MAESTROS EN CRISIS, CRISIS DEL MAGISTERIO

Alexis Cordero
IEFINE
avcordero@yahoo.com

En una sociedad como la ecuatoriana, sujeta a múltiples dependencias y atravesada por crisis a todo nivel, no resulta sorprendente -como quizás tampoco lo es en otros países de América Latina- que la clase que representa al Magisterio sea la menos considerada socialmente(1) y, a la vez, la menos favorecida económicamente -si se toma en cuenta la responsabilidad que tiene en sus manos, la preparación que supuso asumirla y el tiempo que le dedica actualmente-, más allá de que lo uno sea causa de lo otro o viceversa. Tan obvia es esta situación que, dentro de las mismas líneas del magisterio, desde los distintos subgrupos existentes, unos más que otros no dejan de sentir cierto lamento por los colegas de los estratos inferiores. A los del área fiscal ya no les queda más que contentarse con haber logrado el puesto fijo. Respecto de lo económico y, en concreto, a nivel salarial, son muy pocos los planteles que, en realidad, han establecido una política de pagos digna a sus profesores(2). Las que lo han hecho son, más bien, aquellas instituciones que han sido clasificadas y reconocidas más por el elevado status económico de quienes asisten a ellas que por la calidad educativa que en ellas se ofrece(3). (En todo caso, la situación varía de una provincia a otra, de una región a otra, de una zona a otra, aunque queda la confusión entre lo que es educación cara y lo que es educación buena(4), que han terminado por volverse sinónimos(5) y por confirmar, cada vez más evidentemente, el hecho de que las grandes mayorías son desplazadas).

En general, se puede decir que el común de los profesores es mal remunerado tanto como mal atendidos en lo que respecta a los pequeños -o grandes- servicios que se les pudiera brindar, o a la concesión de ciertos derechos que no son fáciles de alcanzar cuando los esquemas favorecen a los sectores privados de la economía. (Es muy difícil que, en colegios particulares sobre todo, se permita la formación de asociaciones(6) o cooperativas que velen por los intereses de los asociados o que, al menos, velen por ciertos intereses que normalmente son descuidados por los patronos(7).

Pero este modo de encarar la cuestión y, en definitiva, cualquier afirmación que no haga sino reflejar lo que es tan evidente, ha pasado a ser parte de ese discurso gastado, propio de todo lugar común, que hoy sólo parece prerrogativa de ciertos sectores políticos para quienes parece que el tiempo se ha detenido... Al menos, eso es lo que otros sectores quisieran que pareciese(8).

Precisamente, porque parece un discurso trasnochado y porque no quisiéramos, aunque quienes lo pronuncian tengan algo de razón, que se nos confunda con ellos y, más aún, no quisiéramos perder la seguridad que brinda el tener un trabajo fijo -porque "más vale pájaro en mano que ciento volando"-, nos vemos aprisionados por una labor que, lejos de hacernos sentir satisfechos, nos empuja a buscar otros mecanismos de supervivencia que nos dejan sin el tiempo ni las ganas suficientes para dedicarnos con totalidad -si es que esto es posible- o, al menos, como quisiéramos, a lo que, en un determinado momento de nuestra vida, fue elección vocacional y profesional(9).

Lo dicho se avecina, de pronto, a ese tipo de afirmaciones que huelen a resentimiento y nostalgia(10). Solemos decir (¿para motivarnos?, ¿para engañarnos?) que una buena remuneración y cierta -por no decir una completa- estabilidad laboral nos permitirían un desempeño realmente cualitativo en nuestras tareas de modo que pronto estaríamos viendo su reflejo en la capacidad de producir, innovar, crear, etc. El problema es que, dado el caso, tampoco esto resulta del todo verdadero. Y entonces, la cuestión se sale de lo meramente salarial.

