El mercado farmacéutico no abastece a los pobres
Medicamentos:
dispendio en el norte y carestía en
el sur
Rafael
Serrano
Como ha puesto de relieve la XI Conferencia
Internacional sobre el SIDA en África, celebrada la semana pasada en Lusaka
(Zambia), los tratamientos contra el mal no llegan al 70% de los afectados, los
que viven en ese continente. Pero esto no es más que un caso del abismo
sanitario que separa el norte y el sur del planeta. Mientras los países
desarrollados buscan la manera de reducir la excesiva factura de farmacia a
cargo de la Seguridad Social, el mundo en desarrollo no dispone de medicamentos
suficientes ni para las enfermedades más comunes. El problema no es de simple
reparto o de puro egoísmo, sino de precio: los pobres no pueden pagar. ¿Cómo
lograr que las medicinas sean asequibles en el Tercer Mundo?
a diferencia entre norte y sur es clamorosa. Estados
Unidos y Europa gastan más de 220.000 millones de dólares anuales en
medicamentos que se venden por prescripción. Los países en desarrollo, con una
población más de ocho veces mayor, gastan 50.000 millones al año.
Además de carencia de los pobres, hay derroche de los
ricos. Así lo sugieren los datos sobre ventas de fármacos para los que no se
precisa receta. El año pasado ascendieron a 134,5 dólares por habitante en
Japón y a 76 dólares en Estados Unidos. En cambio, el indio medio gastó 55
centavos en tales productos.
Pero también en el caso de los medicamentos contra
enfermedades graves hay excesivo gasto en el norte, y los gobiernos intentan
que la Seguridad Social no tenga que pagar todos. Como parte del empeño en recortar
la factura farmacéutica en Francia (ver servicio 40/98), la Agencia de
Seguridad Sanitaria publicó en agosto los resultados de una revisión de 1.100
fármacos empleados en cuatro importantes especialidades médicas
(cardiovascular, reumatología, nutrición y metabolismo, y psiquiatría).
Conclusión: la cuarta parte no son eficaces, y no está justificado que la
Seguridad Social los financie.
La malaria, marginada
El dispendio de unos y la escasez de otros muestra que
la farmacopea mundial va adonde está el dinero, y el dinero no está en los
trópicos, donde sin embargo habitan el mosquito anopheles
y muchos otros agentes patógenos que causan
estragos en la población. La malaria afecta a unos 500 millones de personas al
año (africanas en el 90%), de las que mueren entre 1,5 y 2,7 millones. Sin
embargo, los medicamentos contra ese mal son escasos allí donde se necesitan,
porque son caros. Además, el plasmodium desarrolla resistencia contra ellos, por lo que es preciso inventar
otros nuevos.
A la vez, hallar una vacuna contra la malaria –que
debería ser la prioridad, puesto que casi todos los enfermos no pueden pagar
tratamientos prolongados– exigiría gastar en investigación contra el mal mucho
más que los actuales 84 millones de dólares por año, de los que la mayor parte
se dedican a profilácticos para viajeros occidentales. La vacuna antimalaria
más efectiva (funciona en un 3050% de los casos) inventada hasta ahora es la
del médico colombiano Manuel Patarroyo, que la donó a la Organización Mundial
de la Salud (OMS). Es, además, barata (1020 dólares por persona). Sin embargo,
los estudios sobre sus resultados no son unánimes; algunos cuestionan su
eficacia.
En cualquier caso, el trabajo del Dr. Patarroyo es una
excepción. Por exigencias económicas, la ciencia farmacológica no hace el bien
sin mirar a quién. Según cálculos de hace algunos años, el gasto mundial en
investigación farmacéutica para distintas enfermedades, dividido por el número
de muertes que causa cada una, era de 3.275 dólares para el SIDA, frente a 40
dólares para la malaria (cfr. The Economist, 28IX96). Además, los abundantes recursos dedicados a combatir el
SIDA resultan en tratamientos inasequibles para los enfermos de los países en
desarrollo, que son la mayoría. Sólo se ha encontrado hasta ahora un
medicamento eficaz y relativamente barato contra el SIDA, aunque sólo sirve
para evitar la transmisión de madre a hijo durante el embarazo. La neviparina
cuesta 4 dólares por persona, y en los ensayos ha dado una tasa de éxito del
87%.
Hoy, estima la OMS, de los 56.000 millones de dólares
anuales que se dedican a la investigación farmacéutica, menos del 10% es para
combatir enfermedades que afectan al 90% de la población mundial. Así, de 1.223
específicos nuevos inventados entre 1975 y 1997, sólo 11 sirven contra
enfermedades tropicales.
La barrera de las patentes
Tal desigualdad mueve a clamar por medidas drásticas,
como pocos meses atrás hizo Bernard Pécoul, de Médicos sin Fronteras, en el Journal
of the American Medical Association (cfr. servicio 62/99).
