El Papa Judío |
Uno de los maestros de mi infancia que más
me marcaron fue Zalmen Hirschfeld Z”L, también gran actor de la
escena judía en la Argentina y animador por excelencia de las grandes
fiestas de la colectividad.
Era apasionante escuchar sus lecturas de
distintos cuentos, pero la historia del Papa judío nos atrapaba de
manera especial, y siempre le pedíamos que la repitiera para nosotros. A mi maestro, entonces, le dedico esta nota. *** Durante la Edad Media, circuló en distintas
juderías de Europa la leyenda del Papa judío. En diferentes versiones,
la historia giraba alrededor de un niño judío que era arrebatado de la
casa de sus padres y obligado a abrazar la fe cristiana. Con el correr
de los años y como prelado de la Iglesia, era elegido Pontífice de la
Cristian-dad. El relato que transcribimos se refiere a este
tema. Su protagonista, Eljanán, era hijo de Rabí Shimón Hagadol (El
grande) de Maguncia, gran exégeta del Talmud y autor de inspirados cánticos
rituales; uno de ellos se lee el segundo día de Rosh Hashaná. El Extraño Destino de Iojanán Ben Shimón
Hagadol -¡Una desgracia, Rabí Shimón, una gran
desgracia! - clamó la sirvienta. Sus ojos desorbitados reflejaban el
espanto, y con sus manos se golpeaba repetidamente la cabeza. -¡Ay de
nosotros! - musitó, sin dejar de temblar. -Cuéntame todo desde el comienzo -le rogó
Rabí Shimón- y no ahorres detalle. - Ella entró a encender el horno. -¿Quién? - La criada de los días Sábado. Entró en
la casa, encendió el horno y se llevó consigo a Eljanán, tu pequeño
hijo. En mi inocencia pensé que lo conducía a los juegos, pero pasaron
ya tres horas y ellos no aparecen. La voz de la mujer vacilaba y era
seguro que, en instantes, rompería a llorar. - La criada lo raptó-
dijo ahogada en lágrimas. Rabí Shimón se estremeció. Tenía un único
hijo y lo amaba con todo su ser. Y he aquí que ese hijo había
desaparecido. Los judíos que regresaban de la sinagoga se
congregaron alrededor de ellos. El rumor, como todos los rumores en la
calle judía, había corrido de boca en boca. En poco tiempo más, toda
la comunidad se volcó a la búsqueda del niño. No dejaron sitio sin revisar: casas, patios y
hasta los barrios vecinos. Pero era como si al niño se lo hubiera
tragado la tierra. Los padres no hallaban consuelo. Rabí
Shimón se impuso un ayuno y elevó sus preces al Altísimo, rogándole
que le devolviera a su hijo. Todo en vano: el niño había desaparecido
sin dejar huella. II Pasó un año, y otro más y ya Iojanán
(Juan) estaba irreconocible. Le afeitaron los aladares (“Peot”),
aprendió a repetir las oraciones cristianas y servía en la Iglesia
como aspirante al sacerdocio. Sus conocimientos se acrecentaban día a día
y su mente se mostraba capaz de los más agudos razonamientos. Los
hombres de la Iglesia lo enviaron a Roma para que completara sus
estudios de seminarista. Iojanán, ciertamente, hizo grandes progresos,
y fue ascendiendo en la jerarquía hasta ser nombrado cardenal. Pasado un tiempo, el Papa murió y Iojanán
fue elegido para reemplazarlo. Cada tanto, asaltaban al Papa Juan girones de
recuerdos: se veía de pequeño en casa de su padre, el erudito Rabí
Shimón; la criada cristiana lo toma de la mano y lo impulsa a correr, a
huir ... Y otro relámpago más en su memoria: alguien le rapa la cabeza
y le impone una vestimenta desconocida. Luego, el coro de la iglesia, un
sacerdote que lo reprende: “¡Canta los himnos de Nuestro Señor!”,
reclama. Y el niño está tan confundido.... Iojanán despierta de sus cavilaciones. En
verdad, él es judío; y no un judío cualquiera: es el hijo del jefe de
una comunidad, del justo, del sabio Rabí Shimón. No es demasiado tarde todavía -reflexiona
Iojanán- Está abierto el camino para que retorne a mis orígenes- se
dice. -¿Pero cómo hacer, si los ojos de la
Cristiandad se vuelven hacia mi persona, y por otro lado es tan grande
el poder que detento?. ¿Cómo renunciar a él?. Así se debate el alma
de Iojanán: en ocasiones quiere volver a la casa de sus padres, y otras
veces disfruta de los honores que le han cabido en suerte. III Cierto día, urdió un plan para encontrarse
