salvar su trono, Fernando cedió ante los príncipes el 13 de agosto. Acordó despedir a Wallenstein y nombró al conde Von Tilly, de 71 años, en su lugar. Von Tilly era el vencedor de la Batalla de la Montaña Blanca y mariscal de la Liga Católica, dirigida por el envidioso e impredecible Maximiliano de Baviera. Sólo restaba la desagradable tarea de darle la noticia al comandante imperial en jefe. Wallenstein recibió en su espléndida tienda de campaña a dos mensajeros del rey. Para su enorme sorpresa y alivio, el general no estalló en un acceso de cólera. En vez de eso, señaló un papel donde había cálculos astrológicos. Observó que las estrellas de Baviera estaban en ese momento en ascendiente sobre las de Austria. Maximiliano era más poderoso que Fernando y el emperador no tenía más alternativa que aceptar las demandas de la Liga Católica. Pero se reservó la creencia de que, en un futuro, las estrellas de Fernando y las suyas ascenderían nuevamente. Wallenstein esperaría su oportunidad hasta la inevitable petición de Fernando para que dirigiera de nuevo la armada imperial.
Una marcha triunfal sueca
Mientras los electores imperiales se reunían en Regensburg, la Guerra de los Treinta Años entraba en su tercera fase, aunque no la última. El rey Gustavo II Adolfo de Suecia atracó en la costa báltica de Pomerania y asumió el liderazgo de la causa protestante entregada un año antes a los católicos por Christian. El rey sueco estaba indignado por la opresión católica sobre los protestantes, molesto por haberse rechazado su mediación en Lübeck, nervioso por las ambiciones marítimas del emperador y decidido a recuperar la totalidad de tierras y títulos de sus parientes, los duques de Mecklenburg. Gustavo Adolfo avanzó, invencible, hacia el sur, aliándose poco después con el elector de Sajonia. El 17 de septiembre de 1631, en Leipzig, los suecos y sajones, con una fuerza combinada de 40 000 hombres, derrotaron a Tilly y su ejército del mismo tamaño. Luego de su brillante victoria, los aliados se dividieron: los sajones hacia Bohemia, en el sureste, y los suecos al suroeste, rumbo al río Rin. Cundió el pánico en la corte vienesa de Fernando.
Otra vez, el General indispensable
Amargado por su remoción del mando de las fuerzas imperiales, Wallenstein planeó vengarse de Maximiliano y de Fernando. En noviembre de 1630 inició negociaciones secretas con Gustavo Adolfo. Como tantas veces antes para el bando católico, Wallenstein ofreció recluatr y entrenar un ejército con sus propios fondos, pero esta vez para la causa protestante. Todo lo que podió a cambio fue que se le nombrara virrey de todos los dominios de Fernando que conquistara y que se le apoyara para hacerse rey de Bohemia. El rey de Suecia vaciló, desconfiando de tener que tratar con un traidor, aunque su carrera militar fuera excelente.
Fernando supo de la oferta de Wallenstein de cambiar de bando, pero prefirió no decir nada ante el avance suecosajón. Luego de la derrota de Leipzig, el emperador olvidó sus reservas y llamó a su antiguo comandante, Wallenstein aceptó dar su ejército de 40.000 hombres en el lapso de tres meses, pero sólo a condición de recuperar todo su poder como comandante en jefe. Cuando Tilly fue derrotado otra vez y herido de muerte en una batalla en el río Lech, en la primavera de 1632, Fernando había tirado prácticamente todas sus cartas y no tuvo más opción que ceder ante las exorbitantes demandad de Wallenstein.
Cuando Wallenstein fracasó en batalla e inició negociaciones secretas con el enemigo, Fernando tuvo que eliminarlo. La corona imperial (arriba.) es actualmente sólo una pieza del museo de Viena. |
Las últimas campañas
Inicialmente, el renovado general tuvo un enorme éxito, expulsando a los sajones de Bohemia y haciendo que los suecos se replegaran al norte. En julio de 1632 se enfrentó a Gustavo Adolfo en una fortificación de Nuremberg. Aunque rechazó con facilidad las incursiones suecas, no contraatacó durante 11 semanas. Asqueado, Gustavo Adolfo retrocedió, permitiendo que Wallenstein entrara en Sajonia. La ocupó de una manera tan brutal que consiguió desalentar a los aliados de Suecia y metió una cuña entre los enemigos de Fernando. El 16 de noviembre Gustavo Adolfo tuvo por fin una oportunidad de luchar contra Wallenstein, atacando en Lützen a una fuerza imperial ligeramente mayor. Tanto el rey de Suecia como su comandante de caballería tomaron parte en el combate, pero Wallenstein no aprovechó esto. El día terminó con la huida del ejército católico. ¿Acaso Wallenstein fue derrotado por los astros? Como en toda víspera de una batalla importante, consultó a un astrólogo, cuyo horóscopo fue desfavorable. Así, en el clímax de su carrera militar, Wallenstein fue vencido por su fe en la astrología. El hombre cuyo horóscopo original le dio tanta decisión y sed de poder se había hecho tan dependiente de las lecturas astrales que se volvió vacilante y totalmente temeroso de emprender acciones.