Ganemos mucho o ganemos poco, hay una cosa que sí es verdadera para los docentes de vocación y profesión: nuestra tarea es agotadora y a veces lo es tanto que no quedan los ánimos suficientes para capacitarnos, formarnos, actualizarnos, por nosotros mismos en lo que son nuestras áreas específicas de trabajo y las que, en general, pertenecen al campo de la docencia(11). Hay que decir “por nosotros mismos” porque la verdad es que son muy pocas las instituciones que estén dispuesta a solventar los costos de una buena y permanente capacitación para su cuerpo docente. Por supuesto que habrá quienes se opongan a una generalización como la que acabo de hacer, pero es posible hacerla gracias a que las excepciones existentes son realmente escasas(12). Al momento de elegir entre gastar nuestro insuficiente salario en "prepararnos" o depositarlo en el arca familiar, nos damos cuenta que mucho más fácil resulta repetir, automatizarse y anquilosarse, con todo lo que eso supone de vejez prematura, sea la paga buena o sea la paga mala -mucho mejor si es buena- que “sacrificarse” por una tarea que -al menos en nuestro medio, parece que- nunca recompensará lo suficiente a quien la ejerce. Por eso, es mejor guardar los escasos ingresos para la canasta familiar que gastarlos en algo que difícilmente será reconocido para lograr mejoras salariales. Eso la hace doblemente agotadora.

Al problema de la escasez de recursos económicos y de los bajos niveles de rendimiento, sea a nivel de formación o de práctica profesional, hay que sumar otros. El que se viene dando con la publicación de libros de texto, lanzados al mercado sin un control de calidad mínimo, es uno de ellos. Hay una enorme producción en la que los diseños responden a parámetros actuales que: a) desdeñan la excesiva información de los libros del pasado (y con razón, dada la sobreabundancia informativa que existe en los actuales medios y sistemas computarizados, y a los que tienen acceso sólo la gente con posibilidades de acceso -una minoría), y b) ponen el acento en las destrezas y habilidades indicados en la última Reforma Educativa de moda, llenando los grandes espacios en blanco con actividades que, en muchos de los casos, no hacen sino reforzar el memorismo sobre la base de la escasa información proporcionada (complete los espacios, una con líneas según corresponda, ponga verdadero o falso, etc.), sin estimular el pensar reflexivo ni promover la investigación. Cuantas más actividades tenga un texto, los niños tendrán más trabajo que hacer en el aula y los profesores descansarán más. ¡A eso le llaman la educación centrada en el alumno!(13)

Hay que sumar otro quizás más grave: los profesionales de la educación salen de una institución en crisis. Si la institución educativa está en entredicho, el alma mater de la misma -las universidades, las facultades de pedagogía- lo están porque en ellas se aúnan los polos del problema: allí se congrega un gran porcentaje de los sobrevivientes de, al menos, doce años de escolaridad en crisis y allí reciben una educación que les permitirá continuar con y en medio de la crisis. La Universidad adolece de los mismos males de que adolece la educación en todos los niveles; es efecto, pero a la vez causa de esos males. 1) Ofrece sobrecarga de información cuando no parece que eso sea hoy tan importante como antaño, debido a que los servicios de información ofrecen posibilidades increíbles al respecto; 2) lo hace en aras de una especialización cada vez mayor y despreocupándose de la misión universalizadora que por principio debe llevar a cabo(14), y 3) dando una educación que, bajo parámetros de competencia y calidad, engendra profesionales cada vez más resistentes a trabajos compartidos y que se convierten en piedras fundamentales de un sistema basado en el individualismo y la rivalidad(15).

Es obvio que para maestros formados en estos esquemas a lo largo de casi dieciséis o dieciocho años de la vida, tocar temas como los de la interdisciplinariedad académica sólo es posible a nivel teórico e imposible en el plano de la práctica(16); el mismo trabajo en el aula, que por su carácter eminentemente social, debe estar abierto a visitas, observaciones, acompañamientos, evaluaciones, se convierte en una especie de fortaleza en la que el profesor, a puertas cerradas literalmente, hace y deshace su tarea desde una actitud que le mantiene, por lo general, a la defensiva.

