LÍNEAS ÉTICAS
DEL CUIDADO
DEL ENFERMO
TERMlNAL
Francisco León Correa
Trataré en
esta exposición de delimitar cuáles son los problemas y las posibles soluciones
a los dilemas éticos que se le presentan a las profesionales de Enfermería en
la atención a pacientes terminales.
Aunque parte
importante de las decisiones que han de tomar los equipos sanitarios en este
campo corresponderán al médico o al equipo médico, no es menos cierto que las
consecuencias de esas decisiones afectan de manera muy clara al quehacer diario
y a la conciencia de las enfermeras que deben cuidar y atender a esos
pacientes. Y por otra parte, también los cuidados de enfermería que
deben darse a los enfermos terminales plantean sus propias tomas de decisiones
éticas que han saber resolver —o intentar resolver— las propias enfermeras.
Además, en la fase final de la vida "disminuye lentamente la función del
médico y se hace más importante la de la enfermera: pasa a ser una importante
fuente de información y consulta, y toma cada vez más la iniciativa1"
Como señalan
expertos en cuidados paliativos, "el médico, cuando considere que el proceso
es irreversible y terminal según los indicadores científicos objetivos,
abandonará la idea de curar y se empleará a fondo en el oficio ‘muy exigente de
ciencia, competencia y humanidad, que consiste en aliviar y consolar, en
procurar su mayor bienestar material y espiritual, así como prestar su apoyo a
los allegados de éste..’(Dr.G.Herranz). Desde el punto de vista clínico, es
bien conocido que los pacientes que son ayudados a enfrentarse con la muerte y
a sobrellevar ese conocimiento, atraviesan esta etapa con más paz y con menos
síntomas de alteraciones del comportamiento2".
La mayoría de
estos pacientes no fallecen de forma súbita, sino que normalmente entran en un
período de deterioro gradual muy importante con disminución progresiva del
nivel de conciencia, cambios bruscos o crisis con fallos orgánicos
multisistémicos, etc. El tiempo que transcurre desde el inicio del coma a la
muerte es muy variable y va desde unas pocas horas a un par de semanas, pero
generalmente ocurre en 24-48 horas. Este sería el período propiamente terminal
del enfermo, aunque aquí utilizaremos un concepto más amplio, que puede
comenzar cuando se diagnostica ya una enfermedad o situación crónica
irreversible, que va a causar la muerte del paciente. Son situaciones que producen
un gran impacto emocional tanto en el paciente, como en la familia y en el
propio equipo sanitario que ha estado intentando su curación y debe cambiar
desde ese momento de enfoque y finalidad de su actuación.
Preparar al paciente para enfrentar la muerte con dignidad
Es éste uno
de los cometidos de todo el equipo sanitario, que deberán realizar de acuerdo
con la familia y de acuerdo también con las sucesivas etapas emocionales de
adaptación, que se presentan en mayor o menor medida en todos los casos: deseos
de conocer o de confirmación del diagnóstico, shok con fuerte conmoción
interna, fase de negación, enfado, negociación o pacto, depresión, resignación
y aceptación final3.
El paciente
terminal experimenta una serie de inquietudes con preguntas que en ocasiones no
se atreven a hacer ni a sí mismos; temores que expresarán en la medida en que
encuentren profesionales sanitarios a su lado que sean sensibles y comprendan
lo que subyace en sus comentarios y dudas; dependencias físicas y psíquicas que
pueden desmoralizarle y hacerle perder su propia autoestima y dignidad
personal; búsqueda de un sentido: encontrar en medio de la desesperanza y
depresión un sentido de lo que les ocurre, el sentido del sufrimiento, del
dolor y, en definitiva, de su propia muerte. Pueden y deben encontrar en los
profesionales sanitarios que les atienden una gran ayuda para adaptarse a ese
proceso del morir, a esa despedida de sus seres queridos, antes de entrar en la
inconsciencia. Y los médicos y enfermeras deben estar preparados,
profesionalmente también, para prestar este cuidado sanitario, psíquico y
plenamente humano, en condiciones más difíciles de atención al paciente4.
En
definitiva, se trata de saber disponer al paciente para una muerte afrontada
con dignidad. Para esto se necesitaría resolver una serie de puntos5:
1.
Lo
primero es saber que se está muriendo. De este modo procurará resolver sus
asuntos, tomar sus disposiciones, cumplir sus promesas o simplemente
despedirse.
2.
Es
necesario que el enfermo pueda seguir siendo, en cierto modo, agente, y no mero
paciente. Por ello debe intervenir en las decisiones que se deban tomar sobre
su enfermedad o sobre su persona. El paciente debe recibir verdadera
información acerca de la decisiones y procedimientos que le afecten a él y a su
bienestar y debe consentirlos antes de que se lleven a cabo.
3.
