REY DAVID
Se yergue ante mí la mole erecta
de David, pastor poeta.
Su mano se separa lentamente
de su cuerpo desnudo
y yo siento que mi ser bifronte
se rinde a la ferocidad
de su pasión y fuerza.
Nada soy, sólo es la piedra
que parió la montaña,
aplastante y vital
frente a mí,
mineral en su gen
pero sonora en gracia,
prometedora de goces,
crecida en forma gigantesca y fuerte.
Sólo es la piedra
que centra mi atención, mi pensamiento,
y polariza mi ansia
de volverme estatua.
Quiero indagar en sus hinchadas venas,
sentirme semen de su miembro quieto,
asomarme a su mirada de distancia
y volver a generar mi pequeñez y asombro.
Lo miro y lo contemplo,
lo amo y me fusiono
con su colosal presencia que me anula
las ganas de seguir pensando,
el darme explicaciones a mí mismo
de porqué este portento gigantesco y bello
me conmueve hasta la fibra más pequeña.
David, pastor y músico,
acorazado eslabón que alguna vez
me unió a una mirada pequeñita
que creció con la mía en fantasía,
que me llenó las sienes de motivos,
y que signó el horizonte de mis días
con la promesa de un mañana pleno
donde tu ser y yo somos lo mismo.
David, pastor eterno
aunque a la vez rey de todo un pueblo,
quiero pedirte en esta noche aciaga
me permitas llegar hasta mi ser amado,
a quien alguna tarde conmoviste
cuando sus ojos, aunados con tu mole,
se encontraron con los míos sin saberlo;
tus entrañas reservan mi mirada
y su mirada que también fue tuya:
la hermosa contemplación agradecida
ante tanta belleza regalada
de tu esencia virtual, que a todos deja
un enmudecido asombro de grandeza.
(C) Alberto Peyrano
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