Aspectos morales de la drogadicción
Los conceptos
que se expresan a continuación resumen la ponencia presentada por el Dr. Javier
Lozano, presidente del Consejo pontificio para los agentes sanitarios, en el
Congreso celebrado en Santiago de Chile sobre «Políticas y aplicaciones
tecnológicas para el control de los estupefacientes y sustancias
psicotrópicas», donde se recoge la postura que Juan Pablo II ha sostenido en
numerosas ocasiones sobre el fenómeno de la droga.
Introducción
Del 9 al 11 de octubre
de 1997 se desarrolló en el Vaticano el Congreso «Solidarios por la vida»,
organizado por el Pontificio Consejo de la pastoral para los agentes de la
salud, como respuesta a la petición de ayuda hecha al Papa por el Dr. Giorgio
Giacomelli, director ejecutivo del programa internacional de control de la
droga de las Naciones Unidas en Viena, quien manifestó en su solicitud al Papa
que la policía y el sistema jurídico internacional no están capacitados por sí
solos para hacer desaparecer un fenómeno tan vasto y difuso. Por tal motivo
pedía ayuda a la Iglesia, «sobre todo en el campo de la prevención; para que la
difusión de los grandes valores morales alejen a las nuevas generaciones del
consumo de la droga».
La Iglesia católica,
fuertemente comprometida en el campo de la prevención y de la recuperación de
los tóxicodependientes, considera el fenómeno de la droga como una emergencia
pastoral, que implica a todas las naciones y a todos los grupos sociales (ricos
y pobres, jóvenes y adultos, ancianos, hombres y mujeres) y que necesita una
respuesta decidida para frenar la gran degeneración ética que produce.
Al término del
Congreso, en el que intervinieron 90 expertos provenientes de 45 países donde
el problema es mayoritariamente advertido, emergieron una serie de
orientaciones que obtuvieron un amplio consenso:
1. Las experiencias conducidas hasta ahora por algunos países sobre la
liberalización y la legalización de la droga han sido desastrosas. Es necesario
comenzar por proponerse el verdadero problema, que no es la sustancia que se
consume sino el hombre que la usa.
2. El fenómeno de la droga, es síntoma de un gran malestar que toca la
cultura y la ética, y va, por tanto, más allá de los limites de una cuestión
sanitaria, de una problemática sectorial.
3. La droga es, al mismo tiempo, fruto y causa de una gran degeneración
ética y de una creciente desintegración social.
4. El fenómeno de la droga no interesa sólo a los países ricos. En muchos
países en vías de desarrollo, por motivos diversos (miseria, desocupación,
urbanización, cambio de costumbres) se hace hoy un uso de los estupefacientes,
y el fenómeno está creciendo cada vez más en cuanto toca a la producción, al
consumo, al tráfico y al reciclaje.
5. La aportación de la Iglesia es complementaria a la respuesta de varios
protagonistas que trabajan en el campo (políticos, agentes sociales y de la
salud, padres de familia, educadores, juristas, dirigentes,...) y es un
itinerario de liberación que lleva al descubrimiento o al redescubrimiento de
la propia dignidad de hombres y de hijos de Dios.
Panorámica general
sobre el fenómeno de la droga
Entre las amenazas
extendidas hoy contra la juventud y la sociedad entera, la droga se coloca en
los primeros puestos como peligro tanto más insidioso cuanto más invisible, y
todavía no evaluado adecuadamente en la amplitud de su gravedad. Favorecida por
grandes intereses económicos y a veces también políticos, se ha extendido por
todo el mundo desde las metrópolis hasta las pequeñas poblaciones, y de las
naciones más ricas e industrializadas hasta el tercer mundo.
El comercio de la
droga desequilibra a los países. El flagelo de la violencia y del terrorismo, agravado
por el infame comercio de la droga, pone en peligro el equilibrio social de
países enteros. La droga se conecta íntimamente con la «cultura de la muerte»:
no se pueden dejar de condenar las devastaciones que toda clase de violencia y
el comercio de la droga causan en algunas sociedades hasta sacudir sus mismos
fundamentos, por los asesinatos, los raptos o la desaparición de personas
inocentes... Por desgracia es constatable que este fenómeno llega hoy a todas
las regiones del mundo.
Se trata de un fenómeno
de vastas proporciones, no sólo por el altísimo número de vidas truncadas, sino
también por el preocupante extenderse del contagio moral, que llega hasta los
niños, constreñidos a ser distribuidores y también consumidores; afectando a
jóvenes y adultos muchos de los cuales mueren o van a morir prematuramente, en
tanto que otros se encuentran disminuidos en su ser íntimo y en sus
capacidades.
