Los castigos



El ejemplo es una herramienta de enseñanza increiblemente eficaz; el peligro es que por ser tan eficaz se debe tener mucho cuidado en el ejemplo a mostrar al recipiente de nuestra enseñanza. El comportamiento de quien enseña debe estar de acuerdo con la materia a enseñar.

Como dirigente scout se espera del educador, que su comportamiento esté de acuerdo con los postulados del movimiento; que viva de acuerdo a la Ley y la Promesa Scout. Lo anterior dicta un estricto código moral y ético que debe estar presente no solo delante del educando, sino tambien en la vida privada de quien está a cargo de tan delicada tarea como la de formar a un ciudadano del mañana.

Muy personalmente mantengo la teoría de que la pedagogía aplicada a la educación informal, utilizada por nuestro movimiento, no tiene que ser sinónimo de sufrimiento o sacrificio para quien la recibe. En mi cabeza no cabe la idea de que haya que regañar, reclamar o castigar al muchacho para que haga lo que queremos o que deje de hacer lo que no queremos. Si mostramos al muchacho la forma correcta de hacer las cosas y permitimos que las haga por sí mismos, convenciéndose de los resultados, el aprendizaje será mas dinámico, y por ende mas eficaz.

He sabido de castigos físicos y verbales contra menores pertenecientes a unidades scouts. Quienes los aplican escudan su acción en el hecho que al aplicar tales métodos, desaparece casi de inmediato la falta o el comportamiento errado de su discípulo. Si bien ello es cierto, tal aseveración pierde fuerza cuando analizamos los motivos que el muchacho tiene para rectificar su comportamiento.

En primer lugar; a nadie le gusta ser regañado, vejado u ofendido, mucho menos cuando esto se hace delante de los demás, o peor aún ante sus propios compañeros. El miedo a que esta “verguenza” o “mal rato” pudiera volver a ocurrir hace que no se repita la falta. El castigo físico infringido en un niño por una persona mayor, que en la mayoría de los casos aventaja en fuerza, porte y presencia al menor, que se ve abrumado por tal adulto, crea un miedo lógico que hace que la falta deje de cometerse. El miedo desaparece cuando el factor que lo causa no está presente, por ende, con esa actitud represiva del dirigente, lo que se logra es un resultado parcial, pues en ausencia del dirigente que castiga, el menor regresa a la esencia que generó tal “mal comportamiento”. Pero nunca porque el muchacho haya comprendido las bondades de hacer las cosas de otra manera, nunca porque se convenza de la razón o que al menos piense sobre ello.

Es por eso que considero que un buen consejo, acompañado de una demostración personal de la actitud correcta; que una explicación tan larga y profunda como el caso amerite, muy llena de ejémplos pragmáticos; haran mejor trabajo en la formación del recipiente de nuestro esfuerzo que una reprimenda o un castigo de esos mal llamados "Ejemplarizantes"

Mario Arribas
Febrero 2002



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