El feto: ¿"amalgama de tejidos" o ser humano?

(ACEPRENSA)

 

El transplante a enfermos de Parkinson de células cerebrales del feto presenta un comprometedor interrogante: si el tejido cerebral del feto está desarrollado hasta el punto de servir para ese tratamiento, ¿no es señal de que el feto es ya una persona? Es lo que traen a colación los doctores Paul Rannalli y Paul O'Connor, del departamento de Neurología de la Universidad de Toronto, en un artículo publicado por The Globe and Mail (Toronto, ll-II-92).

En Halifax, el pasado mes de diciembre se trasplantó tejido cerebral de un feto abortado a un hombre de 71 años que padecía la enfermedad de Parkinson. En los tres últimos años, se han realizado varias docenas de operaciones similares a ésta en todo el mundo.

(...) Nuestra primera reacción será, probablemente, de asombro, al considerar este último milagro de la tecnología médica. Cuando contemplamos, con admiración, esta infusión de vida nueva en un cerebro que se estaba degenerando, algunos hacemos una pausa momentánea para preguntarnos de dónde viene esta "nueva vida". Pues se plantea ante nosotros una pregunta fundamental: ¿cuándo comienza la vida humana individual?

Quienes postulan la libre elección en materia de aborto evitan habitualmente esta cuestión. Pues precisar una etapa del embarazo en la que el feto puede ser considerado un ser humano es admitir que hay un momento de la gestación a partir del cual el ''derecho" al aborto no es absoluto.

(...) El transplante de tejido fetal dirige la atención hacia ciertos datos científicos sobre el desarrollo humano embrionario que deberían ser algo más que una pequeña perturbación para todo aquél que piense un poco. ¿Por qué? Porque si esta operación resulta ser un éxito, destruirá la teoría de que el feto es sólo una "amalgama de tejidos", muy primitiva y sin desarrollar, nada más que una parte del cuerpo materno. Este tipo de discurso debe ser muy tranquilizador para la mujer con un embarazo no deseado, que busca una salida, pero está acongojada por la sospecha de que el aborto representa la libre disposición sobre una vida humana única e individual.

(...) La mayoría de los pro-aborto mantienen que el feto es "como un grano" al menos durante el primer trimestre de embarazo, hasta las trece semanas de gestación. (...) De hecho, la mayoría de los abortos se realizan durante el primer trimestre, normalmente entre la octava y la duodécima semana. Este es precisamente el periodo en el que los cerebros de los fetos abortados son "recolectados" para el transplante a otros seres humanos. Alguna clínica norteamericana usa incluso fetos de siete u ocho semanas.

¿Qué se deduce de todo esto? Lejos de ser un "grano", el feto de tres meses de edad no sólo tiene cerebro, sino que ha alcanzado ya un formidable nivel de especialización. La "sustancia negra", esa pequeña zona del cerebro que contiene las células productoras de dopamina (precisamente las que degeneran en el enfermo de Parkinson), existe y trabaja activamente en un feto de ocho semanas. Esta zona no es la más elemental del sistema motriz. Muy al contrario, es la parte del sistema nervioso que da soltura y precisión a los movimientos voluntarios del individuo. En otras palabras, se trata de uno de los elementos más complejos de la estructura cerebral.

He aquí el dilema, en el que no se pueden escoger las dos alternativas a la vez. El feto, durante el primer trimestre, no puede ser a la vez un "grano" y un ser humano con una estructura cerebral tan especializada que resulta apta para transplantes. (...) Si la función cerebral es considerada, con razón, como el criterio más relevante para establecer la existencia de una vida humana (como lo es para el final de la vida, definida por el criterio de la muerte cerebral), ¿cómo puede negarse la personalidad a un joven feto humano?

(...) La regla de considerar persona al ser humano sólo a partir del nacimiento es una ficción legal obsoleta que se apoya en referencias médicas del siglo XVI. (...) Los nuevos transplantes son valiosos a primera vista, pero debemos reflexionar sobre lo que sabemos acerca de la humanidad del feto, y preguntarnos en qué clase de sociedad queremos vivir.

El Parlamento tiene el deber de proporcionar una legislación que sirva de guía al Tribunal Supremo, para que éste aplique al feto la protección que la Declaración de Derechos Humanos contempla para la persona.

 

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