La enfermería: vocación de servicio

 

LOS CUIDADOS DE ENFERMERÍA

 

Eudaldo Forment,

Catedrático de Metafísica. Universidad de Barcelona (España)

(Adaptado por ASE)

 

Contenido:

I. LOS CUIDADOS DE ENFERMERIA  *

1. Identidad profesional de la enfermera         *

2. La dignidad personal del paciente     *

3. La enfermería y la femineidad *

4. Los cuidados y el afecto        *

II. LAS ACTITUDES ANTE EL PACIENTE    *

5. La ayuda y la misericordia      *

6. El valor del sufrimiento *

 

1. Identidad profesional de la enfermera

De entre todas las teorías de enfermería actuales la de Virginia Henderson es la más conocida, probablemente por su verosimilitud y eficacia práctica. La famosa enfermera propone la siguiente determinación de la actividad específica de la enfermería: "La función propia de la enfermera consiste en atender al individuo enfermo o sano, en la ejecución de aquellas actividades que contribuyen a su salud o a su restablecimiento (o a evitarle padecimientos en la hora de su muerte), actividades que él realizaría por sí mismo si tuviera la fuerza, voluntad o conocimientos necesarios. Igualmente corresponde a la enfermera cumplir esta misión en forma que ayude al enfermo a independizarse lo más rápidamente posible 1.

Su función propia es, por tanto, atender o ayudar a "mantener o restaurar la independencia del paciente para satisfacer sus necesidades fundamentales" 2. Un enfermo es un individuo que le falta su independencia, en cuanto tiene una o más necesidades básicas no satisfechas y, por ello, no es un "todo completo e independiente", como un individuo sano 3.

Según Virginia Henderson estas necesidades comunes y fundamentales son: 1. Respirar normalmente. 2. Comer y beber adecuadamente. 3. Eliminar los deshechos del cuerpo. 4. Moverse y mantener posturas agradables. 5. Dormir y descansar. 6. Seleccionar ropa adecuada, vestirse y desnudarse. 7. Mantener la temperatura del cuerpo entre límites normales, adoptando la ropa adecuada y modificando el medio ambiente. 8. Conservar el cuerpo limpio y bien cuidado y proteger la piel y mucosas. 9. Evitar peligros de ambiente e impedir que perjudiquen a otros. l0. Comunicarse con otros expresando emociones, necesidades, temores u opiniones. 11. Culto de acuerdo con su fe. 12. Trabajar de tal forma que haya un sentido de provecho. 13. Jugar o participar en diversas formas de recreo. 14. Aprender, descubrir o satisfacer la curiosidad que conduce a la salud y desarrollo normales y a utilizar las facilidades disponibles de salud" 4.

En todas estas necesidades básicas, la enfermería trata de ayudar al paciente. Tales ayudas formarían parte de los cuidados básicos de la enfermería. Más concretamente, puede decirse que la misión de ayudar de la enfermera es ''suplir lo que al paciente le falta para hacerlo totalmente independiente" 5. Su papel es, por consiguiente, "complementario-suplementario" 6, sustituyendo transitoriamente algunas funciones básicas de la persona que, por su enfermedad, no puede realizar. "Ella es temporalmente la conciencia para el inconsciente; el apego a la vida para el suicida; la pierna para el amputado; los ojos para quien acaba de perder la vista; un medio de locomoción para el recién nacido; el conocimiento y la confianza para la joven madre; la voz de los que están demasiado débiles para hablar o se niegan a hacerlo, y así sucesivamente" 7.

Además de estos cuidados básicos, en donde la enfermera tiene propia iniciativa, porque constituyen su función privativa, tiene una segunda importante función, ya que también "la enfermera ayuda al paciente a seguir el plan de tratamiento en la forma indicada por el médico"8.

Una tercera función consiste en colaborar con los demás miembros del equipo médico, porque pertenece a él con pleno derecho. No obstante "ningún miembro del grupo médico debe exigir a otro actividades que le obstaculicen el desempeño de su función propia. Ni tampoco debe dedicarse a actividades no médicas —tales como las de limpieza, oficina y de otra naturaleza— cuando esto suponga un abandono de su función específica" 9.

