La Batalla de Lepanto

Duelo de titanes

La costumbre en las batallas navales era que las naves capitanas se enfrentaran en singular duelo pues, por lo general, el vencimiento de una u otra determinaba la suerte de la batalla. Por consiguiente los almirantes procuraban embarcar en sus naves insignia más y mejores tropas que en las galeras comunes. En Lepanto, la Sultana de Alí Pachá estuvo apoyada por otras siete galeras que estratégicamente situadas a su popa le enviaban continuamente tropas de refresco. La Real de don Juan de Austria por su parte también estaba apoyada por otras dos. Además, llevaba a bordo hasta cuatrocientos veteranos, entre arcabuceros e hidalgos voluntarios, a los que se había dejado espacio de maniobra levantando los bancos de los remeros.

La Sultana y la Real se embistieron denodadamente. El espolón de la otomana penetró hasta el cuarto banco de la galera cristiana. De este modo trincadas constituían una única plataforma de nueve metros de anchura por unos ciento diez de longitud, como dos piezas trabadas en su parte central por una bisagra. La suerte del combate dependía de que una de ellas conquistase la otra y alzase en ella su estandarte.

La infantería española, después de descargar los arcabuces sobre los jenízaros turcos, se lanzó al asalto de la Sultana con lanzas y espadas. Dos veces estuvieron a punto de ganarla y por dos veces hubieron de ceder terreno ante los enérgicos contraataques de los jenízaros reforzados con las tropas que sin cesar recibían por la popa. Hubo un momento, incluso, en que pareció que los jenízaros estaban a punto de inclinar la balanza a su favor pues se lanzaron al contraataque intentando invadir la Real. La matanza fue terrible: en torno a las galeras «la mar, estaba roja de sangre, y no había otra cosa que turbantes, remos, flechas y otros muchos despojos de guerra. Y sobre todo, muchos cuerpos humanos, tanto cristianos como turcos, unos muertos, otros heridos, otros hechos pedazos»,. Después de la batalla se descubrió que uno de los soldados cristianos que más se había distinguido en los combates entre la Real y la Sultana era en realidad una mujer disfrazada de varón.

Por el resto de la escuadra se sucedían los duelos mortales entre galeras cristianas y turcas. Nubes de flechas caían sobre los cristianos y por doquier silbaban las balas de los arcabuces. En algunas galeras turcas, la provisión de flechas se agotó, lo que en medio de tanta muerte, aún dio lugar a una situación cómica (la comicidad y el heroísmo son siempre vecinos). Unos arqueros que se habían quedado sin munición dieron en arrojar naranjas y limones a los cristianos de la galera vecina «y ellos se las devolvían para burlarse».