La irracionalidad no sólo se manifiesta en las
creencias en ovnis, hadas y
duendes o en poderes psíquicos. También, y sobre todo,
aparece en forma de
sentimientos más o menos artificiales y más o menos
hábilmente explotados. Y
una de las formas de explotación que más éxito ha tenido en
los últimos
tiempos es esa orientación política llamada "nacionalismo".
Me resulta muy difícil argumentar sobre el nacionalismo,
sencillamente
porque mi impresión es que se trata de una postura tan
irracional que no
admite argumentos. En su lugar, tendré que limitarme a
exponer las "razones"
que suelen utilizarse para apoyar estas ideologías, y los
motivos por los
cuales las encuentro irracionales. A ver qué sale.
Indeterminación.
El punto de partida del nacionalismo es la existencia de una
"nación" o
"pueblo". Pero... ¿qué es eso?
Pues en la práctica, "nación" es lo que los nacionalistas
entienden por
"nación". No hay otra forma de definirlo. Los mejores
intentos en este
sentido se basan en la existencia de un grupo con una serie
de afinidades
culturales, étnicas, religiosas e incluso geográficas. Lo
cual, a mi modesto
entender, es no decir nada.
La afinidad cultural, por ejemplo, es inútil como criterio
para acotar un
grupo. Es posible descubrir afinidades culturales entre todos
los seres
humanos, entre los occidentales, entre los europeos, entre
los habitantes de
los países mediterráneos de Europa, entre todos los
españoles, entre los
catalanes, entre los habitantes de cualquier ciudad de
Cataluña y, si
apuramos, incluso entre los que viven en el mismo barrio de
esa ciudad. El
resultado es que la distinción "cultural" entre las
"naciones" sólo puede
hacerse de una forma arbitraria y "a gusto del consumidor";
nunca desde
parámetros objetivos.
5Y eso no es todo. Como una de las aspiraciones de los
nacionalismos es la
potenciación de su "singularidad cultural" (el "hecho
diferencial", como se
dice ahora), el resultado es que un grupo nacionalista que
detente el poder
procurará orientar la política cultural y educativa de modo
que, en la
práctica, estará dando forma a esa singularidad cultural que
dice defender.
Al final, es el propio nacionalismo el que contribuye a crear
los
particularismos en los que se supone que está basado.
Maquiavelo o Napoleón
hubiesen encontrado esta postura como perfectamente
justificable desde un
punto de vista político, pero a mí me da la impresión de que
se trata de un
simple proceso circular.
Y si eso pasa con las afinidades culturales, no hablemos ya
de las étnicas.
Un concepto tan discutible como la "raza" es un magnífico
punto de partida
para las "limpiezas étnicas" y las discriminaciones. La
diferencia entre las
tonterías de Xabier Arzallus sobre el RH negativo y la
"Solución Final al
problema judío" de Hitler sólo es cuantitativa, no
cualitativa. E igual de
absurda: en la actualidad, la "pureza racial" sólo es síntoma
de
empobrecimiento genético por endogamia, y se puede dar
exclusivamente en
comunidades aisladas; las condiciones económicas y sociales
que hicieron
surgir los nacionalismos durante el Siglo XIX implicaron,
entre otras cosas,
un proceso de progresiva disolución de las peculiaridades
"étnicas".
Y no nos olvidemos, por supuesto, del problema clave: ¿dónde
está esa
frontera que separa una "raza" de otra? Al final la solución
es la misma que
en el caso cultural: la frontera está donde el nacionalismo
de turno decide
colocarla.
En cuanto al argumento religioso, mejor "non meneallo". Suena
demasiado a
"Guerra Santa", ¿no?
Unidades de destino en lo particular.
A veces los nacionalistas renuncian a intentar justificar
esas supuestas
"diferencias". Sobre todo, cuando se sienten acorralados.
Entonces acuden a
la curiosa tesis de que una nación o pueblo es un grupo de
personas unidas
por un destino común.
Igualito que los pasajeros de un autobús, vamos.
