Relatos
La Noche que murió mi perro Ranquel
La noche de Day En la Patagonia, viven ya perfectamente adaptados al medio, los jabalíes europeos, enormes ejemplares que sobre pasan muchas veces los 200 kilogramos, descendientes de los que introdujo don Pedro Luro en su estancia homónima. Desde La Pampa, fueron trasladados, hace más de dos décadas a la península Huemules, en Bariloche, desde donde, siguiendo la ruta austral, llegaron a Esquel. Hoy se los encuentra hasta en el lago Buenos Aires. El estrecho de Magallanes le cierra el paso a una posible mayor expansión de dominio hacia el sur. Es un animal de extraordinaria proliferación y ha sido declarado plaga nacional. Actualmente se lo encuentra en toda la provincia de La Pampa, en San Luis, al sur de Córdoba, el norte de Río Negro, sur de Buenos Aires, en los parques nacionales de Nahuel Huapi, Lanin, San Martín de los Andes, desde la formación de la precordillera hasta la provincia de Río Negro. En las provincias norteñas en cambio vive el jabalí autóctono, llamado pecarí, otra especie de la familia d los suinos solo conocida en América. Volviendo al jabalí, objeto de esta información, diremos que su ferocidad se traduce al exterior con las características de su dentadura formada por cuarenta y cuatro dientes y los cuatro caninos o colmillos que emergen curvados hacia arriba y lateralmente. A los dos inferiores se los denomina defensas y a los dos superiores amoladoras y son terribles armas de ataque. En realidad son las que corresponden a un animal que exhibe una fuerte contextura y gran agilidad en la lucha. Su cuerpo es generalmente aplastado en los flancos. Tiene una cabeza vigorosa en forma cónica que remata en un hocico alargado el cual utiliza, como el cerde, para hozar la tierra en busca de alimentos. Miden, por lo común un metro sin contar la cola, y, en forma longitudinal 1,50 metros. Sus pies son cortos y anchos, con dos pezuñas anteriores y dos posteriores llamadas guardas. Estas últimas casi no tocan el suelo. El máximo de su cuerpo lo descarga sobre las patas delanteras. Su pelaje es más oscuro y casi siempre erecto, excepto en el macho, que adopta una forma de tirabuzón de especial modo cuando huye, en cuyo caso curva su lomo en semicírculos. Pesan entre 170 y 180 kilos. El jabalí es perfectamente adulto entre los tres y cuatro años. Se ha señalado que su caza se practica desde tiempo inmemorial. Arriano, nacido al finalizar el siglo II, en Nicodemia de Bittina, Atenas, se refiere a sus notas a la misma. Menciona al efecto que los galos, pueblo cazador por excelencia, se destacaban por tener entre sus hombre a expertos cazadores de jabalíes. La caza de este animal reclama una dura faena, pero con atractivos para quienes la encaran. Los cazadores en nuestro país utilizan a veces caballos criollos, los más aptos y resistentes para desplazarse en montañas, serranías y bosques. Con ellos, marchan los perros, todos de raza Dogo Argentino, creada por los señores Antonio y Agustín Nores Martínez sobre la base del viejo perro de pelea cordobés, descendiente, a su vez, de los mastines españoles, los Bull terrier y los bull dog ingleses. Son, en realidad los únicos ejemplares caninos con el Deer Hound, capaces de enfrentar con éxito al jabalí. Como detalle característico de la raza está el hecho de que no ladran. De tal modo no ahuyenta a sus presas. La lucha de un jabalí con los perros es de una ferocidad extraordinaria. Bien merece que nos remitamos a una. En la que pereció Day de Trevelín, el jefe de la jauría de dogos argentinos de Amadeo Biló. Era el mejor dogo albino que haya producido esta raza en los cuarenta años de desarrollo en el país. Don Amadeo Biló había organizado el año anterior, una excursión de caza en las cercanías de Choele Choel para cazadores y periodistas norteamericanos que nos visitaron. El primer día de la partida se enfrentaron con un jabalí de alrededor de 190 kilos que hirió de cuidado a uno de sus buenos dogos. El segundo jabalí era inmenso "barraco", de temible historia. Tenía en su haber y nos remitimos al relato del periodista, la muerte de muchos perros y varios caballos y la gente prefería retirar las jaurías de su rastro cuando lo cruzaban. Biló reservó esta presa para los distinguidos visitantes y una vez detectada la zona por la cual andaba lanzó en su seguimiento a tres dogos. Detrás iba todo el grupo a caballo. Los perros lo empacaron en una