LA HOMOSEXUALIDAD,
UNA NEUROSIS SEXUAL
(Y cómo se impone al
mundo occidental una ideología trastornada)
Prof. Dr. Gerard
J.M. van den Aardweg,
Psiquiatra. Doctor en
Filosofía, Holanda.
Por homosexualidad entendemos deseo erótico o
sexual hacia las personas del mismo sexo; sin embargo, la conducta
homosexual no siempre se encuentra arraigada en este interés emocional e
interno (sirvan como ejemplos la conducta homosexual de ciertas culturas no
occidentales y los contactos homosexuales en la pubertad). El interés sexual
del homosexual por el sexo opuesto es siempre inferior al nivel normal o,
incluso, inexistente. Los intereses homosexuales durante la pubertad y la
adolescencia pueden ser transitorios, por lo que no procede, y podría resultar
peligroso, tratar los sentimientos homosexuales de los jóvenes de esa edad como
prueba de que 'son' homosexuales (en algunos, dichos sentimientos proseguirán,
mientras que en otros no). Asimismo, muchos homosexuales adultos poseen, hasta cierto
punto, intereses heterosexuales: entre el 30 y el 50 % pueden ser considerados
'bisexuales', y estos intereses heterosexuales son superiores aun en las
mujeres lesbianas.
Los sentimientos homosexuales pueden dirigirse hacia
niños/niñas que no han alcanzado la pubertad: la pedofilia homosexual
(diferenciada de la pedofilia heterosexual). Según diversos estudios, la
proporción de pedófilos homosexuales con relación a los demás homosexuales se
halla entre el 5 y el 10%. A la gran mayoría de los homosexuales varones no les
interesan los niños. De modo análogo, a la mayor parte de los pedófilos
homosexuales no les atraen los adultos jóvenes); sin embargo, en una minoría de
homosexuales varones pueden observarse intereses pedófilos ocasionales, en una
cifra cercana, tal vez, al 15%. Otros pueden ser excitados eróticamente por
muchachos púberes que no presentan todavía las características físicas
completas de los jóvenes: los efebófilos. Otros, aún, buscan principal o
exclusivamente hombres de mediana edad. Por tanto, pese al hecho de que casi
todos los homosexuales varones se interesan por los adultos jóvenes, deben
distinguirse categorías específicas con arreglo a la edad o a las
características de edad de la pareja preferida.
En general, y a despecho de algún solapamiento, el
pedófilo homosexual se siente tan distinto del homosexual con intereses hacia
los adultos jóvenes) como éste del heterosexual. Por consiguiente, parece
aconsejable pluralizar: homosexualidades. Existen, asimismo, grandes
diferencias entre los transexuales (quienes creen tener un alma femenina
atrapada en un cuerpo de varón -por lo que respecta a las mujeres, a la
inversa- y desean cambiar su sexo biológico mediante la cirugía) y los
restantes homosexuales. Un grupo aparte lo constituyen los travestidos homosexuales.
Además, algunos homosexuales sólo se sienten excitados sexualmente a condición
de que su pareja se vista de un modo específico -por ejemplo, como un soldado o
como un cowboy-, o cuando su pareja les trata de un modo específico o
ellos mismos pueden tratar a su pareja de un modo específico (caso del sadismo
y del masoquismo homosexual). Unos son muy afeminados en su comportamiento, y
otros, supermasculinos. Y así sucesivamente.
Es dudoso si muchos autores que analizan la homosexualidad
desde un punto de vista sociológico, político o moral se percatan que no existe
una variante humana tal como 'la' persona homosexual, diferenciada de 'la'
persona heterosexual. No hay motivo alguno para que lo afirmado con respecto a
'la persona homosexual' no sea de igual modo aplicable a los pedófilos
homosexuales, los gerontófilos homosexuales (aquéllos pocos interesados
en los ancianos), los transexuales o los travestidos homosexuales. Si, por
ejemplo, en vista de los homosexuales que prefieren parejas adultas (jóvenes),
se sostiene que están en su derecho de establecer uniones o 'matrimonios'
reconocidos socialmente, por cuanto su inclinación sexual no es sino una
variante de la sexualidad humana, no hay entonces motivos para denegar idéntico
derecho a los pedófilos o a los transexuales (en la práctica, estos 'derechos'
han sido ya concedidos a los transexuales: se les opera para 'cambiar de sexo'
-como sucede en una clínica de la Universsidad Libre Calvinista de Amsterdam- y
más tarde, pueden registrar oficialmente su 'cambio' de sexo). No existiría,
además, ningún argumento lógico convincente para denegar el mismo
reconocimiento social a 105 pedófilos heterosexuales (siempre que la
vinculación -se arguye- estribe en el mutuo consentimiento). Y luego
a las relaciones incestuosas: la petición del denominado «contacto sexual
intergeneracional» (pedofilia e incesto) fue realizada, de hecho, hace ya más
de 15 años por eminentes sexólogos y psiquíatras (verbigracia, Pomeroy, 1977;
Nelson, 1989). Dentro de esta misma línea, podrían solicitarse -y así ha sido-
más oportunidades para la aceptación de las restantes aberraciones sexuales.
