Zona marítimo terrestre víctima de mala planificación

Carmelo Ruiz Marrero

El manejo de la zona marítimo terrestre en Puerto Rico ha sido simplemente desastroso, especialmente si se toma en cuenta que ésta es el principal atractivo turístico de nuestro país. Desde Humacao hasta Rincón y desde Culebra hasta El Combate, abundan los ejemplos de estructuras residenciales y turísticas prácticamente en la orilla del mar, causando severos problemas de erosión e impidiendo el goce y disfrute de las playas por parte del pueblo de Puerto Rico, que es el dueño legal de ese recurso.

Muchos de los problemas son ocasionados por la ambigüedad que tiene la definición de la zona marítimo-terrestre, según expresó a CLARIDAD Ruperto Chaparro, director asociado del programa Sea Grant de la Universidad de Puerto Rico. Sea Grant es un programa educativo dedicado a la conservación y uso sustentable de los recursos costeros y marinos de Puerto Rico.

Chaparro sostiene que históricamente los sucesivos gobiernos de este país han perdido de vista el maravilloso atractivo que representan nuestras costas.  La manifestación más triste de esta falta de visión por parte del gobierno es la pérdida de acceso visual y físico a las playas.

¿Por qué no se creó una política pública que garantizara esta hermosa vista?”, preguntó Chaparro refiriéndose a los edificios en Condado y Ocean Park que impiden que se vea el mar. “La construcción se pudo hacer al otro lado de la carretera y no a la orilla del mar.”

“Eso es lo que se debe hacer en otros pueblos donde aún queda tiempo. Las propiedades desarrolladas al otro lado de la carretera seguirían siendo ‘beach front property’ con un inmenso valor económico sin sacrificar el acceso visual y físico a la playa. De esta forma se podría aumentar el valor turístico y recreativo de la costa creando paseos tablados y/o rutas de bicicletas.”

El acceso físico es otro gran problema, ya que las playas son propiedad del pueblo y los dueños de propiedades privadas en la costa ponen obstáculos para que la gente no pueda pasar por la playa. Los casos más extremos que conoce Chaparro son el Condado, Isla Verde y la playa Buyé de Cabo Rojo.

Desplazando a los pobres

La proliferación descontrolada de estructuras para turistas extranjeros y residentes adinerados en las costas tiene consecuencias sociales negativas como lo que Chaparro llama gentrificación. La gentrificación es la dinámica socioeconómica que ocurre cuando residentes de altos ingresos desplazan comunidades pobres.

“Esto implica el desplazamiento de las comunidades costeras tradicionales y la ruptura del sentido de comunidad de estas personas”, explicó Chaparro. “En otros casos comunidades de pescadores han sido desplazadas por la construcción de residencias o condominios en lo que antes era su área de trabajo.”

“Las comunidades tradicionales se convierten en minoría y los recién llegados comienzan a quejarse de que sus propiedades bajan de valor porque sus vecinos no pintan sus casas o mantienen vehículos dañados en sus patios.”

Destrucción ambiental

Chaparro señala que las construcciones en cuestión causan problemas ambientales serios como la destrucción de manglares y la erosión. Explicó que los manglares no son estorbos públicos que hay que eliminar, como mucha gente cree. Estos son vitales para las poblaciones de mariscos y peces comestibles.  Los manglares son además filtros de agua y sirven de protección contra huracanes.

El representante de Sea Grant mencionó el caso reciente de la construcción de un lujoso complejo residencial en la playa de Boquerón en la que se destruyeron cientas de cuerdas de manglar. Dado que los apartamentos son de medio millón de dólares estos ciertamente no cumplían ningún fin social.

La erosión de las playas la causan no solamente construcción mal ubicadas cerca de la costa sino también actividades tierra adentro, como la extracción de arena en los ríos. Esa extracción detiene el movimiento natural de esa arena que se supone que vaya a las playas.

La doctora Ana Navarro, especialista en calidad de agua de Sea Grant, mencionó el caso específico de la cuenca del río Añasco, que incluye los tributarios Blanco, Prieto, Guava, Casey y Cañas. Además de las presiones de la industria de la construcción y la extracción de arena, Navarro identifica los químicos usados en la agricultura como uno de los problemas que amenazan nuestras playas.

En la cuenca del Añasco se han identificado sobre 300 operaciones agrícolas que incluyen siembras de café, guineos, plátanos, chinas, papayas y cidra, entre otros. “Los fertilizantes que llegan al río mediante la sedimentación alimentan formas de vida que compiten con los corales”, dice Navarro.

“Algunas algas crecen sobre los corales impidiendo su proliferación, mientras otras causan enfermedades que los matan. Los sedimentos agrícolas también contienen plaguicidas que envenenan nuestras aguas y afectan la vida marina.”

Una propuesta

Chaparro propone la creación de una entidad gubernamental cuyo único y exclusivo propósito sea velar por nuestras playas, un Departamento de Playas.  Tales departamentos ya existen en los estados de Florida y Hawaii. El Departamento de Playas del condado de Volusia en Florida, por ejemplo, con un presupuesto anual de $8 millones, emplea 400 personas a medio tiempo y 200 a tiempo completo, provee servicios de parque y recreo, protección policíaca, guardavidas y manejo ambiental de las playas.

Una advertencia

“Estamos matando la gallinita de los huevos de oro”, advirtió Chaparro. “Mientras el gobierno hace una inversión de $40 millones para atraer turistas a la isla, la falta de estrategias de desarrollo inteligente está destruyendo el atractivo número uno del turismo: las playas.”

“El patrimonio natural es destruido por unos y privatizado por otros en detrimento del desarrollo económico de todos los puertorriqueños. Aún estamos a tiempo para detener estas prácticas erróneas en los pueblos costeros que comienzan a buscar alternativas de desarrollo en la construcción costera. Aprendamos de los errores cometidos en Isla Verde y Condado.”

 

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