El corolario de esta tesis es que la nación surge cuando un
grupo de
personas tiene "conciencia nacional". Esta especie de
argumento Beckeriano
redivivo se aproxima más a las ideas clásicas sobre el
nacionalismo, pero no
por ello deja de ser falaz. Desde este punto de vista, si hay
gallegos que
tienen "conciencia" de que Galicia es una nación, surge la
nación gallega.
Pero, habiendo también gallegos que consideran que pertenecen
a la nación
española, ésta también está justificada. Y si surgiera un
grupo de coruñeses
con conciencia de pertenecer a una nación diferenciada, La
Coruña debería
autodeterminarse. Nuevamente es una cuestión de límites, y
nuevamente
resulta que estos límites son puramente arbitrarios.
Más aún: todos los "argumentos" con los que se pretende
defender a un
nacionalismo sirven para defender a otro nacionalismo que
excluya al
anterior. Esta aparente contradicción es, en el fondo,
bastante lógica: un
nacionalista andaluz tiene que excluir, por definición, la
existencia de una
nación española o una nación cordobesa. Lo malo es que las
ideas que utiliza
para defender esa exclusión sirven perfectamente para que los
nacionalistas
españoles y cordobeses rechacen la idea de una nación
andaluza. Un bucle sin
fin del que, de nuevo, sólo hay una salida: la que marcan los
propios
nacionalistas, que deciden qué "naciones" reconocen y cuáles
no.
La historia y la histeria.
Con todo, el "argumento" más socorrido suele ser el de la
historia. Hace
poco me dijeron que Cataluña pertenece a España porque perdió
una guerra (en
serio: no me lo invento). ¿Qué guerra? No me contestaron,
pero es probable
que se refiriesen a la Guerra de Sucesión española, en la que
gran parte de
Cataluña apoyó los derechos del Archiduque de Austria al
trono de España.
Una guerra que afectó a toda España (y a buena parte de
Europa) para dirimir
quién debía ocupar el trono español, se convierte por arte de
birlibirloque
nacionalista en una especie de guerra de conquista de
Cataluña.
Semejante ficción histórica no es un hecho aislado.
Recordemos que, dentro
de España, los nacionalismos más relevantes no tienen un
apoyo histórico
real. El País Vasco nunca constituyó una unidad política
hasta el Estatuto
de Autonomía de la II República, y Cataluña jamás ha existido
como Estado
independiente. Claro que esto no suele ser demasiado
importante: incluso los
guías turísticos muestran con orgullo las tumbas de los
"Reyes de Cataluña",
y el árbol bajo el cual los diversos señoríos vascos juraban
fidelidad a la
corona de Castilla se ha convertido mágicamente en símbolo de
unidad
nacional.
Y es que los nacionalistas parecen tener en Von Däniken a uno
de sus
maestros. Buscando afanosamente, encuentran hechos que,
convenientemente
aislados y, si es preciso, distorsionados, justifican sus
tesis. ¿Que un rey
de Francia no pudo acudir a recibir el juramento de fidelidad
del Conde de
Barcelona por tener que sofocar una rebelión? Le damos la
vuelta y resulta
que el Señor de la Marca Hispánica estaba llevando a cabo un
acto de
reivindicación nacionalista. Solo les falta decir que en
realidad era Pilar
Rahola en una reencarnación anterior. Las guerras carlistas o
incluso la
adscripción a uno u otro bando en la Guerra Civil son
utilizadas,
igualmente, como magníficos argumentos nacionalistas, una vez
convenientemente reformados.
Con este panorama, ¿a alguien le extraña que los
nacionalistas se opongan
tan radicalmente a la "reforma de las Humanidades"?
El imperialismo.
Muchas veces, el resultado de esa manipulación histórica es
la apropiación
de los "méritos" del vecino. Los nacionalistas vascos
reivindican con
orgullo la trayectoria histórica de Navarra, y muchos libros
de texto
catalanes se apropian sin ningún rubor del Siglo de Oro de
Valencia. No hay
problema: recordemos que la imposibilidad de definir el
concepto de "nación"
permite extender sus límites hasta donde sea conveniente.
El resultado es, muchas veces, muy curioso. Los mismos que se
quejan de una
supuesta "opresión cultural" por parte de España no dudan en
intentar
aplicar una uniformización cultural para dar mayor relieve a
su "nación".