Todo ello ha comenzado con la aceptación de la
noción del homosexual ordinario (con intereses adultos) como una
categoría especial de persona. Hasta el nuevo catecismo de la Iglesia Católica
presenta una equívoca formulación sobre este punto (núm. 2.359): al apercibir
contra la injusta discriminación de 'la persona homosexual' insinúa la
existencia de esta variante de persona y no parece darse cuenta de que, en tal
caso, las personas especiales de esta índole serían muchísimas más . FT,
indudablemente, bienintencionado texto sonaría algo raro si añadiésemos a 'la
persona homosexual' lo que, en buena lógica, debería añadirse: la persona
homosexual pedófila, la persona heterosexual pedófila, la persona
exhibicionista, la persona transexual, la persona incestuosa, la persona
masoquista, etc. (¿por qué no 'la persona cancerosa' para quien padezca
cáncer?).
No existe, sin embargo, ninguna persona
homosexual (pedófila, incestuosa, transexual, etc.). En principio, la
persona humana es heterosexual y si no puede sentirse así existe un problema,
un trastorno funcional, una disfunción, alguna clase de enfermedad -la clase ha
de examinarse-, una aberración. La existencia de un tipo homosexual de ser
humano que difiere del heterosexual constituye precisamente el mito de 'la
persona gay', promovido por el movimiento de liberación homosexual:
"tu calidad de gay es un atributo inalterable y esencial de tu
naturaleza normal; cuando uno es gay, lo es para siempre". En
realidad, el hombre/la mujer de sentimientos homosexuales que adopta esta
imagen de sí mismo se identifica con una visión distorsionada de su persona,
con un falso yo. La homosexualidad corresponde a la categoría clínica de
las neurosis (sexuales).
Anormalidad de la homosexualidad
Si la variante más común de la homosexualidad -los
sentimientos hacia adultos o adultos jóvenes- se declara 'normal', 'sana' o
'natural', también la pedofilia sería normal, sana y natural así como la
transexualidad, el exhibicionismo, el sadismo sexual y el incesto, al tratarse
todas de 'variantes' de la sexualidad. Es ésta, efectivamente, la filosofía expuesta
por el prestigioso Alfred Kinsey desde los años cincuenta; por sus
colaboradores y discípulos del Instituto Kinsey, y por una hueste de
importantes sexólogos y psiquíatras (Kinsey c.s., 1948, 1953). Por ejemplo,
Masters y Johnson (1979) afirman que toda preferencia y toda conducta sexual se
aprende, incluida la heterosexualidad. Ello abre nuevos horizontes, vaya que
sí. Los partidarios de esta idea pansexual, cuyo eje central es la aceptación
de la normalidad de las inclinaciones homosexuales, se afanan por cambiar de
modo profundo lo que, en su opinión, son sólo nuestras actitudes 'culturales'
para con las aberraciones sexuales y la conducta desviada. El gran proyecto de
Kinsey fue reeducar progresivamente a las masas hacia la idea de que toda y
cada forma de sexualidad -a cualquier edad; inclusive edades muy tempranas-
resulta natural y, desde el punto de vista social y psico-higiénico, deseable
(el propio Kinsey era bisexual y, probablemente, pedófilo). El primer paso lo
constituía estudiar el tema de la sexualidad de un modo científico, sociológico
y estadístico; de esa manera, podrían cambiarse la ideas de la gente en torno a
la 'normalidad' sexual. El segundo paso seria educar a las nuevas generaciones
conforme a actitudes y prácticas sexuales científicas, moralmente neutras.
Las obras de Kinsey y la forma errónea, incluso
fraudulenta, de manejar y presentar sus estadísticas pretendían visiblemente
fomentar el concepto-normalidad de la homosexualidad (Reisman y Fichel, 1990).
