IX. LA NECESIDAD DE NUEVAS INSTITUCIONES PLANETARIAS

La cuestión más urgente en el siglo XXI es si la Humanidad puede desarrollar instituciones globales para afrontar estos problemas. Muchos de los mejores remedios se han adoptado a nivel local, nacional y regional gracias a esfuerzos voluntarios, tanto privados como públicos. Una estrategia consiste en buscar soluciones a través de las iniciativas del libre mercado; otra, en usar fundaciones y organizaciones internacionales de voluntarios para el desarrollo educacional y social. Sin embargo, nosotros creemos que todavía faltan por crear nuevas instituciones globales que sean capaces de enfrentarse con los problemas directamente y concentrarse sobre las necesidades de la Humanidad como un todo.

En las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, fueron fundadas una serie de instituciones internacionales, tales como la Organización de las Naciones Unidas y la Organización Mundial de la Salud. Desgraciadamente, se ha abierto un amplio abismo entre el modo en que estas instituciones operan y las necesidades de la nueva comunidad planetaria. Por consiguiente, las instituciones existentes deben cambiar drásticamente su forma de operar o, de lo contrario, será preciso crear nuevas instituciones.

De hecho, las fronteras políticas del mundo son arbitrarias. Necesitamos traspasarlas, ir más allá de ellas. Necesitamos continuar defendiendo el incremento de la democracia en las diversas naciones de la comunidad mundial, pero también mejorar los derechos transnacionales de todos los miembros de la comunidad planetaria. Necesitamos, ahora más que antes, una organización mundial que represente a la gente y a los pueblos del mundo más que a las naciones-estado.

La ONU, al igual que su precursora, La Liga de Naciones, ha jugado un papel vital en el mundo, pero hay muchas más cosas que necesitamos llevar a cabo. Para resolver los problemas a nivel transnacional y contribuir al desarrollo de todo el planeta, necesitamos transformar gradual, pero drásticamente, la ONU. Algunos cambios requerirán enmiendas a la Carta de las Naciones Unidas; otros desafiarán radicalmente la estructura de ONU. Estos cambios requerirán el consentimiento de las naciones miembros. Cualesquiera que sean las alteraciones que se efectúen, deberíamos preservar aquellos elementos de la ONU que han mejorado la vida de millones de personas en el planeta.

El cambio fundamental consistiría en acrecentar la efectividad de la ONU, transformándola de una asamblea de Estados soberanos en una asamblea de pueblos. Semejante transformación ha tenido precedentes, incluyendo la autoconversión de la confederación de Estados soberanos de los primeros Estados Unidos en el actual sistema federal. Si vamos a resolver nuestros problemas globales, las naciones-estado deberán transferir algo de su soberanía a un sistema de autoridad transnacional. El fracaso a la hora de hacer esto desembocaría en un mundo bloqueado por conflictos entre Estados soberanos cuyo interés primario sería su propia soberanía. Difícilmente podemos permitirnos un despilfarro tal de oportunidades; la gente del planeta se merece algo mejor. No cabe duda de que un sistema transnacional de estas características suscitará la oposición de numerosos líderes políticos, en particular, los nacionalistas chovinistas. Pese a ello, podría ser realidad, y llegar a tener éxito, si trabajamos a favor de un consenso ético planetario.

Cualquier sistema transnacional debería ser democrático y tener limitación de poderes. Tendría que haber una maximización de la autonomía, la descentralización y la libertad para los Estados y regiones independientes del mundo. También debería crearse un sistema de restricciones y equilibrios como salvaguarda contra la arbitrariedad del poder. El sistema transnacional tendría que ver primariamente con cuestiones que sólo pueden resolverse a nivel global, tales como la seguridad, la defensa de los Derechos Humanos, el desarrollo económico y social, y la protección del medio ambiente planetario. Para que tales objetivos puedan conseguirse, sugeriremos las siguientes reformas, trabajando a partir de la estructura de la ONU:

• Primero. El mundo necesita establecer en algún momento futuro un Parlamento mundial efectivo -y elecciones para constituirlo basadas en la población- que representará a la gente y no a los gobiernos. La idea de un Parlamento mundial es similar a la evolución del Parlamento europeo, que se halla todavía en su infancia. La actual Asamblea General de las Naciones Unidas es una asamblea de naciones. El nuevo Parlamento mundial podría sancionar políticas legislativas de una manera democrática. Quizás un legislativo bicameral sería lo más viable para articular ambas cosas: un Parlamento de los pueblos y una Asamblea General de naciones. La estructura formal detallada sólo puede desarrollarse mediante la convocatoria de una revisión sistemática de estatutos que nosotros recomendamos debería convenir en examinar exhaustivamente las opciones para el fortalecimiento de la ONU y/o implementarla con un sistema parlamentario.

• Segundo. El mundo necesita un sistema de seguridad efectivo para resolver los conflictos que amenazan la paz. Necesitamos reformar la 'Carta de Naciones Unidas' para conseguir este fin. Así, el veto de los 'cinco grandes' en el Consejo de Seguridad debe ser eliminado. Tal veto existe a causa de circunstancias históricas del final de la Segunda Guerra Mundial que han dejado de ser relevantes. El principio básico de la seguridad mundial es que ningún Estado singular ni alianza de Estados tiene derecho a modificar la integridad política y territorial de otros Estados mediante agresión. Ninguna nación o grupo de naciones debería ser llamada a ejercer tareas de policía ni autorizada a bombardear a otros sin la concurrencia del Consejo de Seguridad. El mundo necesita una fuerza policial efectiva para proteger las regiones de los conflictos y para negociar el establecimiento de la paz. Recomendamos que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, elegido por la Asamblea General y el Parlamento mundial, necesitara tres cuartas partes de los votos para adoptar cualquier medida de seguridad. Esto significaría que, si se mantuviese el actual Consejo de quince miembros, bastaría que cuatro o más miembros estuviesen en desacuerdo para que la acción no pudiese llevarse a cabo.

• Tercero. Debemos desarrollar una Corte Mundial de Justicia y un Tribunal Penal Internacional con suficiente poder para hacer cumplir sus leyes. La Corte Mundial de la Haya está ya moviéndose en esa dirección. Esta Corte tendrá el poder de investigar las violaciones en materia de Derechos Humanos, los genocidios y los crímenes internacionales, así como la capacidad de mediar en los conflictos y disputas internacionales. Es esencial que aquellos Estados que aún no han reconocido su autoridad sean persuadidos a hacerlo.

• Cuarto. El mundo necesita una agencia planetaria para monitorizar el medio ambiente a escala transnacional. Recomendamos el fortalecimiento de las agencias y programas de la ONU actualmente existentes que están más directamente comprometidos con el medio ambiente. Por ejemplo, el Programa Ambiental de las Naciones Unidas debería tener poder para hacer cumplir las medidas contra la grave polución ecológica. El Fondo de las Naciones Unidas para la Población debe ser aprovisionado con recursos suficientes para satisfacer la creciente necesidad mundial de medidas contraceptivas y, por consiguiente, para ayudar a estabilizar el crecimiento de la población. Si estas agencias fueran incapaces de gestionar problemas masivos, será necesario crear una agencia planetaria más fuerte.

• Quinto. Recomendamos un sistema mundial de impuestos para asistir a los sectores subdesarrollados de la familia humana y para satisfacer las necesidades sociales que no quedan cubiertas por las fuerzas del mercado. Debemos comenzar con un impuesto vinculado al Producto Interior Bruto de todas las naciones como procedimiento para ser usado para la asistencia y el desarrollo económico y social. Esto no debería ser una contribución voluntaria, sino un impuesto efectivo. Las vitales agencias actualmente existentes de la ONU tendrían que ser financiadas con los fondos así obtenidos. Esto incluye a la Unesco, la Unicef, la Organización Mundial de la Salud, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y otras organizaciones.

