SOBRE LA LLAMADA «ANTICONCEPCIÓN DE
URGENCIA»
Jaime
Molina
En febrero
de 1997, la Administración de Alimentos y Drogas (FDA) de Estados Unidos declaró
que «el empleo de ciertos anticonceptivos orales combinados... es seguro y
eficaz como anticoncepción de emergencia después del coito». Estas palabras
encierran, en realidad, un hecho de graves consecuencias: la ingesta de
determinados preparados hormonales en los primeros días que siguen a una
relación sexual realizada en días potencialmente fértiles de la mujer, da una
alta probabilidad (75%) de abortar precozmente un posible embarazo.
e sabe desde
hace años que ciertos métodos artificiales de control de la natalidad tales
como la píldora, el Norplant, la Depo-Provera y los dispositivos intrauterinos
(DIUs) actúan no sólo como anticonceptivos sino también como agentes que
inducen el aborto (abortivos). Esta segunda acción la realizan modificando el revestimiento
de la matriz de la mujer, que se incapacita para recibir al embrión; y en caso
que se produzca la anidación, impiden su nutrición y el desarrollo normal de la
vida recién concebida en el útero de la madre.
Se está
promoviendo cada vez más el papel de la píldora como agente abortivo. El
Colegio de Obstetras y Ginecólogos de los Estados Unidos ha lanzado una campaña
nacional para garantizar que todas las mujeres se enteren del «secreto mejor
guardado»: que las píldoras anticonceptivas son muy efectivas para el control
de la natalidad después del coito. Además, los siete organismos más poderosos
en el ámbito del control demográfico han anunciado que han establecido un
Consorcio y han empezado a distribuir circulares para informar a sus colegas acerca
de su compromiso de suministrar «píldoras anticonceptivas de emergencia» como
forma estándar de atención de la «salud reproductiva».
El Consorcio,
del que son miembros organizaciones tales como la Federación Intemacional de
Paternidad Planificada (IPPF) y la Organización Mundial de la Salud (OMS), está
trabajando en colaboración con la industria farmacéutica para aumentar la
producción de píldoras «anticonceptivas de emergencia» y ha declarado su
intención de hacer presión sobre los gobiernos locales para mejorar el acceso
mundial a estos abortivos.
Estas
presiones se ejercerán tanto sobre los gobiernos locales como sobre los
laboratorios farmacéuticos para una mayor producción y accesibilidad a la
«anticoncepción de emergencia» por parte de las usuarias. Se solicita que estos
productos se despachen en las farmacias bajo la clasificación de producto
básico —para que se pueda vender incluso sin receta médica—, y que esté
ampliamente disponible en todas
las
instituciones de asistencia sanitaria para las mujeres (consultorios de salud,
urgencias médicas en los hospitales, etcétera), y en particular para las
adolescentes.
La difusión
de esta práctica de control de los nacimientos ya se está aplicando en algunos
países del norte de Europa y en Norteamérica. Su promoción y experimentación es
apoyada —sobre todo, pero no exclusivamente—, en los países en vías de
desarrollo o, en todo caso, en condiciones precarias (guerras, carestías,
migraciones masivas, etc.), por los citados organismos internacionales notoriamente
«comprometidos» con las campañas de planificación de la natalidad.
Entre los
motivos aducidos por quienes apoyan dicha campaña de la «anticoncepción de
emergencia» , estaría la doble finalidad de contrarrestar los fallos de
la anticoncepción llamada ordinaria y de reducir el porcentaje de
mujeres que no adoptan ninguna técnica anticonceptiva y que recurrirían,
eventual o repetidamente, al aborto quirúrgico como instrumento de control de
los nacimientos; aborto que, en determinadas situaciones, es considerado como
no seguro para la mujer.