Muchos medicamentos necesarios en los países pobres están patentados por
laboratorios occidentales y tienen que ser importados a precios occidentales.
Frente a este obstáculo, Pécoul sostiene que la propiedad intelectual no puede
estar por encima de la salud de los pobres. Y propone que, en el caso de
medicamentos imprescindibles, se debería obligar a los propietarios de las
patentes a ceder los derechos a fabricantes de países en desarrollo, a cambio
de cierta compensación. Serían los gobiernos del Tercer Mundo quienes podrían
exigir tal "licencia obligatoria".
De la misma idea es Peter Piot, director ejecutivo de
Onusida (el programa de la ONU para la lucha contra el SIDA), que la ha
reiterado en la Conferencia de Lusaka. En una entrevista a Le
Monde (14IX99), Piot afirma que "es
absolutamente necesario que baje fuertemente el precio de los
tratamientos" contra el SIDA. Bien es verdad, añade, que el problema del
acceso a los medicamentos no se limita al caso del SIDA ni se debe sólo a los precios
puestos por la industria farmacéutica, sino que obedece en buena parte a las
deficiencias de los sistemas sanitarios en los países en desarrollo. Pero hay
necesidades inmediatas que no permiten esperar a que se arreglen esos fallos.
"Ante una situación excepcional –concluye– hacen falta soluciones
excepcionales".
Tal propuesta encuentra fuertes resistencias. Admitir
excepciones a los derechos de patente sería peligroso, replican otros: sumiría
en la inseguridad a las empresas farmacéuticas y tendría el efecto contraproducente
de desalentar el desarrollo de nuevos fármacos. Se ha de tener en cuenta que
sacar al mercado una especialidad cuesta, por término medio, 300 millones de
dólares y más de diez años de investigación. Una compañía no se embarcará en
semejante intento sin garantías de que podrá recuperar la inversión con las
ventas del medicamento antes de que caduque la patente.
Financiar los tratamientos contra el SIDA
Si el mercado no es capaz de atender las necesidades
inmediatas o de afrontar situaciones excepcionales, caben intervenciones
directas desde fuera. Las donaciones para casos de crisis o las campañas de
vacunación infantil son frecuentes. Pero si se busca una acción sostenida, hace
falta un instrumento permanente. Eso pretende ser, por ejemplo, el Fondo de
Solidaridad Terapéutica Internacional (FSTI), creado hace dos años.
El FSTI es una idea de Bernard Kouchner, fundador de
Médicos sin Fronteras y actual secretario de Estado de Sanidad francés,
anunciada por el presidente Jacques Chirac en la anterior Conferencia
internacional sobre el SIDA en África (Abiyán, 1997; ver servicio 177/97). El
objetivo es favorecer la difusión de los tratamientos contra el SIDA en el
Tercer Mundo. Según la propuesta francesa, el Fondo sería financiado por
organismos internacionales –en particular el Fondo Monetario Internacional y el
Banco Mundial–, los países desarrollados y las multinacionales farmacéuticas.
El FSTI subvenciona en África tratamientos contra el
SIDA. Gracias a él, Costa de Marfil ofrece la biterapia antiSIDA al equivalente
de cincuenta francos franceses al mes, en vez de mil francos, que es el precio
de mercado. Aun así, sólo una minoría de los enfermos marfileños (salario
medio: 180 francos mensuales) pueden costearse el tratamiento, que deberían seguir
toda la vida y sólo consigue aplazar la muerte. En ese país mueren de SIDA unas
cien mil personas al año.
Por otro lado, el FSTI no ha podido hacer mucho, por la
limitación de sus recursos. Los donantes convocados por Chirac no respondieron
a la invitación, de modo que el Fondo se alimenta casi sólo de ayudas
francesas. En particular, el Banco Mundial se muestra escéptico con respecto al
método del FSTI. Al igual que otros organismos internacionales, cree que
subvencionar medicamentos es una fórmula más duradera que las campañas de
ayuda, pero no es una solución definitiva.
Para que el mercado funcione
Según este enfoque, el problema es doble: hacer posible
la distribución de medicamentos en el Tercer Mundo a precios más bajos, y
estimular el desarrollo de nuevos fármacos –vacunas, en particular– contra las
enfermedades que más afectan a la población de los países pobres. Han surgido
algunas iniciativas, como informa The Economist (14VIII99), para intentar uno u otro objetivo.
La Global Alliance for Vaccines and Immunisation, en la
que participan la OMS, el Banco Mundial, organizaciones de ayuda –públicas o
privadas– y ca sas farmacéuticas, pretende crear mercados en el Tercer Mundo
para medicamentos existentes. La fórmula que probablemente empleará –aún no ha
empezado a actuar– será conceder a los países en desarrollo préstamos para
importar vacunas.