Ha sido sobre todo la escuela de Kinsey quien popularizó la idea incorrecta y
sin demostrar de que la vergüenza y la aversión hacia la sexualidad aberrante
-también hacia el contacto sexual con niñños- se hallaban condicionadas por la
cultura occidental (judeocristiana) tradicional, que frustraba el desarrollo
psicológico natural de los niños. En resumen, Kinsey c.s. tuvo mucho que ver
con la revolución sexual. El Instituto Kinsey, con sede en Bloomington,
Indiana, ha contado con el fuerte respaldo de otras dos poderosas organizaciones
internacionales de análoga ideología sexual: la International Planned
Parenthood Organization y el Population Movement (Population Council,
New York). Esta última, miembro de una red de instituciones como la
Fundación Rockefeller, la Fundación Ford, el Banco Mundial y el Fondo Monetario
Internacional, contemplaba la normalización de la homosexualidad como uno de
los medios de conseguir subvertir el ideal tradicional del matrimonio y la
familia. Podría así adelantarse la reducción de la población mundial (Simon,
1981, tabla 234, p. 342). Es ésta, en realidad, la fuente del gay power en
el mundo occidental. No cabe buscarla entre las propias organizaciones -de
hecho pequeñas- de los homosexuales emancipadores, ni entre el masivo apoyo
popular; entre el también masivo apoyo de la comunidad científica, ni entre la
mayoría de psiquiatras y psicólogos.
Una élite política e ideológica impuso estas ideas a
la colectividad. Con el tiempo, los adeptos de esta nueva perspectiva de la
homosexualidad tomaron posiciones claves en universidades, partidos políticos,
medios de comunicación y organizaciones de salud profesional y mental. Esta
revolución provino de la cúpula de la sociedad, no de su base. Se trató de un
silencioso coup d'état perpetrado por una poderosa élite social y
financiera, con un trasfondo agresivamente antifamiliar. Por ejemplo, en 1973
la antigua clasificación de la homosexualidad en el manual de diagnóstico de la
American Psyquiatric Association (APA) como «trastorno» fue transformada
en «condición». Un influyente lobby que colaboraba estrechamente con la
más importante organización homosexual de los Estados Unidos impuso su
voluntad, pese al hecho de que la mayoría de los psiquiatras norteamericanos
continuaba considerando la homosexualidad como un trastorno emocional (Bayer,
1981). En el ínterin, los viejos planes de Kinsey se aproximan a su
realización: en 1994, el mismo manual de diagnóstico describía ex cathedra todas
las desviaciones sexuales -incluyendo la pedofilia- como normales... ¡salvo que
el interesado resultase afligido por ellas! (El lector comprenderá la
importancia de estas modificaciones en apariencia formalistas, pues el criterio
de FE UU hace auténtica mella en muchos otros países y, desde luego, en los
diversos organismos de las Naciones Unidas).
Es conveniente señalar los apreciados argumentos y
técnicas del movimiento de liberación homosexual y de sus poderosos padrinos.
Al proclamar la naturalidad de los deseos homosexuales, tienen un interés
personal en divulgar resultados de investigaciones que podrían interpretarse
como respaldo de la existencia de causas biológicas (normales). El
descubrimiento, por parte de Levay (1991), de núcleos más pequeños en el
hipotálamo anterior de homosexuales fallecidos por complicaciones del SIDA y el
informe de Hamer c.s. (1993) indicando la posible existencia de cromosomas
sexuales peculiares en un subgrupo de homosexuales fueron saludados como pasos
decisivos en aquella dirección. Pero una detenida lectura de los informes podía
haber revelado que, en realidad, nada verdaderamente consistente se había
demostrado, y años después las pretensiones tanto de Levay como de Hamer se
desmoronaron (verbigracia, Byne, 1994). Aparte del hecho de que, aun
demostrándose la existencia de algún factor biológico, no se probaría
lógicamente la causalidad biológica -y no digamos ya la normalidad o
naturalidad biológica-, hasta la fecha no existe el menor indicio claro
relativo a un factor semejante. Al contrario: debido a las actuales
investigaciones en el campo de las hormonas o los cromosomas dobles, no resulta
nada probable que exista un factor biológico causativo, mientras que el grueso
de los indicios apuntan hacia la causalidad psicológica (van den Aardweg,
1997). A menudo se mantiene la teoría de que, aunque la causa fundamental o
causas fundamentales de la homosexualidad sean psicológicas o
socio-psicológicas, han de haber asimismo factores de predisposición biológica.
Yo lo considero muy improbable. La observación de muchos homosexuales me enseñó
-como a otros- que esos rasgos emocionalees y conductistas asociados con
frecuencia a la homosexualidad masculina o al lesbianismo pueden explicarse
mejor sobre la base de la educación y el desarrollo psicológico de la persona.