pequeña hondonada prendiéndose de las orejas del gigantesco animal que habituado a lucha es inmune a ningún daño serio por parte de sus acosadores -por su grueso cuello- lanzaba mortíferos topetazos. Al llegar Biló echó pie a tierra y atrapó al animal por una de las patas traseras para sujetarlo y dar tiempo a que llegaran los extranjeros. Súbitamente perdió pie y debió soltar la pata lo que permitió al barraco pegar un rápido giro y lanzarle un topetazo, visto por el 'Day' que se interpuso. Casi simultáneamente con el fatal colmillazo, el jabalí caía de dos balazos simultáneos que dispararon los cazadores norteamericanos. Biló levantó los ensangrentados treinta kilogramos del Day y tomando la carótida cortada con ambas manos trató de contener la hemorragia. Luego, sin pensar en el animal cazado cargaron el perro moribundo en la camioneta y en loca carrera intentaron llegar al pueblo. No hubo caso. En un momento, Biló trató de levantar al perro de su falda para acomodarlo y éste suavemente, temiendo, lo abandonaran, le atrapó un brazo con sus potentes mandíbulas. Fue su último movimiento. Biló lloró y lo mismo hicieron otros tres de los que allí se encontraban. El héroe Amadeo Biló y Day de Trevelin Como ya me temía, los vi llegar, es que mi fama de matrero ha recorrido la campaña y también los poblados. Por la cuchilla, rauda y silenciosa desciende la camioneta, el trailer viene lleno de guerreros, unos con uniforme todo blanco, otros de negro y algunos mas manchados o atigrados. Por los ladridos que emiten, sé que no vienen en son de paz, tendré que estar en guardia, si quiero seguir siendo el gran padrillo. Allí donde se junta con el Río Negro, no hay jauría que me haya podido voltear, a lo sumo me han correteado de lo lindo, pero no sin antes llevarse alguna colmillada y también sus buenos julepes. Es que para mi peso, estoy hecho una bala. Mi dieta diaria: algún corderito que otro, un maizal tiernito y si se cuadra algún sorgo sabroso también lo incluyo. Tengo la certeza que este fin de semana va a ser muy agitado para mí, pero les prevengo de que tengan cuidado ya que no soy un novato en estas líes y si creen que estoy compadreando, pregunten por ahí. En la orilla opuesta al campamento y amparado en el silencio y la oscuridad del monte tupido, los vigilo. Avivan el fuego, levantan las carpas, conversan en voz baja, algún tañido de cuerdas tajea la negrura de la noche y el aroma de carne asada reúne a los generales en torno al fogón. Creo que sus planes para la mañana son cruzar el río, cazadores y jauría, son unos cuantos así que al agua y a nadar. Piensan batir el monte, el bañado y la isla y las guardias acompañaran por afuera. La pucha que viene brava la cosa, no queda mucho lugar donde esconderme o disparar, para peor estoy hambriento y nervioso, tendré que alimentarme bien para la correteada que se viene. Dónde estarán esos jugosos corderitos ¿? Aja, en aquel potrero, ahí me voy, hago un poco mas de daño y ahora si con la panza llena a echarme un rato a descansar. Che, no puedo pegar un ojo, temo que se me terminen los días de hacer daño, decido avisarle de las novedades a un primo mío que habita el mismo monte. Como él es más grande y pesado, planeamos lo siguiente: yo como buen escudero que soy los distraigo y él si es que puede, dispara a lo sucio, donde tendrá más posibilidades. Comienza a clarear, los veo desde mi puesto de vigilancia enfundarse algunos en uniformes camuflados, otros preparando un amargo, los demás ordenando los perros y achicando el agua que en la noche se gano en el fondo de los botes. Todo lo tienen preparado, zarpan, pegaditos a su orilla van remando en parejas contra la corriente, para después enfilar hacia el medio del río y desde ahí si, se vendrán derecho a la barranca arenosa que se forma en el borde mismo del monte. Desembarca y de esa larga fila que se interna en el follaje, no se escucha un solo ruido, todos se concentran en la huella del compañero que va adelante, cuidando no pisar ni quebrar esa rama traicionera que los delate a mí afinado oído. Ya no tengo mas tiempo y disparo a mis confines, ellos se separan en dos grupos con los perros por el monte tratando de darme alcance, cruzan un bañado, van acompañado por fuera y deseando que disparemos cuchilla arriba por lo limpio. Ni locos les daremos ese gusto, ya que en lo sucio se les hará mucho más difícil seguirnos el paso, no olviden que