Se necesita un amplio acuerdo internacional sobre la reforma de impuestos para asegurar que las corporaciones multinacionales paguen la parte justa que les corresponde en la carga del impuesto global. Sobre la base de estos impuestos, deberían concederse créditos para donaciones caritativas destinadas al desarrollo humano y social. Una recaudación imponible a las transferencias internacionales de fondos debería considerarse seriamente para gravar unos fondos que de otra manera permanecerían libres de impuestos y ayudar con ella a financiar el desarrollo social de los países más pobres. Muchos Estados miembros eluden el pago de sus deudas con la ONU. Habrían de imponerse censuras y medidas más duras, tales como sanciones, a tales Estados. Las condonaciones selectivas de las deudas externas de los países más pobres incapaces de pagar tendrían que financiarse con estos fondos.

• Sexto. El desarrollo de instituciones globales debería incluir algún procedimiento para la regulación de las corporaciones multinacionales y los monopolios estatales. Esto va más allá de los actuales mandatos de la ONU. Debemos fortalecer las economías de libre mercado, pero no podemos ignorar las necesidades planetarias de la Humanidad como un todo. Si siguen sin controles, las megacorporaciones y los monopolios probablemente dañarán los Derechos Humanos, el medio ambiente y la prosperidad de ciertas regiones del mundo. Las extremas disparidades entre sectores ricos y subdesarrollados del planeta pueden superarse potenciando las autoayudas, pero también encauzando la riqueza del mundo para proporcionar capital, ayuda técnica y asistencia educacional para el desarrollo económico y social.

• Séptimo. Debemos mantener vivo el libre mercado de ideas, el respeto a la diversidad de opiniones, y mimar el derecho a disentir. A este respecto, existe una urgente necesidad de resistirse contra el control de los medios de comunicación de masas, bien sea por parte de gobiernos nacionales, bien por parte de poderosos intereses económicos, bien por parte de instituciones globales. Las dictaduras han usado los medios de comunicación para propósitos propagandistas, eliminando los puntos de vista alternativos. Los medios, en las sociedades capitalistas, están a menudo bajo el control de oligopolios. Y rebajan sus contenidos con frecuencia hasta el más ínfimo denominador común en orden a maximizar su cotización. Los hechos son desatendidos mediante la aceptación acrítica de cualquier matasanos de la Nueva Era, mientras los reportajes sobre milagros gozan de más espacio de emisión que los últimos descubrimientos científicos. Muchos medios -televisión, radio, filmes, publicidad- aparentan sentir muy poca obligación a la hora de proporcionar contenidos factuales o educacionales.

Rechazamos cualquier tipo de censura, sea practicada por los gobernantes, los publicistas o los propietarios de los medios. Debería potenciarse la competencia en los medios a través de la creación de medios públicos y de organizaciones sin ánimo de lucro, y resistir todo movimiento tendente hacia el monopolio o hacia el control oligárquico. También tendrían que favorecerse los movimientos populares voluntarios dirigidos a controlar los medios y a denunciar sus excesos más crasos. Hay, en particular, una necesidad urgente de lograr acceso libre a los medios de comunicación. Esto significa que ningún poder global de medios oligopólicos ni ningún Estado-nación debería dominar los medios. Necesitamos poner en escena un movimiento democrático mundial que persiga la diversidad cultural y el enriquecimiento mutuo, así como la libre circulación de ideas.

X. OPTIMISMO EN TORNO AL PANORAMA HUMANO

Finalmente, y tal vez sea lo más importante, como miembros de la comunidad humana en este planeta, necesitamos generar un sentido de optimismo respecto al futuro humano. Aunque muchos problemas puedan parecer inabordables, tenemos buenas razones para creer que podemos emplear nuestros mejores talentos para resolverlos y que, gracias a la buena voluntad y a la dedicación, se puede conseguir una vida mejor para cada vez más miembros de la comunidad humana. El humanismo planetario encierra cuatro grandes promesas para la Humanidad. Queremos cultivar un sentido del asombro y de la emoción respecto a las oportunidades potenciales que nos aguardan para el enriquecimiento de nuestras propias vidas y las de las generaciones que todavía no han nacido. Los ideales son los progenitores del futuro. No tendremos éxito a menos que resolvamos hacerlo así; y no resolveremos hacerlo así a menos que tengamos confianza en que podemos hacerlo. Todo el optimismo que generemos tiene ciertamente que estar basado en una percepción realista de las posibilidades de realización, pero necesitamos estar motivados por la creencia de que podemos superar la adversidad.