Además, los presuntos factores de predisposición biológica nunca se
explicitaron y continúan siendo puramente especulativos. Yo contemplo esa
hipótesis como un vestigio de un tipo más antiguo de psiquiatría o de
psicología anómala (cf. el caso de la delincuencia: el 'delincuente nato'). Es
el enfoque exclusivamente psicológico quien parece tener todos los triunfos
para el futuro.
Varios métodos psicológicos (observación,
comprobación y estudios biográficos) evidencian que la homosexualidad procede
de un desarrollo psicológico-emocional anormal, es decir, de relaciones
intrafamiliares anómalas e inadaptación en el grupo paritario (véase más
abajo). El homosexual padece un tipo específico de desequilibrio emocional o neurosis
que no está causada por la discriminación social, sino propulsada por
fuerzas que se hallan en la propia personalidad (van den Aardweg, 1986). Uno de
los síntomas de que la homosexualidad es una sexualidad neurótica lo constituye
su compulsividad e insaciabilidad: es ansia neurótica, no disfrute dentro de
una relación estable. Por ejemplo, Belí y Weinberg (1978) averiguaron que cerca
del 40% de los homosexuales varones comprendidos entre los 20 y los 45 años
habían tenido relaciones sexuales con al menos 500 parejas distintas, y casi el
30%, con al menos 1.000, así como que, en su mayoría, dichas parejas eran
completos desconocidos. En otro estudio, sólo el 40/o de los homosexuales
varones que mantenían algún tipo de relación permanente ('matrimonio') afirmó
no haber sido promiscuo durante los 5 años previos a la entrevista, lo que extrapolado
al conjunto de la población homosexual significaría un 0,250/o (McWhirter y Mattison, 1984;
van den Aardweg, 1994). Las mujeres lesbianas mantienen uniones más
perdurables, pero su promiscuidad e inestabilidad de pareja es también
considerablemente mayor que la de las mujeres heterosexuales (Gundlach y Riess,
1968). Estos datos no deberían desestimarlos quienes propugnan la legitimación
de los 'matrimonios' homosexuales y la adopción de niños por parejas formadas
por homosexuales.
La insaciabilidad de los homosexuales sexualmente
activos es equiparable a la del adicto al alcohol. Un modisto alemán homosexual
lo expresaba certeramente: "Ésta es una especie de conducta adictiva y, al
mismo tiempo, un tipo de frigidez. No estás satisfecho, por lo que aumentas la
dosis... con el resultado de que multiplicas tu frustración" (citado por
Vonholdt, 1996). Este ansia compulsiva es un fenómeno familiar en todos los
pervertidos sexuales: en el fetichista, en el voyeur, en el
exhibicionista. Los pedófilos homosexuales siguen la misma pauta. Algunos
estudios mencionan un promedio de 80 a 150 víctimas por pedófilo convicto
(Cameron, 1993). Es la cárcel y no el riesgo de contraer el SIDA lo que inhibe
en gran medida las prácticas sexuales de estos desdichados.
Existen numerosos estudios que demuestran esta
tendencia masoquista o autodestructiva de los homosexuales activos. Tras
prolongados programas preventivos, la conducta de alto riesgo (la penetración
anal) en una importante muestra de homosexuales varones fue incluso más franca
que en años anteriores (Dolí c.s., 1991). Varios homosexuales me refirieron
que, deliberadamente, llegaron a buscar contactos en círculos donde abundaban
los seropositivos, subrayando así su mentalidad desesperada y proclive a la
tragedia. Efectivamente, la prevención del SIDA entre los homosexuales activos
es tan frustrante como el trabajo con los alcohólicos. Estimaciones recientes
ponen de manifiesto que el homosexual medio de 20 años tiene, en EE UU, una
probabilidad del 30% de padecer el virus de la inmunodeficiencia humana a los
30 años... o de no cumplirlos jamás (Goidman, 1994).
Por supuesto, no se precisan todos estos hechos y
averiguaciones para llegar a la conclusión de que la homosexualidad es anormal,
pero pueden hacer tanto más visible dicha conclusión. Que la homosexualidad es
anormal y no natural debe inferirse ante todo de la anatomía y la fisiología
humanas. La totalidad de las complejísimas funciones sexuales biológicas y las
estructuras anatómicas tanto del hombre como de la mujer carecerían de sentido
si su aparente finalidad -la procreación- no se lograra por falta de impulso
emocional. Biológicamente, los homosexuales son completamente normales, al
menos hasta donde nuestro conocimiento alcanza. Es evidente, por tanto, que
algo falló en un instinto sexual incapaz de cumplir con dichas funciones. Es
éste un argumento tan sencillo y tan obvio que todo el mundo lo ha entendido
siempre así; solamente una mente ofuscada por las modernas ideologías sexuales
puede eludirlo.