toparemos todo lo que se interponga a nuestra disparada. Parando la oreja, descansando otro poco, recobrando el aliento se fueron desgranando las horas, unos ladridos se me acercan, son agudos, perro chico me digo, me envalentono, me dispongo a pegarles un buen susto y vaya que se los daré. Mis primeras finitas son efectivas, mis defensas están afiladas y pronto lo que se arriman se van teñidos en sangre. El primer perro bautizado con sangre, buen peleador, su dueño no lo regalara como decía al principio. En el fragor de mi pelea, percibo a la distancia mas ladridos y bufidos, se trata de mi primo que se debate en forma encarnizada con el resto de los perros, a uno lo deja seco de un solo tajo, a otro le abre el lomo tirandolo 4 o 5 metros de donde esta, pero otro blanco porfiado en la pelea lo sigue acosando, se ve que fue curtido en batallas bravas y no lo suelta hasta que en un descuido le da un flanco, la colmillada que no se hace esperar y puede soltarse, herido casi de muerte ira a pasar con su socio la noche en el monte y recién en la mañana siguiente, sin un solo quejido, se lanzan los dos al río intentando ganar la otra orilla, la correntada es tremenda y los arrastra, uno tiene el pulmón perforado y se le hace aun más difícil, pero desde el campamento los ven y los levantan, llegan heridos y maltrechos, entre tijera, hilo y anestesia los aprontan para la próxima. Hay que llegar, hay que llegar, nos matan los perros, siento que alguno de los cazadores grita desaforado, en su intento por acercarse por la mugrera a la pelea. Mi primo se les escapa, no hay ya quien lo pare, el tendal dejo y les bufa socarrón. Yo no corro con la misma suerte, me han cercado mis rivales, por mas que los colmillee vuelven a la carga, el bañado les dificulta pero a mí también me va quitando fuerzas, se me hace imposible disparar y ya oigo las voces ahí nomás. Fernando Bertoloni -URUGUAY- El Padrillo AtrevidoAun faltan dos horas largas para que despunte el alba, y ya estamos aprontándonos a la tenue luz de las últimas estrellas que porfían por quedarse. Los caballos, atados a los palenques, muestran cada cual su carácter en los aprestos para las ensilladas, el zaino tranquilo, apoyado en tres patas y con una que apenas toca el suelo con el filo del vaso; el tordillo cabeceando nervioso, al presentir el freno que detesta y el tobiano, con las orejas gachas, aprontando sus mañas para resistirse a la cinchada. Los perros atados alrededor del puesto, ladran alborotados clamando por ser elegidos para la partida de esa mañana. Infinidades de generaciones de perros cazadores plasmaron en sus genes la pasión venatoria que los convirtió en gladiadores que aman las cacerías sin importar que en ellas puedan perder la vida Hace días que trajinamos en busca de un viejo jabalí, que azota la estancia con sus andanzas, éste lleva decenas de ovejas muertas. El bandido a comprobado lo fácil que es matar, despanzurrándolas sin motivo, ya que solo a algunas les suele comer un bocado. La cercanía del río es nuestro único problema, porque ya se nos escapó varias veces buscando el agua que vadea velozmente. Por esa razón realizamos una estrategia, esperando que nos dé buenos resultados: yo recorreré con un par de perros la orilla del río, en las cercanías de las pasadas del jabalí; mi compañero Sergio y el propietario del campo Don Juan Acuña irán con dos perros más a buscar el dormidero de la bestia, como lo que estamos haciendo, seguramente disparará para el río y yo así podré echarle los perros orientados por el mugido de la bestia al ser perseguida por la jauría de Sergio; lista la estrategia, montamos y siguiendo rumbos distintos nos internamos en el monte. Hielen y Tuka, dos excelentes perras, fueron elegidas por su docilidad para marchar a la vera del caballo sin dejarse entusiasmar por los rastros y olores viejos que encuentran. Tranqueamos lentamente bajo un cielo ensombrecido, mientras doy tiempo a mis perros para buscar el rastro fresco del jabalí y luego encontrar su dormidero. Acomodándome en la silla patera del ausente Patricio, con los perros a los que incito cariñosamente para que no se aleguen; los senderos de las vacas me permiten el paso por un espeso pajonal, en busca de un atajo que conduce al río. Ya de día me llega el viento
refrescado por el agua, los perros jadeando se lanzan al agua, las patas doloridas por las
ramas y espinas. Desmonto, aflojo la cincha y luego de hacerlo beber, ato a mi caballo;