Hasta extremos que llegan a ser ridículos; playas abarrotadas
de madrileños
son rotuladas exclusivamente en la lengua vernácula, y no es
raro ver a un
extremeño buscando afanosamente al médico debajo del cartel
señalador del
"metge", o a un andaluz rellenar algún impreso indicando que
su dirección de
vacaciones es la "calle Carrer del Mar". Y no exagero: he
conocido
personalmente ambos casos.
Claro que también me han dicho que "una forma de imperialismo
es no hablar
el idioma del lugar en el que estás". Una novedosa definición
que, supongo,
no se aplicará a los antepasados del valenciano que me lo
dijo y que no se
resignaron a hablar el idioma anterior a la reconquista. Al
fin y al cabo,
todo depende del color del nacionalismo con el que se mira,
¿no?
La autodeterminación.
El caso es que, de un modo u otro, los nacionalistas suelen
acabar
reivindicando lo mismo: lo que llaman el "inalienable derecho
de
autodeterminación de los pueblos".
No entraremos a recordar los origenes históricos de ese
"derecho" (más de un
nacionalista se llevaría una sorpresa desagradable). Pasemos
sólo a sus
contradicciones intrínsecas.
La primera ya la hemos apuntado: la imposibilidad de definir
objetivamente a
un pueblo o una nación. La única justificación para acotar el
"pueblo" que
tiene derecho a autodeterminarse es que el grupo nacionalista
de turno fije
sus fronteras aquí o allá. De manera que un referéndum para
el País Vasco
convocado por el PNV, por ejemplo, no aceptaría nunca que una
decisión de
Álava contraria a la autodeterminación fuese bastante como
para permitir que
esa provincia siguiera perteneciendo a España. Sustitúyase
Álava por el
nombre de cualquier ciudad o barrio, y añádase el supuesto de
que exista
allí una "conciencia nacional" que pretenda autodeterminarse
del País Vasco,
y se verá cómo el absurdo puede extenderse de nuevo al
infinito.
Y, aunque obviaramos ese problema, no sería ni el único ni el
más grave. Por
ejemplo, si el resultado del referendum fuese negativo, los
nacionalistas,
por coherencia, deberían asumir que su "conciencia nacional"
no existe y, en
consecuencia, disolverse definitivamente. Pero no es así: en
Quebec, tras
dos fracasados referéndum, los nacionalistas quebequeses se
afanan en crear
esa "conciencia nacional" para triunfar en un tercero. Nueva
contradicción:
esa "conciencia nacional" en la que pretenden justificarse
necesita ser
creada, como ya hemos apuntado, por el propio nacionalismo.
Además; ¿por qué esa insistencia? ¿Aplicarían la misma en el
caso del "sí"?
Si el hecho de que un referéndum de autodeterminación sea
negativo sólo
significa que hay que repetirlo más adelante, una decisión
tan trascendental
como la autodeterminación resulta ser sólo válida
temporalmente. Así que es
de esperar que, una vez obtenida la independencia, repitan el
referéndum
cada cuatro años, por ejemplo, para ver si la "conciencia
nacional" ha
aumentado o disminuido. O con mayor periodicidad. Por
ejemplo, aprovechando
la celebración de los partidos de fútbol, todos los domingos
(un amigo con
bastante mala uva me comentó una vez que el reciente éxito
electoral de los
nacionalistas gallegos se debe a que muchos esperan que, si
Galicia se
independiza de España, el Depor conseguirá ganar la liga de
una vez...)
¿Y a mí que me importa?
La verdad es que podríamos seguir hablando de la
irracionalidad del
nacionalismo, pero... ¿para qué? Por mi parte, al escribir
este comentario
(muy deslabazado, lo reconozco), sólo pretendo dejar clara mi
postura y
evitar las eternas discusiones a las que me veo abocado
frente a
nacionalistas que, a la hora de la verdad, tienen un
repertorio más reducido
que las máquinas expendedoras de tabaco. Quizás así se animen
a buscar algún
argumento a su favor (o en mi contra) y, mientras tanto, me
dejen tranquilo