El humanismo planetario rechaza las filosofías nihilistas del destino y de la desesperanza y todas aquéllas que aconsejan abandonar la razón y la libertad, las que presagian miedo y enfermedades y están obsesionadas con los escenarios apocalípticos del Armageddon. La especie humana ha afrontado siempre desafíos. Ésa es la historia constante de nuestra aventura planetaria. Como humanistas, urgimos hoy, al igual que en el pasado, a que los humanos no miren más allá de sí mismos para buscar la salvación. Sólo nosotros somos responsables de nuestro destino y lo mejor que podemos hacer es pasar revista a nuestra inteligencia, nuestro coraje y nuestra compasión para alcanzar nuestras más altas aspiraciones. Creemos que una buena vida es posible para todas y cada una de las personas de la sociedad planetaria del futuro. La vida puede llenarse de significado para aquéllos que quieran asumir la responsabilidad y emprender los esfuerzos corporativos necesarios en orden a cumplir sus promesas. Podemos y debemos contribuir a crear el nuevo mundo del mañana. El futuro puede rebosar de salud y abundancia y puede abrir nuevas, audaces y excitantes perspectivas. El humanismo planetario puede contribuir significativamente al desarrollo de actitudes positivas necesarias si vamos a llevar a cabo las inigualables oportunidades que aguardan a la Humanidad en el tercer milenio y más allá.

Los que suscribimos este documento buscamos seriamente confraternizar con las distintas culturas del mundo, incluidas las grandes tradiciones religiosas del planeta. Creemos que lo urgente es esforzarnos en encontrar bases comunes y en buscar valores compartidos. Necesitamos entrar en un continuo proceso de toma y daca no sólo con aquéllos que están de acuerdo con nosotros, sino también con quienes puedan discrepar. En medio de nuestra diversidad y de la pluralidad de nuestras tradiciones, necesitamos reconocer que todos formamos parte de una extensa familia humana, que compartimos un hábitat planetario común. Precisamente, el éxito de nuestra especie amenaza hoy el futuro de la existencia humana. Somos los únicos responsables de nuestro destino colectivo. Para resolver nuestros problemas, necesitaremos de la cooperación y la sabiduría de todos los miembros de la comunidad mundial. Está dentro de las capacidades de cada ser humano marcar una diferencia. La comunidad planetaria es nuestra propia comunidad y cada uno de nosotros puede ayudar a hacer que florezca. El futuro está abierto. Está en nuestras manos elegir. Juntos podemos llevar acabo los más nobles fines e ideales de la Humanidad.

Quienes firmamos el Manifiesto Humanista III -o Manifiesto 2000- no estamos de acuerdo necesariamente con cada una de las proposiciones contenidas en él. Aceptamos, sin embargo, sus principios fundamentales y lo ofrecemos en orden a articular un diálogo constructivo. Invitamos a otros hombres y mujeres que representen otras tradiciones a que se unan a nosotros para trabajar por un mundo mejor en la sociedad planetaria que está emergiendo.

© Academia Internacional de Humanismo, 1999; PO Box, 664; Amherst NY 14226-0664, Estados Unidos. Este texto fue publicado en la revista Free Inquiry y se reproduce con autorización

© Alberto Hidalgo Tuñón, 1999, de la versión española.

FIRMANTES:

Paul Kurtz (Universidad Estatal de Nueva York en Buffalo; presidente de la Academia Internacional de Humanismo, EE UU); Phillip Adams, (columnista, vomentarista de Radio Nacional, Australia); Norm Allen, Jr. (director de Afroamericanos por el Humanismo, EE UU); Steve Allen, (autor, humorista, EE UU); Derek Araujo (presidente del Campus Alianza por el Librepensamiento, EE UU); Rubén Ardila (profesor de Psicología, Universidad Nacional de Colombia); Khoren Arisian (ministro emérito de la Primera Sociedad Unitarista de Minneapolis, EE UU); Sadik Al Azm (profesor de Filosofía, Universidad de Damasco, Siria); Jovan Babic (catedrático de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Belgrado, Yugoslavia); G.R.R. Babu (director ejecutivo, India); Joseph E. Barnhart (profesor de Filosofía y de Estudios Religiosos, Universidad de North Texas, EE UU); Etienne Baulieu (decubridor de la Ru486, Academia de Ciencias, INSERM, Francia); Baruj Benaceraff (premio Nobel, Insituto para el Cáncer Dana Barber, EE UU); Pushpa Mittra Bhargava (director fundador del Centro de Biología Celular y Molecular, Hyderabad, India); H. James Birx (profesor de Antropología, Canisius College, EE UU); Colin Blakemore (Laboratorio de Fisiología, Universidad de Oxford, Reino unido); R.M. Bonnet (Agencia Espacial Europea); Jacques Bouveresse (profesor de Filosofía, Colegio de Francia); Jo Ann Boydston (profesora emérita de la Universidad de Illinois del Sur, EE UU); Paul D. Boyer (premio Nobel de Química, EE UU); Diana Brown (representante de la IHEU en Ginebra, Suiza); Roy W. Brown (impulsor de la fundación World Population, Suiza); Robert Buckman (físico, Canadá); Vern L. Bullough (profesor emérito de la Universidad de California del Sur, EE UU); Sir Arthur C. Clarke (CBE, autor; canciller de la Universidad de Moratuwa, Sri Lanka, y canciller de la Universidad Internacional del Espacio, Sri Lanka); Jean-Pierre Changeux (profesor de Neurobiología, Colegio de Francia y Laboratorio de Neurología Molecular, Instituto Pasteur); Matt Cherry (director ejecutivo del Consejo por el Humanismo Secular); Dobrica Cosic (autor, antiguo presidente de la República Federal de Yugoslavia); Alan Cranston (senador por California, EE UU); Bernard Crick (profesor emérito de Política, Universidad de Londres, Reino Unido); Amlan Datta (ex-vicecanciller, Visva Bharati, India); Richard Dawkins (New College, Oxford, Reino Unido); Daniel C. Dennett (Centro de Estudios Cognitivos, Universidad de Tufs, EE UU); Jean Dommanget (Observatorio Real de Bélgica, Bruselas); Sanal Edamaruku (secretario general de la Asociación Racionalista Hindú, Nueva Delhi, India); Paul Edwards (editor-jefe de The Encyclopedia of Philosophy); Yuri Nikolaevich Efremov (Departamento de Salud, Instituto Astronómico Sternberg, Universidad Estatal de Moscú, Rusia); Jan Loeb Eisler (vicepresidente de la IHEU, USA); Lord Lionel Elvin (Cámara de los Lores, reino Unido); Hugo Daniel Estrella (Pugwash Conference, Argentina); Sir Raymond Firth (profesor de Antropología de la Universidad de Londres, Reino Unido); Thomas Flynn (director ejecutivo de la Fuerza de Choque de la Primera Enmienda, EE UU); Gérard Fussman (profesor del Colegio de Francia); Vitaliî Ginzburg (físico, Academia de Ciencias, Rusia); Adolf Grünbaum (profesor de Filosofía de la Ciencia, Universidad de Pittsburgh, EE UU); Peter Hare (profesor de Filosofía, Universidad Estatal de Nueva York en Buffalo, EE UU); James Haught (editor de la Charleston Gazette, EE UU); Herbert A Hauptman (premio Nobel de Química, EE UU), Jim Herrick (editor de The New Humanist, de la Asociación de Prensas Racionalistas); Alberto Hidalgo Tuñón (profesor de Sociología del Conocimiento, Universidad de Oviedo, Sociedad Asturiana de Filosofía, presidente