Nuevas percepciones psicológicas
Resulta paradójico que, justamente en nuestro siglo,
cuando la homosexualidad se encuentra cada vez más legalizada y normalizada, la
revelación de sus causas haya aumentado de modo considerable, y con ello las
posibilidades de cambio y prevención. Nos recuerda un fenómeno paralelo en el
ámbito de la embriología: fue precisamente durante las décadas en que nuevas
técnicas hacían posible grandes progresos en los conocimientos y el tratamiento
prenatal cuando se legalizó y, de modo masivo, se puso en práctica la
eliminación de los nonatos (según observa Nathanson, 1996). Sin embargo,
tocante a la homosexualidad, estos conocimientos han sido eficazmente
reprimidos del alcance público y, en buena medida, hasta del profesional. La vieja
idea de la homosexualidad como una 'variante' innata de la sexualidad humana se
divulga en libros de texto sobre educación sexual y también en libros de texto
de medicina y psicología, como si se tratara de un hecho científicamente
demostrado.
Este mito se halla tan extendido que incluso algunas
versiones del catecismo de la Iglesia Católica -como la alemana y la española-
se han inclinado ante él (el texto original francés únicamente habla, en el
núm. 2.358, de tendences homosexuelles fonciéres en 'un número de
hombres y mujeres no desdeñable'. La versión alemana traduce tendences
homasexuelles fonciéres por hamasexuell veranlagt, lo cual significa
que los referidos hombres y mujeres tienen una naturaleza homosexual o que han
nacido así. De un modo parecido, la versión española lo convierte en tendencias
homosexuales instintivas. El concepto 'instinto' connota, asimismo, la
calidad de lo innato. Afortunadamente, el original francés no efectúa esta
sugerencia errónea: su expresión de tendencias inveteradas -como reza la
correcta traducción al inglés- apunta sólo hacia la intensidad de dichas
tendencias. Nada más. Y a justo titulo, puesto que muchas tendencias,
compulsiones y adicciones neuróticas son fuertes y persistentes sin, por ello,
ser innatas; considérese, por ejemplo, la anorexia nerviosa). Así que la
mayoría de la gente piensa que algo de cierto debe haber en la idea de una
causa biológica, sea ésta hereditaria, prenatal o perinatal. Incluso quienes se
muestran receptivos a la causalidad psicológica suponen muchas veces que no
faltarán casos concretos en los que exista una causa física. Pero si se les
pide que especifiquen tales casos, admiten desconocerlos o señalan homosexuales
varones muy afeminados o lesbianas supermasculinas De igual manera, a veces se
lleva a cabo una distinción entre los denominados homosexuales 'nucleares'
(homosexuales básicas; en alemán, Kern Homosexuelle) y el resto.
Cuestión ésta sin trascendencia práctica: es cierto que los homosexuales
difieren en cuanto a la intensidad de sus sentimientos eróticos, pero por lo
demás no existe ninguna justificación científica para la distinción arriba
mencionada. Curiosamente, algunos homosexuales que han superado por completo
sus tendencias, siendo restituidos a la heterosexualidad normal, habían sido en
otro tiempo diagnosticados como 'nucleares'; tal es el caso de un conocido ex
homosexual holandés. Evidentemente, el psiquiatra que efectuó aquel diagnóstico
deseaba, con dicho término, expresar su convencimiento de que el hombre era irreversiblemente
homosexual...
La noción de la homosexualidad como dolencia
psicológica no está en absoluto -como se afirma en ocasiones- anticuada.
Quienquiera que estudie la historia de las teorías homosexuales puede
informarse que más bien es al contrario. Por ejemplo, la teoría hormonal ha
sido enormemente popular hasta hace muy poco, mientras que sólo lenta y
gradualmente la explicación psicológica ha ganado reconocimiento. La
contribución de Freud a este reconocimiento ha sido muy valiosa, aunque admitiera
en su famoso libro «Tres ensayos sobre teoría sexual" (1905) que sus
percepciones psicológicas (0sicoanalíticas) distaban aún mucho de ser
perfectas. No excluyó la participación de un factor biológico, pero con sus
consideraciones sobre las relaciones paterno-filiales durante la infancia de
los homosexuales, verbigracia, sobre la ausencia de una fuerte figura
paterna, se situó claramente al frente de la psiquiatría media de su época,
orientada hacia la biología, y preparó el terreno a los primeros teóricos
convencidos de que los orígenes puramente psicológicos de la homosexualidad
residían en la infancia:
Wilhelm Stekel 1923) y Alfred Adler (1930), vieneses
y pupilos ambos de Freud -y más tarde sus disidentes-, y Schultz-Hencke (1932).