lentamente transcurren las horas, ya llegando el mediodía oigo nítidamente la jauría de
Sergio, desplazándose hacia el monte, mis perros ya están de orejas paradas y tiesas
presintiendo la acción, monto mi caballo y salimos en busca de esa jauría que
seguramente a encontrado al padrillo. No me cuesta mucho imaginar a la bestia dándole
batalla a los perros. Ya distingo claramente los furiosos bufidos del animal, empacado por
Tango y el Roña. Mis perras salen como flechas y desaparecen en un intenso pajonal, al
cabo de unos minutos, llegan con sus fuerzas intactas en apoyo de sus compañeros, al
llegar a la batalla desmonto y con cuchillo en mano me acerco y veo al Tango sujetando a
ese enorme padrillo de más de 200 kilos por la boca, escucho el ruido de los dientes de
mi perro cundo el jabalí se los partía de un mordisco. El perro sangrante y dolorido no
aflojaba su mordida, con la ayuda de sus compañeros incondicionales en la lucha, logran
mantenerlo inmovilizado por unos segundos, es allí cuando nos abalanzamos con el cuchillo
hacia la paleta, buscando el corazón. El Doguero Se encontraba un doguero tomando unos
mates en cualquier lado, pero a gusto; a sus pies estaba su dogo preferido, que de cuando
en cuando lo miraba, sólo levantaba las cejas y sin levantar la cabeza lo miraba con
humildad y recogimiento. El dogo estaba lo mas cerca que podía y atento a cada movimiento
de su dueño, a veces dormitaba un poco, pero a cualquier ruidito de la bombilla o el
moverse nomás para cargar el mate, lo hacía abrir los ojos.
De Dogos y "Costeros"
La gran cantidad de chanchos y las tonalidades del terreno llano, hacen de esta zona un lugar en el que se puede intentar cazarlos de muy diversas maneras, con dogos y a caballo es nuestra manera, pero para aquellos que no cuentan con el inapreciable apoyo de estos canes, pueden intentar cazar al acecho con el arma de su preferencia. No sin dificultades pues los altos pajonales hacen que se deba tirar muy cerca pero muy rápidamente. LA CACERIA Estacionamos los autos bajo la sombra de un viejo y frondoso árbol para no encontrarlos a nuestro regreso convertidos en sendos hornos portátiles. Bajamos los dogos, nuestros cuchillos, zapatos muy cómodos como para una larga caminata, la máquina de fotos y la filmadora. Don Areco se coloca sus viejas polainas de lona a prueba de yarará (según él) y partimos. Nuestro guía abre el camino por los pajonales y luego nos turnamos pues el que va al frente apisona las pajas facilitando el desplazamiento de los demás. Nos dirigimos lentamente hacia la zona donde generalmente ozan comen los chanchos. Los dogos van adelante campeando el terreno, olfatean, revisan cada paja, por momentos se paran inmóviles intentando escuchar algún ruido distante o levantan el hocico venteando. Están en su salsa, a cualquiera que presencia estas escenas no le puede caber ninguna duda de que al Dogo Argentino no puede ofrecérsele nada mejor ni más entretenido que una cacería. Cruzamos el tercer alambre y comenzamos a ver dormideros y ozadas en gran cantidad, lo que confirmaba lo dicho por Don Areco sobre la ubicación de los chanchos en estas épocas de seca alrededor de aguados o molinos con bebederos. En el cuadro al cual ingresamos existía un molino y a los pocos metros un charco por lo que las condiciones se mostraban más que favorables para toparnos con alguna piara. El viento estaba mal encarado con respecto a nosotros, lo que nos obligó a rodear completamente el cuadro para entrar al pajonal con viento de cara. Me puse al frente del grupo para poder manejar a mi perro Cachilo de cerca, Nahuel hacía sus primeras armas con los chanchos e iba de la correa sujetado por Roberto para evitar que se cansara inútilmente corriendo a otros animales. Llegado el momento del la verdad se lo suelta sobre la presa. De esta manera el Dogo luego de un par de cacerías atado aprende que lo único que debe cazar son chancho y puede andar suelto. Caminamos apenas 200mts. y Cachilo comienza a ponerse nervioso, levanta la cabeza y se mantiene venteando un largo rato hacia nuestro frente. Nos quedamos quietos y expectantes dejándolo que olfateara bien. De pronto se lanza a toda carrera y oímos el tropel de los chanchos seguido del grito de uno de ellos. El cansancio se nos borra como por encanto, corremos todos. Roberto lo larga a Nahuel y éste corre en ayuda de Cachilo. Cuando