Muchas veces la droga
se relaciona con enfermedades como la hepatitis y el SIDA; con otras lacras
como el comercio de armas, el terrorismo, la destrucción de relaciones
familiares. Un peso particular recae sobre la mujer, con frecuencia constreñida
a la prostitución para sostener al marido que se droga, o a procurarse el
dinero necesario para sus propias dosis.
Se calcula que para
poder reducir substancialmente la ganancia de los traficantes, tendría que
interceptarse al menos el 75% del tráfico internacional de la droga. El tráfico
de cocaína y heroína, está en gran parte controlado por organizaciones dirigidas
por grupos criminales fuertemente centralizados, con la implicación de una
amplia gama de personal especializado: desde los químicos hasta los
especialistas en comunicaciones y en el reciclaje de dinero; desde los abogados
hasta los guardias de seguridad.
En la actualidad,
Afganistán, Irán, Pakistán, Laos, Myanmar y Tailandia tienen el 90% del cultivo
del opium poppy. En 1996 produjeron 5000 toneladas de goma de opio, de
las que una tercera parte se consumió como opio y las otras dos terceras partes
se transformaron en 300 toneladas se heroína.
Perú, Colombia y
Bolivia producen el 98 % de la coca mundial; en 1996 se produjeron 1.000
toneladas de cocaína provenientes de 300.000 toneladas de coca.
La marihuana se
produce en innumerables países, principalmente en Africa.
Las drogas sintéticas
se producen en laboratorios ilegales, en especial en Estados Unidos, Canadá,
Australia y varios países de Europa occidental. Se trata de estimulantes tipo
anfetamina y del MDMA, conocido como éxtasis.
Causas del fenómeno de
la drogadicción
Aunque una de las
causas más patentes del fenómeno de difusión de la droga es la ambición del
dinero, que se apodera de muchas personas y las trasforma, mediante su comercio
en traficantes de la libertad de sus hermanos, los psicólogos y los sociólogos
afirman que la primera causa que impulsa a los jóvenes y adultos a la
experiencia de la droga es la falta de claras motivaciones de vida. La falta de
puntos de referencia, el vacío de valores y la convicción de que nada tiene
sentido y de que no vale la pena vivir; el sentimiento trágico de vivir en un
universo absurdo, puede incitar a algunos a buscar fugas desesperadas,
agravadas por el sentido de soledad y la incomunicabilidad que pesa sobre la
sociedad moderna y en la familia; así como por la falta de confianza en sí
mismos, en los demás y en la vida en general.
La droga explota la
fragilidad de los débiles, que intentan colmar con ella el vacío espiritual que
padecen. En su origen hay frecuentemente un clima de escepticismo humano y
religioso, de hedonismo, que finalmente lleva a la frustración, a la convicción
de la insignificancia de la misma vida, a la degradación violenta.
La toxicomanía debe
considerarse como el síntoma de la dificultad de encontrar su lugar en la
sociedad, de un miedo al futuro y de una huida a una vida ilusoria y
artificial. Estamos en un mundo carente de esperanza, al que le faltan
proposiciones humanas y espirituales vigorosas. De hecho, numerosos jóvenes
piensan que todos los comportamientos son equivalentes, sin llegar a distinguir
el bien del mal.
La toxicomanía esta
ligada al estado actual de una sociedad permisiva, secularizada, en la cual
prevalecen el hedonismo y el individualismo, pseudovalores, falsos modelos. Un
motivo constante y fundamental del uso de la droga es junto a la ausencia de
valores morales, la falta de armonía interior de la persona. Se origina allí
donde la sociedad y la familia no consiguen transmitir los valores. Sin valores
el drogadicto es «un enfermo de amor».
La raíz del problema
de la drogadicción no está tanto en el producto consumido sino en el
consumidor. Recurrir a la droga es un signo de malestar profundo en la persona
que a ellas recurre. El individuo que recurre a la droga está haciendo una
solicitud de ayuda; no sólo siente un deseo de reconocimiento y valoración,
sino también de amor. El problema no estriba en la droga, como tal sino en la
enfermedad del espíritu que lleva a la droga. Se da un nexo entre la patología
causada por el abuso de las drogas y la patología del espíritu que lleva a la
persona a huir de sí misma y a buscar placeres ilusorios, escapando de la
realidad, hasta tal punto que se pierde totalmente el sentido de su existencia.