Por último, debe advertirse que estos cuidados o ayudas que presta la enfermera son un medio para el paciente, por esto, "cuanto más pronto una persona pueda cuidarse a sí misma, buscar información sobre la salud o incluso seguir los tratamientos prescritos, tanto mejor será para ella". La enfermera es por ello insustituible, excepto por el propio paciente una vez que ha dejado de serlo 10.

2. La dignidad personal del paciente

Esta convincente doctrina de la enfermería de Virginia Henderson implica un profundo humanismo. Al exponer las funciones asistenciales de la enfermera, la profesora Henderson indica que "todos los miembros del grupo deben considerar a la persona que atienden (al paciente) como la figura central, y comprender que, primordialmente, su misión consiste en 'asistir' a esta persona" 11.

La persona es un sujeto consciente, racional y libre. Según santo Tomás, todos los hombres, sólo por serlo, son personas y poseen, por ello, una gran dignidad. Todo hombre lo es siempre y en cualquier circunstancia o etapa de su vida es persona. Ya sea en el seno materno, en la infancia, al final de su vida, ya sea en una situación de menor integridad física, moral o intelectual, ya sea en una condición de pobreza, física o cultural, ya sea en cualquier momento de la vida humana, todos los hombres tienen una idéntica y permanente dignidad, que se deriva del hecho natural de que son personas. Por esta dignidad personal todos los hombres son iguales entre sí, e idénticamente sujetos de derechos inviolables.

Por suponer esta doctrina de la persona, la concepción de Virginia Henderson conduce a atender especialmente al paciente concreto, a la persona que está enferma, no al enfermo en sentido genérico o abstracto. Se reconoce que "comprender al paciente es una característica de las mejores enfermeras. El análisis del significado de las palabras del paciente, de su silencio, de su expresión, de sus movimientos, no cesa nunca. Actuar de esta forma y hacerlo con tal naturalidad que no dificulte el desarrollo de una relación constructiva entre la enfermera y el paciente, es un verdadero arte" 12.

Escribe Henderson que la enfermera ''nunca podrá comprender totalmente a una persona ni proporcionarle todo lo que esta necesite para su bienestar. Lo único que puede hacer es ayudarla en aquellas actividades que contribuyen a ese estado que, para esa persona, significa salud o convalecencia de una enfermedad, o la muerte sin sufrimiento'' 13.

La máxima dignidad de la persona, expresada en la tesis filosófica de que "la persona es lo más perfecto de toda la naturaleza" 14, explica que el núcleo práctico de la práctica de la enfermería sea el respeto al paciente. "Sólo en estados de absoluta dependencia, como lo son el coma o la postración extrema, se justifica que la enfermera decida por el paciente, en lugar de decidir con el paciente, lo que es bueno para él" 15.

3. La enfermería y la femineidad

Explica la profesora Henderson que "a la enfermera se le ha llamado la «madre profesional», y que, en efecto, es como una madre que responde a las necesidades de su hijo" 16. Esta genial sugerencia muestra que hay una estrecha e íntima relación entre los cuidados de la enfermería y la maternidad, y en último término con la femineidad.

Esta relación de la función propia de la enfermería con las características de acoger al ser humano, más propia de la femineidad —aunque también puede desarrollarla el varón, de ahí que existan enfermeros— se justifica asimismo por la doctrina filosófica de la persona.

Se demuestra en ella que la perfección de la persona humana no se encuentra reproducida en un único tipo de seres distintos, sino que está realizada de dos modos diversos, como persona masculina y como persona femenina. Hombre y mujer son iguales en cuanto personas y consecuentemente, también en cuanto a dignidad. Esta igualdad fundamental, sin embargo, no anula la diversidad en cuanto a un modo especial de realización de la persona humana. Estas dos maneras de ser persona humana implican matices distintos, que constituyen la masculinidad y la feminidad. Ambos son valores de la persona humana y por ello, complementarios. No son entre sí ni superiores ni inferiores, sino que se perfeccionan mutuamente.

La diversidad de la mujer es sobre todo espiritual: ni meramente corpórea, por sus rasgos somáticos o biológicos, ni tampoco por aspectos psíquicos, ni incluso por sus actitudes o reacciones propias y caracteres existenciales. Según la doctrina metafísica del hombre propuesta por Santo Tomás, el alma de la persona humana es un espíritu o una sustancia inmaterial, que entiende y ama. Este espíritu está unido sustancialmente al cuerpo, ya que por su misma naturaleza está destinado a informar lo corporal. Su unión al cuerpo se realiza de un modo esencial, y sólo posee su perfección natural en cuanto unida al cuerpo. De manera que el cuerpo y el alma de la persona humana constituyen una unidad psicosomática. No conviven uno en o con el otro, sino que unidos son los dos constitutivos de la única sustancia completa personal.

