Para tener argumentos y datos
Un prontuario sobre la eutanasia
La Conferencia Episcopal Española ha publicado un breve libro sobre
la eutanasia (1), elaborado por un equipo de especialistas en medicina,
farmacia, derecho, moral, teología. Es el segundo de una serie de documentos
que se inauguró hace dos años con otro similar dedicado al aborto. La obra
plantea y responde cien preguntas que recogen las dudas del público acerca de
la eutanasia y la posibilidad de legalizarla. Con un estilo divulgativo, aclara
la terminología, aborda las situaciones conflictivas, proporciona los datos
imprescindibles y no elude los argumentos que se utilizan en las campañas a
favor de la eutanasia. Seleccionamos aquí algunos fragmentos que pueden dar
idea del contenido y el tono del documento, y animar a leerlo integramente.
Hay quienes creen que una muerte dolorosa o un cuerpo muy degradado
serían más indignos que una muerte rápida y "dulce", producida cuando
cada uno dispusiera.
(...) El dolor y la muerte no son criterios aptos para medir la
dignidad humana, pues ésta conviene a todos los seres humanos por el hecho de
serlo; el dolor y la muerte serán dignos si son aceptados y vividos por la
persona; pero no lo serán si alguien los instrumentaliza para atentar contra
esa persona.
Una muerte digna no consiste sólo en la ausencia de tribulaciones
externas, sino que nace de la grandeza de ánimo de quien se enfrenta a ella. Es
claro que, llegado el momento supremo de la muerte, el protagonista de este
trance ha de afrontarlo en las condiciones más llevaderas posibles, tanto desde
el punto de vista del dolor físico como también del sufrimiento moral, Los
analgésicos y la medicina paliativa, por un lado, y el consuelo moral, por
otro, son los medios que enaltecen la dignidad de la muerte de un ser humano
que siempre, aun en el umbral de la muerte, conserva la misma dignidad.
La aceptación de la eutanasia, ¿no es, pues, un signo de
civilización?
No. Lo que es un signo de civilización es justamente lo contrario, es
decir, la fundamentación de la dignidad de la persona humana en el hecho
radical de ser humana, con independencia de cualquier otra circunstancia como
raza, sexo, religión, salud, edad, habilidad manual, o capacidad mental o
económica. Esta visión esencial del hombre significa un progreso cualitativo
importantísimo, que distingue justamente a las sociedades civilizadas de las
primitivas, en las que la vida del prisionero, el esclavo, el deficiente o el
anciano, según épocas y lugares, era despreciada.
Los progresos científicos y técnicos en la lucha contra el dolor, tan
propios de la era moderna, pueden dar esta falsa apariencia de civilización a
la eutanasia, en la medida en que se la presenta como una forma más de luchar
contra el dolor y el sufrimiento. Pero ya sabemos que eutanasia no es eso, sino
eliminar al que sufre para que deje de sufrir. Y eso es incompatible con la
civilización, pues revela un desprecio profundo hacia la dignidad radical del
ser humano. Un ser humano no pierde la dignidad por sufrir; lo indigno es basar
su dignidad en el hecho de que no sufra.
Es más, resulta especialmente contradictorio defender la eutanasia
precisamente en una época como la actual, en la que la Medicina ofrece
alternativas, como nunca hasta ahora, para tratar a los enfermos terminales y
aliviar el dolor. Es probable que este resurgimiento de las actitudes
eutanásicas sea una consecuencia de la conjunción de dos factores: por un lado,
los avances de la ciencia en retrasar el momento de la muerte; por otro, la
mentalidad contemporánea de escapar, de huir del dolor a todo trance y de
considerar el sufrimiento como un fracaso. De esta negación de la realidad
surge la contradicción.
¿Se pueden prever los efectos sociales de aceptar la eutanasia?