Juicio moral
El consumo y tráfico
de estupefacientes merece un rechazo total: es totalmente incompatible con la
moral cristiana. El Papa ha llamado a los traficantes de la droga «mercaderes
de muerte». Llama al comercio de la droga, «infame comercio»; se ha referido a
la droga como a un «flagelo»; ha hablado de los crímenes de la droga, de las
devastaciones causadas, de la droga como factor disgregante del mundo juvenil
que vuelve esclavos a los que la consumen; que es fuerza de división, de
mercado deshonesto. La lucha contra la droga es un grave deber conexo con el
ejercicio de las responsabilidades públicas.
El drogarse siempre es
ilícito, porque comporta una renuncia injustificada e irracional a pensar, a
querer y a actuar como persona libres... No se puede hablar de la libertad de
drogarse, ni del derecho a la droga, porque el ser humano no tiene derecho e
perjudicarse a sí mismo y jamás puede abdicar de a dignidad personal que le
viene de Dios.
Estos fenómenos —es
necesario siempre recordarlo— no sólo perjudican el bienestar físico y
psíquico, sino que frustran a la persona exactamente en su capacidad de darse a
los demás. Esto es particularmente grave en el caso de los jóvenes, cuando
viven una edad que se abre a la vida, a los grandes ideales, la época del amor
sincero y generoso que puede quedar debilitado o frustrado para siempre.
Con relación al
aspecto psicosomático de la drogadicción bastará recordar lo que la ciencia
afirma en torno a la acción bioquímica de la droga introducida en el organismo.
Es como si el cerebro viniese golpeado violentamente: todas les estructuras de
la vida psíquica se vuelven distorsionadas bajo el impacto de estos estímulos
excepcionales y desordenados..., la tóxicodependencia más que una enfermedad
del cuerpo es una enfermedad del espíritu.
El drogarse, excluido
el caso de prescripción estrictamente terapéutica, constituye de por sí una
culpe grave (cf. Catecismo, n. 2291). Por supuesto que en cada caso
concreto habría que atender al grado de responsabilidad personal del individuo
pare poder o no hablar de la gravedad de su propia culpa.
Liberalización de la
droga
La droga no se vence
con le droga. La droga es un mal y al mal no se le hacen concesiones. La
legalización, aunque parcial, no surte los efectos que eran prefijados. Una
experiencia ya común lo confirma. No nos puede extrañar el sentimiento de
impotencia que invade la sociedad.
Hay corrientes de
opinión que proponen legalizar la producción y el comercio de algunas drogas
con la intención de encuadrar su consumo para intentar controlar los efectos.
Pero al banalizar el uso de ciertas drogas, incluso desde la escuela, se
favorece un pensamiento que busca minimizar los peligros distinguiendo entre
drogas ligeras y drogas pesadas, conduciendo a proposiciones de liberalizar el
uso de las más suaves. Esta distinción atenúa los peligros inherentes a todas
las drogas, y en particular a las conductas de dependencia, la atenuación de la
conciencia, la alienación de la voluntad y libertad personales.
Respecto la
liberalización de las drogas ligeras, algunos opinan que propicia un paso para
el uso de las pesadas y, además, un paso irreversible que no abatirá el mercado
negro de las mismas ni disminuirá la violencia y la criminalidad. La droga es
un mal y al mal no se le deben hacer concesiones. La distinción entre drogas, ligeras
o pesadas, conduce a un callejón sin salida; la tóxicodependencia no tiene su
origen propiamente en determinada sustancia, sino en lo que conduce a un
individuo a drogarse.
Otros sugieren que
éstas no implicarían dependencia bioquímica ni efectos secundarios en el
organismo; que así se conocería mejor los drogadictos, se les podría acompañar
mejor y prestarles ayuda. Sin embargo, se comprueba que tales drogas crean
pérdida de atención y alteración del sentido de la realidad; favorecen primero
el aislamiento y luego la dependencia y el paso a productos más fuertes. En el
ámbito farmacológico no se pueden distinguir las ligeras de las duras. Los
factores decisivos son la cantidad consumida, el modo de asimilación y las
eventuales combinaciones, complicadas por el hecho de que todos los días llegan
al mercado nuevas drogas con nuevos efectos.
En realidad,
liberalizar la droga indica que no se quiere seguir luchando contra ella, o
bien que se pretende crear una subclase de seres humanos. Liberalizar la droga
llevaría a aceptar su legalidad y se crearía una confusión, ya que se puede
pensar que lo legal es normal y lo normal es moral. Los efectos más probables
de la legalización serían: mayor criminalidad, accidentes de tránsito más
frecuente y graves, pérdida de empleos, incremento del problema sanitario, el
Estado negligente del bien común, pues se abre a la destrucción del joven; y la
violación del principio de equidad y de subsidiaridad, pues se descuidarían a
los más pobres.
