NO SÓLO DE DESEOS VIVE LA EDUCACIÓN
Alexis Cordero C.
IEFINE
Los deseos de llevar a cabo la Reforma
Educativa -hoy ya en marcha-, trajeron aparejado, como era de esperarse, el
deseo de invertir en cuantas consultas fueran necesarias, y se trajeron expertos
para que nos enseñaran qué cuestiones debían ser tenidas en cuenta a fin de que
pudiera hablarse de Reforma y de cómo debía llevársela a cabo -al menos
teóricamente- ya que quienes la proponían, si bien procedentes de contextos
similares unos y diversos otros, no eran ecuatorianos y no sabían realmente
de cuál pata cojeaba el enfermo que pretendían curar. La cura quedaba para los
pocos expertos de aquí mismo: algunos peritos en educación, pero sólo algunos, que no
han permitido que las grandas masas de profesores y profesoras opinen con voz
crítica sobre el asunto o que, simplemente, han decidido tomar la batuta ya que
-es casi seguro- habrán pensado que espperar dicha voz crítica de semejante masa
resultaba imposible[1].
Por recordar un caso, cuando
llegaron los hermanos Zubiría al país, con todo el destape del conceptualismo,
dejaron cursos, seminarios, conferencias, experiencias que, sin lugar a dudas,
cautivaron a la audiencia, sobre todo, de las grandes ciudades -ya que eran
las únicas que podían más o menos pagar los gastos que invitaciones de ese
calibre representaron- y dejaron profundas motivaciones como para arremeter con
la tarea que, teóricamente, debía iniciarse.
Asimismo, no se puede
desconocer el trabajo de los grupos editoriales, sobre todo los
transnacionales, que interesados en lanzar al mercado todos los libros posibles
con espíritu de Reforma, se preocuparon de mantener un amplio stock de
cursos, talleres, y también conferencias y seminarios, pagados unos, gratuitos
otros, sobre temas pedagógicos, didácticos, psico-educativos con gente de
primer orden tanto del ámbito nacional como de afuera, en lo que a las
asignaturas de nuestro currículo se refiere.
Con todo lo dicho, no voy sino a lo siguiente: la gran mayoría de quienes pudieron asistir a tales eventos quedaron entusiasmados -como sucede con la mayoría de los buenos cursos- y con grandes deseos de llevar a la práctica lo allí aprendido. Lastimosamente, la realidad con la que se toparon -por analizar sólo un par de aspectos de la misma- no fue -ni es- tan sencilla como pudiera parecer en un principio porque se dieron cuenta de la necesidad de un entrenamiento que, a la larga, resultaba mucho más importante que la misma instrucción teórica, incluso en lo que se refería a metodologías.
Como casi siempre acontece, hay quienes recogen las enseñanzas de los instructores y se imaginan que con la fiel imitación de las mismas basta y sobra para hacer una buena aplicación en el aula. Otros menos ingenuos llegan a sospechar sobre la urgencia de prepararse más en lo que respecta al tema y piensan que asistiendo a nuevos cursos sobre lo mismo van a adquirir más conocimiento sobre la práctica. Y nada es así. Puede ser que los nuevos cursos; en el mejor de los casos, revelen toda una nueva temática y que lo único que dejen ver sea la dificultad cada vez más creciente del asunto en cuestión y, en el peor de los casos, que los temas vayan haciéndose tan simples -o por repetitivos o por poco jugosos- que terminen desvirtuando lo que se pretendió en un principio[2].
Viene, entonces, la decepción o porque nadie termina por aclarar cómo mismo se deben llevar a la práctica las novedades aprendidas o porque la práctica supone ciertos cambios a niveles institucionales, con lo que a veces implica de inversión, que todos se hacen los sordos y nadie quiere apoyar. Lo primero parece sugerir el recurso permanente ad infinitum- a expertos que siempre nos van a dejar en las mismas si se trata sólo de aves de paso, y lo segundo, la necesidad de una conciencia que nos permita ver claro que, en estos tiempos, la cualificación educativa pasa por sanas, urgentes y cuantiosas políticas de inversión[3]. Dado que en contextos como el nuestro, en los que el presupuesto destinado a la educación es de los más bajos, no se puede esperar una salida deseable para lo dicho, el resultado obligado viene a ser el abandono de los grandes deseos y de todos los cambios que pueden venir con ellos. Liquidado el deseo, pueden venir las reformas que quieran que de poco servirán para efectuar transformaciones reales y necesarias.
Puede, sin embargo, porque también somos país de sobrevivientes, esperarse la sorpresa de algunos aventureros que se lanzan solos al riesgo de una práctica de la que poco o nada saben. En vista de la falta de modelos, de métodos de evaluación y de procesos de seguimiento, puede esperarse, en el mejor de los casos, el inicio de un camino de investigación y desarrollo de proyectos educativos que puede terminar en excelentes e innovadores resultados[4] o, en el peor de los casos, el fracaso de tales proyectos con los perjuicios que pueden sobrevenir en el sentido de recibir la desaprobación de instituciones de las que se esperaba el apoyo y el descrédito personal en cuanto siempre aparecerán jueces que nos recordarán sus advertencias de lo equivocados que andábamos.
Como se ve, una cosa son los grandes deseos que podemos tener quienes, de algún modo, somos autores de la educación, y otra la posibilidad de llevarlos a cabo. No sólo de deseos vive la educación. Deseos, sueños y utopías son necesarios, pero sólo serán eso mientras no se afinquen en la tierra. Si es verdad que los deseos dependen de nosotros, la posibilidad de su realización ya no depende sólo de nosotros.
Los deseos son importantes y
hay que hacer todo lo posible por lograr su concreción. Parte de ese hacer todo lo posible consiste en
programarlos, planificarlos, proyectarlos y presentarlos de una manera que los
muestre viables, pero también implica la disposición de hacer diplomacia con
quienes manejan los recursos -sobre todo económicos- que pueden ayudar a la
ejecución y gestión de dichos proyectos o con quienes pueden permitir, al menos,
que se abran las puertas a las nuevas experiencias.
[2] El mejor ejemplo de lo
dicho puede ser el trabajo sobre el conceptualismo. Sin dejar de ver todo lo
valioso de este aporte educativo, pienso que tanto se lo manipuló que mucha gente
terminó pensando que opinar sobre el tema era hablar de mapas conceptuales o
mentefactos.
[3] La verdad de esta
afirmación, siguiendo la buena lógica, no implica la verdad de su conversa: A
mayor inversión mejor calidad de la educación. Eso es lo que nos quieren hacer
pensar ciertos empresarios que han hecho de esta tarea un excelente negocio. A
la larga, sigue siendo verdad aquello de “por sus frutos los conocerán”.
[4] Hay en el mercado de las
ofertas cantidad de proyectos en los que se están trabajando y que son loables.
Los hay también de aquéllos que no dejan ver sino un trasfondo comercial:
cuántos textos escolares, por ejemplo, salen a la venta y dejan ver lo mucho
que falta por hacer en cuestiones de control de calidad (no sólo de los libros,
sino de las empresas editoriales y de las instituciones encargadas del
control). No hay aportes reales ni significativos, pero salen “según los
lineamientos de la Reforma” y basta para ser vendidos.