Hay
que preservar en la medida de lo posible la autonomía y autocontrol del
paciente. La sensación de menor dignidad resulta de la excesiva dependencia y
la pérdida de control de las funciones orgánicas.
4.
Deberá
mantener en la medida de lo posible ciertas actividades y relaciones
familiares, sociales y profesionales. Sentirse persona implica ser capaz de
relacionarse. Si el enfermo nota que es dejado de lado, que se evitan sus
preguntas, que no es tocado al saludarle, etc., notará que pierde dignidad, que
no se siente persona. Una de las ventajas del sistema Hospice anglosajón es que
facilita precisamente una mayor y libre interacción del enfermo con familiares,
amigos, médicos, etc.
5.
Se
debe proteger la pérdida de la imagen corporal. Hay que evitar que el enfermo
se sienta desfigurado o depauperado.
6.
El
sentirse persona es a menudo mantenido por consideraciones transcendentes. Al
enfermo se le debe facilitar el apoyo espiritual si lo desea.
En este
sentido, solamente apuntaremos que no debe confundirse el "morir con
dignidad" o el "derecho a una muerte digna" con la eutanasia. A
nuestro entender, la eutanasia no es un acto médico y el suicidio asistido no
supone un morir con dignidad, pero como no es el tema central de esta ponencia,
no entraremos más el debate sobre el suicidio asistido médicamente. Sí diremos
que es necesario clarificar las expresiones, también entre los profesionales
sanitarios, pues a veces en esto está la confusión del propio debate. Así, en
las contestaciones dadas por más de 800 médicos y enfermeras en un estudio
realizado en Valladolid, se deduce que la mayoría asocia "morir con
dignidad" a morir rodeado del cariño y apoyo de los seres queridos,
eliminándose en lo posible los dolores y sufrimientos, de muerte natural, a su
tiempo, sin manipulaciones médicas innecesarias, aceptando la muerte, con
serenidad, con la asistencia médica precisa y el apoyo espiritual si se desea,
según las propias creencias. Sólo nueve médicos y ocho enfermeras asocian
"muerte digna" a poder elegir el momento de la muerte (eutanasia)6.
A
continuación entraremos en algunos de los deberes éticos para con el paciente
terminal, siguiendo fundamentalmente tres trabajos centrados en este tema, de
un equipo de médicos de Valladolid, de una enfermera de cuidados paliativos, y
de uno de los integrantes de la Comisión de Bioética de la Sociedad Española de
Medicina de Familia7.
II ETICA DEL
TRATAMIENTO PALIATIVO DEL DOLOR
Cuando ya no
es posible curar al paciente, queda en primer plano el aliviar su sufrimiento,
que no sólo es éticamente obligatorio, sino que además, justifica plenamente
las actuaciones paliativas, que "son válidas, satisfactorias y gratificantes
si consiguen tal finalidad8".
El
profesional sanitario que trata enfermos en situación terminal tiene obligación
de estar bien entrenado en el manejo de los diversos niveles de analgesia y
aplicar en cada caso el conveniente para la situación del enfermo. En caso de
que no consiga un eficaz control del dolor o se requieran técnicas
especializadas (neurocirugía, radioterapia, neuroanestesia, etc.) debe poner al
enfermo en manos del especialista indicado en su caso.
Cuando el
enfermo se encuentra moribundo y el objetivo sea conseguir el máximo control
del dolor, se pueden utilizar pautas de sedación en las que exista la capacidad
de despertar y llevar o seguir una conversación lúcida.
En términos
generales existe la obligación ética de no privar de la conciencia de sí mismo
sin verdadera necesidad. Sin embargo, cuando se pretende la supresión de la
sensación dolorosa, si existen motivos serios y las circunstancias no imponen
lo contrario, se puede evitar el dolor, aunque la narcosis lleve consigo una
supresión o disminución de la conciencia.
Si de la
aplicación de algún fármaco se siguiera un acortamiento de la vida como efecto
no buscado, no habría tampoco inconveniente en administrarlo. De todos modos,
en la bibliografía especializada actual, no se cita ese efecto entre los
adversos que se producen durante el uso prolongado de opiáceos. Sin embargo,
algunos autores anotan que por su efecto depresor del centro respiratorio,
podrían facilitar la aparición de infecciones respiratorias. Por el contrario,
otros señalan que globalmente los opiáceos alargan el tiempo de vida al
paciente: "evidencias circunstanciales, sugieren que el uso correcto de la
morfina prolonga la vida del paciente con cáncer en la medida en que se ve
libre del dolor, en mejor situación para descansar, dormir y comer y,
generalmente, se siente y está más activo"9.