Esta visión unitaria y globalizadora de la persona la ofrecen sólo las ciencias filosóficas, ya que las ciencias experimentales no están capacitadas para estudiar al hombre en este nivel de profundidad. De ahí que si son consecuentes con los datos que manejan y su metodología, no pueden pronunciarse sobre esta cuestión en ningún sentido: la persona les sobrepasa. De esta concepción filosófica de la persona se desprende que, por estar destinada cada alma a informar un cuerpo determinado, es distinta de todas las demás. Toda alma es individual, tiene características propias.

Se sigue de ello que cada alma es proporcionada únicamente a un cuerpo y no a otro —por eso es imposible la hipótesis de la reencarnación—. Cada alma está constituida de tal modo que únicamente se corresponde y adapta a su cuerpo. Y si los cuerpos humanos son de varón y de mujer, se concluye a su vez que habrá almas masculinas y almas femeninas, según se adecuen a uno u otro tipo de cuerpo. Es consecuencia del materialismo vincular la femineidad y la virilidad a lo corporal o a lo biológico, y por tanto, como si fuesen dimensiones de la animalidad.

El diverso modo de concreción de la persona humana en el hombre y en la mujer se manifiesta claramente en la paternidad propia de la persona humana. La paternidad es común a ambos. No obstante, aunque sean hombre y mujer padres de sus hijos, la paternidad de la mujer es más profunda en ella. Los dos son padres, pero la maternidad es una paternidad más plena y por tanto, más cualificada.

Gracias a la maternidad se encuentra en la mujer una especial capacidad de atención a la persona concreta e individual, una acusada sensibilidad para todo lo humano, el ser más sensible al sufrimiento, mostrando con ello, en definitiva, una actitud de acogimiento y cuidado del hombre en general, que es la que fundamenta la actividad de la enferme ría.

Toda la esencia de la mujer está atravesada por la maternidad y por esto, en ella es más ostensible la esencia de la persona y del amor personal que comporta la donación o el convertirse a sí mismo en don. Es indiscutible que la mujer es más amable que el hombre, que procura ser más simpática, que tiene una mayor ternura y una mayor paciencia. Intenta ser siempre atractiva y no únicamente en lo físico sino también en lo espiritual. De ahí lo desagradable que resulta una mujer antipática, agresiva y huraña.

La dimensión maternal y por tanto, la actitud de solicitud es esencial de la feminidad y a su vez, estos valores particulares que origina se dan en todas las etapas de la vida de la mujer, tanto en la juventud como en la madurez. También se hallan en las mujeres que no se casan, pues incluso en ellas se puede expresar la maternidad de un modo distinto al físico, y les es posible dedicarse más plenamente y de un modo más amplio al ser humano, manteniendo su disponibilidad y solicitud. La maternidad está unida a la constitución metafísica de la mujer.

La enfermera expresa su maternidad en la solicitud por la persona humana que más la necesita. En razón de su femineidad puede serle confiado el ser humano en una situación más débil, como es el enfermo. Este advierte intuitivamente la fortaleza de su femineidad-maternidad para acogerle y ayudarle.

4. Los cuidados y el afecto

También hace notar Virginia Henderson, con gran sentido común, que: "La enfermera debidamente preparada tiene oportunidad, mientras presta sus servicios básicos, de escuchar al paciente, de conocer su idiosincrasia y la de sus familiares, de determinar sus necesidades y de captarse la confianza que tan esencial es para la mayor eficacia de los cuidados de enfermería" 17.

La atención y el cuidado que necesita el paciente no son sólo los que pueda darle la competencia profesional y técnica de la enfermería. La asistencia sanitaria de la enfermería es necesaria pero no suficiente. El paciente, y precisamente por serlo, tiene una gran necesidad de afecto. Los tratamientos sanitarios y los cuidados médicos, por muy importantes e imprescindibles que sean, no pueden reemplazar de ningún modo la acogida, la compañía y en definitiva el amor humano.