Apoyándose en su gran experiencia con personas que presentaban patologías
sexuales, Stekel declara la homosexualidad un trastorno psicológico y añade la
importante observación de que "todos los homosexuales muestran rasgos
neuróticos («parapáticos»)", enfatizando su infantilismo psicológico.
También Adíer vincula la homosexualidad a la neurosis -al denominado
«temperamento nervioso»- y precisa que en todos sus casos el homosexual poseía
"una conspicua inseguridad con respecto a su rol sexual. Sí, esta
inseguridad infantil me parece incluso la condición principal de la primera
fase del homosexual". Por desgracia, su sabiduría tardó en ser comprendida
por la comunidad psicológica y psicoterapéutica, en parte porque su enfoque
psicológico resultaba demasiado progresista para aquel entonces, y en parte
porque los dogmas psicoanalíticos de Freud conservaron su ventaja y eclipsaron
las sólidas observaciones del menos prominente Adler. El 'neo-psicoanalista'
Schultz-Hencke defendía en Berlín "una explicación psicológica (de la
homosexualidad) que no deje residuo alguno sin aclarar". Muchos factores
psicológicos e intrafamiliares de la niñez y la adolescencia que yo -entre
otros- descubrí relacionados con un desarrollo homosexual fueron ya estipulados
por él, pero la segunda guerra mundial impidió a su escuela influenciar la
psicología y la psiquiatría en este área. Después de la guerra, el psiquiatra
austro-americano Edmund Bergíer (1957) propuso una teoría enteramente psicológica
basándose en observaciones muy semejantes a las del psiquiatra holandés Johan
Arndt (1961).
Todos estos teóricos utilizaron conceptos
diferentes, pero, examinadas cuidadosamente, sus percepciones convergían en
buena medida. En jerga moderna, todos ellos contemplaron la homosexualidad como
una neurosis, y el aspecto sexual de dicha neurosis como una sobrecompensación
por las frustraciones infantiles relativas a la identidad sexual de la persona.
En Francia, el neurólogo y psiquíatra Marcel Eck (1966) llegó a conclusiones
análogas. A este respecto, hemos de darnos cuenta que los citados
investigadores -y muchos otros- acumularon un vasto cuerpo de observaciones
psicológicas a lo largo de muchos años de trabajo intensivo con millares de
clientes homosexuales. Nunca con anterioridad se habían efectuado tantos
análisis de la infancia y adolescencia de tantos homosexuales, ni tantos
análisis de su personalidad y motivación.
Estas exploraciones prosiguieron durante las tres o
cuatro últimas décadas, secundadas cada vez más por una investigación
estadística sistemática, a cargo de psicólogos teóricos, sobre los factores y
los rasgos de personalidad de la infancia. Lo fascinante fue que estos nuevos
métodos de investigación psicológica confirmaron la imagen global surgida,
medio siglo antes, con las investigaciones clínicas (la primera iniciativa
estadística de envergadura fue llevada a cabo por Bieber y colaboradores, Nueva
York, 1962). Los hallazgos pueden resumirse de este modo:
·
La
homosexualidad no es un fenómeno aislado, sino parte de un trastorno emocional
generalizado o neurosis. Los homosexuales padecen sentimientos de inferioridad
neuróticos, ansiedades neuróticas, preocupaciones neuróticas, depresiones
neuróticas, dolencias psicosomáticas, masoquismo y otras conductas neuróticas y
compulsivas.
·
Una
mayoría abrumadora de homosexuales tuvo una relación deficiente con el
progenitor de su mismo sexo, que socavó o incluso frustró su identificación
sexual.
·
Muchísimos
tuvieron, además, una relación problemática o de excesiva dependencia con el
progenitor del sexo opuesto.
·
Muchos
otros factores neurotizantes pueden haber actuado durante la infancia y la
adolescencia: rivalidad de hermanos, sobreprotección, mimos, falta de afecto,
educación propia del otro sexo, un episodio de enfermedad física o
discapacitación, etcétera.
·
Más
estrechamente asociadas con un desarrollo homosexual que las relaciones
paterno-filiales problemáticas se hallan aun las relaciones paritarias del
mismo sexo. De modo característico, los hombres pre-homosexuales no participan
-de muchachos- en juegos competitivos (fúútbol, béisbol), peleas físicas, etc.
Evitan identificarse con actividades masculinas y varoniles por sentimientos de
inferioridad y miedo.