En resumen,
lo que se pretende desde los cuidados paliativos "es dar la atención
adecuada al enfermo, que le lleve a tener la mejor calidad de vida posible y
que le permita llegar al desenlace final de su proceso en una situación de
comprensión y ayuda, respondiendo de forma profesional a las necesidades
físicas, emocionales, sociales y espirituales, dado prioridad a los objetivos
del propio enfermo, tanto por parte de los profesionales como de su familia, a
la que se le ofrecen los medios y ayuda necesarios para llevarlo a cabo. En un
ámbito hospitalario o mejor aún, en su propio domicilio"10.
III EL PACIENTE
TERMINAL EN CUIDADOS INTENSIVOS
Cuidados mínimos y medidas de soporte vital
El enfermo en
situación terminal, ingresado en una UCI, sigue precisando de cuidados médicos
y atención de enfermería11. Las manifestaciones clínicas que
requieren tratamientos y cuidados específicos durante la enfermedad terminal
son muy variadas. Ciertamente, la administración de analgésicos, sedantes,
antibióticos de uso común, transfusiones y oxigenoterapia, así como la
colocación de sondas, drenajes y venopunción, son de uso corriente. Los
cuidados otorgados a un paciente en estado terminal no son aplicados como
medios para preservar la vida, sino que se aplican en razón de una asistencia
éticamente obligada.
Tal y como se
expresó en la "Declaración de Etica en Medicina Crítica y Cuidados
Intensivos", "los intensivistas debemos ser conscientes de que este
desiderátum (la reincorporación del paciente al seno de sus familias y de la
sociedad) no es lograble en todos los pacientes. En algunos casos la
recuperación es sólo parcial, y en otros será la muerte el resultado. Tener
clara esta realidad es muy importante a fin de evitar el exceso de terapéutica
o la prolongación innecesaria del morir"12. También es muy
interesante el análisis de las peculiaridades en cuidados intensivos
pediátricos, y la necesidad de definir bien la situación crítica tanto en adultos
como en niños. que exige la permanencia en la UCI, de la situación grave
crónica, que puede y éticamente sería más conveniente que fuese atendida en
hospitalización domiciliaria13.
Toda persona,
con independencia de su salud o condición, tiene derecho a recibir unos
cuidados mínimos, por el hecho de ser persona, si no se quiere menospreciar su
dignidad. Los cuidados sanitarios, cuando excepcionalmente han de ser aplicados
por técnicas especiales, pueden perder su carácter de obligatoriedad y convertirse
en cuidados extraordinarios o desproporcionados.
En el caso de
los pacientes en estado terminal y tratados en una UCI hay algunos autores que
señalan que la futura calidad de vida es la referencia que determina si a un paciente
se le deben aplicar tratamientos o incluso esos cuidados mínimos. Si se adopta
tal principio, la diferencia entre no cuidar a un paciente y eutanasia directa
difícilmente podrá ser mantenida.
Se estima que
los cuidados básicos o mínimos para mantener la vida humana son la hidratación
y la alimentación. "De toda persona humana se espera moralmente que ayude
a otro ser humano en situación de malestar. Un paciente terminal no es una
excepción. El médico, la familia, los amigos, las enfermeras, los trabajadores
sociales y otros individuos cercanos al paciente moribundo están obligados a
proveer ayuda o soporte incluyendo cuidado psicosocial y emocional hasta el
final. La alimentación y nutrición son parte y parcela de ese cuidado que no se
distingue del acompañar, hablar, cantar, leer o simplemente escuchar al
paciente moribundo. Hay veces en las que la específica terapia
médico-quirúrgica no está indicada por más tiempo como apropiada o deseable
para un paciente terminal. En ninguna ocasión, sin embargo pueden abandonarse
las medidas de soporte general acelerándose por lo tanto la muerte del
paciente"14.
En opinión de
Martínez Baza la hidratación por sonda nasogástrica o por vía endovenosa (sin
referirnos a la vía oral) es habitualmente beneficiosa para un enfermo
terminal. En primer lugar, ayudan a mantener ciertas funciones que en un estado
de alteración del equilibrio hidroectrolítico no se conservarían. Nos
referimos, por ejemplo, a la función renal o al estado de alerta mental. En
ambos casos es indudable que contribuyen al bienestar del paciente. También
contribuyen a aliviar ciertos síntomas que causan malestar al paciente
(dificultad para eliminar secreciones bronquiales, sed o complicaciones
provocadas por sequedad de mucosas, por ejemplo). En último lugar, es indudable
que colaboran y ayudan psicológicamente evitando que el paciente se sienta
abandonado. Reflejan cierto grado de preocupación por parte del personal
sanitario, que el enfermo percibe15.
Sin embargo
en el caso del paciente en estado agónico —que habitualmente es incapaz— se
producen alteraciones fisiológicas que hacen difícil el equilibrio
electrolítico, por lo que la hidratación por cualquiera de las vías no aportará
beneficios y se convertirá en un cuidado extraordinario, tal vez solamente
justificable para que la familia no considere que existe un abandono del
moribundo.