Por lo visto, parece que una situación económica de subsistencia, que impide la entrada a procesos de formación continuada, sumada a una formación profesional realmente cuestionable, con el complot de ciertas casas editoriales que no hacen sino sacar productos de venta rápida antes que buenos productos, aunque sean caros, pero que en definitiva no hacen sino entorpecer cualquier intento de transformar el paradigma vigente, nos han convertido a los maestros en verdaderos subempleados del sistema en busca del pan de cada día, agradecidos, en el mejor de los casos, de haber sido aceptados en una institución que paga bien y, muchas veces, sin más proyecto que el de contentar a los comités centrales, a las mesas directivas, a los consejos directivos, y ocupados y preocupados de llenar hojas y hojas de programas y actividades que -todos sabemos- difícilmente se cumplen, pero que son un requisito exigido por un Ministerio burocratizado y corrupto que emplea gente con el oficio de escoger al azar -me imagino- esas programaciones institucionales para ponerles un visto bueno y luego echarlas a la basura (porque dudo de que existan bodegas tan grandes para almacenar esa inmensa papelería).

Revisada así la cuestión, ¿cómo no va a estar en crisis el Magisterio? Sin embargo, a mi entender no es tan sólo lo dicho, ni se trata tampoco de creer a rajatabla en la pintura que de dicha crisis nos quieren hacer los gremios politizados del sector; eso es tan sólo una parte de lo que creemos es el cuadro completo. La otra parte es que realmente también existe una gran desidia e inseguridad en un vasto sector del cuerpo docente del país. Es probable que esa desidia y esa inseguridad no sean sino el resultado de lo afirmado anteriormente, pero si bien pueden ser el resultado, no hay lugar a dudas que han pasado a ser una actitud de vida fuertemente acentuada(17). También es cierto que hay una real ausencia de orientaciones teóricas y prácticas, que deberían provenir de las instituciones del ramo encargadas de ofrecerlas(18), y que ha coadyuvado a que los profesionales de la educación egresen de las aulas universitarias sin más visión que la de envejecer en el aula(19), acomodándose a la frustrante rutina de cada día.

Esto da pie para revisar un último punto de este análisis. La falta de visión, de iniciativa y de dinero, la falta de deseos y de confianza de los maestros, ha dado paso a que este espacio caiga en manos de verdaderos negociantes. No hay problema en que educadores y pedagogos conviertan la escuela a un régimen de administración empresarial, incluso con los réditos que ello puede reportar, pero sí hay problema cuando la escuela se convierte en una empresa lucrativa y fundamentalmente en eso (como sucede en la mayoría de los casos), y no hay mejor muestra de la crisis que haber llegado a este nivel(20). Obviamente, cuando el negocio es lo primero, se tratará, en ámbitos como el nuestro, de otorgar ciertos beneficios a los empleados, siempre y cuando tales beneficios no perjudiquen los ingresos de los empresarios, y nada habrá más alejado dentro de una perspectiva de negocio que “gastar” en la permanente capacitación de los empleados aun cuando eso mejore las perspectivas del negocio.

Pues bien, si la desidia y la inseguridad son efectos de los otros males de la educación, pero también de los grandes males sociales y económicos que aquejan a nuestra sociedad, quién sabe si éstos comenzarán a tambalear en el momento en que se recupere en el magisterio la suficiente autoestima(21) como para iniciar cambios desde la base. Sin embargo no podemos caer en el juego de la demagogia educativa. Es necesario replantear nuestra situación como maestros y eso implica otorgarnos un plazo para la reflexión, la capacitación y para encontrar los modos de hacerlo paralelamente con una práctica renovada y paciente. Lo de la paciencia viene precisamente para evitar caer en esas posturas inmediatistas en las que la obtención de resultados es fundamental. La educación, aunque no lo queramos admitir, y nuestra práctica diga lo contrario, es una tarea de largo plazo y necesita de verdaderos equipos de trabajo. Mientras vivamos individualmente tras la pesca de los triunfos, dudo mucho que la educación dé un paso adelante. Los triunfos educativos o se los ve como un logro comunitario o no hay tales triunfos. Podemos seguir engañándonos dando aplausos a estudiantes destacados y poniéndoles altas calificaciones, que no habremos logrado mucho mientras la mayoría de la escuela siga bajo los niveles promedios. Y la escuela somos todos.