Intriga, traición y caída
Como la derrota en Lützen dañó su reputación militar, Wallenstein decidió hacerse un pacificador. Pero para arbitrar entre Fernando y Gustavo Adolfo debía mantener el control de su enorme ejército y utilizarlo como pieza de regateo al negociar entre ambos bandos. Estableciendo sus cuarteles de invierno en Bohemia y Moravia, Wallenstein nuevamente usó a la población local para satisfacer las necesidades de sus tropas. Esto fue demasiado para Fernando, que pidió al general disolver su ejército. Wallenstein llamó a un concilio de guerra a sus generales, quienes apoyaron su decisión de ignorar la orden imperial. Fernando no insistió, aunque comenzó a buscar la manera de deshacerse de su problemático general. Durante casi todas las campañas de 1633, Wallenstein quedó inactivo mientras los suecos siguieron sus conquistas, apoyados en la victoria, en noviembre, sobre el fuerte de Regensburg, una posición clave. Aunque presionado por Fernando, Wallenstein no pudo o no quiso aflojar la presión sobre Maximiliano y volvió a su base de invierno en Bohemia. Durante ese año, el taimado general había negociado con el enemigo, que ahora incluía a Francia. Dependiendo más que nunca de sus horóscopos, frecuentemente ofrecía términos contradictorios a los bandos a cambio de su apoyo. Al final perdió credibilidad ante ambos bandos y fue visto con alarma y desconfianza por muchos de sus propios generales. El 12 de enero de 1634, Wallenstein obligó a sus generales a garantizar su apoyo "mientras él estuviera al servicio del emperador"; pero el documento que firmaron omitió esta frase clave. Cuando uno de los generales informó a Fernando de la omisión, el emperador emitió un edicto secreto, destituyendo a Wallenstein y nombrando a Matthias Gallas como sucesor. Gallas tenía la autoridad para arrestar e incluso asesinar al traicionero comandante y a sus oficiales leales. A mediados de febrero el decreto se hizo público. Wallenstein fue acusado de traición, conspiración y barbarie, y se le despojó inmediatamente de sus tierras y títulos. Con tres seguidores leales, los generales Trcka, Ilow y Kinsky, Wallenstein salió de su base en Plzen el 22 de febrero y Ilegó a la frontera, tal vez esperando unirse a los suecos. Dos días después llegaron a la ciudad fortificada de Cheb, donde creyeron estar a salvo. En la tarde del 25 de febrero, el comandante del pueblo invitó a los cuatro fugitivos a un banquete. Trcka, Ilow y Kinsky aceptaron, pero Wallenstein se quedó en casa y así evitó una trampa. Los tres huéspedes desarmados fueron ejecutados sumariamente por órdenes de un oficial leal a Fernando. ¿Qué hacer con Wallenstein? Eran las 22:00 y había una ventisca. Luego de reunir valor bebiendo, un capitán inglés llamado Walter Devereux y seis dragones forzaron la entrada de la habitación del comandante en jefe. Wallenstein estaba junto a la ventana, tal vez intentando vanamente confirmar la posición de los astros. Devereux avanzó ebrio y amenazante con su alabarda y Wallenstein pidió clemencia. Demasiado tarde: la punta del arma le había atravesado el pecho y cayó rnuerto en el acto. "A todos los príncipes y duques, sí, a todos, debo hacerlos mis enemigos a causa del emperador", había dicho Wallenstein cinco años antes. Pero no pudo anticipar que el mismo emperador se convertiría en su enemigo. Tampoco pudo predecirlo leyendo las estrellas.
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En la noche del 25 de febrero de 1634, Wallenstein se enfrentó a su destino. Parado junto a una ventana, pidió clemencia mientras sus asesinos entraban a su recámara. El amuleto astrológico (derecha) no lo protegió. |
Convicción en la astrología La tradición de guiarse por la astrología no empezó ni terminó con Albrecht von Wallenstein. A pesar del rechazo de los cientificos, persiste la creencia de que el carácter está determinado por la fecha de nacimiento y que pueden leerse en el horóscopo buenas y malas señales. Joseph Goebbels, ministro de Propaganda de Hitler, tenía una división de astrologia para ayudar a su hábil aunque insidiosa manipulación de los medios. Indira Gandhi, primera ministra de la India, no tomaba decisiones importantes sin antes consultar a un gurú personal. Tres semanas antes de su caída, el sha de Irán pidió el consejo de un astrólogo en Jerusalén. Al leer en los astros acerca del inminente fin de su régimen, el hombre rehusó viajar a Teherán. Lon Nol, presidente de Kampuchea, confiaba más en su equipo de astrólogos que en la propia opinión de sus generales y colaboradores. Nancy Reagan, esposa del expresidente norteamericano, es la más famosa de los nuevos adherentes a la astrología. Su fama se debe a las poco halagadoras e inesperadas revelaciones que Donald T. Regan, exjefe de Personal de la Casa Blanca, escribió en sus memorias de 1988. Según Regan, la fe de la señora Reagan en los horóscopos y su influencia en los programas del presidente, "era posiblemente uno de los mayores secretos de la Casa Blanca". En 1981, la astróloga Joan Quigley convenció a la señora Reagan de que el intento de asesinato del 30 de marzo pudo ser predicho. Desde entonces, se dice que los compromisos presidenciales fueron determinados por los horóscopos favorables de la señora Quigley. Al leer por primera vez la carta astral de Ronald Reagan, Joan Quigley quedó pasmada: para ella, significaba que lograría grandes obras. |