TODOS LOS CAMINOS CONDUCEN A ROMA...,
PERO ES MEJOR TENER UNO

Alexis Cordero C.
IEFINE
avcordero@yahoo.com

Cuando los futuros docentes están por egresar de la Universidad, una de sus mayores expectativas es saber cómo llevar a la práctica todo ese bagaje de información adquirido. Muchos, afortunadamente, están vinculados a alguna escuela o centro educativo y ven que lo que tiene que ver con la práctica es mucho más que un mero volcar esa información; es saber cómo volcarla, cuándo volcarla, con qué criterios volcarla y/o si valdrá la pena volcarla.

No hay duda de que lo recibido en la aulas universitarias es valioso, inmenso y variado. De lo que ya no podemos estar seguros es de si ese cúmulo de conocimientos ha pasado por una criba especial que permita a los docentes hacer una opción pedagógica para el momento en que su práctica docente empieza.

Lo ponemos en duda porque una de las afirmaciones comunes y corrientes de los nuevos profesionales, sobre todo a nivel de docencia primaria, es la de decir que a la práctica escolar llevamos lo mejor que hemos escogido de todas las teorías pedagógicas, psicológicas, didácticas que se nos han entregado. Es dudoso porque, simplemente, surgen interrogantes que nos son tan simples de contestar: ¿Cuáles son los criterios de selección que hemos usado? ¿Hasta dónde es posible mezclar -si es posible- lo mejor de tantas teorías que, en la práctica y en la teoría resultan muchas veces contradictorias? ¿Qué criterios nos llevan a decir que tal o cual elección de determinada teoría es “lo mejor”? ¿Son los criterios usados personales o “heredados”? Alguien pudiera objetar que si vamos por este camino necesitaríamos también responder a la pregunta sobre los criterios que hemos utilizado para elegir ciertos criterios y, sin despreciar esta pregunta, no podemos evitar las anteriores so pena de iniciar la labor docente de manera injustificada y, hasta cierto punto, irracional.

Viendo el problema desde una perspectiva más simple, es decir, sin someter tal afirmación a un mínimo esclarecimiento, casi podríamos decir que ella nos exonera del compromiso que implica la opción por una línea de pensamiento. Digámoslo de otra manera: Sin poner en duda la posibilidad de que algo así sea cierto, queda con todo el sinsabor de la ambigüedad y la sospecha de un eclecticismo de lo más insípido.

Si bien es cierto que afirmaciones de tal naturaleza no dejan de ser deseables, también es cierto que su aplicación no resulta tan fácil como pudiera parecer. Son muchas las circunstancias implicadas y cuanto más elementos aparecen involucrados tanto más difícil parece el llevar a cabo la necesaria tarea de discernimiento que debe ejercitarse. Si no se da esta dimensión discerniente, probablemente terminaremos dando veneno (poison) en lugar de remedio (poison), para exagerar un poco la situación.