(1) Esta subvaloración social de la clase magisteril es, en realidad, el resultado de una serie de ensayos en el campo educativo y en el que los juegos políticos han tenido un papel determinante; dada su duración -prácticamente, todo el siglo XX-, los logros han sido escasos y, se podría decir, obsoletos cuando se ha entrado en una época en la que los sistemas informatizados parecen tener la última palabra. Los discursos que pretenden reivindicar la situación del Magisterio y que provienen de sectores ideologizados políticamente, siguen siendo los mismos de hace treinta años y ya nadie cree en ellos no sólo porque las propuestas pertenecen a ese tipo de relatos en extinción, sino también porque, por un lado, al quedarse únicamente en reclamos de tipo salarial y sin proponer ningún tipo de alternativas al caos educativo, han perdido credibilidad, y por otro, porque las últimas generaciones de docentes formados, cada vez en menor número, buscan instalarse en ambientes asépticos donde, supuestamente, se hace verdadera educación y no proselitismo político, sin caer en la cuenta de que quedan suspendidos muchos de sus derechos a cambio de un salario, tan sólo un poco mejor en la mayoría de los casos, o de élite en una minoría excepcional. En cualquier caso, la falta de orientaciones pedagógicas, el engaño en el que incurre la gente al pensar que porque se pagan altos costos de pensión por los estudios de los niños y jóvenes los salarios de los profesores son elevados, la falta de iniciativas y la inercia en que ha caído el personal docente, la ausencia de reales políticas institucionales, los vacíos que se ven en los formandos, son parte de toda esa visión que muestra un magisterio venido a menos.

(2)No hay que desconocer tampoco el hecho de que, aunque sea bajo, el salario actual del profesorado fiscal es, en algunos casos, incluso superior al que perciben algunos maestros en el área particular. Si a ese salario se suman los beneficios de antigüedad, cargas familiares, categorías, etc., sin que mejore ostensiblemente, se puede decir que deja de ser la referencia mínima y que sólo lo es en segunda instancia.

(3)Cabe aclarar que los establecimientos educativos están también divididos en categorías y que aquéllos que están facultados para cobrar altas pensiones y/o matrículas (por los servicios que prestan, dicen) no les queda más que pagar asimismo de una manera proporcional a sus profesores.

(4)Baste por ahora, entender por educación buena aquélla que cumple con los requerimientos que la sociedad tecnologizada del momento impone. Buena educación sería, de hecho, la que, como una especie de laboratorio de clonación, reproduce gente que pueda ponerse al servicio del sistema vigente, aunque teóricamente se hable de educación integral, humanizante, ecológica, etc.

(5)Esto no implica desconocer que, como lo dice Carlos Paladines (Entrevista concedida a Juego, Nº 11, p. 15), “Los resultados últimos sobre rendimiento escolar establecen que mejor preparación están conquistando los niños y jóvenes de establecimientos particulares que los de los centros fiscales, sin desconocer las excepciones del caso”.

(6)Hay que señalar que mientras los colegios privados, salvo raras excepciones, no permiten normalmente que se dé paso a este tipo de actividades “no educativas”, ellos, por su parte, se congregan en federaciones, confederaciones, asociaciones, para defender sus intereses (que, entonces, los llaman derechos).

(7)Hablamos de becas o medias becas para los hijos, los costos de la educación, beneficios laborales, etc.

(8)No hay duda de que ciertos modos de hablar inevitablemente le identifican a quien lo hace con determinada postura política. Pero, sumado a este hecho están de por medio los intereses de quienes detentan el poder económico que maliciosamente interpretan un reclamo justo por un reclamo político. Hace falta elaborar un nuevo discurso y hace falta una elaboración refinada de argumentos que muestren la justicia de los reclamos. Esto no garantiza, sin embargo, que no puedan darse nuevas tergiversaciones.