Entre los cuidados que presta la enfermera puede incluirse —como alma de todos ellos—, el mostrar el calor humano. La enfermera tiene que ser cada vez más sensible a los sufrimientos de los pacientes. El servicio al enfermo debe incluir la apertura del corazón a las necesidades de la persona humana que sufre en el cuerpo. Además, la enfermera necesita para ayudar a sus pacientes tomar conciencia del sufrimiento en todas sus dimensiones, física, moral y espiritual. Procurar, por tanto, la salud integral del paciente.

No puede decirse que el mostrar y tener un corazón humano sea un deber profesional de la enfermera, pero sin corazón no es posible lograr los objetivos de los cuidados de la enfermería, porque al paciente le faltará la confianza y la esperanza. La solicitud para los que sufren, el cuidado atento y minucioso al paciente, sólo es posible desde la generosidad, que nace del amor.

La vocación de enfermera exige el compromiso de dedicarse al cuidado del enfermo, a no prestar sólo una asistencia de enfermería, sino a proporcionarle también calor humano y apoyo en el camino de la vida hacia la madurez, y ello por la consideración del enfermo como el objetivo primario y principal de la profesión. La enfermera sabe que sus pacientes son objeto de consideración, respeto y amor, porque son personas humanas.

Como escribía Florence Nightingale, "se piensa a menudo que la medicina es el proceso curativo. No es tal cosa (...). Nunca puede hacer nada, sino quitar obstáculos; nunca puede curar, la naturaleza cura sola (...) Y lo que tiene que hacer la enfermera en ese caso es poner al paciente en las mejores condiciones para que su naturaleza actúe sola'' 18.

Para ayudar al paciente en su propio proceso curativo, la enfermera tiene que prestarle unos cuidados profesionales que, como se ha dicho, catorce de ellos son básicos, y tiene además que amarle con el amor de benevolencia, propio de la mujer en su dimensión maternal. En esta solícita asistencia, la enfermera deberá igualmente tener en cuenta que tanto los cuidados básicos como el afecto auténtico y sincero que dedica al enfermo, tienen que estar referidos a toda la persona. La enfermera no cuida una parte dañada del cuerpo, ni a todo el cuerpo humano, sino a toda la persona en su integridad. El objetivo de los cuidados es la totalidad del ser personal.

Lo que podría denominarse espíritu de servicio, que es nuclear en la función de la enfermería, debe dirigirse hacia la salud integral de la persona humana, que implica no sólo la salud física sino también la espiritual. Si hay que atender a las necesidades de la persona humana, tal como exige su dignidad, debe procurarse este bienestar integral. Muchas veces la enfermera podrá ayudar a descubrir el sentido de la vida humana que, quizás por la especial situación en que se encuentra el paciente, necesita de una manera más apremiante. El conocer el sentido de la realidad, de la vida del ser humano y de su mismo dolor es muy importante para la persona. Se podría decir incluso que es lo más importante.

 

II. LAS ACTITUDES ANTE EL PACIENTE

 

5. La ayuda y la misericordia

El progreso de las ciencias y las técnicas médicas, la socialización de la medicina, los problemas de la sanidad con sus dimensiones políticas, legislativas y económicas, y la problemática de la salud o del bienestar físico, psíquico o espiritual, hacen que el mundo de la sanidad sea muy amplio y complejo. Su acción es importantísima porque afecta directamente al bien de la persona y al de la sociedad. Además tiene implicaciones morales, éticas y religiosas y afecta a los derechos humanos. No obstante, más allá de todo este conjunto de intereses e intenciones lo más urgente es el cuidado o atención a los enfermos. De esta atención hacia los que sufren se ocupa de un modo especial la enfermería.

En el camino de la vida parece que un paso inevitable es el del sufrimiento. El dolor con el que nos topamos todos, supone una ''prueba ", un momento muy difícil para el ser humano. El sufrimiento representa un atentado al equilibrio, a la serenidad y puede, por ello, provocar una profunda crisis de valores. Además, muchas veces le acompaña el aislamiento, la marginación y en definitiva, la soledad. Cuidar a la persona en los trances de dolor no es una tarea fácil porque, junto con los cuidados asistenciales fundamentales, hay que procurar que no se sienta sola, que tenga esperanza, y aliviarle en todos los aspectos de sus sufrimientos, en otras palabras, ser compasivos, compartir su dolor, llevando una parte de su peso. Hay que rodear al enfermo de cuidados y de ternura, de todo aquello que pueda contribuir a su salud corporal y a la paz de su alma. Todos los cuidados deben evitar el peor de los males de la persona humana: la desesperación. Nunca la enfermedad debe llevar a una pérdida total de la esperanza.