En el caso
del paciente en estado vegetativo permanente (EVP) por lesión cerebral, la
situación es muy distinta, pues no se trata de un paciente terminal en el sentido
anteriormente definido, aunque sea incapaz. En este caso la hidratación por
sonda o por vía endovenosa otorgará los beneficios antes señalados y las cargas
para el paciente y el personal sanitario serán mínimas, por lo que podemos
considerarlo siempre un cuidado básico o mínimo en todos los casos.
La alimentación en el enfermo terminal
Respecto a la
alimentación es preciso matizar algo más. Se puede considerar la alimentación
como un cuidado mínimo, pero no necesariamente de cualquier modo. Sería un cuidado
ordinario alimentar por sonda nasogástrica y si se espera una supervivencia
razonable podría también incluirse la alimentación por gastrostomía. Sin
embargo la alimentación parenteral de hidratos de carbono, lípidos y proteínas,
habitualmente se puede considerar como un cuidado extraordinario, pues plantea
mayores problemas de aplicación, su costo es elevado, el paciente ha de estar
hospitalizado, debe ser controlada por personal médico y no está exenta de
riesgo.
En los
pacientes en estado agónico no es obligada la alimentación. En los pacientes en
EVP la alimentación por sonda o gastrostomía se considera cuidado ordinario, y,
por vía endovenosa, extraordinario. La obligatoriedad o no de estos cuidados,
según sean o no ordinarios, recae tanto sobre la familia como sobre el personal
sanitario que atiende a esos pacientes.
Los que
atienden al paciente han de tener en cuenta algunos principios16:
1.
que
conforme se acerca un paciente a la muerte se vuelve cada vez más desinteresado
por la comida y, en menor medida, en la toma de líquidos.
2.
que
los inapetentes son incapaces de disfrutar de una comida abundante.
3.
que
sus necesidades calóricas son ahora mucho menores.
4.
que
no está comprobado que una terapia nutricional agresiva en estos enfermos pueda
mejorar su calidad de vida.
Es necesario
valorar las causas de los trastornos del apetito, y tener en lo posible en
cuenta las preferencias del paciente, presentación y preparación de las
comidas, horarios, dietas especiales, etc. Y también una forma importante de ayudarles es
"dar poco énfasis a su pérdida de peso. Pesar a los enfermos que están
cada vez más delgados y anoréxicos resulta poco razonable. Es mejor comprarles
nuevas ropas, más apropiadas para su presente situación"17.
El empleo de medios terapéuticos "desproporcionados"
¿Hasta qué
punto hay que agotar con un enfermo todos los medios terapéuticos? ¿Es ético
emplear curas costosas y difíciles aunque den solo una pequeña esperanza de
éxito? ¿Es obligatorio poner todos los medios disponibles en cada caso, para
mantener a un enfermo en vida el mayor tiempo posible? ¿Se puede o se debe
prolongar artificialmente la vida?
A la hora de
encontrar solución a estos problemas se afirma que no siempre hay que recurrir
a toda clase de remedios posibles. "Hasta ahora los expertos solían
responder que no siempre se está obligado al uso de remedios
"extraordinarios" para mantener la vida. Hoy día, en cambio, tal
respuesta, siempre válida en principio, puede parecer tal vez menos clara,
tanto por la imprecisión del término como por los rápidos progresos de la
terapia. Por este motivo se prefiere hablar de medios
"proporcionados" y "desproporcionados". Para valorarlos
habrá que tener en cuenta el tipo de terapia, el grado de dificultad y de
riesgo que comporta, los gastos necesarios, y las posibilidades de aplicación
con el resultado que se puede esperar de todo ello, teniendo en cuenta las
condiciones del enfermo y de sus fuerzas físicas y morales. Con estos elementos
habrá datos suficientes para decidir un tratamiento que prolongue la vida o
para conformarse con los medios normales que la Medicina puede ofrecer.18
Los
interrogantes citados se plantean frecuentemente en los medios de difusión, en
los planteamientos pro-eutanasia, etc. Aunque no se puede generalizar, en nuestra
opinión el problema afecta más a enfermos que reciben terapias intensivas, que
a pacientes en situación terminal en general, o que están en atención
domiciliaria. Entre los profesionales que se dedican a los cuidados paliativos,
quizá por la aportación que desde años viene haciendo el movimiento
"Hospice", parece que estos dilemas no lo son tanto. Aplicando el
principio terapéutico o de beneficencia, que lleva a enjuiciar cada situación
buscando el bien del enfermo, y el principio de autonomía, que lleva a respetar
el derecho del paciente a intervenir en la toma de decisiones sobre el
tratamiento a realizar, se puede encontrar una solución ética para cada
situación concreta.