con su padre sin despertar sospechas. Se sentó en su cuarto y redactó
varias hojas de edictos dirigidos a los judíos de Maguncia. Por ellos,
les prohibía el descanso sabático y la circuncisión de sus hijos. Y
todo aquél que transgrediera las disposiciones
papales, debería morir. Una vez concluida la redacción de los
textos, el Papa encargó al obispo de Maguncia que los pusiera en manos
de los judíos. Éstos, presa del temor, fueron a rogarle al Obispo que
intercediera ante el Pontífice. -¿Cuál ha sido nuestro pecado, cuál la
falta que cometimos, para ser condenados de esta manera? Pues si no
respetamos el Sábado ni circuncidamos a nuestros hijos, seremos como
los demás pueblos de la tierra. - En verdad, no comprendo las razones de
estos edictos- respondió el Obispo- pero tampoco estoy autorizado para
revocarlos. Es el Papa quien los expidió, y sólo él
podría volver atrás. Por lo tanto, les sugiero que envíen una
delegación a Roma e intenten convencerlo de que anule esas leyes. Los judíos escucharon el consejo: al día
siguiente partía a Roma un grupo de representantes de la comunidad,
encabezado por Rabí Shimón y otros dos notables. IV Se abrió la puerta de la sala y el Papa, con
el rostro impasible, ordenó: -¡Que pase el jefe de la delegación! Vacilante y temeroso entró Rabí Shimón en
el cuarto, y al advertir al Papa ocupando su alto sitial, se arrodilló
ante él. -¡Levántate - le dijo el Papa- y hazme oír
tus razones! -Insigne Señor: he venido en nombre de los
judíos de Maguncia a pedirle que revoque las duras leyes que nos ha
impuesto -dijo Rabí Shimón y agregó: -No entendemos los motivos de
tanto rigor. ¿Cuál ha sido nuestro pecado? El Papa lo escuchó sin mostrarse
sorprendido. Hasta el momento, todo se desarrollaba según sus
expectativas. Manifestó entonces sus objeciones a los
preceptos judíos y le planteó a Rabí Shimón cuestiones muy arduas.
Pero éste tenía, para cada pregunta, una respuesta sagaz y
fundamentada. -Eres sabio, Rabí Shimón- le dijo Iojanán,
que aún conservaba la calma. -Ahora comprendo por qué tus hermanos judíos
te han enviado a mí, y por qué confían en tu persona. En mérito a tu
sabiduría y porque tus respuestas han logrado satisfacerme, daré de
inmediato la orden de revocar esos edictos. -Y ahora- lo encaró el Papa con voz íntima
y tierna- cuéntame de tu familia, de tus hijos. Rabí Shimón fue
nombrando a sus hijos, pero no mencionó a Iojanán. Además, temía que
el Papa hiciera venir a todos ellos a Roma. -¿Y no tuviste otro hijo más?- inquirió el
Pontífice. Rabí Shimón dudó, con la confusión
pintada en su rostro. -Dime la verdad- insistió el Papa, y el tono
de su voz empezaba a traicionarlo. -Cuéntame de ese hijo tuyo que
raptaron, cuéntamelo todo. Y mientras así hablaba, descendió Iojanán
de su alto sitial, se acercó con paso rápido al atónito Rabí Shimón,
y en pocos segundos más, sin poder contener el llanto, rodeó con sus
brazos los hombros del anciano. -¡Soy Eljanán, tu hijo, soy el Papa Iojanán
(Juan), el Papa judío! Padre e hijo siguieron abrazados largo rato,
sin pronunciar palabra. Luego se sentaron uno frente al otro y se
contaron lo sucedido a cada uno de ellos desde aquel lejano día. -Nunca podré perdonármelo- dijo Eljanán.
Desde hace tiempo sé que soy judío, pero el enorme poder concentrado
en mis manos me seducía de tal modo, que una y otra vez aplazaba yo mi
regreso a casa. Y Rabí Shimón lo tranquilizó, diciendo:
“Dios se apiada de quien confiesa su arrepentimiento”. Contados días más tarde, el mundo cristiano
se vio conmovido por la desaparición del Papa: nadie conocía su
paradero, no había dejado huella, como si la tierra se lo hubiera
tragado. V Y así, en el más absoluto secreto, Iojanán
pudo retornar a la noble cantera de sus antepasados, a su familia y a la
comunidad judía de Maguncia. Pronto ganó fama de erudito y fue un
grande de la Torá. Y Rabí Shimón, su padre, compuso un cántico
destinado al segundo día de Rosh Hashaná, en el cual alude a la
historia de su hijo, y dice: “A Eljanán le tocará en suerte ser
adornado por la gracia”. Moshé
Korin |
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