Las drogas
substitutivas tampoco son una terapia suficiente, sino más bien una forma
velada de rendirse al fenómeno..., como ya se ha señalado antes, en el abuso de
la droga el verdadero problema no está en la sustancia utilizada, sino en la
persona del tóxicodependiente. Hay países en los que el uso de le droga no se
castiga y sí su distribución, y hay otros países donde ambos son delitos
penados. En algunos las penas son severísimas, desde trabajos forzados hasta la
horca. En el caso de que el Estado organizase la distribución de la droga se
volvería en su máximo distribuidor, lo que es absurdo.
El criterio concreto
que se ha querido tomar para permitir la distribución, por ejemplo del hashish,
ha sido si éste hace o no daño físico al organismo; pero el problema no es el
daño físico sino el psicológico, y de comportamiento. La droga como autoterapia
para los males morales y dificultades personales, en lugar de curarlos, los
agrava. El empeño de todos debe mirar no sólo hacia la reducción de le oferta,
sino especialmente de la demanda, con un proyecto educativo centrado en la
verdad, la libertad y la responsabilidad.
Sugerencias para su
remedio
Podríamos decir que
son tres las pistas que se nos ofrecen: prevención, represión y recuperación.
La más importante es la prevención, que se lleva a cabo con una educación
adecuada sobre el verdadero sentido a la vida y centrada en los valores
humanos.
Prevención
No se combate el
problema de la droga, ni se puede conducir una acción eficaz para la curación o
recuperación de sus víctimas, si no se recuperan preventivamente los valores
humanos del amor y la vida, los únicos que son capaces, sobre todo al ser
iluminados por la fe religiosa, de dar pleno significado a nuestra existencia.
La droga no se combate sólo con providencias de orden sanitario y judicial,
sino también —y sobre todo— instaurando nuevas relaciones humanas, ricas en
valores espirituales y afectivos.
Igual que le compete a
la Iglesia actuar en el plano moral y pedagógico, también les corresponde a las
instituciones públicas subsanar situaciones de desajuste personal y social,
entre las cuales sobresalen la crisis de la familia, principio y fundamento de
le sociedad humana; la desocupación juvenil, la escasez de viviendas, los
servicios sociosanitarios, el sistema escolar. La Iglesia quiere actuar en la
sociedad como fermento evangélico, y continuará estando siempre al lado de
cuantos afrontan con responsable dedicación las heridas sociales de la droga.
La serena convicción de la inmortalidad del alma, de la futura resurrección de
los cuerpos y de la responsabilidad eterna de los propios actos, son
convicciones que ayudan a prevenir, curar y rehabilitar a sus víctimas; para
fortificarles en la firmeza en el camino del bien.
Un papel muy especial
debe ser asumido en esta fase por la familia. Frente a un mundo y a una
sociedad que corre el riesgo de volverse cada vez más despersonalizada, con el
resultado negativo del difundirse de muchas formas de evasión —la principal de
las cuáles está constituida por el abuso de la droga—, la familia posee
energías formidables capaces de rescatar al hombre del anonimato.
Para ayudar
eficazmente a la lucha contra la toxicomanía, los esposos deben mantener
relaciones conyugales y familiares estables, fundadas en el amor único. Se
crean así las mejores condiciones para una vida serena en el hogar, ofreciendo
a sus hijos la seguridad afectiva y la confianza de la que ellos tienen gran
necesidad para su crecimiento espiritual y psicológico. Todos los que tienen un
papel educativo deben intensificar sus esfuerzos entre los jóvenes para ayudar
a formar su conciencia y desarrollar su vida interior; para crear con sus
hermanos relaciones positivas y constructivas que contribuyan a hacerlos
actores libres y responsables de su existencia.
También es necesario
que una información médica que sea dada a los jóvenes, subrayando los efectos
perniciosos de la droga en los planos somático, intelectual, psicológico,
social y moral.
Para la prevención es
necesaria el concurso de toda la sociedad: padres, escuela, ambiente social,
organismos internacionales; se necesita el compromiso de formar una sociedad
nueva, a la medida del hombre; la educación para ser hombres.
Represión
La sola represión no
basta para frenar el fenómeno de la droga; sin embargo, hay que luchar contra
ella. Hay que promover legislaciones que busquen delinear planes completos con
el objetivo de desterrar el tráfico de narcóticos. Es necesario formar un
frente compacto empeñado no sólo en la prevención y en la recuperación de los
tóxicodependientes, sino también en denunciar y perseguir legalmente a los
traficantes de muerte y en abatir las redes de la disgregación moral y social.