llegamos ya tienen dominado al chancho pues se trata de un ejemplar pequeño de unos 40kgs. de peso que ofrece poca resistencia. Lo sacrificamos y nos disponemos a despanzarlo para facilitar su transporte, aunque la presa es chica. Igualmente nos alegramos de poder regresa con ella al campamento; además Cachilo ha trabajado muy bien y Nahuel debuta como un veterano. El calor agobiante nos decide a seguir hacia el molino, a unos 1.000 metros de nosotros, para poder refrescarnos y descansar un momento antes de emprender el regreso. Mientras recuperamos energías conversamos con Don Areco sobre la posibilidad de regresar por otro camino para tratar de cobrar otra presa. Este nos responde que luego de la corrida que había sufrido la piara consideraba difícil que levantáramos otro chancho, pero que nada se perdía con intentarlo y nos indicó un bajo por donde podríamos regresar con alguna posibilidad de éxito. Noté de pronto que Cachilo miraba atentamente hacia el viento venteando con la nariz bien levantada, estaba echado en el agua inmóvil, bebía un poco y seguía mirando atentamente e inquieto hacia unos pajonales enfrente nuestro. Hice notar esto a mis dos compañeros y nos pusimos de pie. Roberto sujetó a su perro de la correa mientras tanto Cachilo ya se había bajado del bebedero y empezado a caminar hacia el pajonal y ya más decidido trotó unos metros para lanzarse a toda carrera desapareciendo de nuestra vista entre la paja. Corrimos todos detrás de él. Roberto ya había soltado a Nahuel, entre tropiezos y caídas nos dirigíamos hacia donde nos parecía haber oído ladrar al cachorro (un dogo adulto rara vez ladra, muerde), oímos ya mas cerca los gemidos y rezongos del chancho peleando. Cuando llegamos al lugar estaban los dos perros bien prendidos uno de cada oreja. El chancho los arrastraba en su desesperación por desprenderse de ellos, sin lograr conmover a los dogos. Areco no daba crédito a los que veían sus ojos, nunca había visto en acción a nuestra raza criolla, acostumbrado a cazar con perros ovejeros y galgos que los empacan pero sin prenderse; estaba francamente sorprendido con la escena que presenciaba. Me observaba como si fuera la primera vez que salía de caza, se le hacía imposible ver cómo filmaba y sacaba fotos con toda tranquilidad mientras los dogos seguían luchando prendidos firmemente. Sacrifiqué al cimarrón con el cuchillo para luego revisar a los perros en busca de una posible herida. Solamente encontré un raspón sin importancia sobre el hombro de Cachilo, Nahuel pasó la primera prueba con todos los honores y sin heridas. Nos alegró saber que Cachilo va a tener un buen apoyo para sus futuras cacerías. Con el entusiasmo de la lucha no me di cuenta de que Roberto había desaparecido, estábamos con Areco en plena tarea de despanzar al chancho cuando se aparece nuestro compañero con una sonrisa de oreja a oreja. Mientras yo me ocupaba de la pelea, él se retrasó un momento preparando el arconda y las flechas y nos cuenta que cuando se aprestaba a seguirnos, un macho jóven y dos hembras se le cruzaron a menos de cinco metros de la huella por donde él transitaba. Distraídos por el ruido de la pelea no notaron su presencia, oportunidad que él aprovechó para alojar una flecha al último de los chanchos en el costillar para luego rematarlo con otro flechazo. Aunque ninguno de los tres chanchos fueron muy grandes, la cacería con perros y las emociones que ésta depara al cazador, hace que el tamaño del trofeo no influya grandemente en el éxito de la misma como ocurre cuando se caza con bala. Como no hay satisfacción que no requiera ciertos sacrificios, iniciamos el regreso cada uno con un chancho al hombro y luego de innumerables descansos y tropiezos y sendos dolores de espalda, llegamos a los autos y de ahí a la estancia donde nos lavamos lo mejor posible el fuerte olor a cimarrón que despedíamos. Don Areco no dejaba de elogiar a nuestros perros, invitándonos a regresar cuando quisiéramos y así prometimos hacerlo. Considero que un buen cazador debe contar con un guía únicamente si desconoce el terreno y carece del tiempo necesario para su reconocimiento, o cuando se inicia en estas lides, de lo contrario debe valerse siempre de sus propios medios. Pienso que cazar cualquier trofeo con la ayuda de un guía tiene el mismo mérito que ganar un gran premio con chofer. Ichiro
Nores. |
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