Así pues, la
«anticoncepción de emergencia», se puede definir como el término que engloba un
conjunto de prácticas llevadas a cabo para impedir un eventual embarazo no
deseado, y cuyo mecanismo de acción es el de contrarrestar el desarrollo del
embrión humano, una vez que se ha producido la fecundación. Aunque no se pueda
excluir que la «anticoncepción de emergencia» podría actuar bloqueando a veces
la ovulación, en general se trata de una acción directa sobre el embrión y, por
tanto, de una práctica abortiva.
El término de
«emergencia» se añade, también, para indicar la solicitud de utilizar tales
prácticas en tiempos muy breves después de una relación sexual que se supone
fecundante.
Modalidades de uso
En la
actualidad las modalidades utilizadas de «anticoncepción de emergencia» son: a)
administración repetida de estrógenos a dosis muy altas; b) dosis elevadas de
una combinación estroprogestínica o de sólo progestínico; c) administración de
danazol e inserción del dispositivo intrauterino; d) en los países en los que
se vende, está en fase de experimentación también la mifepristona, mejor
conocida como RU-486, que actúa —al igual que el danazol— impidiendo la
implantación uterina del embrión que se ha concebido.
Es
interesante señalar que las altas dosis de estroprogestínicos administradas
como anticoncepción de emergencia son equivalentes a la cantidad de hormonas
absorbidas por la mujer en 2 años cuando las usa como anticonceptivos
ordinarios.
Los estudios
efectuados en mujeres a las cuales se les han administrado estroprogestínicos
combinados en la inminencia de la ovulación han mostrado, también, en
ocasiones, la inhibición de la liberación del óvulo. Este efecto, más
propiamente «anticonceptivo» y no previsible en las usuales modalidades de
administración del producto, estaría presente solamente en el 20 por ciento de
los casos.
Efectos secundarios de los «anticonceptivos de emergencia»
Entre los
efectos colaterales de la absorción de estrógenos y de estroprogestínicos se
señalan: náuseas, vómito, cefalea, metrorragias —más frecuentes en el caso de
que se use sólo el levonorgestrol—; pero se han señalado también raros
episodios de edema pulmonar agudo, así como una creciente incidencia de
embarazos ectópicos. Sin embargo, no se han advertido efectos y riesgos a largo
plazo de la «anticoncepción de emergencia» hormonal, sobre todo en el caso en
que se practique más de una vez en el curso de la vida fértil de la mujer.
La inserción
del dispositivo intrauterino no es tan utilizado, desde el momento en que
ejercería su efecto hasta 5-7 días después de la ovulación, pero es una opción
cuando hay contraindicaciones del uso masivo de estrógenos y de
estroprogestínicos (por ejemplo, en mujeres fumadoras y/o con más de 35 años).
El mecanismo de acción es —en la eventualidad de un embarazo— de tipo abortivo:
se inserta en el útero algunos días después de la relación sexual y el
endometrio, al volverse inhóspito por la presencia de un cuerpo extraño, no
permite la implantación del embrión ya formado. Entre los efectos colaterales
de la inserción del dispositivo se señalan: calambres uterinos, metrorragias y
creciente incidencia de enfermedad pélvica inflamatoria.
Otras
consecuencias negativas derivan del hecho de que, cuando la vida humana recién
concebida es expuesta a una dosis excesivas de hormonas, con mucha posibilidad
puede verse afectada por efectos secundarios indeseables. Se ha descubierto,
por ejemplo, que los varones concebidos por mujeres al poco de dejar la
píldora, tienen altas tasas de esterilidad y problemas con los órganos
reproductivos.
El empleo de
substancias que inducen el aborto también exponen a un riesgo mayor de tener
hijos con defectos congénitos tales como un desarrollo defectuoso de las extremidades,
o anormalidades cardíacas. Por ello, los esfuerzos de la FDA por restar
importancia a la gran potencia hormonal de las megadosis «anticonceptivas de
emergencia» no puede aceptarse como un argumento científico válido.