Por último,
cabe señalar también que, desde el punto de vista ético, también es aceptable
la postura contraria. "Es lícito recurrir, a falta de otros remedios y de
acuerdo con el paciente, a los nuevos medios que ofrece una medicina de
vanguardia, aunque estén todavía en fase experimental y no estén libres de todo
riesgo; con esa actitud el enfermo podrá, incluso, dar ejemplo de generosidad
para el bien de la humanidad".19
La certificación de la muerte cerebral
Es la
situación final en el tratamiento al paciente terminal, y también incluye una serie
de aspectos éticos importantes. Certificar bien y conforme a los criterios
establecidos para determinar la muerte de todo el cerebro, es un deber ético
para con el paciente. En este sentido, algunas de las nuevas teorías
neocorticalistas no tienen un debido respeto ético al paciente: suponer que se
puede adelantar la certificación de la muerte a que esté dañada solamente la
corteza cerebral, supone un enorme riesgo en el caso de pacientes en coma
vegetativo persistente, que pudieran ser utilizados para donación de órganos, o
en el caso de niños anencefálicos.20
Es necesario,
en nuestra opinión, certificar de modo absoluto la muerte de todo el cerebro,
dentro de ese proceso en que consiste el morir.21
IV LOS
DERECHOS DEL ENFERMO TERMINAL
En la Declaración
de Etica en Cuidados Intensivos, antes mencionada, se dedica un apartado a los
derechos de los pacientes críticamente enfermos:22
1.
Derecho
a recibir un cuidado especializado con el fin de minimizar los riesgos de morir
o de quedar incapacitados como consecuencia de sus padecimientos.
2.
Derecho
a obtener de sus médicos información acerca de su condición. Cuando por razones
de orden médico no sea recomendable ofrecer toda la información, o al menos
parte de ella, las personas apropiadas (usualmente los familiares cercanos)
deberían ser informados.
3.
Deben
ser debidamente informados sobre los procedimientos diagnósticos o terapéuticos
de importancia a los que vayan a ser sometidos, con el fin de que ellos mismos
den su consentimiento para que éstos se lleven a cabo. En muchas ocasiones no
es posible para los propios pacientes por no estar en condiciones de
competencia mental, o por la urgencia requerida.
4.
Derecho
a negarse a ciertos tratamientos dentro del marco permitido por la ley.
5.
Cuando
sean trasladados dentro o fuera del ámbito hospitalario, se les debe ofrecer
las mejores facilidades disponibles para disminuir los riesgos: se necesita
personal entrenado para garantizar este procedimiento.
6.
Derecho
a ser visitados por sus seres queridos, sin que esto interfiera en las
regulaciones de cada UCI o necesidades del paciente
7.
Derecho
a recibir la asistencia religiosa por parte del ministro o sacerdote de su
credo.
8.
Derecho
a que se les ayude en gestiones de orden legal o personal que consideren
importantes en su situación vital.
9.
Derecho
a que toda información relativa al cuidado de su enfermedad sea tratada como
confidencial.
10.
Derecho
a ser atendidos en forma personalizada, con especial referencia al trato
respetuoso y considerado en su relación con los médicos y enfermeras.
Intervención del enfermo en la elección del tratamiento
Como ya se ha
expuesto, una de las líneas éticas del cuidado al paciente en situación
terminal marca la necesidad de no reducir al enfermo a ser mero
"paciente" (no-agente) en su enfermedad. En este sentido es
fundamental su intervención en la toma de decisiones que le atañen. Es lo que
se ha dado en llamar "doctrina del consentimiento informado".
La Comisión
del Presidente en su informe "La toma de decisiones sobre cuidados de la
salud" 23 recuerda tres principios básicos para tomar
decisiones sobre los tratamientos médicos, que como hemos señalado
repetidamente son tres pilares de la Bioética:
1.
Autodeterminación
o autonomía: es el derecho del paciente a tomar por sí mismo las decisiones referentes
a su propia salud.
2.
Bienestar:
los cuidados de salud deben buscar el bienestar del paciente y deben estar
basados en sus propias metas y valores.
3.
Equidad:
se refiere a las cargas que imponen a la sociedad los cuidados para la salud de
un individuo.