Es necesaria la
intervención coordinada de las instancias públicas, ya sean nacionales o
internacionales, para que pongan un freno al expandirse del mercado de las
sustancias estupefacientes, haciendo surgir a la luz, antes que todo, los
intereses de quienes especulan en ese mercado. Después deben ser identificados
los instrumentos y los mecanismos de los cuales se sirven, para proceder por
fin a su coordinado y eficaz desmantelamiento.
Esto sería factible
impulsando con mayor vigor y eficacia el principio de la unidad e integración
latinoamericana. En este campo se impone la necesidad de seguir un plan de leal
cooperación regional y continental, para que los medios que actúan para
combatir el tráfico de los narcóticos tenga la debida eficacia.
Recuperación
Para enfrentar el
problema de la recuperación de toxicómanos es necesario el esfuerzo de conocer
al individuo y comprender su mundo interior; llevarlo al descubrimiento o
redescubrimiento de la propia dignidad de hombre, ayudarlo a hacer resucitar y
crecer, como sujeto activo, aquellos recursos personales que la droga había
sepultado, mediante una confiada reactivación de los mecanismos de la voluntad
orientada hacia ideales nobles y seguros.
Los papás de un hijo
toxicómano nunca deben desesperar; deben mantener el diálogo con él, prodigarle
afecto y favorecer contactos con organismos que lo puedan tomar a cargo. La
atención calurosa de una familia es un gran sostén para la lucha interior y los
progresos de una curación de desintoxicación.
Las crisis humanas y
sociales más difíciles pueden ser superadas a la luz del Evangelio y, por
tanto, hoy se pueda salir del drama de la droga para reencontrar el camino de
la confianza en la vida. El miedo al futuro y al compromiso en la vida adulta
que se observa en los jóvenes los vuelve particularmente frágiles. Con frecuencia
no son incitados a luchar por una existencia justa y bella; tienen la tendencia
a encerrarse en sí mismos... Las fuerzas del derrotismo los empujan a
entregarse a la droga, a la violencia e ir a veces hasta el suicidio. Es
necesario que percibamos en estos jóvenes un llamado de ayuda y una profunda
sed de vivir, que conviene tomarse en cuenta para que el mundo sepa modificar
radicalmente sus proposiciones y sus modos de vida. El don de la vida se
refiere a la sobriedad, a la castidad, al oponerse a la creciente pornografía,
a la sensibilización acerca de la amenaza de la droga.
Los jóvenes que llevan
una vida sana se vuelven para los demás un testimonio de esperanza, un
testimonio de victoria posible; son también para la sociedad, preocupada por el
fenómeno de la droga, un nuevo impulso para luchar y comprometer todas las
fuerzas, porque vale la pena, porque la victoria es posible.
Sólo el empeño
personal del individuo, su voluntad de renacimiento y su capacidad de
retomarse, pueden asegurar el retorno a la normalidad del mundo alucinante de
los narcóticos; para ello son necesarias también las ayudas sociales de las
familias y de las comunidades terapéuticas.
Es necesario que el
tóxicodependiente conozca y experimente el amor de Cristo Jesús, se abra y renazca
a un ideal auténtico de vida, se adhiera plena y sinceramente a Cristo y a su
Evangelio mediante la fe, acepte la soberanía de Cristo y llegue a ser su
discípulo. El toxicómano escucha con una particular intensidad el llamado:
«Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré». La
Iglesia propone, pero no impone; lleva al hombre al descubrimiento de su propia
dignidad como sujeto activo; le enseña el porqué de su existencia terrena.
Evangelizar al mundo
de la droga implica tres pasos fundamentales: anunciar el amor paterno de Dios,
denunciar los males que causa la doga y testimoniar el servicio al
tóxicodependiente. El modelo cristiano de la familia permanece como el punto de
referencia prioritario para la prevención, recuperación e inserción del
individuo en la sociedad.
Conclusión
La opinión de la
Iglesia acerca de la inmoralidad del abuso de la droga es patente: la droga es
lo contrario a los valores. En lo hondo del problema del abuso de la droga, de
su producción, de su distribución y comercialización está la carencia de
valores auténticos que signifiquen la verdadera realización del hombre. Muchas
son las acciones que se necesitan para un combate eficaz del abuso de la droga,
pero hay una central, sin la cual nada se podrá lograr: la acción de restaurar
en toda su fuerza la convicción del valor trascendente e irrepetible del hombre
y de su libre responsabilidad de autorrealización.