(9)Es evidente que el panorama ha cambiado radicalmente en los últimos años. De aulas universitarias llenas en el campo de la docencia, se ha pasado a hacer propaganda para atraer gente a las mismas. De hecho hay universidades que han cuestionado seriamente la permanencia de una Facultad de Pedagogía o, al menos, han buscado rediseñarlas. En nuestro país, pese a que se dice que siempre habrá necesidad de maestros, parece que no hay mayor futuro para quienes eligen la carrera. Cada vez hay menos gente en lo que es docencia secundaria -quizás por eso hay cada vez más profesionales de otras ramas metidos a profesores- y lo mismo sucede, aunque no en igual medida, en las áreas de la docencia parvularia y de la docencia primaria. Sin embargo, no puedo dejar de sospechar que muchos de quienes ingresan -la gran mayoría son mujeres-, tienen vista, entre sus motivos escondidos o no escondidos, el hecho de que ahora ponerse una guardería o iniciar una escuela es un muy buen negocio, lo cual tampoco se puede despreciar así sin más.

(10)Muchos califican a los profesores, como lo hacen con los obreros o los marginados, de “resentidos sociales”, de gente sin aspiraciones, de modo que, como lo dije en la nota 5, cualquier manera de hablar que les aproxime a lenguajes de ciertos políticos, inevitablemente son tergiversados ya por ignorancia ya por mala intención.

(11)Obviamente hay una contradicción en lo afirmado porque la vocación y la profesión exigen, cada una a su modo, el permanente deseo de perfeccionamiento, y dadas las circunstancias actuales, éste se vuelve inevitable. Pese a ello, tampoco se puede desconocer que hay un gran sector del Magisterio que se ha instalado en el cargo con niveles de exigencia muy bajos ya porque se siente asegurado en su puesto, ya porque los años de experiencia les han convertido en "expertos" en su área y, en la práctica, creen no necesitar más, ya porque la necesidad de redondear sus salarios les obliga a ocuparse con dos o tres trabajos adicionales o ya, simplemente, porque muchos están a punto de retirarse. Aunque todas son justificaciones que deben tomarse en cuenta a la hora de hacer una evaluación, no hay duda que unas se apoyarán en mejores razones que otras.

(12)Si en el sector privado de la educación es difícil conseguir una buena capacitación profesional por lo costosa que resulta, mucho más difícil se hace en el sector público teniendo en cuenta que ya, de por sí, el presupuesto general destinado a la educación es de los más bajos entre los rubros de nuestra economía.

(13)Aunque puede haber marcadas diferencias de opinión, considero que una clase centrada en las actividades no se diferencia radicalmente de una de aquéllas que solían llamarse magistrales. Si en la primera los niños pasan trabajando casi todo el tiempo, en la otra los niños pasan escuchando casi todo el tiempo. Ambos tipos de clase refuerzan ciertas habilidades, pero tanto en la una como en la otra hay una planificación unidireccional y vertical. Quizás de entre las muchas diferencias reales que puedan tener la que más sobresale es sólo la de la apariencia: la una es atractiva y moderna, la otra aburrida y anacrónica.

(14)Entiendo por misión universalizadora la tarea de formar gente altamente competente en un determinado campo, pero también altamente sensible a los contextos, fuertemente crítica de la realidad profesional y humana que le rodea, y comprometidamente creativa con ella, de modo que esas competencias puedan, de la manera más razonable, encarnarse eficaz y eficientemente en suelo firme. Si a esto se le llama educación integral que se lo llame, pero la Universidad debe ser ella misma, de alguna manera, el reflejo de la sociedad en la que está inmersa para ayudar, como foco del pensamiento, con una crítica de alto nivel, a problematizar ciertas situaciones dadas (corrupción, injusticia, gobernabilidad, democracia, etc.) y a buscar vías de solución para las mismas.

(15)Se acusa permanentemente a la educación vigente de formar individualidades aisladas y esto es cierto y lamentable. El ejemplo que nos dan las agrupaciones indígenas y campesinas del país y otras entidades a nivel nacional e internacional en lo que respecta al trabajo solidario y comunitario es de gran valor. El mismo mundo de la ciencia no se puede entender sin comunidades científicas y todo nos lleva a pensar, sobre todo desde los planteamientos hechos por Vigotski, que la construcción de un conocimiento con sentido no será posible si no se la hace desde esta perspectiva comunitaria. Es justo y necesario sospechar que hay intereses a los que mantener la fragmentariedad social les resulta rentable política y económicamente.