El servicio que presta la enfermera, al que se siente llamada por vocación profesional, sólo tiene sentido como una actuación de amor, de dar todo a los enfermos, aceptando incluso el sacrificio. Si el corazón de la enfermera no está abierto a la compasión, al dolor de otra persona, si no es generoso, no podrá ayudarle en sentido pleno. Con sus cuidados sanitarios le hará un bien, pero no todo el bien posible, porque le faltará el amor de benevolencia, que también necesita.

Además, no cumplirá perfectamente su misión que es, en definitiva, la de darse a sí misma. La enfermera no se realiza plenamente como tal, e incluso como persona, si no es don de sí. Viviendo en donación, deseando hacer felices a los enfermos, la enfermera irradia esperanza, da calor humano y provoca una gran confianza, un gran respeto y una peculiar admiración por su dignidad como auténtica persona humana.

La sensibilidad ante la persona sufriente no se manifiesta con un corazón cerrado y endurecido, sino en la compasión activa, en la misericordia que lleva a cuidar de la persona, en el cuidado de la enfermería en sentido pleno. San Agustín definió la virtud de la misericordia diciendo que "es la compasión de la miseria ajena en nuestro corazón, la cual nos impulsa a socorrer si podemos" 19. Esta definición se adapta perfectamente a la sensibilidad propia de la enfermera que le conduce a compadecerse, a sentir aflicción o contristarse por el sufrimiento ajeno 20 y sobre todo a intentar remediarlo con sus cuidados. La virtud propia de la enfermería es, por tanto, la misericordia.

El alivio del sufrimiento por el amor es quizás más difícil que por los meros cuidados asistenciales. Se necesita también de la virtud de la paciencia para el trato con los enfermos, porque muchas veces su comportamiento no es el normal o el adecuado, la de la mansedumbre, que hace que se evite la irritación, la afabilidad, para tratar a todos con comprensión y simpatía, que nace de la bondad, el darse a sí mismo sin esperar correspondencias u otras compensaciones.

La afabilidad o cordialidad no es un deber en sentido estricto y por tanto, no es exigible en la persona. Pero en la enfermera es un deber de buena profesional, porque es un medio excelente para su función propia de atención y cuidado vigilante del enfermo que tiene que ayudar para que recobre la salud. La amabilidad supone la práctica de una serie de virtudes como el proceder en todo con sumo tacto y delicadeza, el conversar siempre con una sonrisa en los labios, el tener particular cuidado en no lastimar a nadie, el procurar no herir nunca con las palabras, el dar siempre el tiempo propio para ponerlo al servicio de los demás, el ser complaciente, desinteresado, la generosidad, el agradecimiento, la compasión profunda, el no hablar de una manera imperiosa ni en tono de ironía o burla, la indulgencia, la cortesía, el trato delicado, la paciencia, la mansedumbre, el disimular las descortesías, olvidos e impertinencias de los demás, la sencillez, la alabanza sin adulación de las cualidades ajenas, el buen recibimiento, el acogimiento, la carencia de afectación, de vanidad y de envidia, etc. En definitiva la afabilidad se manifiesta en la bondad de corazón y en la práctica de la virtud fundamental de la humildad. Tal vez podrían compendiarse todas estas virtudes diciendo que hay que hacer el bien a los demás.

 

6. El valor del sufrimiento

Los cuidados de la enfermera sirven para aliviar los sufrimientos humanos, mitigando el dolor, y para hacer recobrar la salud. La enfermera lo hace por la necesidad que siente en su interior. Con su vocación responde a las necesidades del hombre y de sus sufrimientos. Con su actividad profesional logra acudir a la llamada del que necesita de ella y de su amor. Sin este amor desinteresado no tienen ya auténtico valor los servicios que se le prestan. Todo ser humano puede necesitar los servicios de la enfermería, porque el hombre siempre entra en el camino del sufrimiento. Aunque se da de muchas maneras y en situaciones muy diversas, el dolor acompaña siempre a la persona en su existencia.

