Hace 54 Años Nació Israel
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Mil novecientos treinta y un años atrás, los arietes romanos perforaron las murallas del Templo de Jerusalem; la Casa Santa de D´s fue presa de las llamas, el Estado –hebreo sojuzgado, la independencia de Israel aniquilada. EL profeta cubrió una vez más su cabeza de saco y ceniza para derramar nuevamente su amarga endecha y exclamar: “la grande entre las naciones del mundo se ha vuelto viuda; la señora de las provincias del mundo es hecha tributaria”. La tierra de los patriarcas -el pueblo que diera al mundo a Moisés, el legislador por antonomasia; a reyes de los más ilustres del planeta. Como David, el poeta salmista y Salomón, cuya prenda más gloriosa era su sabiduría; a héroes de talla descomunal como Sansón y Judas el Macabeo; que acuñara en el vocabulario mundial los conceptos de Biblia, libro de libros, emanado de Israel para todos los pueblos de la tierra, y de profetas, visionarios de genio ético superlativo- estaba postrada ante la fuerza bruta de los conquistadores romanos. Luego, el negro telón del exilio, de las persecuciones y de las matanzas, bajó sobre el escenario de la historia hebrea para cubrirlo durante casi cien generaciones. Prodújose un deambular interminable del pueblo que decía ser elegido. Los judíos formaron comunidades en todos los países del mundo, pero éstas fueron perseguidas, saqueadas y aniquiladas una tras otra. La expulsión de España y Portugal desarraigó a todo un pueblo que hizo la grandeza de la península ibérica; la Inquisición diezmó y masacró a los judíos en nombre de la Santa Fe y los persiguió en este continente americano, pues nutridos grupos de refugiados judíos se habían unido a Colón, de su misma estirpe, para encontrar una vida libre en un mundo nuevo. En Italia, Francia, Alemania, Rusia, Polonia, Rumania, y decenas de países más, corrieron suerte similar. Los pogroms de Kishinev y las masacres genocidas de Hitler parecieron ser los capítulos epilogales de aquella horrible pesadilla. Y lo fueron en realidad, pero no para terminar con el pueblo judío, sino para resucitarlo de sus cenizas. ¿Qué es lo que hizo resistir a los judíos aquello que parecía normalmente irresistible? ¿Dónde y cuándo puede seguir la vida de un pueblo cuando se ha tratado de aniquilar su cuerpo durante casi dos milenios? ¿Cómo es que Israel ha podido desafiar las leyes de la historia y sobrevivir, cuando de acuerdo a las mismas debía haber desaparecido hace tiempo? Para que el vencedor gane una guerra no basta que triunfen sus armas. Es tanto o más importante aún que el contrincante se dé por vencido. Israel nunca se rindió ante los enemigos que quisieron y quieren borrarlo de la faz de la tierra. En las mazmorras donde lo torturaba la Inquisición, cuando sus miembros de carne y hueso eran triturados por instrumentos infernales, exhalaba su último soplo entonando: “Shemá Israel” (Oye Israel). En las cámaras letales de Hitler caía exánime, luego de musitar en voz casi imperceptible : “Od lo avdá tikvatenu” (Aún no hemos perdido la esperanza). Se trata de un drama terrible y grandioso a la vez en la vida del pueblo judío que se denomina: optimismo judío ha recurrido en todos los tiempos a un heroísmo temerario que carece de parangón, que ha mudado de formas, pero que inyecta en el fondo la misma savia generosa para sobrevivir. Son ejemplos magníficos de ello las campañas de los zelotas, los movimientos alucinantes de los falsos mesías, las gestas civilizadoras del jasidismo, el iluminismo y el ilustre movimiento libertador denominado sionismo. El historiador norteamericano Will Durand dice al respecto en “The Story of Civilitation” (tomo III, pág. 542): “Ningún pueblo en la historia ha luchado tan tenazmente por la libertad como los judíos, ni tampoco contra tantos contratiempos. Desde Judas el Macabeo, hasta Simón Bar Kojbá y hasta nuestros propios días, la lucha de los judíos para reconquistar su independencia los ha diezmado a menudo, pero nunca logró quebrar su espíritu o eliminar su esperanza”. Ciento cuatro años atrás, esta esperanza se ha plasmado en un movimiento dinámico y emprendedor que ha removido hasta las entrañas el alma del pueblo judío. Se denomina sionismo, por su ideal de retornar a Sión y reconstruir la antigua patria hebrea. Bajo la augusta dirección de Herzl, que parecía tener la majestuosidad de un rey arrancado de la epopeya bíblica, logró arrollar poco a poco a todo el pueblo judío, hasta convertirlo en milicia activa de su propia redención en la vieja-nueva Tierra de Promisión. Movilizándose hombres y mujeres a millares, colonizaron la Shefelá, poblaron el Sharon, roturaron el valle de Jezreel, sembraron la Galilea y fertilizaron el desierto de la tierra de Judea. Construyeron casas, levantaron aldeas, repatriaron a decenas de millares de exiliados y rescataron a centenares de miles de campos de concentración y aldeas de muerte. Plantaron como antaño viñas, higueras y olivos y comieron el fruto de ellos. Echaron de tal suerte los cimientos de una nueva y próspera nación, en lucha titánica contra la naturaleza yerma y el vecindario humano hostil que los rodeaba. Hace cincuenta y cuatro años se levantó nuevamente el telón sobre la Tierra de Sión. Ataviada con sus mejores galas, se erguía soberbia de sus cenizas, para proclamar ante la faz del mundo la reconquista de sus títulos de nación más vieja y más joven del mundo, a los que nunca jamás había renunciado. Israel es una nación de tan sólo cincuenta y cuatro años, que colma de orgullo y dignidad el corazón de todos los judíos del mundo. Pero es al mismo tiempo un venerable y glorioso anciano, artífice rebosante de experiencia, de sabiduría, de ciencia y de poder creador. Lo grandioso y sublime de este venerable tronco añoso es que en sus venas corre la sangre vigorosa y viril de un joven de 54 años, que fertiliza todas sus células y convierte a este ser -que es el Estado de Israel- en una síntesis maravillosa de optimismo, de fe, de experiencia, y de sabiduría; pero también de vigor, fortaleza y virilidad.
Las naciones -lo mismo que los seres humanos- llegan al mundo con espasmos y dolores terribles de alumbramiento. Por ello saben el valor de la libertad; revelan comprender el precio de los sufrimientos cuando se empeñan en defender esa libertad conquistada, poniendo en juego el bien más preciado que posee el hombre: la vida misma. Si esta verdad resulta incontrastable para todos los pueblos libres de la tierra, y para los que ansían serlo, lo es que con fuerza y vigor para Israel, porque dos mil años fueron sus dolores de alumbramiento y más de medio siglo lidió para poder ser alumbrada. Y lo fue hace 54 años. |
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