Lo dicho me lleva a pensar en la necesidad que tenemos de educar a nuestros estudiantes desde los primeros grados precisamente en esta habilidad de discernir, lo cual no es otra cosa que ayudarlos a trabajar con base en criterios. No en vano la etimología de discernir y criticar es común: ambas palabras descienden del griego krino que significa juzgar, es decir, hacer juicios apropiados. Obviamente, una educación para el “buen juicio”, para la razonabilidad, requiere también de un elemento docente juicioso y esto parece que sólo sería posible si es que desde la práctica discente de la escuela se llega a un ejercicio diestro a nivel universitario. No pongo en duda ni la capacidad docente de nuestros maestros universitarios ni sus destrezas, pero parece que ellas no son suficientes para que sus alumnos, los futuros docentes de las escuelas, las puedan transferir a sus lugares de trabajo. Y esa es justamente mi preocupación porque si algo hemos de hacer como docentes es ayudar a que los discentes desarrollen todas esas destrezas que consideramos les serán útiles para poder vivir como seres humanos que deben responder a las exigencias de un mundo que cada vez es más exigente a este nivel. La Universidad tiene un papel decisivo en este sentido. Considero que se debe recuperar el valor de ciertas asignaturas que, por quién sabe qué razones, han ido dejando de tener la importancia que deberían seguir teniendo en la preparación de los futuros docentes: Filosofía de la educación, Historia de la pedagogía, lógica, epistemología, etc.  No se trata de algo gratuito. Si pretendemos graduar profesionales de alto nivel, lo menos que podemos hacer es brindarles una preparación de alto nivel; una preparación que ayude a buscar fundamentos (o a derribarlos si es necesario), que vaya más allá de una mera pedagogía empírica, que ayude a buscar pistas para rastrear las bases que sostienen ciertas prácticas que todos vemos que deben cambiar, pero que llegado el momento, nadie se atreve a hacerlo porque no sabemos cómo ni por qué hacerlo... Cuando un docente está preparado para esto, es de esperar que pueda elegir lo mejor de todas las teorías o bien, elegir solamente una. Se dé el caso que se dé, prefiero, por conveniencias prácticas, revisar la segunda posibilidad. Considero que optar por un programa, metodología, estilo, modelo, teoría es más complicado y más conveniente que mantener las puertas abiertas a múltiples opciones, incluida la de “las mejores en un solo paquete”. Expongo ciertas razones que no las he medido desde la óptica de posibles objeciones y que, por tanto, quedan expuestas a ellas:

a. A nivel personal, la opción por una sola línea pedagógica obliga a una preparación en detalle de las exigencias que dicha línea conlleva. Cuando no hay tal opción, que es lo común y corriente, todos hacen lo que piensan que deben hacer y sin mayores exigencias -o con ellas-, precisamente porque todoos lo hacen así.

b. La opción personal de una línea implica también la disposición permanente de aceptar o rechazar lo nuevo que traerá consigo dicha línea dentro de un clima de reflexión tanto personal como comunitaria. Lo nuevo, por el simple hecho de serlo, no supone sólo aspectos positivos; más aún: es la problematización que trae consigo lo que ayudará de hecho a enriquecer las propias experiencias.

c. La adopción de una nueva línea no significa, sin más, la eliminación de la o las anteriormente adoptadas. Todo modelo pedagógico posee un bagaje extraordinario de posibilidades que pueden ser utilizadas dentro de los nuevos esquemas y sólo en la medida en que apoyan esos esquemas y los enriquecen. Los criterios de adopción siempre serán importantes en este sentido. (Se puede hablar de prudencia cuando se elige una nueva línea pero no se elimina aquélla con la que se había estado trabajando hasta entonces. Siempre es necesario tener un soporte para no caer en el vacío. Recuérdese, sin embargo, que estos casos aunque pueden darse, no lo harán con frecuencia. Aquí, más bien, nos referimos a aquellos establecimientos que no han elegido uno y trabajan con varias y sin criterios selectivos)

d. A nivel institucional, además de los requerimientos regulados por el o los Ministerios respectivos, la opción de una línea pedagógica implica también el reajuste de programaciones de los centros que optan por esas líneas. Esto supone romper, de alguna manera, los esquemas tradicionales y optar por nuevas alternativas a este nivel.

e. Las instituciones deben preparar a sus maestros en las metodologías correspondientes a la línea adoptada, pero también debe reforzar su caudal teórico para fundamentar bien las experiencia. Esto implica no sólo inversión en capacitación, sino también en la implementación necesaria de material específico para el trabajo.

f. En muchos sentidos, la adopción de una línea pedagógica implica también la adopción de los desafíos y riesgos que implica su implementación: probablemente no sólo se tratará de una adopción inofensiva de cierta línea, sino también de la adopción de paradigmas que exigen, de cierta manera, el replanteamiento del sistema hasta entonces vigente en la institución y del vigente, incluso, a nivel general.

