Contra el aborto, a
favor de la mujer
35 personalidades norteamericanas suscribieron una
declaración publica en la que proponían una nueva forma de plantear la cuestión
del aborto se trata de defender, a la vez, tanto la mujer como al no nacido.
Entre los firmantes figuran Robert Casey, gobernador de Pensilvania; el médico
León R. Kass, de la Universidad de Chicago, activo defensor de la vida; Richard
John Neuhaus, sacerdote católico converso, autor de la difundida obra The
Cathollc Moment, otros políticos, profesores universitarios y líderes
religiosos de distintas confesiones. Ofrecemos un extracto del manifiesto,
publicado en la revista First Things (Nueva York, noviembre 1992).
Al igual que la esclavitud, el aborto plantea las más elementales
cuestiones sobre la justicia, que no se pueden eludir, ni se pueden resolver
mediante una decisión judicial: ¿Quién merece ser protegido? ¿A quién
reconoceremos derechos? ¿A quién respetaremos su dignidad humana? ¿Del
bienestar de quién se responsabilizara la sociedad? Estas preguntas entrañan
profundos temas de moralidad personal y pública. Su solución —y el modo como se
debatan— definirán qué clase de sociedad será Estados Unidos en su tercer siglo
de historia. (...)
Los primeros doscientos años de la república norteamericana
manifiestan el desarrollo de una aspiración —y un progreso— al ideal de
libertad y justicia para todos. (...) De modo ininterrumpido, se fueron
ampliando las categorías de personas a las que se otorgaba protección, de
suerte que Norteamérica se hizo una sociedad cada vez menos excluyente. Los Estados
Unidos acogieron a los inmigrantes, protegieron a sus trabajadores, liberaron a
los esclavos, emanciparon a las mujeres, ayudaron a los necesitados,
proporcionaron Seguridad Social a los ancianos, garantizaron los derechos
civiles de todos sus ciudadanos, e hicieron los espacios públicos accesibles a
los minusválidos: todo para mejor servir a sus ideales de justicia.
Después, en enero de 1973, el Tribunal Supremo, en sus sentencias
sobre el aborto Roe v. Wade y Doe v. Bolton, invirtió drásticamente esta
tendencia expansiva. (...) Los jueces privaron a todo ser humano, durante los
primeros nueve meses de su existencia, del derecho humano más fundamental: el
derecho a la vida. (...)
Hoy, se defiende el aborto como medio de garantizar la igualdad e
independencia de las mujeres y como solución a diversos problemas: los de las
madres solteras, los malos tratos a los niños y el aumento de la pobreza entre
las mujeres. La triste verdad es que la despenalización del aborto ha resultado
ser un desastre para las mujeres, los niños y las familias, y, en consecuencia,
para la sociedad norteamericana.
Llevamos veinte años de aborto prácticamente libre. Sin embargo, en
el mismo periodo se ha extendido sin cesar la pobreza entre las mujeres y los
niños. La insistencia de los partidarios del aborto libre en que sólo se debe
dejar nacer a los "niños deseados" no ha servido para mejorar nuestra
tasa de mortalidad infantil, que sigue siendo una de las más altas de los
países industrializados; y tampoco ha ayudado a disminuir los casos de malos
tratos a niños, que, por el contrario, se han hecho más frecuentes y graves.
El aborto sin restricciones no ha satisfecho ninguna verdadera
necesidad de las mujeres, ni les ha devuelto la dignidad. De hecho, ha
producido justamente lo contrario. Ha estimulado a los hombres irresponsables o
rapaces, que tienen en el aborto una excusa fácil para eludir sus obligaciones,
y ha extendido enormemente la explotación de las mujeres por parte de la
industria del aborto. (...)
Los defensores del aborto agitan el fantasma del incremento de los
abortos clandestinos, siempre que se intenta regular de algún modo la industria
del aborto, pero la verdad es que veinte años de aborto libre no han eliminado
esta tragedia. Todavía siguen muriendo o sufriendo graves lesiones mujeres y
chicas jóvenes a consecuencia de abortos legales.