Cuando una
mujer tiene relaciones sexuales durante su fase fértil y luego toma la píldora
«anticonceptiva de emergencia», es probable que la vida recién concebida se
implante sin dificultad —incluso si el tratamiento de «emergencia» se aplica
antes de la ovulación—, pues tienen una tasa de efectividad anovulatoria
notablemente menor que las píldoras que se toman regularmente. Y aunque no
logre impedir la implantación inicial del bebé recién concebido, actuará sobre
el endometrio alterándolo sustancialmente a causa de los elevados niveles de
hormonas que la mujer ingiere repentinamente. De hecho, se ha visto que las
mujeres que han tomado dosis altas hormonales sin hacerlo por motivos de
«emergencia» corren un riesgo triple de sufrir abortos espontáneos después de
concebir.
En otras palabras,
el bebé se implanta y está recibiendo alimento, y a continuación se ve
despojado de su sistema de apoyo vital en un proceso de aborto químicamente
inducido. En este sentido, el mecanismo de acción de la píldora es similar, en
cierto sentido, al de otro conocido abortivo, la mifepristona (RU-486). Este es
un antagonista de la progesterona que no sólo impide la implantación, sino que
(cuando se le combina con una prostaglandina) arranca la vida humana ya
implantada del revestimiento del endometrio.
La valoración moral
De todo lo
que hasta ahora llevamos dicho resulta claro que el mecanismo de acción de la
llamada «anticoncepción de emergencia» se explica, en la mayoría de los casos,
impidiendo que un embrión recién concebido anide en la pared uterina y que
continúe su desarrollo. Se causa, en otras palabras, un aborto, la destrucción
de un ser humano recién concebido: un acto gravemente ilícito en detrimento del
más inocente de los individuos humanos.
Sorprende la
manipulación a que se ha sometido el lenguaje para poder afirmar, en la
literatura especializada, que la «anticoncepción de emergencia» no actúa con un
mecanismo abortivo o que gracias a ella se ha reducido el porcentaje de
abortos. Tales afirmaciones no son otra cosa que el fruto de una manipulación
semántica con el fin de legitimar la destrucción del embrión humano en nombre
del respeto de la autonomía de la mujer.
Primero se
dice artificiosamente que el embarazo empieza con el inicio de la implantación
del embrión en la pared uterina (ni antes del día 6, como límite mínimo, no
después del día 14, como límite máximo), como si en los días anteriores no
existiera ya una nueva vida en el seno materno. Después, se manipula el
concepto de embrión humano, que recibe el nombre de «preembrión» antes de su
implantación definitiva en el útero materno —esta terminología no se usa en
experimentos con embriones de animales—. Finalmente, el aborto —según estos
mismos autores— sólo merecería ese nombre si sobreviene después de la
implantación.
Por consiguiente,
la «anticoncepción de emergencia» —se dice— por actuar antes de la
implantación, no determinaría el aborto de un embarazo ya iniciado: el efecto
sería únicamente el de «impedir la anidación del preembrión en el útero» (!).
Estas afirmaciones no encuentran confirmación posterior en las pruebas de
bioanálisis (el embrión produce grandes cantidades de gonadotrofina coriónica
desde los primeros días de su existencia, claramente detectables), y prescinden
de la realidad de los hechos: la supresión de una vida humana en las fases
iniciales.
Es necesario,
entonces, devolver el justo significado a cada término, de manera que todos
sepan qué realidad se esconde detrás de la «anticoncepción de emergencia»: esa
realidad debe interpelar a la conciencia de cada uno, en particular de los
diversos agentes sanitarios (médicos, enfermeras, farmacéuticos, etcétera), que
deben poder presentar una objeción de conciencia si —en nombre del respeto de
la verdad y de la dignidad de la persona— no quieren contribuir, mediante la
prescripción o la dispensación de tales productos, a la destrucción de
individuos humanos.