De aquí
surgen algunas consideraciones:
a) Los
pacientes tienen autoridad ética y legal para renunciar a algunos o todos los
cuidados. Se considera "renuncia no voluntaria" de un tratamiento de
sostenimiento a la que se produce cuando un paciente no da un efectivo
consentimiento ni un rechazo. A menudo surge porque la capacidad de tomar
decisiones es inadecuada y, entonces, un representante tendrá que decidir de
acuerdo a los supuestos intereses del paciente.
b) La
autodeterminación habitualmente obliga al equipo médico a otorgar los cuidados
elegidos por el paciente, excepto cuando estos vayan contra la práctica médica
acostumbrada, es decir cuando supongan intervenciones que a su juicio son
contraterapéuticas.
c) Si bien
los pacientes no toman las decisiones independientemente de las opiniones de
otros, no deben sufrir influjos tales que su libre elección sea impedida. En
muchas situaciones de cuidados médicos los pacientes son en alto grado
dependientes de los profesionales de la salud; esta disparidad crea una
obligación para el equipo médico de reducir la tendencia de algunos pacientes a
actuar bajo una equivocada comprensión de su situación médica o con un
sentimiento de impotencia, de modo que los individuos puedan ejercer
efectivamente la autodeterminación.
d) Es
inaceptable que un paciente capaz —capaz de efectuar elecciones informadas— sea
excluido del proceso de decisión, pues se lesiona el principio de
autodeterminación y se permitiría a terceros influir sobre la duración de su
vida o ponerle eventuales cargas. Obviar la elección el paciente ser, en muchos
casos, más gravoso que enfrentar al paciente con elecciones difíciles. La única
excepción será cuando libremente el paciente delega la capacidad para tomar
decisiones en otras personas.
e) Para el
real y efectivo ejercicio de la autodeterminación, los profesionales de la
salud deben lograr que los pacientes comprendan su actual estado médico,
incluida la probable evolución si no se efectúa el tratamiento: que conozcan
las intervenciones que podrían serle de ayuda, incluida una prescripción de los
procedimientos, la probabilidad y efecto de los riesgos asociados y de los
beneficios: por último, que sepan cuál es la opinión del médico.
En
definitiva, la cuestión no es simplemente informar al paciente de su
enfermedad, sino más bien hacerle participar en la elección de las posibles
terapias. En todo caso, la verdad debe ser dada a conocer con prudencia y
cuidado, evitando que provoque un indebido trauma psíquico.
El derecho del enfermo a la verdad
Una de las
cuestiones más difíciles en la toma de decisiones en el trato con el enfermo en
situación terminal es la que se refiere al derecho a conocer la verdad de la
enfermedad que padecen. No porque alguien niegue tal derecho, que todos reconocen,
sino porque a él se añade, y con frecuencia se contrapone, otro elemento que
viene a complicar las cosas: el de suponer que el enfermo no está preparado
para recibir una noticia que podría serle contraproducente y, en consecuencia,
se le oculta la realidad de su mal. Es decir, se acepta en principio que todo
enfermo tiene derecho a estar informado de su dolencia; pero como en la
práctica se supone que la verdad puede resultar perjudicial, se opta por no dar
información.
"La
comunicación con el enfermo es la parte fundamental del acto médico. La fase
esclarecedora de la relación médico-enfermo corresponde, precisamente, al
momento en que el médico informa al enfermo sobre su padecimiento, ya que es
entonces cuando el paciente tiene oportunidad de solicitar información sobre
aspectos de su interés. En la comunicación con el enfermo en situación
terminal, el médico debe llevar a cabo una actividad altamente personalizada,
singular para cada paciente, de acuerdo con su condición y sus propias
características. Un aspecto de importancia capital es que el propio paciente
actúa como regulador de la cantidad de información que desea recibir. Ahora
bien, cuándo y cómo hacerlo, constituyen elementos de una práctica en la que no
pueden darse pautas y en la cual no sólo el lenguaje verbal forma parte de la
comunicación.24
Manifestar la
verdad supone el compromiso previo de ayudar a asimilarla, de compartir las
preocupaciones que surgen, de acompañar en la soledad interior de esos
difíciles momentos. Esto implica prudencia, tacto y discreción para detectar el
modo, las circunstancias y el momento más adecuado y oportuno. De esto existe ya
abundante experiencia en enfermos oncológicos, por ejemplo.25
Una cuestión
que sí es necesario prever por parte del equipo sanitario que atiende e informa
a un enfermo crítico, es decidir quién debe dar la información, y que la
conozcan todos los miembros del equipo que deben tratar a ese enfermo concreto:
médico especialista, enfermera, médico que estará de guardia el fin de semana; así
se evitará que el enfermo reciba, en ocasiones, versiones distintas de su
estado por parte de diferentes profesionales.
Una situación
frecuente, y éticamente reprobable, es la omisión de la verdad a un paciente
que quiere conocerla. En estas condiciones, mantener el engaño va creando una
barrera entre médico y paciente; el primero espacia el contacto con el enfermo
al no tener explicaciones lógicas de la creciente sintomatología, y el enfermo
va perdiendo confianza en la persona en la que no fue capaz de darle lo que
demandaba, sintiéndose así defraudado.
