Copias de ovejas y
hombres
Antonio Pardo
(aceprensa)
Departamento de
Bioética de la Universidad de Navarra
Acaba de saltar a los
periódicos la noticia de la donación de una oveja adulta a partir de una célula
de su ubre. Aunque el experimento obtuvo éxito hace ya varios meses, los
científicos han esperado a comprobar que la oveja se desarrollaba con
normalidad, y sólo la semana pasada salió publicado con sus detalles técnicos
en la revista Nature.
El éxito del experimento ha
planteado, de modo realista, y no como futurible de ciencia-ficción, la
posibilidad de donar otros animales o al hombre a partir de algunas de sus
células. Evidentemente, el análisis ético de la situación es completamente
distinto en ambos casos.
La clonación de animales
muestra dos aplicaciones principales. La primera es conseguir unos animales con
capacidades óptimas de producción de leche, carne, etc. Este objetivo, una vez
que se vea comercialmente aplicable, reúne indudables ventajas: en vez de tener
que mantener un programa de cruces selectos para conseguir animales que
presente características indeseables, bastará clonar un ejemplar que muestre
dichas características para conseguir una cabaña óptima desde el punto de vista
ganadero.
El inconveniente principal,
que ya ha salido a la luz pública, es el empobrecimiento del patrimonio
genético de los animales obtenidos de esta manera: en vez de tener en un rebaño
mucha variedad de genes, todos los ejemplares serán absolutamente idénticos.
Aunque esta es la ventaja que se busca, es también el mayor problema: ante la
aparición de una enfermedad que afecte a estos animales idénticos, todos
tendrán la misma susceptibilidad. Una epidemia puede acabar con todos con gran
rapidez, y así, el hombre, por medio de la técnica, conseguiría destruir parte
de la naturaleza que debe cuidar. Esto no sucedería si los animales son
distintos y muestran una susceptibilidad diversa a la enfermedad que pueda
atacarles. Clonar por sistema a los animales puede ser una gallina de huevos de
oro, pero extraordinariamente frágil y peligroso para la supervivencia de la
especie doméstica clonada.
La segunda aplicación es más
limitada, pero menos problemática: actualmente existen animales modificados
genéticamente que producen en su leche sustancias que resulta carísimo obtener
por otros procedimientos, que, además, consiguen sólo cantidades exiguas.
Modificar genéticamente los animales es extraordinariamente complicado, y la obtención
de un buen resultado depende en buena medida de la suerte. Sin embargo, la
clonación puede salvar esta dificultad: donar los animales modificados
genéticamente parece ser una operación más sencilla que intentar producirlos de
nuevo. De esta manera, se puede abaratar el costo de ciertos productos
farmacéuticos de origen orgánico, como pueden ser los factores de coagulación
que se emplean en el tratamiento de los hemofílicos.
Esta clonación, al ser en
muy pequeña escala, no supone peligro para la especie, pues siguen existiendo
muchos ejemplares con dotación genética distinta, que garantizan que la especie
conservará todas sus potencialidades para resistir una posible epidemia.
Con respecto a la clonación
de seres humanos, la cuestión es completamente distinta. Con el hombre, no
tienen sentido ni los objetivos ganaderos ni los de producción de sustancias de
interés farmacéutico. Y, desde el punto de visto médico, no alcanza objetivos
preventivos ni terapéuticos.
Peticiones
sin sentido
Sin embargo, la cuestión se
complica cuando entran en juego los motivos sentimentales. Al conocer la
existencia de Dolly, una mujer expresó su deseo de que se obtuviera una célula
de su padre difunto, para poder gestarlo de nuevo y recuperarlo. Y padres que
han perdido a su hijo pueden querer volver a tenerlo realizando una copia a
partir de una célula del fallecido.
Estas peticiones carecen
completamente de sentido: lo que se obtendría sería un ser humano distinto,
físicamente igual al fallecido, pero que sería él mismo, del mismo modo que los
hermanos gemelos idénticos son iguales físicamente, pero son personas
distintas, con un comportamiento propio, que puede ser muy dispar si la
educación y el ambiente en que se desarrollan es diferente.
"Recuperar" a un difunto no consigue su objetivo; simplemente fabrica
un ser humano físicamente igual al fallecido, nada más. Y ese objetivo no es
más que un capricho estúpido.
Por otra parte, hay que
considerar que el reciente Código Penal español castiga específicamente los
intentos de clonación de seres humanos. Aunque en otros países no existe
legislación al respecto, todos los científicos consideran semejante intento una
aberración carente de sentido y proscrita por una práctica médica mínimamente
ética. Además, esta práctica lesionaría el derecho básico del hombre a ser hijo
de sus padres y a ser fruto del amor de un matrimonio que constituye la familia
donde él madurará física y humanamente.
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