El hecho de
que tales sustancias puedan tener, en algunos casos, sólo un efecto
antiovulatorio o que no ejerzan ningún efecto en caso de que no se produzca la
fecundación, no modifica el juicio ético sobre una práctica semejante: al
recurrir a la «anticoncepción de emergencia» se asume voluntaria o
deliberadamente el riesgo de provocar un aborto. En otras palabras, si hubiera
un embarazo, la mujer o el médico se habrían decidido por el aborto. No
obstante, por permanecer siempre un cierto grado de incertidumbre respecto la
posibilidad de la concepción de la criatura —y aparte de la posible ignorancia
de la ley canónica—, no parece que se incurra en excomunión latae sententiae.
Continuar la explotación de la mujer
La
circunstancia más frecuente para tomar los «anticonceptivos de emergencia» se
da cuando una mujer ha tenido lo que se suele llamar «coito sin protección» y
le preocupa la posibilidad de quedar embarazada. Sin embargo, muchas mujeres no
saben que la posibilidad de quedar embarazadas se limita a una sola fase de
aproximadamente 100 horas en cada ciclo menstrual, o un promedio de cinco días
al mes. Por lo tanto, es posible que esta píldora se emplee en muchas ocasiones
cuando la mujer no corre casi ningún riesgo de quedar embarazada, y en cambio,
las hormonas femeninas administradas en dosis tan altas alterarán el delicado
mecanismo del ciclo reproductivo y tendrá los efectos secundarios ya señalados.
Las mujeres
seguirán siendo explotadas por las organizaciones de control demográfico,
médicos irresponsables y grupos interesados que, junto con la industria
farmacéutica, se benefician al mantener a las mujeres en la ignorancia acerca
de sus signos naturales de fertilidad y de la brevedad de su fase fértil.
Las
organizaciones de control demográfico trabajan para aumentar el empleo de
substancias que inducen el aborto, particularmente en países del Tercer Mundo,
a los que se presiona para que apliquen los programas llamados de «salud
reproductiva» como condición para recibir asistencia internacional. Estos
países, que con frecuencia no pueden darles a sus ciudadanos servicios básicos
de atención de la salud, se ven luego obligados a encarar la carga adicional de
una mayor incidencia de enfermedades venéreas y la necesidad de dar atención a
todas las mujeres que sufren los efectos dañinos del empleo de abortivos.
Conclusión
Los abortos
químicos son, indudablemente, más secretos y confidenciales que los abortos
quirúrgicos y, si nadie se opone a ellos, continuarán propagándose por todo el
mundo. No se puede pasar por alto la creciente degeneración moral que
acompañará a esta tendencia, particularmente ahora que ya se ha visto
claramente que la «revolución sexual» y el advenimiento del empleo de
anticonceptivos desde los años sesenta contribuyó de manera significativa a la
promiscuidad, la desintegración de los valores familiares y de la estabilidad
familiar.
Frente a
quienes objetan que no se debe dejar a las mujeres sin opción alguna para
controlar la fertilidad, es necesario informarles de que existe una opción
auténtica, científicamente válida y estadísticamente comprobada en su eficacia,
de planificación natural de la familia. Las técnicas de control natural de la
ovulación se han ensayado rigurosamente durante los últimos dos decenios y han
demostrado ser un 98-99 por ciento efectivas para las mujeres que desean lograr
o evitar el embarazo.
La planificación
familiar natural no tiene efectos secundarios dañinos y tiene la tasa de
continuación más alta, precisamente porque no se basa en el empleo de productos
químicos artificiales que alteran el sistema reproductivo. Es sencilla de
aprender y económica de usar. Los únicos que se benefician de la planificación
familiar natural son las personas que la emplean. Algunos estudios demuestran
que las parejas que utilizan los procedimientos naturales para planificar su
familia tienen una tasa de divorcio del 2 al 5 por ciento, en comparación con
el 50 por ciento de las que utilizan anticonceptivos.
Cuando los
esposos se deciden a planificar sus familias de modo natural, viene como
consecuencia el realce de su relación amorosa, porque la abstinencia es la
forma de decir «te quiero» con un amor que transciende y se manifiesta más allá
del modo físico de expresarlo.
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