El sufrimiento es más amplio que la enfermedad, más complejo, más enraizado en el ser personal del hombre. La palabra sufrimiento parece referirse especialmente al hombre. Cuando sufre, a diferencia de los animales, sabe que sufre y se pregunta el por qué. El sufrimiento del hombre no es idéntico al de los animales —que también sufren por tener sentidos y sensibilidad—, porque el dolor alcanza a sus facultades espirituales. El sufrimiento en el hombre es más profundo. Lo experimenta en el fondo de su ser, de una forma más interior y consciente. Es una experiencia terrible y dramática.

El sufrimiento humano despierta la compasión, pero también atemoriza. La enfermera debe vencer ese temor, aunque sin perder el respeto que suscita siempre el sufrimiento. La persona no puede encontrar su propia plenitud si no se entrega auténticamente a los demás, si no es sensible al sufrimiento ajeno, a la desgracia de los demás. La vida de la enfermera en cuanto tal debe ser una vida de misericordia, de consolación, de participación del sufrimiento de sus pacientes. La enfermera está al lado del que sufre, al lado del hombre en su sufrimiento y por ello, tiene que cultivar la sensibilidad del corazón ante el sufrimiento ajeno, afinarla, testimoniar su amor en el dolor de los demás.

El paciente que sufre no sólo busca unas personas que remedien sus males, profesionales que se hayan preparado o especializado en su curación y cuidados, sino también al ser humano, que le comprenda en toda su integridad, que le ayude en su lucha constante contra la enfermedad y el sufrimiento.

En la vida humana, no obstante, el sufrímiento tiene un valor, que es necesario que conozca la enfermera. Permite que la persona que lo vive madure humanamente. Al paciente tocado por el dolor le es más fácil adquirir una sabiduría profunda sobre la realidad del mundo y de la vida, de captar lo que es esencial y verdadero, a juzgar desde su auténtico valor las realidades humanas, que muchas veces desde la superficialidad y la frivolidad se ven al revés. El dolor permite distinguir lo sustancial de lo accidental. Incluso permite un mayor conocimiento de sí mismo, desde esta situación límite. El dolor purifica de la ignorancia y de la maldad. El mal del sufrimiento es un misterio, pero sabemos que comporta unos bienes, que le dan un cierto sentido.

Con el dolor la vida se hace más profunda, más sincera, más solidaria con los otros que sufren y con toda la humanidad, y sobre todo más generosa. El sufrimiento enseña una misteriosa sabiduría inefable que enriquece a quien lo vive. En este aspecto personal el dolor enriquece. De estos bienes participa la enfermera. A diferencia de otras profesiones, en la de enfermería —cuando se desarrolla con auténtica profesionalidad— no hay el riesgo tan acusado de burocratización o de aridez.

El dolor es un misterio que trasciende al hombre, pero es también profundamente humano, porque en él nos encontramos a nosotros mismos. Es purificación no sólo para uno mismo, sino también para los demás. La enfermera se beneficia del mismo por su cercanía cotidiana con el dolor. El sufrimiento capacita para ser más humano. Los pacientes y sus enfermeras pueden descubrir en el mundo del sufrimiento el valor espiritual del amor que se da, y que es el sentido fundamental de la vida humana y exalta la dignidad de la persona humana. También queda patente la realidad del espíritu, porque cada victoria sobre la enfermedad representa la victoria del esfuerzo de la inteligencia, de la dedicación de la voluntad y de la solicitud del corazón, es una victoria del espíritu. Por el sufrimiento, el hombre también puede mostrar la superioridad de su espíritu sobre el cuerpo, porque desde su inhabilidad corporal puede evidenciarse su madurez y grandeza interior.

La enfermedad, con la necesidad de ser atendidos por los demás que comporta, lleva a una pérdida de cierta independencia, una falta de autosuficiencia, que puede sentirse como humillante; por esto decía Virginia Henderson que "si la condición del paciente es crítica y el equipo que le atiende le merece confianza, puede pedir que decidan por él, pero sin llegar nunca a sentir que está a merced de los otros'' 21. La enfermera, por tanto, debe procurar evitar la sensación deprimente que experimenta el paciente de que está condenado a recibir ayuda y asistencia de los demás, mostrándole que él mismo está ayudando a otros.