Existe amplío consenso entre los actuales
estudiosos de la psicogénesis de la homosexualidad en que es inherente al
desarrollo homosexual una auto-actitud de masculinidad/feminidad frustrada, o,
dicho de otra forma, un complejo de inferioridad en cuanto a la propia
masculinidad/feminidad, o, en una terminología algo moderna, una identídad
sexual deficiente (por ejemplo, Bieber, 1979; Socarides, 1978; Friedman, 1988;
Nicolosi, 1991; van den Aardweg, 1986, 1997).
En segundo lugar, existe amplio consenso en que el
impulso homosexual se originó como compensación ante esta escasa identificación
masculina/femenina. Entendemos por ello que la inclinación homosexual es
fundamentalmente un ansia de afecto y reconocimiento por parte de aquellas
personas del mismo sexo a quienes se admira; de hecho, a quienes se idolatra.
De ahí que los hombres homosexuales busquen ante todo modelos de masculinidad y
que, en sus contactos, deseen obtener el amor varonil que echaron a faltar (de
su padre, de compañeros de la infancia o adolescencia). Esta búsqueda es
insaciable, ya que la impulsan unos sentimientos de inferioridad y una autocompasión
infantil neuróticos. En consecuencia, el homosexual sigue siendo
emocionalmente un niño (un adolescente), al menos en parte, y exhibe las
características de la inmadurez psicológica: egocentrismo acrecentado,
infantilismo en toda una gama de comportamientos y formas de pensar y de
sentir, actitudes pueriles y ataduras con respecto a sus padres. En su
personalidad sobresale una auto-actitud inveterada de resultar patético, de ser
una persona trágica o de auto dramatizar; interiormente, los homosexuales son
muchas veces quejicosos crónicos.
El aludido amplio consenso respecto a los orígenes
psicológicos más importantes y algunas dinámicas centrales de la homosexualidad
suele pasarse por alto. Verbigracia, el catecismo de la Iglesia Católica tiene
a bien afirmar que "su psicogénesis permanece, en su mayor parte, sin
aclarar" (núm. 2.357); pero la literatura psicológica y psicoanalítica de
los últimos 50-60 años deja bien sentado que el texto sería menos erróneo de
decir algo como "la comprensión de su psicogénesis ha aumentado
considerablemente, y muchos investigadores se muestran de acuerdo en ciertos
aspectos esenciales de sus orígenes y estructura.
Cambio y prevención
Según la ideología de lo políticamente correcto, 105
intereses homosexuales -al formar parte de la 'naturaleza' de una persona- no
deberían alterarse, por lo que ni intentar una terapia sería ético. Constituye,
en efecto, una práctica extendida recomendar al paciente o cliente aquejado de
homosexualidad que acepte su 'condición'... lo que con frecuencia significa que
es preferible que él/ella supere posibles resistencias internas y continúe
activamente como homosexual. En vista de la intensidad de los instintos
homosexuales, la mayoría da por bueno este consejo. Pero muchos se lo piensan
mejor: dentro del homosexual comprometido queda siempre, a decir verdad, cierta
conciencia -por anublada que esté- de que su estilo de vida es inadecuado, o la
sensación de ser un fracasado, o cierto descontento consigo mismo, o un
sentimiento de culpa. A la inversa, una minoría no desea vivir de manera
homosexual por razones morales, religiosas o de sentido común. Asimismo, los
homosexuales se hallan con frecuencia interiormente escindidos, ya que el deseo
de cambiar puede ser más débil que la voluntad; pero por lo general poseen
motivación para esforzarse.
Es verdaderamente posible un cambio radical, incluso
en aquellos casos en que la persona no sintiese, en principio, intereses
eróticos por el sexo opuesto. Un cambio semejante depende, más que del grado de
su neurosis, de la sinceridad, de la persistencia y de la paciencia de la
persona consigo misma. Cuesta de varios a muchos años, por término medio,
liberarse realmente de la propia homosexualidad interna (mejorías se
experimentan por regla general). Puede haber un periodo más largo en que dicha
persona se sienta ya más masculina / femenina, menos deprimida, menos
neurótica, menos propensa a dramatizar, menos pueril, menos egocéntrica, etc.,
y mucho más atraída por el sexo opuesto, y, sin embargo, de cuando en cuando
pueden resurgir los intereses homosexuales. Esta fase transitoria se desvanece
paulatinamente (Constituye ésta una descripción general del proceso de cambio,
si bien en algunos casos -más excepcionales- su curso es más rápido) (véase van
den Aardweg, 1986; también para estadísticas sobre resultados terapéuticos).