del MPDLA, España); Ted Honderich (profesor emérito de Filosofía de la Mente y Lógica, Universidad de Londres, Reino Unido); Narisetti Innaiah (profesor de Filosofía, catedrático, Comité contra el Abuso de la Infancia, India); Reid Johnson (deán del Centro para el Instituto de Investigación, EE UU); George Klein (profesor y jefe del grupo de investigación del Centro de Microbiología y Tumorología, Instituto Karolinska, Suecia); Richard Kostelanetz (autor, EE UU); Sir Harold W. Kroto, (premio Nobel, Escuela de Quimíca, Física y Ciencias del Medio Ambiente, Reino Unido); Valeriî Kuvakin (profesor de Filosofía Rusa, Universidad Estatal de Moscú, Rusia); Gerald A Larue (profesor emérito de Estudios Bíblicos, Universidad de California del Sur, EE UU); Thelma Z. Lavine (profesora Robinson de la Universidad George Mason, EE UU); Richard Leakey (antropólogo, Kenya Wildlife Service, Kenia); José Leites Lópes (profesor emérito del Centro Brasileño de Investigación Física, Brasil); Jacques Le Goff (especialista en Civilización y Literatura Medieval Francesa, ENESS, Francia); Jean Marie Lehn (premio Nobel, Universidad Louis Pasteur, Francia); Youzheng Li (Instituto de Filosofía, CASS, Pekín, China); Paul B. MacCready (ingeniero, fundador y jefe de Aerovironment Inc.); Timothy J. Madigan (editor, University Rochester Press); Michael Martin (profesor de Filosofía, Universidad de Boston); Mario Molina (premio Nobel de Química, EE UU); Henry Morgentaler (activista del derecho al aborto, Canadá); Ferid Murad (premio Nobel, Ceentro de Ciencias de la Salud de Houston, Universidad de Texas, EE UU); H. Narasimhaiah (Foro Bangalore por la Ciencia, Colegio Nacional, India); Taslima Nasrin (autora, defensora de los Derechos Humanos, Bangladesh); Indumati Parikh (sirector del Centro de Desarrollo Humano M.N. Roy); John Arthur Passmore (profesor de Estudios Históricos, Universidad Nacional de Australia; primer presidente de la Academia de Ciencias); Jean-Claude Pecker (astrónomo, Colegio de Francia, Academia de Ciencias de Francia); Alexander V. Razin (profesor de Ética, Universidad Estatal de Moscú, Rusia); José M. Rodríguez Delgado (profesor de Neurobiología, Centro de Estudios Neurobiológicos, Madrid, España); Avula Sambasiva Rao (ex jefe de Justicia de Andhra Pradesh; ex vicepresidente de la Universidad de Andhra, India); Sibnarayan Ray (Fundación Librería Raja Rammohun Roy, India); Dennis V. Razis, (Sociedad Delphi, Atenas, Grecia); José Saramago (premio Nobel, Portugal); Evry Schatzman (astrónomo, ex presidente de Asociación Francesa de Física, Academia de Ciencias de Francia); Jens C. Skou (premio Nobel, biofísico, Universidad de Aarhus, Dinamarca); J.J.C. Smart (profesor emérito de la Universidad Nacional de Australia); Victor J. Stenger (profesor de Física, Universidad de Hawai, EE UU); Svetozar Stojanovic (profesor y presidente del Instituto de Filosofía, Universidad de Belgrado, Yugoslavia); Robert B. Tapp (profesor de Educación, Universidad de Minnesota, EE UU); Jill Tarter (Cátedra Bernard M. Oliver, Instituto SETI, EE UU); Richard Taylor (profesor de Filosofía, EE UU); Yervant Terzian (profesor Duncan de Ciencias Físicas, Universidad de Cornell, EE UU); Lionel Tiger (profesor de Antropología, Universidad Estatal de Nueva Jersey, EE UU); Lewis Vaughn (editor de Free Inquiry, EE UU); Radovan Vukadinovic (profesor, Croacia); Mourad Wahba (presidente de la Asociación Internacional de Averroes y la Ilustración, Fundador de la Asociación Afro-asiática de Filosofía); Ibn Warraq (autor, EE UU); Edward O. Wilson, (Museo de Zoología Comparada, Universidad de Harvard, EE UU); Marvin Zayed (Doctor en Medicina. Canadá); etcétera.

manifiesto humanista

 


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