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San Martín Invitado a Jerusalem

Agosto 2002

 

Entre los múltiples aspectos de la vida del prócer que comenzaron a conocerse, figura una curiosa invitación a viajar a Medio Oriente, hecha por un general amigo.

Tan vasta es la bibliografía sobre el general José de San Martín que encerrarla en un artículo periodístico sería tarea difícil. Historiadores de la talla de José Pacífico Otero, Bartolomé Mitre, Domingo Faustino Sarmiento, Ricardo Rojas, Félix Luna, Juan María Gutiérrez, Rosa o Carlos Salas, son apenas destacados autores de los tantos que volcaron su labor investigativa, desentrañando la vida del Libertador.

Pero no seríamos fieles  cronistas si no destacáramos también a Enrique de Gandía, Patricio Pascualini, León Benaros, José García Hamilton, Rodolfo Terragno, Enrique Mayochi, María Sánchez Quesada, Pacho O’Donell, etc, que reflejaron aspectos militares y personales de su fecunda y larga vida. Todos estos autores argentinos fueron leídos por muchos de nosotros. Cada uno agregó nuevos aportes desconocidos, por lo que resulta difícil –sobre una misma vida- hacer distintas versiones. De ahí que un título genera la duda acerca de qué más se puede decir, de lo que no se ha dicho hasta ahora.

¿Cómo vencer la gigantesca obra, por ejemplo, de José Pacífico Otero, que en su copiosa labor abarcó los más mínimos capítulos de esa fecunda existencia consagrada por nuestro compatriota para liberar medio continente... Del mismo modo que es lo no-difundido del material, daguerrotipos, documentos que se encuentran en el Instituto Sanmartiniano y, por supuesto, la Academia Sanmartinia-na.

No obstante todo lo anterior, el último libro de García Hamilton titulado “Don José” introduce el interrogante sobre quiénes fueron en realidad sus padres; o el libro sobre Alejandro de Aguado (su benefactor y amigo) que alude al desenvolvimiento de sus finanzas privadas en el período de ostracismo en la vieja Europa.

San Martín es, sin lugar a dudas, sólo objeto de mi veneración y dedicación. Sigo empeñado en ahondar cada vez más el conocimiento de su riquísima personalidad y de quienes, sin ser argentinos, escribieron sobre él.

Nuestra subjetividad nos impide ser intelectualmente ecuánimes. De ahí que aquellos extranjeros lo hicieron fuera del contexto nacional, si bien no lucen un galardón mayor, sus escritos deben ser considerados en especial medida.

No caeremos en la tentación de aquellos que, como Ricardo Rojas en El Santo de la Espada, entre otros, al referirse a San Martín dijo: “Él es, aquí en América, el hombre nuevo nacido del hombre viejo que dejó en Europa. Es el predestinado al sacrificio para nuestra salvación. No tendrá la corona de oro del Rey que le adjudicaron sus adversarios, sino la corona de espinas del crucificado, que le pondrán sus calumniadores. Él pasará los Andes cabalgando en una mula, y entrará a la ciudad de los Reyes, sin hosannas no palmas. Personará a sus enemigos. Su agonía durará 40 años y después de morir en el destierro frente al nebuloso mar de La Mancha, resucitará en América, sobre la montaña radiante”.

Todo ello a pesar de que como lo señala Ricardo Rojas (en su obra citada), es su Patria en donde tuvo no pocos de su peores enemigos.

Pero vuelvo a ese relato para introducir a quienes no lo describieron como argentino, tal el caso del general John Miller que fue uno de sus compañeros en su vejez peruana. A fuer de sincero, no puedo menos que rescatar la objetividad de Rojas cuando, sin ningún tipo de reparos, expresa: “La iconografía del guerrero debe completarse con otras imágenes. No olvidemos que cuando San Martín iba con sus granaderos por la costa del Paraná, acechando a la escuadrilla española que luego batió en San Lorenzo, no vestía uniforme sino chambergo y poncho. Cuando pasó la cordillera con el Ejército de los andes, no lo hizo en la vistosa cabalgadura sino sobre apero criollo, a lomo de una mula cuyana. Cuando desde Maipú estuvo observando con su catalejo los movimientos del enemigo, antes de entrar en combate, también vestía chambergo y poncho. Cuando a bordo de la goleta Moctezuma lo visitó el inglés Basil Hall, en víspera de la entrada triunfal en Lima, no lucía uniforme: su traje era un largo levitón y un gorro de pieles. Cuando volvió de la expatriación en 1829 y encontró cerradas las puertas del país, su compadre, el coronel Olazábal, lo halló a bordo de la Chichester mirando melancólicamente la ciudad desde el río, con un levitón de saraza y en pantuflas”.

Todo lo anterior, lo agregamos a modo de ir demistificando y no desjerarquizando al Libertador de medio continente. Y es bueno que se señale , ya que atrapados por la mística de la veneración, podemos alejarnos del objetivo de esta nota.

Decíamos que el general Miller fue un compañero muy apreciado por San Martín, en la última etapa de su vida. Mantuvieron una abundante correspondencia y queremos reproducir textualmente la invitación que oportunamente le hiciera el mismo Miller, cuando decía: “No dudo que tendrá usted un agradable paseo en Toulón y espero que los dolores de estómago se desvanecerán en el ejercicio del viaje y con interesantes objetivos que usted va a ver. Si ve usted al señor almirante Delassuse, suplico le dé mis memorias de mi parte. Es un excelente caballero, conoce a su familia en Buenos Aires y estoy seguro que tendría un verdadero gusto en complacerlo a usted. Si concluido el actual paseo, quiere emprender otro más largo a Constantinopla, Irán, Cairo, Tierra Santa, etc., lo acompañaré con gusto. En este caso, podríamos volver a Europa por Calcuta, Cantón, Panamá y Nueva York”.

A su vez, José de San Martín le responde: “Sea mil veces enhorabuena por su mejoría, pues aunque usted no me dice una sola palabra sobre el estado de su salud, lo supongo muy aliviado cuando me propone un corto viaje a Constantinopla, Irán, Cairo, Jerusalem y regresar a Europa por Calcuta, Cantón, Panamá y Nueva York. Yo no estaría distante de acompañarlo a Constantinopla, pero en cuanto a los otros puntos –usted convendrá conmigo- que a los 72 años cumplidos, la propuesta de excursión resulta un poco larga...”.

Seguramente, no sólo por razones de edad y enfermedad, si hubiésemos extrapolado esta invitación al día de hoy, tanto el general Miller como a nuestro Libertador Sanmartín les hubiera sido muy difícil llegar a Jerusalem, ya que este conflicto desatado en la región del Medio Oriente no cesa su ronda de muertes y heridos.

Hacemos votos una vez más para que se imponga la razón. Y para que esos pueblos reencuentren la paz definitiva.

Dr. Noé Davidovich * Publicado en el diario El Territorio el 25 de junio de 2002

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