Si el cambio es verdadero y radical, se tratará de
una transformación total, es decir, se pasará de ser emocionalmente un niño (un
adolescente) a ser más maduro, más estable, más el yo de uno mismo y no
el falso, imaginado y pueril yo homosexual, así como a sentirse
interiormente más alegre. Tras algunos años, surgirá quizá una relación amorosa
con alguien del sexo opuesto, que quizá desemboque en matrimonio (en el caso de
los homosexuales más jóvenes). Mientras escribo este artículo, he recibido el
anuncio de boda de un cliente de 30 años que combatió de firme su
homosexualidad y sus emociones neuróticas durante los pasados ocho años. En los
dos últimos, sus sentimientos hacia una joven -que se convertiría finalmente en
su prometida- se hicieron más profundos, y debe ahora ser considerado normal,
también en el plano sexual. Sus instintos homo-eróticos son, desde hace ya dos
años, prácticamente nulos y, lo que es más importante, ha llegado a la
virilidad en diversos aspectos: más madurez, más responsabilidad y menos
egocentrismo en sus costumbres laborales y en su vida social. Sus emociones
globales se han convertido en más positivas y mucho menos autocompasivas y
cuasi-histéricas. En su relación emocional y conductista con sus padres, ha
dejado a la espalda los vínculos infantiles (había estado demasiado apegado a
una madre dominante e histérica, y se había sentido rechazado por un padre poco
cariñoso, exigente y, a su criterio, 'primitivo', cuya fría masculinidad había,
de hecho, rechazado él desde la niñez).
Este joven me hace pensar, asimismo, que "las
mejores posibilidades de cambio se derivan de una síntesis de métodos psicológicos
y cristianos" (van den Aardweg, 1997), pues se trata de un profundo
creyente, un protestante abierto a todo cuanto en el cristianismo reconoce como
auténtico, que se ha visto siempre enormemente ayudado por su personal y
disciplinada relación con Cristo a través de la oración. Sin ningún género de
dudas, su prognosis es buena. Sabrá desenvolverse en su vida de casado, porque
para quien está acostumbrado a esforzarse regular y pacientemente, y prosigue
dentro de esa línea -con el tipo idóneo de motivación psicológica y religiosa-,
el matrimonio intensificará de modo progresivo los grandes cambios ya logrados
y hará que despliegue una virilidad responsable y madura en su conducta, así
como en sus sentimientos internos.
Al margen de los círculos psicoanalíticos y algunos
otros que han perseverado en la exploración y el tratamiento de la
homosexualidad, la psicología y la psiquiatría académicas ignoran aún en gran
parte la cuestión o alaban -sin auténtica convicción- la imperante ideología de
la normalidad. La mayoría de los psicólogos y los psicoterapeutas han brindado
una parva ayuda a los homosexuales; no es de sorprender, por tanto, que a lo
largo de las dos últimas décadas hayan aparecido muchos grupos y organizaciones
de auto-ayuda, constituidos de modo impreciso en el denominado «movimiento ex gay».
Estos grupos operan en todos los países del noroeste europeo y en los
Estados Unidos (una organización católica norteamericana es «Courage»; véase
Harvey, 1987). Conozco a muchos de estos 'ex gays' que han cambiado
profundamente y, a su vez, divulgan sus experiencias a los demás. Dichos grupos
son boicoteados por el poderoso movimiento gay 'oficial', cuya ideología
amenazan, pero crecen rápidamente en número e influencia porque llenan un
vacío: existe una gran necesidad de ayuda y de respaldo realistas. El
movimiento 'ex gay' demuestra también que, pese a todas las
dificultades, el tema de la homosexualidad no debiera contemplarse de modo tan
fatalista. A los lectores interesados en las experiencias personales y el
consejo de ex gays, les recomiendo los dos mejores libros disponibles en
este campo: Jeanette Howard (1991) y Mario Bergner (1995). Y en cuanto a
discernimientos firmes y consejos prácticos para padres y amigos de
homosexuales que deseen prestarles ayuda, sobre todo cuando este miembro
homosexual de la familia ha contraído el SIDA, debería estudiarse la reciente
obra de Worthen y Davies (1996).
Sobre la prevención, muchos años de
experiencia me han conducido a una sencilla regla: educa, trata y, en especial,
respeta y aprecia a tu hijo como a un verdadero hombre, y a tu hija,
como a una verdadera chica. En estas circunstancias, las posibilidades
de que un niño desarrolle este complejo de inferioridad neurótico disminuyen de
modo espectacular. Ello significa a veces que un padre/una madre ha de
reconsiderar su propio papel y sus propias actitudes como hombre/mujer, tanto
dentro de la relación matrimonial como de la familiar, y con frecuencia implica
que el progenitor del mismo sexo debe procurar mantener una relación más
personal y de mayor confianza con su hijo/hija.
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