g. La incorporación de una nueva línea no es de por sí garantía de éxito. Es necesario hacer experiencias y probar fracasos para hacer los ajustes pertinentes a los distintos contextos en los cuáles dicha línea va a enraizarse. Lo dicho implica entrar en periodos de flexibilidad en los que las programaciones a corto, mediano y largo plazo puedan irse reacomodando permanentemente.

h. Al adoptar una nueva línea, se hace necesario un acompañamiento y asesoría constantes para que la práctica de los docentes vaya cualificándose gracias a procesos de autoevaluación y autocorrección que suponen la asimilación paulatina de las claves que estructuran la línea que se ha adoptado.

i. Es preciso, además, fijarse un periodo adecuado para poder hacer evaluaciones lo más objetivas posibles. El lapso que dura una etapa escolar puede considerarse como prudente para revisar los frutos desde un punto de vista a largo plazo. Esto, sin embargo no descarta la necesidad de hacer lecturas cada final del año escolar así como cada trimestre o los periodos cortos adoptados por la institución.

j. Parte de la necesidad de evaluar el trabajo efectuado bajo nuevos parámetros implica la creación de herramientas que ayuden a hacerla más eficaz. Las distintas áreas, departamentos, estamentos docentes deben intervenir con sus aportes y experiencias para la creación de esos instrumentos.

En la práctica, ninguna de las exigencias involucradas en las razones dadas son fáciles de asumir. Si por un lado se necesita de una programación y evaluación permanente que debe ser asumida en sus propios niveles por toda la institución, por otro se pretende crear nuevos caminos que impidan cualquier tipo de congestión burocrática, precisamente en aras de la facilitación y realización de, al menos, dos aspectos:

1. Tener un camino constituye el mejor modo de acceso a un tipo de transversalidad primaria desde la cual se pueden elaborar proyectos institucionales no sólo de carácter pedagógico, sino incluso administrativo o de servicios.

Desde el punto de vista pedagógico, todo el currículo de enseñanza-aprendizaje queda subsumido en el eje mayor e incluso las exigencias planteadas por las máximas autoridades de educación pueden ser incorporadas desde una óptica propia que puede facilitar enormemente todo trabajo en ese sentido.

2. En cuanto hay un eje mayor que aglutina el trabajo pedagógico separado por áreas, asignaturas, módulos, etc., se puede empezar a elaborar diseños curriculares verdaderamente interdisciplinarios desde los cuales surjan, con la creación de comisiones ad hoc, los instrumentos de evaluación y seguimiento que se requerirán a todo nivel..

Nada de esto será posible si no se cuenta con la participación democrática de autoridades,profesores y todo el personal restante de la institución. El tema salarial, los modos de calificación del profesorado, los beneficios laborales, las posibilidades de representación laboral, la admisión de alumnos, los alumnos especiales, pensiones, etc. son aspectos a tener en cuenta en la elección de una línea de trabajo -en la medida en que dicha línea debe ser entendida en cada nivel. Si es cierto que lo pedagógico no puede mezclarse con lo laboral, no es menos cierto que la labor del maestro es la pedagogía y no pueden tratarse aisladamente, aunque también es preciso puntualizar que la institución como tal debería darles a ambos aspectos la independencia necesaria para poderlos tratar debidamente..

Cuando una institución entre en esta dinámica puede realmente convertirse en una unidad no sólo experimental, sino piloto, con la posibilidad de pasar a ser centro aglutinador y de capacitación de otros centros similares de la zona, la región, etc. Sin embargo, la dinámica implica el serio esfuerzo de rectificación constante y de automedición de fuerzas: A veces, las rectificaciones son insuficientes; entonces, habrá que ver si vale la pena continuar andando el camino emprendido. Dejarlo puede ser fácil, pero tomar otro implica la reconsideración de los presupuestos que nos llevaron a elegir el primero: esta tarea es la más sabia enseñanza que nos puede dejar una equivocación. 


 
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