Ahora sabemos lo que sucede cuando la sociedad hace de la eliminación
de la vida no nacida una cuestión de "elección" personal. La
planificación familiar responsable y de mutuo acuerdo se ha devaluado. Ya no es
sólo que la mujer afronte sola el aborto; la mayor parte de las parejas se
separan a consecuencia de él. La licencia para abortar no ha proporcionado
libertad ni seguridad a las mujeres. Más bien, ha traído una nueva era de irresponsabilidad
—que ahora empieza antes del nacimiento— hacia las mujeres y los niños. (...)
Proponemos un planteamiento nuevo, un planteamiento que no enfrenta
madre contra hijo. No hace falta legalizar el aborto para instaurar la justicia
y promover el bienestar social. Lo que se necesita son políticas responsables
que protejan y favorezcan los intereses de las madres y de sus hijos, antes y
después del nacimiento; políticas que den la máxima protección legal posible al
no nacido y la máxima atención y ayuda posibles a las mujeres embarazadas.
Nuestra tradición moral, nuestra tradición religiosa y nuestra
tradición política coinciden en el respeto a la dignidad de la vida humana.
Así, nuestras tradiciones y nuestro derecho prohiben matar excepto en caso de
legítima defensa. Análogamente, todas las leyes que protegían al no nacido,
anteriores a las sentencias Roe y Doe, incluían una excepción, para los casos
en que corriera peligro la vida de la madre. Afortunadamente hoy, el embarazo
rara vez es una amenaza a la vida o la salud de la madre. No obstante, una
política adecuada sobre el aborto debe prever esos casos excepcionales y
autorizar las acciones médicas necesarias para salvar la vida de la embarazada,
incluso cuando de ellas se siguiese inevitablemente la muerte del no nacido.
(...)
Al mismo tiempo, una política que responda más adecuadamente a las
tradiciones y convicciones del pueblo norteamericano no puede limitarse a
restaurar la protección legal al no nacido. Tendrá que tomar en serio las
necesidades de las mujeres que por sus circunstancias sociales y económicas
podrían estar tentadas a optar por la "solución" del aborto. Tendrá
que reconocer nuestra común responsabilidad, tanto en la vida publica como en
la privada, de facilitar a esas mujeres alternativas realistas al aborto.
Tendrá que ayudar a esas mujeres a cuidar de sus hijos, si deciden hacerse
cargo de ellos, así como a encontrar hogar para los que ellas no puedan cuidar.
Tendrá que procurar que la madre y el hijo tengan una vida digna antes y
después del nacimiento.
En suma, podemos y debemos adoptar soluciones congruentes con la
dignidad y el valor de todo ser humano, y que partan de la base de que la
sociedad tiene el deber de poner en práctica políticas que favorezcan
verdaderamente a las mujeres y a sus niños. Lo que queremos es una sociedad y
unas políticas que ayuden a las mujeres que tienen dificultades para llevar a
término el embarazo eliminando las dificultades, no al hijo.
La retórica abortista contiene una verdad que muchos abortistas
olvidan. El aborto es una cuestión de elección. Pero no es una
"elección" a la que se enfrenta una mujer sola en el ejercicio de sus
derechos individuales. Es una elección a la que se enfrentan todos los
ciudadanos de nuestra sociedad. Y la opción que tomemos, deliberada y
democráticamente, será una respuesta elocuente a estas dos preguntas: ¿que
clase de sociedad somos?; ¿qué clase de sociedad seremos?
Si abandonamos el principio del respeto a la vida humana, haciendo
depender el valor de una vida de que alguien la considere valiosa o deseada,
nos convertiremos en un determinado tipo de sociedad.
Hay una posibilidad mejor. Podemos optar por reafirmar nuestro
respeto a la vida humana. Podemos optar por volver a extender nuestra
protección a todos los miembros de la familia humana, incluidos los no nacidos.
Podemos optar por prestar atención efectiva a madres e hijos.