La International AIDS Vaccine Initiative (IAVI) aplica
otra idea para salvar el obstáculo de las patentes, que implican un sobreprecio
gravoso para los países pobres. La IAVI invierte en las empresas farmacéuticas
asociadas a ella y las ayuda a realizar ensayos clínicos en el Tercer Mundo, a
cambio de que las compañías renuncien a los royalties
cuando vendan a los países en desarrollo las
vacunas que descubran. Esto exigiría la colaboración de las autoridades para
impedir que los importadores compraran esos productos a precio reducido en el
Tercer Mundo para venderlos en Occidente. Otra propuesta de IAVI es que se
compense a las empresas farmacéuticas con la extensión de las patentes de otros
medicamentos.
Por su parte, la Medicines for Malaria Venture (MMV)
trata de impulsar la investigación en nuevos tratamientos contra la malaria a
menor costo. MMV agrupa entidades públicas y privadas, y empresas farmacéuticas,
y cuenta con el apoyo de la OMS. La idea es reunir fondos para desarrollar
medicamentos a partir de moléculas ya descubiertas, que son propiedad de las
empresas participantes: de este modo sería posible reducir hasta un 90% los
costos de investigación. El problema de MMV es que aún no tiene aseguradas las
donaciones necesarias (30 millones de dólares anuales) para poner en marcha el
proyecto.
Para frenar el SIDA en África
El continente africano (unos 700750 millones de
personas, más o menos tantas como Europa en el triple de superficie) nunca ha
tenido especiales problemas de "superpoblación". Pero varios países
al sur del Sahara están sufriendo despoblación a causa del SIDA. Las cifras
facilitadas por Onusida con ocasión de la Conferencia de Lusaka, aunque en gran
parte no son más que estimaciones, ponen de manifiesto esta sangría
demográfica.
De 47,3 millones de personas infectadas en el mundo
hasta 1998, 34 millones son de África subsahariana. De ellas, hasta ese año
habían muerto 11,5 millones, más del 80% del total mundial de víctimas (13,9
millones). Los 21 países con la mayor prevalencia de SIDA en el mundo son
africanos, y en diez de ellos, la tasa se estima superior al 10% de la
población. En Zambia, que ha acogido la última Conferencia internacional, se
cree que está infectado uno de cada cinco adultos. Si las infecciones siguieran
creciendo al ritmo actual, la mitad de los diez millones de habitantes del país
morirán de SIDA.
La enfermedad afecta de modo particular a niños y
mujeres. Onusida cree que en algunas zonas, la mitad de los niños que nacen
llevan el virus, recibido de la madre. En Zambia, la proporción total es el
20%. Infectados o no, muchos niños pierden a sus padres a causa del SIDA. Según
un estudio, el 72% de los hogares de Zambia acoge algún huérfano. En los países
de la zona, la tasa de huérfanos se multiplicó por dos, tres o cuatro entre
1994 y 1997.
Las mujeres constituyen la mayoría de los afectados,
sobre todo entre los jóvenes. Si se tiene en cuenta sólo a la población de 1516
años, la tasa femenina de infección es cuatro veces mayor que la masculina.
En fin, el África subsahariana, con menos del 10% de la
población mundial, tiene el 70% de las personas que han contraído el virus, el
90% de los infectados menores de 15 años y el 95% de los huérfanos a causa del
SIDA. Los países más afectados de la zona (Botsuana, Costa de Marfil, Malawi,
Uganda, Zambia, Zimbabue) están perdiendo gran parte de los adultos jóvenes,
las fuerzas vivas del país. Los viejos quedan al cargo de los huérfanos.
Conductas de riesgo
La situación en África, subraya Peter Piot en la citada
entrevista para Le Monde, es muy distinta de la de Occidente, donde "la infección
afecta sobre todo a ciertos grupos de riesgo (consumidores de droga por vía
intravenosa, homosexuales)". En África, en cambio, el riesgo está
extendido a la población general. Ahora bien, aclara Piot, la extensión del
SIDA en el continente africano está ligada a los comportamientos, pues esta
enfermedad es transmisible, pero no contagiosa.
Hay en primer lugar, dice el director de Onusida,
factores socioeconómicos. Las políticas de empleo han conducido a un fuerte
trasvase de trabajadores a las ciudades, donde se da, por eso, un excedente de
población masculina: emigrantes a los que no acompañan sus familias. Así,
"la diseminación del virus se produce en las relaciones sexuales con
prostitutas".
Por otro lado, la desproporcionada tasa de infección
entre las chicas revela que son contaminadas por hombres adultos. "Es
reflejo de una sociedad en la que los hombres pueden apropiarse de cualquier
mujer joven, sobre todo si ella se encuentra en situación precaria".
A esto hay que añadir las deficiencias de los sistemas
sanitarios, que hacen difícil o aun imposible acceder a la prevención y al
tratamiento médico.
"Ante la complejidad de factores –concluye Piot–,
está claro que la respuesta no puede reducirse a la mera promoción del
preservativo". Se precisan medidas de fondo y de mayor alcance, entre las
que el director de Onusida destaca facilitar que las familias acompañen a los
trabajadores que emigran.
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