(...) La experiencia del aborto acredita que las leyes permisivas se
aprueban presuntamente para dar solución a determinados casos extremos,
especialmente dramáticos para la sensibilidad común, pero acaban creando una
mentalidad que trivializa el aborto provocado hasta convertirlo en un hecho
socialmente admisible que se realiza por motivos cada vez más nimios. Con la
eutanasia no tiene por qué ocurrir algo distinto: la legislación permisiva se nos
presentaría como una solución para "casos límite" de "vida
vegetativa", "encarnizamiento terapéutico", etc.. y acabaría
siendo una opción normal ante casos de enfermedad o declive biológico más o
menos irreversible.
El proceso descrito responde a la más elemental psicología humana:
cuando algo prohibido se permite y empieza a practicarse, se va considerando
cada vez más como normal, máxime si resulta un buen negocio para algunos, ayuda
a eliminar situaciones engorrosas para otros y además es defendido por algunas
corrientes ideológicas.
(...) Legalizada la eutanasia, se abrirían las puertas a prácticas
siniestras, pues la compasión podría ser utilizada como disculpa para
justificar la eliminación de los débiles. Los deficientes, los terminales. Se
harían "comprensibles" presuntos intereses públicos en la eliminación
de los que representan una carga para la sociedad sin aportar utilidad material
alguna; hasta llegar a crear la presión psicológica suficiente para que se
sientan casi obligados a pedir su eliminación quienes, por su edad o estado, se
sientan carga "insoportable" para los demás.
¿Cuáles son, desde la óptica del paciente terminal, los principales
efectos de la aceptación de la eutanasia?
El principal efecto es el miedo. Miedo a que los que le rodean puedan
diagnosticar que es acreedor a la eutanasia; miedo a los profesionales de la
sanidad; miedo a los familiares; miedo a las instituciones asistenciales.
En efecto, una sociedad en la que la eutanasia es delito transmite el
mensaje de que toda vida tiene valor, que el enfermo terminal puede tener la
tranquilidad de que los médicos y sus familiares se empeñarán en apoyar su vida
y su muerte dignas, y en las mejores condiciones. Por el contrario, una
sociedad en que la eutanasia no se persigue ni se castiga por los poderes
públicos. Está diciendo a sus miembros que no importa gran cosa que sean
eliminados si ya no se les ve futuro o utilidad. En una sociedad con la
eutanasia legalizada, el anciano o el enfermo grave tendrían un muy justificado
miedo a que el profesional de la sanidad o cualquier persona de la que
dependieran por una u otra razón, no fueran una ayuda para su vida;, sino unos
ejecutores de su muerte.
Pero todo eso afecta a la eutanasia no deseada voluntariamente. Si lo
que se admitiera fuera sólo la eutanasia voluntaria, ¿no se producirían efectos
sociales positivos?
(...) La experiencia de la Alemania de los años treinta y cuarenta de
este siglo demuestra cómo se puede pasar, fácil y rápidamente, de las teorías
científicas pro eutanasia a la práctica de una eutanasia realizada por motivos
cada vez más subjetivos, relativos y baladíes. Ciertamente esto se vio
favorecido por un entorno dictatorial, pero un entorno distinto no asegura que
el fenómeno no pueda repetirse.
(...) La experiencia muestra que las campañas a favor de la eutanasia
siempre se han iniciado asegurando sus promotores que, en todos los casos, debe
ser voluntaria, es decir, querida y solicitada expresamente por quien va a
recibir la muerte por este procedimiento. Pero también la experiencia acredita
que el paso siguiente - pedir la eutanasia para quien no está en condiciones de
expresar su voluntad: el deficiente, el recién nacido, el agónico inconsciente
- es sólo cuestión de tiempo, porque ya haa quebrado el principio del respeto al
derecho fundamental a la vida. Es más: cuando se inician los debates acerca de
la legalización de la eutanasia siempre se produce la misma contradicción: se
insiste en legalizar sólo la eutanasia voluntaria, pero para ilustrar los
"casos límite" se ponen, en cambio, ejemplos de enfermos terminales
inconscientes y, por lo tanto, incapaces de manifestar su voluntad.
La diferencia entre eutanasia voluntaria e involuntaria no existe en
la práctica: una vez legalizada la primera, fácilmente se cae en la segunda,
puesto que los casos prácticos surgen inmediatamente, y ya está relajada la
capacidad social de defender la vida de los inocentes.