Defender el
ideal de una información sincera no supone, sin embargo, convertirla en una
obligación absoluta. Lo ideal es la información incluso a aquellos que se
niegan a recibirla, pero respetando su voluntad. Se les puede preparar con
enorme delicadeza en el momento oportuno, y sin dar una cantidad de información
que no podrían asumir. Todo enfermo consciente intuye de alguna manera su
gravedad, capta por una serie de síntomas que la evolución de su proceso se
hace preocupante.
El aspecto de
la esperanza es fundamental. El médico necesita que el paciente la mantenga.
Esto no significa que se vayan a ofrecer garantías de recuperación, porque
sería alentar falsas esperanzas, pero sí lograr mantener una tenue luz que
ayude a mantener la comunicación interpersonal. Nunca se puede mentir a un
paciente, pero tampoco es absolutamente imprescindible decirle toda la verdad.
Recomiendo en este punto las interesantes experiencias de la psicóloga Marie de
Hennezel, en un Centro de cuidados Paliativos en París, con la colaboración de
los médicos y enfermeras, recientemente publicadas con un expresivo subtítulo:
"los que van a morir nos enseñan a vivir.26
El derecho a la asistencia familiar, psicológica y espiritual
Como ya
indicamos al hablar de las líneas éticas de la atención al enfermo en situación
terminal, ésta debe abarcar todos los aspectos vitales del paciente. De este
modo —al considerar también los aspectos familiares, psicológicos y
espirituales del individuo— se valora a la persona en toda su extensión y se le
ayuda a afrontar con profundidad una muerte verdaderamente digna.
Es muy
importante la formación de las enfermeras y profesionales sanitarios en
general, sobre todo de las dedicadas a cuidados paliativos, en la comunicación
con la familia del enfermo, de modo que se la haga partícipe de la misma
atención humana y sanitaria que se le presta. Desde luego, la mejor situación
para un enfermo terminal —y éticamente puede suponer una decisión difícil en ocasiones,
que exige mucha prudencia— es la atención domiciliaria, de modo que pueda
seguir esos últimos momentos rodeado de su entorno familiar.27
Es necesaria
también una asistencia psicológica, social, y espiritual, que permita valorar
las necesidades desde el punto de vista personal del propio enfermo terminal y
prestarle la ayuda necesaria en cada aspecto. Es un deber ético acercarse al
punto de vista del paciente, conocer y respetar sus necesidades, su estado
emocional, y la forma en que experimenta y afronta su propia situación.28
En muchas de las páginas de la Dra. C. Saunder, pionera del movimiento
"Hospice", y también en los de E. Kübler-Ross son continuas las
referencias a la influencia de los valores espirituales en el cuidado terminal
y ante la muerte.
La
posibilidad de que el enfermo en situación terminal reciba o no una atención
espiritual en consonancia con sus propias creencias y deseos, depende, muchas
veces de una decisión médica. El descuido, la inadvertencia, el miedo a la reacción
del enfermo o de su familia, o, simplemente la proyección sobre el paciente de
las propias ideas, pueden condicionar este derecho del paciente que es deber
para el médico. La facilitación de este tipo de asistencia, no olvidándola, ni
sintiéndose incómodo ante ella, debe estar presente en la mente del médico y de
la enfermera.
Y es
necesaria también una formación de la enfermera que le ayude a afrontar estos
aspectos del sentido del dolor y la muerte, a establecer esa "relación de
ayuda" imprescindible para la humanización de los cuidados que van a
ayudar al enfermo terminal, en esos momentos tan importantes de su vida.29
NOTAS
1 Consejo Internacional de
Enfermería, sobre La participación de la enfermera en la parte final de la
vida. Recogido en Enfermería Actualidad, No. de IX 1997; p. 12.
2 Dres. Wilson Astudillo,
Carmen Mendinueta y Edgar Astudillo, Cómo ayudar al paciente en sus últimos
días, rev. Medicina y Persona, Universidad de Navarra,
enero-marzo 1992, p. 33.
3 Ibídem, pp. 33-36, y
las conocidas publicaciones de Elisabeth Kübler-Ross.
4 Recomendaría la lectura del
artículo de Nieves Martín Espildora, La relación clínica con el paciente
difícil, en Documentos SEMFYC, No. 7. Sobre Bioética y Medicina de Familia,
Palma de Mallorca, 1996; pp. 63-67. Ofrece también un método para el análisis
de los dilemas éticos que se presentan en situaciones difíciles de toma de
decisiones.
5 Hace ya años, lo señalaban
Leon R. Kass, Eutanasia y autonomía de la persona: vivir y morir con dignidad, Human
Life review 1989, vol. XVI, No. 2, traducido en rev. Cuadernos de
Bioética, No. 4, 4~ 1990. También H.Y. Vanderpool, The
ethics of terminal care, JAMA, 1978; 239: pp. 850-852.
6 J. Vega y P. Martínez Baza,
Enfermo terminal y eutanasia desde el punto de vista del personal sanitario,
Servicio de Publicaciones, Universidad de Valladolid, 1991.