La verdadera libertad está en servir, no en vivir para-sí-mismo sino para-los-demás. La libertad real está en servir al hombre, es la libertad que conoce muy bien la enfermera. El dolor enseña que la vida es un don precioso, que no se puede malgastar. Enseña también que ninguna vida humana es una vida aislada, que ninguna persona es un verso suelto, sino que está entrelazada con las demás.

José Torras y Bages, en su último escrito dedicado al sufrimiento, afirma que: "El padecer enseña. Quien no lo conociera, no conocería la vida en su totalidad; el sufrimiento es parte imprescindible de ella. Así como no hay en la tierra luz sin sombra, tampoco hay vida sin sufrimiento" 22.

La enfermera está en contacto directo e inmediato, más que otros miembros del grupo sanitario, con la innegable y tremenda realidad del dolor, cuyo sentido no se comprende. El sufrimiento es un misterio y la enfermera en cuanto tal no trata de entenderlo sino de remediarlo. Por esta relación con el dolor, en un mundo caracterizado por la sed insaciable de placer, dinero, éxito y poder, en definitiva por el egoísmo y la soberbia, y que parece negar el hecho del sufrimiento, la enfermera puede llegar a tener una madurez de la que carecen otras personas con mayores conocimientos científicos.

Además, la labor de la enfermera siempre es eficaz, lo que quizá no ocurre en ninguna profesión. Si su actividad está bien hecha, siempre se encuentra coronada por el éxito. Si sus atenciones no contribuyen a la curación del paciente, a que recobre su salud, por lo menos le habrá proporcionado alivio y consuelo. Sólo con haber estado cerca del que sufre, compartiendo y participando de su dolor, ya le ha confortado y en alguna manera ha transformado su sufrimiento.

La profesión de enfermera lleva también una enorme carga de responsabilidad y de dificultad. No obstante, es una vocación apasionante, porque por un lado proporciona la satisfacción de recibir la confianza del que sufre y también la alegría de serle útil; por otro, porque el mismo enfermo ayuda a la enfermera a crecer en generosidad y a madurar en humanidad e incluso en espiritualidad.

La enfermería está menos expuesta que las demás profesiones relacionadas con la sanidad al peligro de la deshumanización, de la sustitución de las relaciones humanas por la técnica. Siempre claro está que la enfermera procure que se instauren unas relaciones asistenciales personalizadas, es decir, de cuidados al paciente en todo su conjunto, tanto en la esfera corporal como la espiritual. Siempre que, por ello, la enfermera esté cerca de las ansias y los temores del paciente y comparta también sus esperanzas. El espíritu de servicio de la enfermera tiene que convertirse en espíritu de humanidad, y cada vez en una mayor nobleza, hasta rozar con el valor de lo sagrado.

La enfermería realizada así proporciona la paz y la serenidad, que se comunica también a los pacientes, igual que a la propia familia. La enfermería, por este contenido profundamente humano, más que una profesión se acerca a una vocación religiosa.

 

 

 

NOTAS

1.  V. HENDERSON, Principios Básicos de los Cuidados en Enfermeria, Basel, S. Karger, 1971, p. 7; (2) E. ADAM, Hacia dónde va la enfermería, Madrid, Importécnica, 1982, pág. 13; (3) Ibid. p. 12; (4) V. HENDERSON, ob. cit. p. 63, vg. pp. 24-62; (5) Ibid. p. 7; (6) E. ADAM, ob. cit. p.14; (7) V. HENDERSON, ob. cit. p.9; (8) Ibid. p. 8; (9) Ibidem; (10) Ibidem; (11) Ibidem; (12) Ibid. p. 12; (13) Ibidem; (14) S. TOMAS, Summa Theologiae, I, q.29, a.3, in c; (15) V. HENDERSON, ob. cit. p.12; (16) Ibid. p. 6; (17) Ibid. p. 64; (18) F. NIGHTINGALE, Notes on Nursing: What it is and what it is not, en E. Adam, ob.cit. p.3. (19) S. AGUSTIN, La Ciudad de Dios, IX,5,ML XVI,261. (20) Vg. S.TOMAS, Summa Theologiae, Il-Il, q.30. (21) V. HENDERSON, ob.cit.p.8. (22) J. TORRAS Y BAGES, La ciencia del patir, en Obres Completes, Barcelona, Biblioteca Balmes, 1948, pp.5-40, p.13.

 

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