¿Cómo se formula el argumento de evitar la clandestinidad con el que
algunos defienden la legalización de la eutanasia?
Suele expresarse de este modo; existen situaciones de extrema
gravedad y circunstancias dramáticas en las que unas personas dan muerte a
otras por compasión ante sus sufrimientos intolerables, o bien obedeciendo al
expreso deseo de quienes quieren abreviar su vida, por hallarse en la fase
terminal de una enfermedad incurable. Estas prácticas existen y, al no estar
legalmente reguladas, se desarrollan en la clandestinidad, con lo que se impide
por completo cualquier clase de control sobre los excesos o abusos que puedan
producirse. En consecuencia, hay que establecer una regulación de esos casos
límite.
(...) También en este tipo de argumentos nos hallamos ante la
manipulación de las palabras y su significado. Los partidarios de la eutanasia
propugnan su legalización para, mediante su control, impedir "excesos o
abusos". Esta forma de presentar la cuestión presupone que, en
determinadas circunstancias, la práctica de la eutanasia no es un exceso o un
abuso; es decir, se ciega la posibilidad de debatir la naturaleza misma de la
eutanasia, porque se parte gratuitamente del supuesto de que hay eutanasias
abusivas y eutanasias correctas, lo cual es falso. Además, con esta forma de
argumentar se intenta producir la impresión de estar solicitando una
legislación restrictiva, cuando en la realidad se solicita una norma permisiva,
que es exactamente lo contrario.
¿Cómo distinguir los medios terapéuticos ordinarios de los extraordinarios?
Evidentemente, es inútil establecer una casuística objetiva de medios
ordinarios y extraordinarios, porque eso depende de factores tan cambiantes
como la situación del paciente, el estado de la investigación en un momento
dado, las condiciones técnicas de un determinado hospital, el nivel medio de la
asistencia sanitaria de uno u otro país, etc. Lo que respecto a un paciente en
unas circunstancias concretas se estima como medio ordinario, puede tener que
considerarse como extraordinario respecto a otra persona, o pasado un tiempo, o
en otro lugar. De hecho, así ocurre constantemente en la realidad cotidiana.
Ante estos problemas ciertos de interpretación, algunos prefieren no
hablar de medios ordinarios y extraordinarios, sino más bien de medios
proporcionados y desproporcionados a la situación de cada enfermo, pues de este
modo se puede aquilatar mejor la decisión en cada caso.
De acuerdo con esto, cuando existe en un enfermo, en peligro próximo
de muerte, la posibilidad cierta de recuperación (por ejemplo, un paciente
joven en coma por un traumatismo producido en un accidente), la Medicina
considera que son proporcionados todos los medios técnicos posibles, porque
existe una esperanza fundada de salvarle la vida. El problema se manifiesta cuando
no se confía ya en la recuperación sino sólo en un alargamiento de la vida o,
más exactamente, de la agonía. Entonces es cuando la prudencia del medico debe
aconsejarle rechazar la actitud de obstinarse en prodigar unos medios que ya
son inútiles y, en todo caso, respetando la voluntad del propio enfermo
moribundo, si está en condiciones de manitestarla.
Por otra parte, es legítimo que un enfermo moribundo prefiera esperar
la muerte sin poner en marcha un dispositivo médico desproporcionado a los
insignificantes resultados de él se pueden seguir; como es legítimo también que
tome esta decisión pensando en no imponer a su familia o a la colectividad unos
gastos desmesurados o excesivamente gravosos.
Esta actitud, por la ambigüedad del lenguaje, podría confundirse,
para los no avisados, con la actitud eutanásica por razones socioeconómicas,
pero existe una diferencia absolutamente esencial: la que va de la aceptación
de la muerte inevitable a su provocación intencionada.
( I ) Conferencia Episcopal Española. Comité Episcopal para la
Defensa de la Vida. La eutanasia. 100 cuestiones y respuestas sobre la defensa
de la vida humana y la actitud de los católicos. EDICE. Madrid (1993). 84 págs.
390 ptas.