7 J. Vega, O. Centeno, M.
Martínez León, P. Martínez Baza, Bioética de la situación terminal de
enfermedad, Comunicación en V Jornadas de la SE. de Medicina Legal y
Forense, Córdoba, 7-9.X.1992. Ma. Dolores Espejo Arias, Los cuidados
paliativos, en L.M. Pastor y F.J. León, Manual de ética y legislación en
enfermería, Mosby-Doyma, Madrid, 1997, pp. 129-132. Rogelio Altisent, El
médico de familia ante el enfermo en situación terminal, rev.. Cuadernos de
Bioética,4° 1994, pp. 308-320.
8 J. Vega y otros, ob.
cit., p. 5.
9 Twycross, Manejo
terapéutico del dolor en el cáncer, Trad. de Lab. Sarget;
original en Primary Care & Cancer V-1988.
10 Dolores Espejo, ob.
cit., p. 132.
11 Mercedes Gutiérrez, DUE
especializada en UCI y María Carmen de la Fuente, Medicina interna, Problemas
éticos de enfermería en Unidades de Cuidados Intensivos, rev.. Cuadernos de
Bioética, 3° 1994, pp. 182-185.
12 Congreso Mundial de
Medicina y Cuidados intensivos, Declaración de Etica en Medicina Crítica y
Cuidados Intensivos, Madrid, 1996.
13 JM. Martinón y otros,
Algunas reflexiones sobre ética en Cuidados Intensivos Pediátricos, rev.
Cuadernos de Bioética, No. 26, 2° 1996, pp. 149-155.
14 F. Rossner, Withdrawing
Fluids and Nutrition: An Alternate Way, Bulletin of the New York Academy of
Medicine, June-1988, Vol 64, 5°: 363-375. Traducción en Vega y otros, ob.cit. Ver
también, Martínez Baza y otros, Aspectos éticos en el síndrome apálico, 3°
1994, pp. 190-1 93.
15 R Martínez Baza, J. Vega
Gutiérrez y C. Centeno, Bioethics of nutrition and hydration in oncological
patients in a terminal situation. IX Simposium de la Org. Europea para Prevención del
Cáncer, Madrid, 17-19. X. 1991.
16 Wilson Astudillo, Carmen
Mendinueta y M. José Tamés, La alimentación en el enfermo terminal: consejos
dietéticos, rRevista de Medicina de la Universidad de Navarra, 1V-VI
1992, pp. 31-37.
17 Grupo de Estudios de
cuidados paliativos de San Sebastián, La alimentación en el enfermo terminal, Revista
de Medicina de la Universidad de Navarra, VII-IX.1993, pp. 67-68.
18 J. Vega y otros, ob.cit.,
p. 7. Ver también el análisis de varios casos clinicos en Andrés Pérez
Melero y otros, Mantenimiento de las técnicas de soporte vital en cuidados
intensivos ¿Deben ponerse límites?, rev. Cuadernos de Bioética, 3° 1994,
pp. 186-189.
|9 Congregación para la
Doctrina de la Fe, Declaración sobre eutanasia, mayo 1980.
20 Jesús Colomo, Muerte
cerebral: biología y ética, Eunsa, 1993.
21 Orlando David García, Una
reformulación completa y precisa de la muerte humana, rev.. Cuadernos de
Bioética, 2° 1997, pp. 889-898.
22 Declaración de ética en
Medicina crítica y Cuidados Intensivos, ob. cit., cap. 3°.
23 President’s Commission for
the Study of Ethical Problems in Medicine and Biomedical and Behavioral
Research. Deciding to Life Sustaining Treatement, Making Health Care
Decision, Washington DC. Government Printing Office, 1982 y 1983.
24 J. Vega y otros, ob.
cit., pp. 10-11.
25 Carlos Centeno y Juan M. Núñez
Olarte, revelación del diagnóstico a enfermos oncológicos en situación
terminal, rev. Cuadernos de Bioética, 2° 1996, pp. 156-163.
26 Marie de Hennezel, La
muerte íntima; los que van a morir nos enseñan a vivir, Plaza y Janés,
Barcelona, 1996.
27 Beatriz Boyero, Ética de
la relación enfermo terminal y entorno familiar, rev.. Cuadernos de
Bioética, 2° 1996, pp. 168-172.
28 Ver el interesante estudio
con pacientes de cáncer, de Carlos Centeno y otros, Necesidades
psicosociales del enfermo en fase terminal: estudio descriptivo, rev.. Cuadernos
de Bioética, 3° 1994.
29 José Carlos Bermejo, Humanizar
la salud. Humanización y relación de ayuda en enfermería. San Pablo,
Madrid, 1997, especialmente el capítulo que dedica al reto de enseñar
enfermería tanatológica, pp. 168-174.