(16)La interdisciplinariedad se ha convertido en la práctica en una especie de requerimiento forzoso que sirve para causar la sensación de que las distintas áreas están relacionadas de alguna manera. El efecto se logra gracias a contactos muy esporádicos en los que, por lo general, esa relación es mostrada muy superficialmente.

(17)El campo de la docencia, así como puede ser el de mayores iniciativas y dar paso a innovaciones todavía insospechadas en la educación, también puede ser un campo de cómodo instalamiento. Por supuesto, no es privilegio del campo educativo éste de instalarse, pero dado que es nuestro campo de análisis, parece que en éste como en ningún otro las repercusiones son desastrosas si se considera que los recursos básicos de intervención son humanos. El colapso que estamos viviendo en nuestras sociedades, en lo que toca al tema, es ya suficiente como para hacernos tomar conciencia y poner manos a la obra. No se trata tan sólo de profesores mal pagados; el problema se agudiza cuando la mala paga se da dentro de un contexto de pobreza cada vez mayor al que no se le ve la salida y que, unido a problemas de corrupción, violación de derechos, politiquería, van sembrando pesar y desesperanza en el ánimo de la gente. Los maestros, parece ser, hemos entrado en el camino de la desesperanza y el sin sentido.

(18)Hace falta una mejor organización en las dependencias ministeriales encargadas de elaborar planes y programas, pero también en aquéllas que deben establecer políticas de aplicación de dichos planes y programas. Muchos establecimientos, amparados en su condición de colegios experimentales, han dado paso al menos a un par de puntos: a) diseñar programas propios con niveles más o menos altos de exigencia y, b) escapar, en cuanto sea posible, de toda forma de tutela ministerial. El contrapunto es que, a la larga, cada profesor y cada plantel se convierte en un francotirador de la educación y cada quien termina haciendo lo que supone está bien hacer. No hay duda de que una programación educativa de alcance nacional y con ciertos criterios de aplicación común que busquen equilibrar las inmensas desigualdades que se dan, y que por lo mismo han de ir de la mano con otros programas de solución social, está aún por hacerse.<> (19)En los últimos años se ha visto, no tanto en las universidades nacionales, sino más bien en las que han ido surgiendo como sede de instituciones internacionales, el florecimiento de ciertas carreras aunque a nivel de posgrados: gerencia educativa, administración escolar, gestión escolar, etc. son parte de los títulos que se ofrecen y que han sido acogidos sobre todo por gente que de alguna manera está vinculada a la dirección de escuelas y colegios. Creemos que, si bien deben ser opciones de perfeccionamiento profesional que se deben impartir a modo de posgrados, también deberían tra­tarse como parte del currículo ordinario de la licenciatura, sin la profundización especielizada que le correspondería en los niveles superiores.

(20)Como siempre, hay excepciones; pero cuántas instituciones, protegidas bajo figuras legales estratégicas, fundaciones sobre todo, se han convertido en negocios prósperos, exentos de pagos de impuestos y de otras obligaciones y en el mejor medio para captar dineros que, si tienen buenos manejos financieros -que por lo general los tienen- terminan favoreciendo a los socios capitalistas.

(21)Creo que a estas alturas del partido es inevitable hablar de cierta viciosa circularidad al hablar de efecto; hay quienes dirán que la desidia y la inseguridad son más bien las causas de los males educativos y, quién sabe, si a lo mejor añaden aquella máxima que vuela como sentencia desde ciertos sectores: “Somos así; es parte de nuestra idiosincracia”. Es tan firme el lavado cerebral que puede hacerse con el manejo de tales sentencias que, definitivamente, a la corta o a la larga, perderemos de vista al culpable. No hay duda que son causa, pero fundamentalmente son efecto, y es necesario que el Magisterio abra los ojos, recupere su posición como profesional y pueda cotizarse como tal. El camino es, por tanto, inverso al que estamos acostumbrados: Si esperamos que se nos valore, puede ser que nos jubilemos esperando. La sociedad también tiene que despertar y los maestros tienen su parte en ello. Por eso, desde su labor específica, para que la sociedad despierte, ellos deben ser los primeros en despertar.


A r t í c u l o s